28. LABRADORES DE LA TIERRA - ENVIADOS Y ACOMPAÑADOS DE MARÍA
23 DE DICIEMBRE, FERIA MAYOR DE ADVIENTO
Nacimiento de Juan el Bautista.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 57-66
Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: “No. Su nombre será Juan”. Ellos le decían: “Pero si ninguno de tus parientes se llama así”.
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos, y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: “¿Qué va a ser de este niño?”. Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: al sacerdote Zacarías “se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios”.
Quiero pensar que eso se podría aplicar a un pecador que “se confiesa, recibe la absolución y, con esa ayuda, lucha por cumplir su propósito de enmienda”.
Pero también se puede aplicar al ministerio sacerdotal, cuando “me convierto, recibo tu gracia y transmito tu Palabra”. Eso me pides: que sea misionero de misericordia, portador de tu amor a muchas almas, sembrador de tu Palabra.
Jesús ¿qué debo hacer para que “se me suelte la lengua”, para ser un buen misionero?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo he enviado a algunos antes que yo, para que anuncien mi venida, para que preparen la tierra para la vida.
Ustedes son los responsables de que la semilla que ha sido plantada germine.
Ustedes son los que trabajan y preparan la tierra, y conducen el agua viva de mi manantial de misericordia a todos los rincones de la tierra. Estoy vestido de sangre derramada para el perdón de los pecados y la redención del mundo, por la justificación que les ha sido merecida por mi cruz; y de agua viva, gracia santificante, para la vida eterna. Estoy vestido de misericordia.
Ustedes son los conductores de esta misericordia, que es infinita, y que ya ha sido derramada de una vez y para siempre.
Ustedes son los que anuncian el Reino de los Cielos.
Ustedes son los constructores de mi Reino.
Ustedes son los que preparan los caminos de paz, para que, cuando yo vuelva, encuentre a mi pueblo reunido, como la ofrenda de fruta madura de mi siembra.
Ustedes son Elías y son Juan, anunciando la venida del Hijo del hombre, preparando el trono en la tierra para el Hijo de Dios, anunciando el nacimiento del amor en cada corazón, el Verbo encarnado que es la luz para el mundo, el camino, la verdad y la vida, que nace de la eternidad para morir y dar vida al mundo para la eternidad, que sube al cielo para quedarse en presencia viva, cada vez que ustedes anuncian la venida del Hijo de Dios, que se hace presente en la Eucaristía.
Pero la mies es mucha y los obreros pocos.
Oren para que el Padre envíe más obreros a su mies.
Oren para que los obreros permanezcan en su labor.
Oren para que los obreros que permanecen perseveren en la fidelidad y en cumplimiento de sus deberes, para que, cuando yo vuelva, toda la tierra haya sido trabajada, sembrada, labrada, y el agua viva de mi manantial de misericordia haya dado vida a la semilla plantada en cada corazón, para recoger el fruto de mi misericordia.
Ustedes son instrumento de mi amor, para llevar al mundo la Buena Nueva, porque mi misericordia ha sido derramada primero para ustedes, para que por ustedes llegue a todos los rincones del mundo.
Pero si ustedes no la reciben, y si los que la reciben no la entregan, y si los que la entregan no la llevan a todos los rincones de la tierra, la siembra no sirve para nada, no hay fruto, no hay cosecha, no hay ofrenda.
Que sea su oración, y la de muchos, una súplica constante al Padre, para que la tierra sea bien labrada, la semilla plantada sobre tierra fértil, y la misericordia conducida, para que la vida, que es la semilla, germine y dé buen fruto, para que el fruto sea ofrenda a Dios, para la vida eterna.
Los obreros son labradores. Los labradores son ustedes, mis sacerdotes. La semilla es la Palabra. La Palabra soy yo.
Sacerdotes de mi pueblo, labradores de la tierra, sembradores de la Palabra: sean misioneros de misericordia, para que cosechen buen fruto.
Sean portadores de mi amor, anunciando al mundo mi llegada, la buena nueva de la salvación.
Como mi Padre ha enviado a los profetas, como envió a Elías, como envió a Juan, a anunciar y a preparar al pueblo para mi llegada, así los envío yo a ustedes, antes que yo: a preparar los corazones, para que sean tierra fértil; a sembrar mi Palabra en tierra buena; a conducir mi misericordia, para que mi Palabra, que es vida, dé fruto para la vida eterna; para que cuando yo venga a llevarme lo que es mío, ustedes puedan entregar buenas cuentas.
