Siete medios para la santidad del sacerdote
Siete medios para la santidad del sacerdote
C. John McCLOSKEY III
Bajo el título «Modos de vida espiritual», el Directorio para la Vida y Ministerio de los Presbíteros (1994) desarrolla, para la consideración de los sacerdotes, los siete hábitos de los sacerdotes apostólicos santos. Son medios seguros por los que el sacerdote realmente interesado en la feliz perseverancia en su vocación asegurará su santidad y una vida apostólica fructífera, incluida la promoción de vocaciones para continuar su labor en la tierra cuando se haya ido al descanso eterno.
LOS SIETE MEDIOS
Estos son los medios que, puestos por obra fielmente en la vida sacerdotal -con sus altibajos-, traerán «la primavera de la Iglesia» en los siglos venideros. Como indicó el Beato Josemaría Escrivá, el apostolado (o la evangelización) no es más que una superabundancia de la vida interior; y la oración, como Dom Chautard decía, es «el alma de todo apostolado». Los siete hábitos son:
1) Celebración eucarística diaria;
2) confesión sacramental y dirección espiritual frecuentes;
3) examen de conciencia diario;
4) lectura diaria de la Escritura y lectura espiritual;
5) días de retiro y cursos de retiro;
6) devoción a la Virgen y
7) via crucis y meditación de la Pasión del Señor.
(Se debería añadir: hacer ejercicio, dormir y descansar. Todo ello, hecho para gloria de Dios. Pero dejémoslo así).
NO SON NUEVOS, PERO SÍ NECESARIOS
En esto no hay nada nuevo. Ciertamente, estos hábitos (podríamos llamarlos también plan de vida, ¿o «estilo de vida»?) se incluyen entre los modos tradicionales que la Iglesia propone a todos los fieles sin excepción para un mayor crecimiento en la vida interior y para comportarse como cristianos. Por supuesto, la diferencia reside en el hecho de su absoluta necesidad para el sacerdote diocesano: para cumplir su vocación y para santificar, llamémoslo así, su trabajo profesional. De otro modo, caerá inevitablemente en una tibieza pasiva y/o en un activismo frenético, con el consecuente daño para su alma y para quienes están encomendados a su atención pastoral, así como para la Iglesia universal.
ENAMORARSE DE DIOS
Estas prácticas no son cuestión de simple repetición externa, sino más bien expresión de un deseo inteligente y un afán premeditado de poner unos medios habituales para enamorarse más profundamente de Dios. El sacerdote que adquiera estos hábitos no se quemará, a pesar de los problemas normales que afectan a todos los hombres, como la vejez o la enfermedad. Estos «hábitos» no pueden limitarse a la proverbial «Hora Santa», predicada tan eficazmente por el antiguo arzobispo Sheen. Son, más bien, hitos colocados de la mañana a la noche, a lo largo de semanas y meses, de años y decenios, de modo que el sacerdote esté siempre metido en Dios.
VALOR DEL EJEMPLO
No sólo son eficaces -por su propia naturaleza- para los sacerdotes, para que consigan obtener gracias, sino que cualquiera que las ponga en práctica en su parroquia o en su rectoría se encontrará con que florece la labor pastoral porque los fieles sabrán que tienen un sacerdote que reza desde que amanece hasta que anochece. Sólo alguna verdadera emergencia le privará de su fiel encuentro diario con Cristo en la oración. Sabrán que tienen un sacerdote más interesado en ser que en hacer o en tener; en agradar a Dios, más que a los hombres; y, por eso, capaz de hacer una «sincera entrega de sí», de ser el mismo Cristo. Un sacerdote que vive estas prácticas de piedad será capaz de comprenderles y aconsejarles con eficacia porque todos verán que vive lo que predica y recomienda.
No me parece éste el lugar para examinar aquellas siete prácticas, una a una, porque ya lo han hecho exhaustivamente el Magisterio, los Padres y Doctores de la Iglesia, los santos, los escritores espirituales y los colaboradores de esta revista. Sin embargo, pienso que hay una práctica más importante que las demás.
UNA ENTRE TODAS
Es posible que mi elección sorprenda al lector. Se refiere a la confesión y a la dirección espiritual. Recibir dirección espiritual significa un compromiso de obedecer al Espíritu Santo, que habla a través de otra persona o institución. ¿Alguien ha oído alguna vez que no fuese feliz o eficaz en su vida y labor pastoral un sacerdote que haya acudido con sinceridad a la confesión, semanal o quincenalmente, y que haya recibido con frecuencia dirección espiritual segura -y supongo que exigente-?
Si «el supremo arte es la dirección de almas», según el Papa San Gregorio, ¿cómo puede pretender un sacerdote dar consejos espirituales a aquellos que se encomiendan a su cuidado pastoral, sin recibirlos él mismo? El sacerdote que viva esta costumbre forzosamente vivirá las demás. ¿Por qué? Bastante sencillo: porque el que confiesa sus pecados y permite que le conozcan y le ayuden en la dirección espiritual es un sacerdote humilde, y la humildad es el «hábito» fundamental, que permite que todos los demás hábitos le ayuden a ser santo y apostólico.
Nuestro Señor pidió a sus seguidores que le imitasen en una sola virtud, y esa era ser «manso y humilde de corazón».
*Fr. C. John MeCloskey III es Director del Centro Católico de Información de la Archidiócesis de Washington. Para cualquier su gerencia o comentario, dirigirse a su página web: http:llwww.frcjmcc.mail_cities.us
Revista PALABRA 406, VI-98 (482)