Lc 1, 26-38
Lc 1, 26-38
00:00
00:00

25. DECIR SÍ AL AMOR – MANTENER EL SÍ TODOS LOS DÍAS

20 DE DICIEMBRE FERIA MAYOR DE ADVIENTO

DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)

Concebirás y darás a luz un hijo

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: me gusta mucho recordar esa escena del Evangelio todos los días “a la hora del Ángelus”. Y me gusta paladear las Avemarías de esa oración, diciéndole a nuestra Madre las mismas palabras que el arcángel san Gabriel, sabiendo que le siguen agradando, porque fue seguramente el momento más importante de su vida: cuando se convirtió en la Madre de Dios.

Meditando sobre el diálogo que recoge san Lucas advertimos que nos muestra un modelo de entrega generosa, del “sí” total para cumplir la voluntad de Dios.

No deja de ser un misterio considerar cómo es necesaria la completa libertad para decir “sí”, al mismo tiempo que reconocemos que todo está en los planes de Dios, que no pueden dejar de cumplirse.

Se necesita la gracia para poder decir “sí”, pero la respuesta siempre es libre, y existe la posibilidad de no corresponder eficazmente a esa gracia, o rechazarla, que es peor.

Señor, ayúdame a ser generoso y a tener siempre la fe necesaria para darme cuenta de que si Dios me está pidiendo algo es porque eso está en sus planes, y me ayudará a que sea un buen instrumento en sus manos, respetando mi libertad.

La misión del sacerdote está claramente en los planes de Dios, para llevar su gracia a muchas almas. Nosotros tenemos que decir “sí”, continuamente, a todo lo que nos pida.

Jesús, tú dijiste al Padre en el Huerto que aceptabas beber el cáliz. ¿Qué debo hacer para cumplir siempre la voluntad de Dios, aunque me cueste?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: la alegría de mi Padre es el sí de María, por el que el cielo se vistió de fiesta.

Acompañen a mi Madre y reciban al Espíritu Santo, para que el sí de ustedes sea total, como el de ella, y mi constante alegría.

El ángel de Dios anunció a María: “Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo. No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, concebirás un hijo y le pondrás por nombre Jesús, se llamará hijo de Dios y reinará sobre todas las naciones, y su reino no tendrá fin. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder de Dios te cubrirá con su sombra, porque no hay nada imposible para Dios”.

Ella era la pureza, la inocencia, la virgen inmaculada, concebida sin mancha ni pecado, la elegida para ser Madre de la humanidad renovada, la criatura perfecta de Dios.

En ella era la paciencia, la bondad, la obediencia, la docilidad, la mansedumbre, la templanza, la benignidad, la fe, la esperanza, la caridad, la paz, el gozo; pero, sobre todo, la humildad y el amor.

En ella todo era fruto de los dones infundidos por Dios, porque el Espíritu Santo estaba con ella.

En ella era la fortaleza, la inteligencia, la ciencia, la sabiduría, el consejo, la piedad; pero, sobre todo, el santo temor de Dios.

En ella estaba puesta la esperanza: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Ella dijo sí, y en su vientre brilló la luz para el mundo».

+++

Madre mía: que tu ejemplo me sirva siempre para decir “sí” al amor. Contemplo todos los momentos de tu vida después del anuncio del ángel, y me doy cuenta de que fue un constante decir “sí” a Dios, aunque te estuviera atravesando el alma una espada de siete filos.

Ayúdame a mí a mantener siempre mi disponibilidad al querer divino.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: el tesoro más preciado de mi corazón es causa de la alegría de Dios: es un sí total de mi voluntad a la suya, es la humillación de su esclava aceptando que se haga en mí lo que Él, por boca del ángel que ha enviado, me ha dicho. Es el sí al amor, en la confianza, en la fidelidad, creyéndolo todo, porque creo en Dios, en su bondad, en su omnipotencia, en su Palabra, en que Él es la única verdad.

Y dije sí, porque Dios me dio libertad para decidir amarlo, y aceptar o no el amor, por mi propia voluntad.

Y dije sí, y en ese sí entregué mi vida, abandonándome en sus manos, con fe, con esperanza, con amor.

Y el Espíritu de Dios hizo temblar mi cuerpo, llenándome de Él, desbordándome de amor. Y se quedó conmigo, haciéndome suya, haciéndolo mío, para siempre.

Y concebí por obra y gracia del Espíritu Santo, y en mi vientre brilló la luz.

Y dije sí, y el Verbo se hizo carne, y brilló la luz para el mundo, y habitó entre nosotros.

Y mi vida fue un constante sí, en el que entregaba en cada sí mi voluntad a Dios.

Y dije sí al amor, en el servicio, en la entrega de este amor, porque el amor cuando es verdadero es inquieto, no se puede contener, se recibe, se acoge y se da, porque es don, gratuidad divina que se derrama.

Y dije sí al amor, aceptando la protección y la compañía de José.

Y de ese sí nació el fruto bendito de mi vientre, aceptando la voluntad de Dios, sin entenderlo todo, pero confiando en su misericordia, con fe, con esperanza, con amor.

