16/09/2024

Lc 1, 46-56

27. GRANDEZA EN LA PEQUEÑEZ - LA COMPAÑÍA DE LA MADRE

22 DE DICIEMBRE, FERIA MAYOR DE ADVIENTO

Ha hecho en mí cosas el que todo lo puede.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 46-56

En aquel tiempo, dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, por que ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.

Él hace sentir el poder de su brazo: dispersa a los de corazón altanero, destrona a los potentados y exalta a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada.

Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: Dios puso sus ojos en la humildad de su esclava. Es un cántico el de nuestra Madre, alabando la grandeza de su pequeñez. Por eso la llamamos bienaventurada todas las generaciones.

¡Cómo cuesta vivir la humildad! El pecado de origen fue de soberbia, no podía ser de otra cosa. Y venimos arrastrando todos los hombres esa herida, con la única excepción de la Virgen Inmaculada.

Quiero aprender de ti, Señor, en esta Navidad. Y también de mi Madre, para no dejarme llevar por mis intereses y caprichos personales, sino solo pensar en darte gloria y servir a las almas con mi ministerio, que me hace Cristo; y no solo en la cruz, sino también en el pesebre: ¡enséñame!

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: contempla el poder de Dios que hace obras grandes por una mujer sencilla, de corazón humilde y puro, que creyó, y por su fe dijo sí, aceptando que se hiciera en ella la Palabra de Dios. Yo soy la Palabra.

Contempla la obra redentora de su amor, la obra en la que expresa su grandeza, derramando al mundo su misericordia de generación en generación, desde ese vientre de mujer virgen, en el que fue engendrado el amor.

Contempla la lógica de Dios, que rebasa el entendimiento de los hombres y su razonamiento, que hace parecer irracional, ilógica, incomprensible, esa voluntad, que sobrepasa los límites de la inteligencia y raciocinio de los hombres. Locura divina, que no queda más que aceptar, sin entender, sin preguntar.

Voluntad en la que dispersa a los soberbios de corazón, derribando del trono a los poderosos, para enaltecer a los débiles y humildes, confundiendo a los sabios y a los fuertes, a fin de que el que se gloríe se gloríe en el Señor.

A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos. Los hambrientos son los corazones contritos y humillados, vacíos del mundo para ser llenados por las riquezas de Dios. Los ricos son los corazones llenos de las riquezas del mundo, en donde no hay cabida para la grandeza de Dios.

Este es el auxilio que da a su pueblo, esta es su misericordia.

Contempla a María, instrumento fiel y puro, que contiene la gracia y la misericordia de Dios en su vientre, para entregar al mundo su amor conducido por la luz.

Contempla a José, instrumento fiel y virtuoso, que protege y fortalece en la fe, en la confianza y en la esperanza, al instrumento portador de la luz para el mundo, en la que es realizada la obra de sabiduría y de justicia salvífica y redentora de Dios, de una sola vez y para siempre.

Pastores de mi pueblo: a ustedes les es mostrada la grandeza del Señor, en la pequeñez y en la humildad de su esclava.

A ustedes se les ha llamado a la pobreza y humildad, para que vean grandes cosas, para que acepten la voluntad de Dios y su sabiduría en medio de su ignorancia.

A ustedes se les ha invitado a adorar al Niño, recibiéndolo en el pesebre de sus corazones.

A ustedes se les ha confiado la verdad, para que sean la luz para el mundo.

A ustedes se les ha pedido preparar el camino, y se les ha dado la piedra angular, para que construyan mi Reino en la tierra, para que, cuando yo vuelva, mi techo no sea piedra, sino el cielo, mi altar no sea pesebre, sino trono, y mi hogar no sea una gruta, sino los corazones contritos y humillados de los hombres, alimentados con mi presencia eucarística, y enriquecidos con los tesoros del cielo.

Son ustedes, mis pastores, llamados a ser los primeros adoradores de mi Cuerpo y de mi Sangre, de la fracción de pan, que ustedes convierten, con mi poder, para que el Verbo se haga carne y habite entre los hombres.

Ustedes están llamados para ser colmados en la fe, en la esperanza y en la caridad de Cristo, para conducir la fe en obras de misericordia, para que otros crean; la esperanza en confianza, para que otros obedezcan a mi voluntad; y la caridad en muestras de amor a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como yo los he amado, hasta dar la vida para salvarlos.

Ustedes están llamados a permanecer en oración, para que, cuando yo vuelva, encuentre las lámparas encendidas y los corazones dispuestos.

Permanezcan, pastores míos, adorando en Belén, siendo ejemplo para el mundo, aceptando sin entender, obedeciendo sin raciocinio, abandonándose sin límite, procurando la virtud, limpiando la casa, preservando la pureza, proclamando la grandeza del Señor, construyendo el Reino de Dios en el mundo, y un trono digno dentro de sus corazones, abriendo sus ojos y sus oídos a las señales, entregados con fervor a sus ministerios, amando como yo, hasta el extremo, conduciendo a mi pueblo hacia la luz, reunidos en torno a mi Madre, esperando mi venida, agradeciendo, alabando y glorificando a Dios, que, con su poder y en su grandeza, se ha hecho al hombre y a su pequeñez, para engrandecerlos a todos».

