16/09/2024

Lc 1, 39-48

SANTA MARÍA DE GUADALUPE - «MUESTRA QUE ERES MADRE»

SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-48

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tu Madre, Santa María de Guadalupe, vino a estas tierras de América para confirmar el mensaje del Evangelio que traían tus misioneros. Fue un alivio para ellos contar con esa cercanía tan especial de la Madre de Dios, quien llegó para animarlos en una tarea que resultaba difícil. Lo que necesitaban en ese momento era una madre que los confortara, y María se mostró madre.

Nosotros, tus sacerdotes, estamos permanentemente en misión, y también necesitamos una madre que nos conforte. Te agradecemos, Jesús, que nos hayas dejado, cuando estabas en la cruz, la compañía de María, en la persona del discípulo amado, uno de tus primeros sacerdotes.

Jesús, ¿cómo debemos cumplir nuestra misión?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdotes de mi pueblo, pastores de mi rebaño, apóstoles del amor: yo los he llamado y los he escogido para ser misioneros de misericordia.

Yo los envío a llevar mi Palabra y mi misericordia a todos los rincones del mundo.

Yo los envío a llevar luz en medio de la oscuridad.

Yo los envío a llevar mi alegría y mi paz.

Es su misión que me conozcan.

Es su misión que me amen.

Es su misión que las almas que atrae el Padre lleguen a mí.

Cumplan con su misión, pero vengan ustedes primero; reúnanse con mi Madre, que es Madre de Misericordia, para que reciban las gracias, para que sean unidos en un solo cuerpo, en un mismo espíritu, por mi cuerpo y por mi sangre, configurados conmigo, en mi humanidad y en mi divinidad, como Cristos en el sacrificio del Cordero.

Es su misión ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Es su misión continuar la misión para la que yo vine al mundo, como Dios y como hombre, nacido de vientre de mujer pura y virgen, muerto en manos de los hombres, para rescatar a los hombres, resucitado y elevado al cielo, sentado a la derecha del Padre, de donde vendré con todo mi poder y majestad a buscar lo que vine a rescatar y les he encomendado, para que todos, los que por mi sacrificio son hijos, reconozcan la misericordia y la bondad del Padre, de quien son herederos en el Reino de los Cielos».

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Virgen de Guadalupe: «¿quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme?».

Los pueblos de América se identifican con santa Isabel, haciéndote esa misma pregunta, y yo, sacerdote, me identifico con san Juan Diego, tu hijo el más pequeño.

Reconozco, Madre, que, en momentos de dificultad, me vienen a la mente aquellas palabras tuyas en el Tepeyac: “¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?”. Qué seguridad y qué descanso me da contar con una Madre tan buena, que viene a buscarme, precisamente para mostrarse Madre.

María de Guadalupe se podría traducir como “el santo cauce del río que porta el Agua viva y la Luz verdadera”. Tú no eres el Agua, sino quien conduce el Agua; no eres la Luz, sino quien ilumina mediante la Luz. Tu Hijo Jesús es la Luz y el Agua viva.

Bajo tu manto nos acogemos. Todos te necesitamos mucho. ¡Muestra que eres Madre con tus hijos predilectos, tus hijos sacerdotes!

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe. En México está mi casita, y este es un pueblo fiel.

Yo he venido con prontitud a traerles mi auxilio de Madre a mis hijos que vienen de todas partes del mundo a implorar mi socorro y mi protección. Y no he hecho nada igual con ninguna otra nación.

Es desde aquí que yo quiero mostrarme Madre, para que nazca la luz para el mundo.

Es desde aquí que yo quiero hacer llegar a mis hijos sacerdotes la misericordia y las gracias que no me saben pedir.

Es en este lugar en donde yo he reunido a las naciones para que sea un solo pueblo con un solo Pastor.

Es aquí a donde todos vienen a verme, porque yo acudí primero. Yo vi la necesidad de mis hijos y vine con prontitud a darles mi auxilio. Muchos vienen, piden, agradecen y se van.

Si yo he venido a auxiliar y a consolar a mis hijos, con más razón los auxiliaré a ustedes, que son mis hijos predilectos.

Hijos míos, confíen en mí.

¿De qué se preocupan? ¿No estoy yo aquí que soy su Madre?

Sean hijos, porque yo soy Madre.

Yo soy Madre de Misericordia, y en mi seno llevo la luz. Pero los ojos de ustedes están ciegos: reciban la Luz.

Yo soy Madre del Verbo encarnado, que es la Palabra de Dios. Pero sus oídos están sordos: reciban la Palabra.

Yo soy Madre del Amor. Pero sus corazones están cerrados: reciban el Amor.

Conozcan a Cristo.

Para que amen a Cristo.