Y dije sí al amor, presentándolo ante Dios, abrazando la espada que atravesaría mi corazón.

Y dije sí al amor, en la tribulación, en la humillación, en el destierro, en el abandono de ese Hijo que había perdido, para encontrarlo de nuevo.

Y dije sí al amor, en la oración constante, en la que acudía y entregaba mi voluntad a Dios, en un sí constante.

Y dije sí al amor, pidiéndole un sí a mi Hijo, para mostrar su caridad al mundo, cuando aún no había llegado su hora.

Y dije sí al amor, cuando se fue, y en ese sí yo iba con Él, para entregarme con Él al mundo.

Y dije sí al amor, aceptando la voluntad de Dios cuando el mundo se apoderó de Él, aprisionando mi corazón, para ser desechado del mundo con Él.

Y dije sí al amor, en la pasión y en la cruz.

Y dije sí al amor, cuando dije “sí, aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”, al pie de la cruz, entregando su vida y conservando la mía.

Y dije sí al amor, acogiendo en mi maternidad al discípulo amado de mi Hijo, y con él a todos los hijos de Dios por Cristo, con Él y en Él.

Y dije sí al amor, sosteniendo al amor crucificado hasta la muerte, para el perdón de los pecados de quienes lo entregaron a la muerte.

Y dije sí al amor, al recibir su cuerpo muerto, y al entregarlo a la soledad del sepulcro, con la esperanza en su resurrección, para traer con Él la vida al mundo.

Y dije sí al amor, esperando, orando a Dios con fe, con esperanza y con amor.

Y dije sí al amor, al ver a mi Hijo, mi Señor, mi Dios vivo, resucitado y glorioso.

Y dije sí al amor, al acompañar a mis hijos para que creyeran en Él, y dijeran sí al amor.

Y dije sí al amor, cuando Él subió al cielo para sentarse a la derecha del Padre, y recuperar la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera.

Y dije sí al amor, reuniendo a mis hijos en torno a mí, para fortalecerlos en la fe, para darles esperanza, para sostener su sí al amor, esperando para ellos la venida del Espíritu Santo, para que, como yo, profesen un constante sí al amor, para que abran sus corazones y reciban el amor, para que los llene y los desborde, para que lleven en ese sí el amor, y lo entreguen al mundo en obras, como misioneros de paz y de misericordia.

Permanezcan conmigo, en un constante sí al amor, entregando su vida, para que sean partícipes de este sí al amor, en este misterio que es fruto del amor y de la misericordia de Dios en la cruz, el misterio de mi maternidad, por la que dije sí al amor, haciéndome madre de tantos hijos como estrellas hay en el cielo.

Acompáñenme en este sí compartido, para que sea símbolo de unión entre ustedes, para que, por la misericordia de Dios, sean reunidos en la fe, en la esperanza y en el amor, para que, en esta entrega, obrando con misericordia, reciban las gracias y los dones del Espíritu Santo, que siempre está conmigo, fortaleciendo su vocación al amor, para que permanezcan en un constante sí al amor, en oración, en expiación y en obras, entregando su voluntad a Dios, uniendo su sí al mío, recibiendo en ese sí, por el anuncio del ángel, la gratuidad, la presencia viva, el alimento, el don, la comunión, el sacrificio, la ofrenda, que es Cristo vivo, que es Eucaristía, para que lleven dentro la luz, para que sean divinizados en Cristo y sean ustedes luz para el mundo.

Aprendan a decir sí al amor, orando, amando, adorando en la Eucaristía a mi Hijo resucitado y vivo, entregando sus vidas por Él con Él y en Él, en favor de la santidad de cada uno de ustedes.

Permanezcan conmigo en la humildad y yo les daré la gracia, yo les daré mi sí, y ustedes serán mi tesoro más preciado y la alegría de mi corazón, partícipes de mi sí al amor, por el que el cielo permanece vestido de fiesta».

¡Muéstrate Madre, María!

 

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA – PUREZA ENGENDRA PUREZA

EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: celebramos una gran fiesta de nuestra Madre. Una fiesta que nos habla, entre otras cosas, de la importancia de la virtud de la pureza. Virtud que hay que vivir por dentro y por fuera.

Desde niño yo he aprendido a tratar a la Virgen como madre. Y una madre buena siempre está pendiente de sus hijos, quiere lo mejor para sus hijos. Estoy seguro de que la Inmaculada custodia de modo especial el corazón de nosotros, sus hijos sacerdotes, para que esté siempre limpio y puro, digno de quien es Cristo, esposo de la Iglesia, sin mancha ni arruga.

¿Cómo puedo luchar, Jesús, de mi parte, para vivir bien la santa pureza, y así cumplir fielmente con mis deberes sacerdotales?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos, amigos míos: el que quiera seguirme que reciba a mi Madre como madre, para que se haga hijo en el Hijo, para que por el Hijo sea unido al corazón de la Madre, para ser conducidos a la casa del Padre, porque ella es la puerta del cielo.

