El sacerdote es catequista de los catequistas - Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros

El presbítero tendrá como principal punto de referencia el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio

65. El presbítero, en cuanto colaborador del Obispo y por mandato del mismo, tiene la responsabilidad de animar, coordinar y dirigir la actividad catequética de la comunidad que le ha sido encomendada. Es importante que sepa integrar esta labor dentro de un proyecto orgánico de evangelización, asegurando por encima de todo, la comunión de la catequesis en la propia comunidad con la persona del Obispo, con la Iglesia particular y con la Iglesia universal[1].

De manera particular, sabrá suscitar la justa y oportuna colaboración y responsabilidad con lo referente a la catequesis, tanto de los miembros de institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica, como de los fieles laicos[2], preparados adecuadamente y demostrándoles agradecimiento y estima por su labor catequética.

Pondrá especial solicitud en el cuidado de la formación inicial y permanente de los catequistas. En la medida de lo posible, el sacerdote debe ser el catequista de los catequistas, formando con ellos una verdadera comunidad de discípulos del Señor, que sirva como punto de referencia para los catequizados. Así, les enseñará que el servicio al ministerio de la enseñanza debe ajustarse a la Palabra de Jesucristo y no a teorías y opiniones privadas: es «la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores»[3].

Maestro[4] y educador en la fe[5], el sacerdote procurará que la catequesis, especialmente la de los sacramentos, sea una parte privilegiada en la educación cristiana de la familia, en la enseñanza religiosa, en la formación de movimientos apostólicos, etc.; y que se dirija a todas las categorías de fieles: niños, jóvenes, adolescentes, adultos y ancianos. Sabrá transmitir la enseñanza catequética haciendo uso de todas las ayudas, medios didácticos e instrumentos de comunicación, que puedan ser eficaces a fin de que los fieles —de un modo adecuado a su carácter, capacidad, edad y condición de vida— estén en condiciones de aprender más plenamente la doctrina cristiana y de ponerla en práctica de la manera más conveniente[6].

Con esta finalidad, el presbítero tendrá como principal punto de referencia el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio. De hecho, estos textos constituyen una norma segura y auténtica de la enseñanza de la Iglesia[7] y, por eso, es preciso alentar su lectura y estudio. Deben ser siempre el punto de apoyo seguro e insustituible para la enseñanza de los «contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica»[8]. Como ha recordado el Santo Padre Benedicto XVI, en el Catecismo «en efecto, se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe»[9].


[1]     Cfr. C.I.C., can. 768.

[2]     Cfr. C.I.C., can. 528 § 1 y 776.

[3]     Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa crismal (5 de abril de 2012): l.c., 7.

[4]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 9.

[5]     Cfr. ibid., 6.

[6]     Cfr. C.I.C., can. 779.

[7]     Cfr. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei Depositum (11 de octubre de 1992): AAS 86 (1992), 113-118.

[8]     Benedicto XVI, Carta ap. en forma de motu proprio Porta fidei (11 de octubre de 2011), 11: AAS 103 (2011), 730.

[9]     Ibid.