Para que se entreguen a Cristo.

Para que sean ofrenda con Cristo.

Para que se configuren con Cristo.

Para que sean uno en Cristo.

Para que lleven a Cristo a donde ustedes vayan.

Para que con su luz ilumine todos los rincones del mundo.

Para que todos los hombres conozcan a Cristo y amen a Cristo.

Para que los guíen a la luz en medio de las tinieblas.

Para que les muestren el camino que es la verdad y es la vida.

Para que los unan en una misma fe, en una sola Iglesia, y con ellos construyan el Reino de los Cielos.

Ustedes son pilares de construcción y Cristo es la piedra angular.

Quiero despertar en ustedes mi amor por las almas; ese es mi deseo: el pueblo santo de Dios.

Dios, que es amor, es Padre y es Madre, y es Hijo y es Espíritu, y ha sido su voluntad que yo sea Madre del Hijo por el Espíritu, para derramar su misericordia sobre el mundo, para salvar a todos los hombres.

Y la Luz ha sido engendrada en mi vientre, para iluminar a los hombres, para encender sus corazones en el fuego de su amor, haciéndolos hijos en el Hijo, haciéndome Madre de los hijos por el Hijo, para recuperar a cada uno, para que cada hijo encuentre el camino de vuelta a casa, al abrazo seguro del Padre.

Y haciéndome Madre de todos los hombres, fui llevada al cielo, para hacerme Reina del cielo y de la tierra, para que, como Madre, regrese a la tierra a buscar a mis hijos, para mostrarles el camino.

Y he venido a este pueblo, en donde me han recibido, porque es un pueblo de fe, y muchos vienen a mí, pero caminan como ovejas sin pastor, y no saben lo que hacen.

Yo soy Madre que se queda, que abraza, que acoge, que protege, que lleva al encuentro con el Hijo.

Pero es por voluntad del Padre, por su infinita misericordia, que sean mis hijos, los más pequeños, los sacerdotes del pueblo santo de Dios, los que guíen al pueblo, los que lleven la Luz para iluminar al pueblo, los que lleven a Cristo al mundo, para que el mundo sea atraído a Cristo, porque nadie va al Hijo si no lo atrae el Padre y nadie va al Padre si no es por el Hijo.

Y es el Hijo el que los une a mi corazón de Madre, por su Sagrado Corazón expuesto en la cruz, en donde se derrama el amor en misericordia.

Yo permanezco como Madre, al pie de la cruz, a los pies de Jesús crucificado, en donde Él mismo recibió mi consuelo y fortaleza de madre, para resistir, para soportar, para perseverar en sus sufrimientos, y en su entrega como hombre y Dios.

Y es Él quien me hizo Madre de todos los hombres, desde donde conduzco las gracias para unirlos al Sagrado Corazón de Jesús, porque el Espíritu Santo está conmigo.

Reúnanse, hijos míos sacerdotes, en torno a mí.

Para que los lleve al encuentro con el Amor, fruto bendito de mi vientre.

Para que renuncien a sí mismos, y Él los una a su corazón ardiente.

Para que en esa unión los una conmigo para siempre.

Para que sean hijos, para que me dejen ser madre, y los consuele y los fortalezca.

Para que tomen su cruz.

Para que perseveren en la cruz.

Para que se entreguen, y en esa entrega sigan a Jesús.

Para que sean misioneros y, cumpliendo su misión, lo lleven a todos los rincones del mundo, por medio de obras de misericordia.

Para que lo conozcan, para que lo amen, para que crean en Él y tengan vida eterna, porque todo el que crea en Él vivirá para siempre.

Para que todo el que crea en Él haga la voluntad del Padre, cumpliendo su ley, amándolo por sobre todas las cosas, amando al prójimo como Cristo los ha amado.

Yo los llamo, hijos míos sacerdotes, para que se reúnan y se entreguen a mí como un ramo de rosas; que sean hijos y me acepten como Madre, para que sean plasmados en mi corazón de madre, para llevarles mi auxilio, para entregarles el amor, para que en ese amor reciban la luz, para que lleven la luz de Cristo a todos los hombres del mundo.

Que la Palabra de Dios, que es la luz que brilla en mi vientre, Verbo encarnado, nazca en cada uno de ustedes, y sean la sal de la tierra y la luz del mundo, para que lleven la paz a todos los hombres de buena voluntad.

Son los sacerdotes los que alimentan, los que sacian, los que visten, los que acogen, los que liberan, los que sanan, los que bendicen, los que enseñan, los que corrigen, los que perdonan, los que oran, los que consuelan, los que sufren con paciencia, los que dan consuelo.