Es por ella que ha venido la luz al mundo.

Es por ella que es entregado el Hijo al mundo, para redimirlos y recuperarlos a todos.

Ella es Madre de la misericordia y de la gracia, es Madre del amor, porque ella es la Madre de Dios, creador de todo lo creado, creador de ella, para hacerse hombre, para hacerlos hijos con el Hijo, por medio de la pureza de su virginidad y de su vientre inmaculado, en el que está el camino, la verdad y la vida.

Ella los mantiene en el camino seguro, los ayuda a vivir en la verdad para encontrar la vida.

Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Nadie va al Padre si no es por mí.

Háganse como niños y busquen a mi Madre como un niño perdido busca a su madre -porque de los niños es el Reino de los Cielos-, y déjense abrazar por ella.

Y confíen en ella, como un niño confía en su madre, porque una madre cuida, protege, abraza, ama, sirve, alimenta, viste, enseña, sana, acompaña, asiste, auxilia, socorre, hace crecer al hijo y entrega su vida por él, para darle lo mejor. Y lo mejor soy yo.

Sacerdotes de mi pueblo: el que quiera ser mi amigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz de cada día y que me siga, para que se una conmigo y, por mí, al Inmaculado Corazón de mi Madre, para que, ayudados por ella, unan su cruz a la mía, y permanezcan y perseveren en su entrega, porque una madre ayuda, sostiene, alienta, compadece, da esperanza, fortalece la fe, para que, por mi cruz, mueran al mundo, para que por mi resurrección tengan vida eterna.

Sacerdotes míos: sean hijos y dejen que ella sea Madre, para que sean puros como ella, por el Espíritu Santo, perfectos como mi Padre, y santos como yo.

Para que, cuando el Hijo del hombre vuelva, los encuentre unidos al corazón de la Madre por el Hijo, para llevarlos a la gloria del Padre, con el Hijo, por el Espíritu Santo.

Pidan misericordia a la Madre de la misericordia. Pidan sabiduría a la Madre de la sabiduría. Pidan las gracias a la Madre de la gracia. Y reciban el amor de la Madre del Amor.

Confíen en mi Madre como madre y lleven su auxilio a todas las almas, para unirlas a la pureza de su corazón, por el mío, que purifica, que sana, que une, que santifica, que salva.

Su nombre es María, y en ella está consumada la belleza de la creación, porque ella es la Madre de Dios.

Ella es el Arca de la alianza, en donde guardo todos mis tesoros».

+++

Madre mía: tú eres la perfección humana, la pureza en forma de mujer, la belleza plena, la llena de gracia, la Inmaculada Concepción, el Arca de la Alianza, la Puerta del Cielo, la Estrella de la mañana, Madre del Creador, Madre del Redentor, Madre de gracia, Madre de misericordia, Madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia, Madre de Dios, Reina concebida sin pecado original, la siempre Virgen y Madre, Reina del Paraíso, la Inmaculada y pura desde su concepción, la que permanece siempre virgen, que nunca fue tocada ni transformada, que permanece tal cual como ella fue creada desde un principio, para ser digna morada del Hijo de Dios, y que es perfecta.

Virginidad de cuerpo y de alma, que encierra la integridad magistral de la criatura que fue creada Inmaculada y pura para ser preservada de todo pecado, para permanecer sin mancha ni arruga, pensada así por Dios desde antes de que el mundo existiera, para contener en sus entrañas la manifestación salvífica de la misericordia de Dios.

Vísteme de tu pureza, Madre, para que en mí encuentre gracia ante Dios. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Inmaculada desde mi concepción, para permanecer en la pureza, para ser la Madre de Dios, para que el Padre atraiga a los hombres a mi Hijo, para llevar por medio de mi Hijo a todos los hombres a Él.

Es mi vientre puro el que los viste de pureza, porque el Espíritu Santo está conmigo. Y es por mi Hijo, que es el fruto de mi vientre, y por su infinita misericordia, que son acogidos todos los hombres como mis hijos, frutos del fruto bendito de mi vientre, que entregué al mundo para que, por su muerte y su resurrección, rescatara al mundo de la muerte, dándoles vida, haciéndolos partícipes de mi maternidad como hermanos de Cristo, unidos en un solo cuerpo y un mismo espíritu, para permanecer en la pureza que los santifica y los une como hijos al Padre.

Yo intercedo por ustedes, mis hijos sacerdotes, para que permanezcan conmigo, unidos a mi Hijo, por quien se derrama la misericordia de Dios para ustedes, y por ustedes para todos los hombres, para que permanezcan vestidos de fiesta, reunidos en vela y en oración, esperando al novio.

Yo vengo a traerles misericordia, como en las bodas de Caná, cuando ya no tenían vino, y que, aunque no haya llegado la hora, me escuchen, y crean, y hagan lo que Él les diga, para que sean saciados con el mejor de los vinos.

Yo les pido que se reúnan como en Pentecostés, dispuestos a recibir y a entregar la gracia, y que permanezcan dispuestos a servir al Señor, con la sierva del Señor, para entrar vestidos de fiesta al banquete del Cordero.