Así como a Juan se le anunció el nacimiento del Hijo de Dios, y así como Juan lo recibió y lo anunció como el que bautiza con el Espíritu Santo, así anuncien ustedes mi nacimiento, y el de ustedes por inmersión a la vida, que por la misericordia del Padre han recibido, y lleven la misericordia a todos los rincones de la tierra; lleven fe, esperanza y amor, por medio de los sacramentos: del agua de la vida, de la evangelización, de la reconciliación, de la Eucaristía, que es el alimento para la vida eterna.
Es mi presencia en la Eucaristía continua misericordia.
Preparen la tierra, trabajen la tierra, labren la tierra, conduzcan mi misericordia derramada desde mi cruz, anunciando mi eternidad en mi nacimiento, mi pasión, mi muerte, mi resurrección y mi próxima venida, para que estén todos preparados para la cosecha, porque estoy a la puerta y llamo».
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Madre mía: pienso en esos meses cuando estuviste acompañando a tu prima Isabel. Además de los cuidados y atenciones que tendrías con tu pariente, habrán sido largas las conversaciones sobre las maravillas de Dios.
Todas las madres sueñan con el futuro de sus hijos, pero ustedes dos contaban con las profecías. Ya sabían lo que estaba anunciado para Jesús y para Juan. Y de eso conversaban, meditando sobre lo que decían las Escrituras.
Nosotros, sacerdotes, somos tus hijos predilectos. Y tú, como buena madre, nos llevas en tu corazón de modo especial. Nos cuidas desde el vientre materno y nos acompañas en cada paso que damos.
Madre de los sacerdotes: intercede por las vocaciones, los que están por nacer y por los que ya nacieron.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ¿acaso pueden imaginar la cantidad de emociones distintas que yo sentí, ante el inminente nacimiento de mi Hijo? Solo una mujer lo entendería.
Lo que yo necesité me lo dio José. Me dijo que todo iba a estar bien. Me dio la seguridad que un esposo da cuando una mujer va a traer al mundo su bebé, y siente una angustia terrible, como parte del proceso de alumbramiento natural. El dolor del corazón también son dolores de parto.
Hay una sola cosa que una madre puede pensar en ese momento: ¿qué será de este niño? Y, aunque yo tenía la certeza de Dios, la seguridad divina –porque el Espíritu Santo estaba conmigo–, yo necesitaba junto a mí a un amigo que me diera su mano, que me hiciera sentir su presencia, su compañía, su comprensión, su compasión. Mujer, al fin y al cabo, me hizo Dios. Cuidar a alguien delicada, sencilla, pero con un gran corazón lleno de amor, y con la fuerza divina que da la gracia del que cree que todo lo puede en aquel que lo fortalece.
Aprendan en estos días de José. Mediten en el misterio del nacimiento del Hijo de Dios en la Sagrada Familia. Maravíllense, hijos míos, de la cueva de Belén. Miren, con los ojos del Niño que va a nacer, el cielo, la tierra, el universo, el sol, la luna, las estrellas, el horizonte…, no hay límites para Él.
Hijos míos: a los hijos se les acoge desde el vientre. Yo acojo a tantas vocaciones que Dios envía, como fruto de mi oración.
Yo intercedo para que los obreros que Dios envía nazcan a la luz y sean portadores de luz; para que los obreros, que ya han nacido a la luz del Evangelio, sean portadores de la Palabra anunciando el Reino de los Cielos; para que los que anuncian el Reino de los Cielos sean conducto de la misericordia de Dios, derramada en la cruz de Cristo, para que con obras de misericordia construyan el Reino de Dios, para que cuando el Rey venga con todo su poder, majestad y gloria, el fruto para la ofrenda sea abundante.
Que en esta espera nazca de mi vientre la luz para el mundo, y que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean conductores de la luz, como las estrellas de mi manto que brillan por la luz que emana del fruto de mi vientre, para que sean mensajeros de amor, portadores de paz y misioneros de misericordia.
Yo intercedo por todos los sacerdotes, los que están por nacer y los que ya nacieron, los que están en formación y los ordenados, los que están cerca y los alejados, para que reciban las gracias para preparar la tierra que siembran, para que la tierra sea buena, para que, al alimentar la tierra, y conducir la misericordia, sea un torrente de agua de vida que dé fruto en abundancia, como ofrenda al único Dios verdadero, el que da la vida eterna, el que era, el que es y el que ha de venir».
¡Muéstrate Madre, María!