Son los sacerdotes los que guían y conducen al pueblo, los que conquistan con el ejemplo viviendo en la virtud, los que reúnen, los que construyen, los que edifican, los que salvan.

Son los sacerdotes los que alimentan al pueblo con la Palabra y con la Carne y la Sangre del Cordero.

Son los sacerdotes los que ofrecen el vino y el pan en el altar, para unirse en el sacrificio del Cordero, convirtiendo el vino en la Sangre y el pan en la Carne del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, haciéndolo en memoria suya, haciéndose con Él Eucaristía.

Yo los llamo para que se entreguen en el sacrificio del Cordero, para que sean luz y lleven la luz al mundo, por medio del Cordero, porque, sin sacerdotes, no hay alimento para saciar, para conducir, para salvar.

Es a través de ustedes que llegará la luz de mi vientre desde este rincón de la tierra, al mundo entero, desde donde anuncio la victoria de mi Inmaculado Corazón, pisando la cabeza de la serpiente, mientras ella intenta morder mi talón.

¡Muéstrate Madre, María!

 

VII, n. 22 VER A LA MADRE ES VER AL HIJO – HONRAR EL NOMBRE DE MARÍA

FIESTA DEL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-48

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: yo te agradezco haberme dejado a tu Madre como madre mía. Me siento muy amado por ella, y muy protegido, como hace una buena madre con todos sus hijos.

Me gusta mucho pronunciar su nombre, su santísimo nombre, y contemplar su rostro de Madre, plasmado en tantas imágenes que el amor de tantos hijos, durante siglos, ha representado, además del rostro bendito de Santa María de Guadalupe, que no fue obra de pinceles humanos, sino del arte del mismo Dios.

Jesús, yo quiero venerar su nombre, ayúdame a saber contemplar su rostro.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: contempla el rostro de mi Madre. Su nombre es María.

 Mira que es hermosa, como las rosas, y fuerte como metal precioso. Suave como el perfume de las flores, y pura como el oro acrisolado. Sin mancha, sin impureza, porque fue inmaculada desde su concepción, y nunca conoció pecado.

Mira que su belleza exterior refleja su pureza interior.

Mira su humildad, que empequeñece su humanidad y es alabada por Dios.

Mira su generosidad y entrega, para proteger y cuidar, para acompañar y mostrarse Madre.

Contempla la misericordia, el amor, la generosidad, la humildad, la compasión, la compañía, y contempla mi rostro, contemplando el rostro de mi Madre.

Ver a la Madre es ver al Hijo.

Reconocer a la Madre es reconocer al Hijo.

Conocer a la Madre es conocer al Hijo.

Amar a la Madre es amar al Hijo.

Creer en la Madre es creer en el Hijo.

Y creer en el Hijo es conocer la verdad.

La voluntad del Padre es que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el último día.

El que ve a la Madre ve al Hijo, porque el rostro de la Madre refleja el amor del Hijo.

No se puede creer en la Madre y no en el Hijo. Por eso la Madre siempre los lleva al Hijo.

Yo les pido a ustedes, mis amigos, que no me abstengan de la compañía de mi Madre, que dejen que ella me acompañe, porque yo quiero para ustedes lo mismo que tuve yo, y yo quiero en cada uno de ustedes ser el mismo Cristo, hombre y Dios, necesitado del cariño, de la protección y de la compañía de mi Madre.

Que cuando me busquen contemplen su rostro, para que me encuentren. Porque ella siempre los lleva a mí.

Que me dejen contemplar el rostro de mi Madre con sus ojos de niño. Porque quien contempla el rostro de mi Madre contempla la misericordia de Dios.

Yo quiero que mis sacerdotes nunca estén solos, que sientan la presencia materna de mi Madre que siempre me acompaña.

Sacerdote mío: aquí tienes a tu Madre, que es mi Madre. Su nombre es María».

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Madre mía: yo contemplo tu rostro, el rostro más hermoso de mujer, que sobrepasa la belleza de los ángeles, porque expresa la inmaculada pureza de tu corazón.

Tienes la mirada limpia, que refleja la verdad, y tus ojos son como estrellas que iluminan la noche.

Mejillas tersas y suaves como los pétalos de una rosa.

Labios de ternura, que besan, y son como brasas encendidas en el fuego de tu amor de Madre.

Tu vestido es rosa, y tu manto entre verde y azul, plasmado de estrellas que brillan como relámpagos de luz. Tanto, que parece que de tu cuerpo emanan rayos tan fuertes como el Sol, fruto bendito de tu vientre.

Tienes en tus manos un Rosario, y ese Rosario tiene una cruz. Las cuentas son rosas rojas, que impregnan todo con su fragancia. La cruz es de oro puro, acrisolada al fuego. En la cruz está la imagen de Jesús crucificado y muerto. Tú ves la cruz, y tus ojos reflejan la fusión de tu amor de Madre y el amor de Jesús.