 Mi belleza es el reflejo de un alma Inmaculada, pura, sin mancha ni arruga. Así es el alma en el plan de Dios, desde siempre y para siempre. Es a lo que la humanidad está llamada, a la perfección.

Pero el pecado corrompió esa perfección y dañó ambas partes: a la humanidad y a Dios. Fue tan grave la negación del hombre al don, que en la humanidad dejó la mancha de ese pecado para siempre, haciendo al hombre imperfecto y alejando al hombre de la perfección que es Dios, en quien la herida y el dolor ocasionado por la traición al amor de su propia creación fue tan grande, como es el daño que solo podía ser reparado con el propio amor al que ofendió.

Y Dios amó tanto al mundo que le dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Y no solo les dio a su Hijo, sino que le dio al Hijo una Madre, y el Hijo la hizo Madre de la humanidad. Y la Madre era una virgen, pura e inmaculada, que dijo sí, para permanecer virgen, pura e inmaculada, y hacerse Madre, engendrando al Hijo por obra del Espíritu Santo, para hacerse uno.

Y el Hijo se hizo igual a los hombres en todo menos en el pecado, para hacerse pecado, liberando a los hombres de la muerte a la que estaba sujeto por el pecado, destruyendo el pecado con su propia muerte, inmolando su cuerpo y derramando su sangre en la cruz, haciendo a todos los hombres hijos, para que sean como ella y digan sí, porque un hijo siempre se parece a su madre, y así, por obra del Espíritu Santo, sean engendrados por el Padre en filiación divina, a través del agua viva del sacramento del Bautismo, que los renueva y los hace hermanos del Hijo, y por tanto hijos de la Madre, para parecerse a ella y ser inmaculados y puros, para que alcancen la perfección como ella, diciendo sí, recibiendo al Hijo en el sacramento de la Eucaristía, para hacerse uno.

Pero la miseria de los hombres los aleja de Dios, que es tan infinitamente bueno y misericordioso, que rescata continuamente al hombre de la miseria que lo inclina al pecado, que lo mancha y que lo aleja de Dios, a través del sacramento de la Confesión, que los renueva y les devuelve la belleza de la Madre que es el reflejo de un alma inmaculada y pura, sin mancha ni arruga, para que sea digna de retornar a Dios.

Es por eso que yo les muestro el camino, porque el camino, que es Cristo, lo he caminado yo. Un camino sin pecado en medio de un mundo de pecado, para hacerse esclavos del Señor, para que, humillándose en el mundo, una vez renovados, encuentren gracia ante Dios.

Yo soy la esclava del Señor, y he hallado gracia ante Dios, quien desde antes de la creación del mundo me eligió para hacerme Madre de todos los hombres, y renovar constantemente sus obras más perfectas: las almas de sus sacerdotes.

 En un principio Dios creó al hombre y a la mujer para darles vida y compartir su paraíso. Y si por una mujer vino la muerte al mundo, al tentar al hombre para cometer pecado, por una mujer vino al mundo la vida y por un hombre la salvación.

Eva fue la mujer que alimentó al hombre con el fruto del pecado.

Yo soy la nueva Eva, que renueva a los hombres alimentándolos con el fruto bendito de mi vientre, en cuerpo, en sangre, en alma, en divinidad, para darles vida.

Adán es el hombre que conduce el pecado a los hombres.

Mi Hijo Jesús es el nuevo Adán, que es la salvación y la vida para los hombres.

Son ustedes, mis hijos sacerdotes, los hombres que conducen el alimento de salvación, para alimentar a los hombres con el fruto bendito de mi vientre, que es Eucaristía.

El dolor de mi Inmaculado Corazón es causado por la espada de dos filos, por la cual se derrama la gracia, y que lo atraviesa para preservar la pureza de los corazones de ustedes, los hijos que me acompañan y pisan conmigo la cabeza de la serpiente, mientras ella intenta morder mi talón.

No tengan miedo, yo los protejo, y el Señor, que siempre está conmigo, está con ustedes, y su gracia les basta. Los santos interceden por ustedes para preservarlos en la pureza y en el amor».

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

VI, 28. DECIR SÍ AL AMOR – MANTENER EL SÍ TODOS LOS DÍAS

EVANGELIO DE LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Concebirás y darás a luz un hijo.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la fiesta de la Anunciación es la fiesta de la entrega generosa de María Santísima, de su “sí” total para cumplir la voluntad de Dios.

No deja de ser un misterio cómo es necesaria la completa libertad para decir “sí” al querer divino, al mismo tiempo que reconocemos que todo está en los planes de Dios, que no pueden dejar de cumplirse.

Se necesita la ayuda de Dios para poder decir “sí”, pero la respuesta siempre es libre, y existe la posibilidad de no corresponder eficazmente a la gracia; o rechazarla, que es peor.