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Madre nuestra: te salió del alma ese cántico de acción de gracias, exultando después del saludo de Isabel, quien alabó tu maternidad divina.

Tiene tanta riqueza el Magnificat que quisiera que tú misma me lo expliques, y también que me ayudes a prepararme muy bien a la ya muy próxima Navidad. Que mi alma tenga también tus sentimientos de alegría y agradecimiento a Dios.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: proclama mi alma la grandeza del Señor, porque soy testigo de su misericordia, que es más grande que su justicia, que es infinita y llega a todos los rincones de la tierra.

Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Porque se ha dignado mirar mi humildad, penetrando su Palabra hasta la profundidad de mis entrañas.

Por eso desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el que es Todopoderoso ha hecho grandes obras por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a todos los que lo siguen, de generación en generación.

Él envía a su único Hijo al mundo para redimir a los hombres de todas las generaciones, desde un principio y hasta el fin del mundo, porque su sacrificio es uno, es único y es eterno.

Porque si por un hombre vino la muerte al mundo, también por un hombre viene la resurrección de los muertos, y del mismo modo que por Adán murieron todos, así también todos revivirán en Cristo.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Yo doy gracias y alabo a mi Señor porque él oculta estas cosas a los sabios y poderosos y las revela a los pequeños y sencillos. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Yo soy Madre de misericordia, y auxilio de los cristianos.

Hijos míos: no son sus obras ni su fe, no son ustedes, no son sus méritos ni sus palabras, son los designios de Dios, que, porque así lo ha querido, se ha dignado mirar su humillación y su pequeñez, y ha elegido sus corazones para entregar sus tesoros.

Acepten la voluntad de Dios, y en esa voluntad acompáñenme, ¡y vamos a Belén! Contemplen conmigo el misterio del Hijo de Dios, el Verbo engendrado por obra del Espíritu Santo, la Palabra encarnada que va a nacer, para dar testimonio de la verdad, porque Él es la Verdad, para mostrar el camino al cielo, porque Él es el camino, para darle vida al mundo, porque Él es la Vida, y es por Él que se hacen nuevas todas las cosas.

Yo les pido que me acompañen, como lo hace José, para que custodien los tesoros de Dios, para que los administren bien y los compartan con sabiduría, para que enriquezcan los corazones de todos mis hijos, para que den testimonio de la verdad, para que sean camino y sean guía, para que lleven al mundo la vida que mi Hijo, a través de su nacimiento, pasión, muerte y resurrección ha confiado en sus manos, para que el mundo crea que Dios lo ha enviado, y no perezcan, sino que tengan vida eterna.

Yo les pido que me acompañen, porque en este mundo todos están muy ocupados en las cosas del César y nadie se ocupa en las cosas de Dios. Yo llevo la luz en mi vientre y la he traído en medio de la gente, pero nadie se da cuenta.

La Palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo está, el mundo fue hecho por ella, que vino al mundo, pero en el mundo hay mucho ruido y mucha indiferencia.

Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. Los suyos están acomodados en los palacios de la tibieza y la resignación, alimentándose de soberbia y de pecado. Entonces Dios, que busca ser aceptado, ser amado, ser recibido, se manifiesta en la pobreza y en la humillación.

Hijos míos: esta es la esperanza del pueblo de Dios: un niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre, bajo el techo de una gruta, protegido por la pureza y la virtud de un hombre y una mujer que creyeron y confiaron, y aceptaron la voluntad de Dios, obedeciendo su Palabra para que obrara grandes cosas, para exponer la luz salvadora al mundo en manos de los hombres impíos y duros de corazón, para ser inmolado como sacrificio santo en una cruz y recostado en un sepulcro, para resucitar venciendo a la muerte, dando vida al mundo.

Ese es el Niño que llevo en mi vientre inmaculado, fruto bendito que traerá el auxilio por la misericordia de Dios a todos los hombres del mundo, para llevar a los hombres a Dios.

Ustedes que custodian la verdad, sean portadores de luz en esa verdad, sean portadores de alimento en esa Palabra, sean portadores de vida en los Sacramentos, para que sean parte de la obra redentora de Dios, de su sacrificio salvífico, y de la grandeza de su gloria.

Permanezcan conmigo en oración continua, esperando la llegada del Único Hijo de Dios, que por una mujer vino al mundo para hacerse hombre entre los hombres, haciéndola bendita entre todas las mujeres, haciéndola Madre para reunirlos a todos a la espera del fruto bendito de su vientre.

Permanezcan unidos y perseveren en la santidad, poniendo su fe en obras, para que, ustedes, que son los elegidos, los pobres, los humildes, reciban y custodien al único que es tres veces Santo.

Yo soy María, la esclava del Señor, la Madre de Dios y Madre de todos los hombres, la que es llena del Espíritu Santo, la que reúne a los hijos en el auxilio de Dios, para recordarle su misericordia, para preparar el trono del Señor, para cuando Él vuelva».

¡Muéstrate Madre, María!

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