Y digo “María”, que es decir: “Jesús, te amo”.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: el nombre de la Virgen es María. El mismo Dios, que me creó pura e inmaculada, sin pecado concebida, María me llamo. Toda yo soy suya, desde siempre y para siempre. Hasta mi nombre Él lo eligió. Pensada para ser Madre de su Hijo me tenía, desde antes de que yo fuera concebida.

María es mi nombre, el nombre de la esclava del Señor.

Mi nombre es santo, porque santa es la Madre de Dios. Santidad que se alcanza cuando un alma alcanza la perfección. La perfección de un alma, hijos míos, es el verdadero y puro amor. Yo he amado, amo y amaré para siempre, con perfecto amor de Dios.

Por ese perfecto amor sufre mi corazón, que ama tanto a los ingratos enemigos de mi Hijo Jesucristo, como si fueran amigos. Con ese mismo amor de Madre los he amado, los amo y los amaré yo.

A aquellos que lo traicionaron, los que lo traicionan, y los que lo traicionarán, los amo.

A aquellos que lo despreciaron, que me despreciaron, que lo desprecian, que me desprecian, que lo despreciarán y me despreciarán, los amo.

A aquellos que lo calumniaron, que lo juzgaron injustamente, que lo flagelaron, torturaron, de Él se burlaron y lo crucificaron para darle muerte; a los que siguen cometiendo el mismo pecado, y los que lo harán, los amo.

A los que no creyeron en Él, los que no creen en Él, los que no creerán en Él, los amo.

Y ese amor desgarra mi alma, hiere mi corazón, porque los amo.

Son mis hijos también. Él me los dio para amarlos. Y cuando Dios me creó me dio este corazón lleno de amor. Y mientras más pecadores son, más siente compasión por ellos este tierno corazón, porque los amo.

Pongan ustedes el santo nombre de María muy en alto. Díganles a ellos que los llamo porque quiero abrazarlos. Mi Hijo Jesucristo por ellos murió, todo lo soportó, porque los ama tanto, más que yo.

Y yo les pido a ustedes que se dejen acompañar por mí, porque yo soy la Madre del único Dios verdaderísimo, por el que se vive. Y mi Hijo, que es el Hijo del único Dios verdadero, vive en ustedes, y lo representan al hablar, al actuar, al obrar.

Mi Hijo sabe de humildad, y Él, reconociendo las miserias de su humanidad, se dejó acompañar por mí.

Yo les pido a ustedes, mis hijos sacerdotes, que sean humildes, y reconozcan su necesidad de recibir misericordia.

Yo soy Madre, y los quiero acompañar. Y, si no aceptan mi compañía, acéptenla para el Cristo que representan, y que tuvo la humildad de caminar en este mundo bajo la protección y la compañía de su Madre, haciéndose humilde, necesitado, y obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Yo quiero acompañar a mi Hijo en cada uno de ustedes, para cuidar al hombre y acompañar al Cristo.

Y si ustedes no se sienten dignos de dejarse acompañar por una Reina, que sepan que la Reina siempre acompaña al Cristo.

Contemplen mi rostro, y después díganme si aceptan mi compañía».

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CONTEMPLAR TU ROSTRO, MARÍA

María, tu nombre es María.

María, María, María, es decir Estrella de mar, Reina del cielo, Madre de Dios.

María, tu nombre es María y, decir María, es decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es sumergirme en la belleza de la inmaculada pureza de tu corazón, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es contemplar al fruto bendito de tu vientre, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es ver la verdad a través de tus ojos, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es besar el rostro de Dios con tus labios, y escuchar tu voz que dice: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es compartir tu alegría, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es sentir el ímpetu de las olas del mar y la serenidad de la brisa que susurra, y que dice: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es deslumbrar mi alma con la luz de las estrellas, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es memorial de la vida, pasión y muerte de tu Hijo, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es vivir en la esperanza, la confianza y la paz de la resurrección de Cristo a la espera de la vida eterna, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es descubrir el amanecer de la primavera y el atardecer del verano, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es decir Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es bendecir tu nombre entre todas las mujeres, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es bendecir el fruto de tu vientre, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es el encuentro con la misericordia y el amor de Dios, y decir: Jesús, te amo.

Contemplar tu rostro es sentir la seguridad del abrazo de mi Madre, y decir: Jesús, te amo.

María, María, María, es decir: Jesús te amo, te acompaño y te entrego mi vida.

Por eso María, Madre mía, tú siempre me llevas a los brazos de Jesús, porque decir María, es decir: Jesús, te amo.

¡Muéstrate Madre, María!