Señor, ayúdame a ser generoso y a tener siempre la fe necesaria para darme cuenta de que si Dios me está pidiendo algo es porque eso está en sus planes, y me ayudará a que sea un buen instrumento en sus manos, respetando mi libertad.

La misión del sacerdote está claramente en los planes de Dios, para llevar su gracia a muchas almas. Nosotros tenemos que decir “sí”, continuamente, a todo lo que nos pida.

Jesús, tú dijiste al Padre en el Huerto que aceptabas beber el cáliz. ¿Qué debo hacer para cumplir siempre la voluntad de Dios, aunque me cueste?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: la alegría de mi Padre es el sí de María, por el que el cielo se vistió de fiesta.

Acompañen a mi Madre y reciban al Espíritu Santo, para que el sí de ustedes sea total, como el de ella, y mi constante alegría.

El ángel de Dios anunció a María: “Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo. No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, concebirás un hijo y le pondrás por nombre Jesús, se llamará hijo de Dios y reinará sobre todas las naciones, y su reino no tendrá fin. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder de Dios te cubrirá con su sombra, porque no hay nada imposible para Dios”.

Ella era la pureza, la inocencia, la virgen inmaculada, concebida sin mancha ni pecado, la elegida para ser Madre de la humanidad renovada, la criatura perfecta de Dios.

En ella era la paciencia, la bondad, la obediencia, la docilidad, la mansedumbre, la templanza, la benignidad, la fe, la esperanza, la caridad, la paz, el gozo; pero, sobre todo, la humildad y el amor.

En ella todo era fruto de los dones infundidos por Dios, porque el Espíritu Santo estaba con ella.

En ella era la fortaleza, la inteligencia, la ciencia, la sabiduría, el consejo, la piedad; pero, sobre todo, el santo temor de Dios.

En ella estaba puesta la esperanza: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Ella dijo sí, y en su vientre brilló la luz para el mundo».

+++

Madre mía: la fiesta de hoy me lleva a pensar en la Maternidad Espiritual, por la que muchas mujeres, con corazón de madre, ofrecen su vida por los sacerdotes, imitando tu ejemplo, ya que tú engendraste primero a Cristo en tu corazón inmaculado.

Gracias, Madre, por querer estar tú así siempre a mi lado, fortaleciéndome en mi ministerio, como fortaleciste, junto a la cruz, a tu Hijo Jesucristo. Gracias por tu compañía.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: que tu ejemplo me sirva siempre para decir “sí” al amor, toda mi vida. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: el tesoro más preciado de mi corazón es causa de la alegría de Dios: es un sí total de mi voluntad a la suya, es la humillación de su esclava aceptando que se haga en mí lo que Él, por boca del ángel que ha enviado, me ha dicho. Es el sí al amor, en la confianza, en la fidelidad, creyéndolo todo, porque creo en Dios, en su bondad, en su omnipotencia, en su Palabra, en que Él es la única verdad.

Y dije sí, porque Dios me dio libertad para decidir amarlo, y aceptar o no el amor, por mi propia voluntad.

Y dije sí, y en ese sí entregué mi vida, abandonándome en sus manos, con fe, con esperanza, con amor.

Y el Espíritu de Dios hizo temblar mi cuerpo, llenándome de Él, desbordándome de amor. Y se quedó conmigo, haciéndome suya, haciéndolo mío, para siempre.

Y concebí por obra y gracia del Espíritu Santo, y en mi vientre brilló la luz.

Y dije sí, y el Verbo se hizo carne, y brilló la luz para el mundo, y habitó entre nosotros.

Y mi vida fue un constante sí, en el que entregaba en cada sí mi voluntad a Dios.

Y dije sí al amor, en el servicio, en la entrega de este amor, porque el amor cuando es verdadero es inquieto, no se puede contener, se recibe, se acoge y se da, porque es don, gratuidad divina que se derrama.

Y dije sí al amor, aceptando la protección y la compañía de José.

Y de ese sí nació el fruto bendito de mi vientre, aceptando la voluntad de Dios, sin entenderlo todo, pero confiando en su misericordia, con fe, con esperanza, con amor.

Y dije sí al amor, presentándolo ante Dios, abrazando la espada que atravesaría mi corazón.

Y dije sí al amor, en la tribulación, en la humillación, en el destierro, en el abandono de ese Hijo que había perdido, para encontrarlo de nuevo.

Y dije sí al amor, en la oración constante, en la que acudía y entregaba mi voluntad a Dios, en un sí constante.

Y dije sí al amor, pidiéndole un sí a mi Hijo, para mostrar su caridad al mundo, cuando aún no había llegado su hora.

Y dije sí al amor, cuando se fue, y en ese sí yo iba con Él, para entregarme con Él al mundo.

Y dije sí al amor, aceptando la voluntad de Dios cuando el mundo se apoderó de Él, aprisionando mi corazón, para ser desechado del mundo con Él.

Y dije sí al amor, en la pasión y en la cruz.

Y dije sí al amor, cuando dije “sí, aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”, al pie de la cruz, entregando su vida y conservando la mía.

Y dije sí al amor, acogiendo en mi maternidad al discípulo amado de mi Hijo, y con él a todos los hijos de Dios por Cristo, con Él y en Él.

Y dije sí al amor, sosteniendo al amor crucificado hasta la muerte, para el perdón de los pecados de quienes lo entregaron a la muerte.

Y dije sí al amor, al recibir su cuerpo muerto, y al entregarlo a la soledad del sepulcro, con la esperanza en su resurrección, para traer con Él la vida al mundo.

Y dije sí al amor, esperando, orando a Dios con fe, con esperanza y con amor.

Y dije sí al amor, al ver a mi Hijo, mi Señor, mi Dios vivo, resucitado y glorioso.

Y dije sí al amor, al acompañar a mis hijos para que creyeran en Él, y dijeran sí al amor.

Y dije sí al amor, cuando Él subió al cielo para sentarse a la derecha del Padre, y recuperar la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera.

Y dije sí al amor, reuniendo a mis hijos en torno a mí, para fortalecerlos en la fe, para darles esperanza, para sostener su sí al amor, esperando para ellos la venida del Espíritu Santo, para que, como yo, profesen un constante sí al amor, para que abran sus corazones y reciban el amor, para que los llene y los desborde, para que lleven en ese sí el amor, y lo entreguen al mundo en obras, como misioneros de paz y de misericordia.

Permanezcan conmigo, en un constante sí al amor, entregando su vida, para que sean partícipes de este sí al amor, en este misterio que es fruto del amor y de la misericordia de Dios en la cruz, el misterio de mi maternidad, por la que dije sí al amor, haciéndome madre de tantos hijos como estrellas hay en el cielo.

Acompáñenme en este sí compartido, para que sea símbolo de unión entre ustedes, para que, por la misericordia de Dios, sean reunidos en la fe, en la esperanza y en el amor, para que, en esta entrega, obrando con misericordia, reciban las gracias y los dones del Espíritu Santo, que siempre está conmigo, fortaleciendo su vocación al amor, para que permanezcan en un constante sí al amor, en oración, en expiación y en obras, entregando su voluntad a Dios, uniendo su sí al mío, recibiendo en ese sí, por el anuncio del ángel, la gratuidad, la presencia viva, el alimento, el don, la comunión, el sacrificio, la ofrenda, que es Cristo vivo, que es Eucaristía, para que lleven dentro la luz, para que sean divinizados en Cristo y sean ustedes luz para el mundo.

Aprendan a decir sí al amor, orando, amando, adorando en la Eucaristía a mi Hijo resucitado y vivo, entregando sus vidas por Él con Él y en Él, en favor de la santidad de cada uno de ustedes.

Permanezcan conmigo en la humildad y yo les daré la gracia, yo les daré mi sí, y ustedes serán mi tesoro más preciado y la alegría de mi corazón, partícipes de mi sí al amor, por el que el cielo permanece vestido de fiesta».

¡Muéstrate Madre, María!

 

VII, n. 17. REINA Y MADRE – ELEGIDOS CON PREDILECCIÓN

FIESTA DE NUESTRA SEÑORA MARÍA REINA

Concebirás y darás a luz un hijo.

Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: imagino el deseo tan grande que tenías de premiar la entrega generosa de tu Madre, coronándola junto al Padre y el Espíritu Santo como Reina de cielos y tierra.

Esa era la recompensa para quien en todo momento no tuvo otra voluntad más que servir a Dios, y correspondió en todo momento a lo que se le pedía con todo el amor de su corazón inmaculado, buscando solamente agradar a la Trinidad Santísima.

Era un premio también para que ahora nosotros, como hijos, pudiéramos sentir con fuerza el deber filial de honrarla, venerarla, amarla, y sentir el santo orgullo de ser los hijos de una Reina, impulsados dulcemente a guardar, toda nuestra vida, la dignidad de la realeza.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdotes míos: el cielo se abrió para recibir más que a una Reina, a una Madre, que fue asunta al cielo en cuerpo y en alma, para coronarla de gloria. Recíbanla también ustedes, y permanezcan con Ella, porque en su vientre lleva la Luz, y el Espíritu Santo está con Ella, y Ella siempre está conmigo.

El cielo se vistió de fiesta. Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Y fue coronada de gloria, como hija del Padre, como Madre del Hijo y de todos los hombres, como esposa del Espíritu Santo, como Reina de los cielos y la tierra.

Es Ella la pura, la inmaculada, la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres, la perfecta, la protectora, la auxiliadora, la intercesora, la mejor compañía, la Reina del universo, la Madre de Dios, la que pisa la cabeza de la serpiente. Su nombre es María. Ustedes son guerreros de mis ejércitos, y suya es la victoria de sus batallas.

Amigos míos: muéstrense ustedes hijos, porque la Reina quiere mostrarse Madre. Aquí tienen a su Madre. Quiero que la valoren, que la veneren, que la amen, que la acepten, que la reciban, que la alaben, que la frecuenten, que la escuchen, que le pidan auxilio, que le agradezcan, que la respeten, que la contemplen, que reciban todas las gracias que Ella les quiere dar, que estén dispuestos y acepten la misericordia que les quiere hacer llegar, que la hagan parte de su vida, porque Ella es su familia, es Madre.

Quiero que se den cuenta que la Iglesia es Madre, y que mi Madre es Madre de la Iglesia. Por tanto, sin mi Madre no hay Iglesia, porque sin Ella no hay Cristo.

Es por Ella que el Hijo de Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, y la Luz ha nacido para el mundo.

Es por Ella que llega la gracia y la misericordia a todos los hombres, porque Ella es Madre de gracia y Madre de misericordia.

Ella fue elevada al cielo en cuerpo y en alma, para ser coronada como Reina de los cielos y la tierra, y con su cuerpo glorioso ha sido enviada al mundo para cuidar y proteger, para mostrar el camino seguro para traer a sus hijos de vuelta a la casa del Padre. Le ha sido concedido ser enviada a llevar auxilio y misericordia a sus hijos, porque Ella es Madre y una Madre nunca abandona.

Quiero que en la Iglesia den a mi Madre el lugar que le corresponde. El lugar que Dios le dio con el título de Reina y Madre. Exijo que cada sacerdote configurado conmigo y en quien yo vivo, me conceda en ellos lo que es mío y lo que siempre he tenido: la compañía de mi Madre. Porque antes de formarla en el vientre yo ya la conocía, inmaculada y pura, creada para ser digna morada del Hijo único del único Dios verdadero por quien se vive, para hacerla Madre y compañera fiel del Mesías, redentor del mundo, Cristo.

Desde el momento en que Ella dijo sí y fui engendrado en su vientre por obra del Espíritu Santo, somos uno. Por tanto, el que me reconozca como Cristo, que reconozca las verdades de la fe, y reconozca y venere y respete a mi Madre como Siempre Virgen y Santa.

El que reconozca a Cristo como el Hijo de Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente, que reconozca en su poder la virginidad y la maternidad, así como la presencia universal de quien yo mismo he preservado en la pureza y en la perfección desde su concepción y para siempre: Santa María.

El que quiera ir al Hijo que vaya a la Madre, y Ella lo llevará al Hijo. Ese es el camino más fácil y seguro de llegar al abrazo misericordioso del Padre. Porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.

Acompañen a mi Madre llevando ánimo al mundo, viviendo con alegría, preparando la venida del Señor, con la fe y la paciencia de los santos, uniendo todos sus sufrimientos a mi único y eterno sacrificio, porque conocer y profesar la verdad no es cosa fácil, pero mi gracia les basta.

Aquí tienen a su Madre. Mis deseos son cumplir los deseos de mi Madre. No se distraigan y encárguense de mis cosas, que yo ya me encargo de las suyas. Es tiempo de trabajar para la Reina. Ella les muestra que es Madre. Cumplan mis deseos, y hagan lo que la Reina ordena. Sirvan a su Reina».

+++

Reina mía y Madre mía: ¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo.

Me resulta fácil imaginarme el cielo en el día de tu coronación como Reina: los ángeles te alaban. Son millares, y todos hermosos, cantando a una sola voz. En medio de todo estás tú, con tu capa de Reina, coronada con doce estrellas y vestida de gloria. Tu vestido es blanco y tu manto azul, labrado en oro.

Eres Reina y Madre, eres arca y trono, y en ese trono está sentado un Niño, que es Dios y es Rey. Ese Rey tiene en sus manos un cetro de hierro, para regir a todas las naciones. En su cabeza lleva una corona de oro y piedras preciosas, y tiene unas profundas llagas en sus manos y en sus pies.

También hay muchos santos de rodillas, alrededor del trono, adorando al Niño. Sus voces se unen a las de los ángeles. La belleza es indescriptible.

Eres Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas, Reina de los Profetas, Reina de los Apóstoles, Reina de los Mártires, Reina de los Confesores, Reina de las Vírgenes, Reina de todos los Santos, Reina de la paz.

Y el Rey es un Hijo de hombre, y es un sacerdote, y es un altar. Es la Palabra hecha carne. Es el Camino, la Verdad y la Vida. Es Puerta y es Paraíso.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: mi Hijo es Cristo, Rey del Universo. Y me ha coronado en la Santísima Trinidad como Reina de los cielos y de la tierra. Y me ha dado todo el poder en los cielos y en la tierra, porque yo hago todo para la gloria de Dios.

Mi Hijo es al mismo tiempo Sacerdote, Víctima y Altar, que configura a los que Él mismo ha llamado y ha elegido para ser por Él, con Él y en Él uno mismo, Cristo, mediador entre Dios y los hombres, para llevar a los hombres a Dios. Y les ha dado el poder de hacer las obras que hizo Él y aun mayores, si creen en Él, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él, y todo lo que le pidan en su nombre Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Y Él los glorificará.

Yo ruego para que, por el amor de Dios y su misericordia, ustedes crean en Él, para que, con el poder que Dios les ha dado, lleven a Cristo al mundo, a través de ustedes mismos y de sus obras, para reconciliar a los hombres con Dios y guiarlos en el camino, que es Cristo, a la puerta del cielo, que por la misericordia de Dios y a través de mí ha sido abierta con las llaves del Espíritu Santo.

Hijos míos, alégrense, porque yo soy la Reina del cielo y de la tierra, y mis tesoros son para enriquecerlos a ustedes, mis hijos predilectos, los que han sido llamados y elegidos para ser Cristos, para compartir estos tesoros con todas las naciones, y convertir sus corazones, para que crean en mi Hijo, que es el único Hijo de Dios, que vino para salvarlos y reunirlos en un solo pueblo santo de Dios, y que vendrá para hacer justicia, porque Él, que es Dios guerrero y Rey de los ejércitos, ha ganado para Él un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, para lo que ha constituido a sus amigos como fieles soldados de su ejército, para santificar, enseñar y gobernar.

Y llamó a los que Él quiso. Instituyó doce para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios. Eligió a uno como roca para edificar su Iglesia, y le dio las llaves del Reino de los cielos, para que lo que Él ate en la tierra quede atado en el cielo, y lo que Él desate en la tierra quede desatado en el cielo.

Yo soy Reina y soy Madre, para encargarme de que mis hijos cumplan los deseos del Rey. Pero algunos soldados han desobedecido, y el ejército se ha dispersado. Algunos de mis hijos predilectos se han debilitado, han descuidado la fe y han quedado a merced del enemigo. Yo escucho los ruegos de las almas que piden por ellos e intercedo para que reciban el amor y la misericordia de Dios, para que sean fortalecidos por el Espíritu Santo, que siempre está conmigo, para que crean en Cristo, para que obren las obras de Cristo, para que ellos, que son mediadores en Cristo, continúen su obra redentora y salvadora, para dar honor y gloria a mi Hijo, que es Hijo de hombre, Hijo único de Dios, que es el mismo ayer, hoy y siempre, el Cordero de Dios, el Verbo encarnado, el fruto bendito de mi vientre, el Cristo muerto y resucitado, el Rey de reyes y Señor de señores, el que nació, vivió, murió y resucitó en medio del mundo, para la salvación de los hombres, el mismo que volverá con todo su poder a juzgar a los vivos y a los muertos, y el Niño que está sentado en este trono a la derecha de Dios Padre, por los siglos de los siglos.

Mi deseo como Reina es la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes, hijos predilectos, llamados para reunir con cetro de hierro a todas las naciones en un solo pueblo Santo de Dios. Yo ruego por los que no entran por la puerta, porque la puerta es angosta y no caben, pero tampoco dejan entrar a los demás. Me duele la hipocresía, la desobediencia, la insensatez, la tibieza, la infidelidad. Ojalá fueran como niños, para que se dejen corregir y abrazar, porque es así como yo veo a mis hijos, como niños que yo misma debo educar, con mi amor y ternura, con paciencia, pero con prontitud y firmeza, porque yo soy Madre.

Yo quiero corregir con el amor, que es la Palabra de Dios, a mis pastores que han errado el camino, para que regresen, para que se reconcilien con mi Hijo, para que conozcan la verdad, para que vuelvan al amor primero y amen a Dios por sobre todas las cosas, y para que, amando a los demás como Jesús los amó, lleven el amor de Dios y su misericordia a todos los hombres del mundo entero a través de su ministerio, y los guíen con su ejemplo en el camino seguro en el que yo los llevo, los conduzco, los acompaño y los mantengo, que es Cristo.

Quiero promover la unidad, para establecer en el mundo la paz, que debe reinar primero en sus propios corazones. Quiero que se promueva la oración por ustedes, mis hijos sacerdotes, para que sean dignos de la vocación a la que han sido llamados. Ustedes han sido llamados para cumplir los deseos de la Reina, y mis deseos son sacerdotes santos, para llenar de almas y de alegría el cielo.

A mí me han coronado con la gloria de Dios en el cielo, y me han hecho Reina de los cielos y de la tierra. De todo lo creado. Mi felicidad es tanta que quiero compartirla, y he suplicado a Dios hacerlos parte conmigo en este Reino que no es mío, es el Reino de Dios, y Él me ha enviado a buscar a cada uno de mis hijos, para que mi felicidad sea completa al hacerlos parte de su gloria.

Porque soy Reina, pero antes de ser Reina fui Madre. Y una madre nunca abandona a sus hijos. Estoy aquí, acompañándolos. He venido a traer el Reino de Dios, porque Él ha venido conmigo. Porque Él es el Rey, y yo soy su Reina. Porque Él es mi Hijo, y he sido unida a Él, y ya no podemos separarnos.

Quiero que me vean a mí para que lo vean a Él.

Quiero que me escuchen a mí, para que lo escuchen a Él.

Quiero que me sigan, para que caminen con Él, porque el camino es uno, y yo lo he caminado de ida y lo he caminado de vuelta, para llevarlos a todos conmigo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida».

¡Muéstrate Madre, María!