17/09/2024

Lc 2, 36-40

36. ACOMPAÑADOS DEL AMOR – CON EL ARMA DEL AMOR

30 DE DICIEMBRE, DÍA VI DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño,) se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el santo Evangelio no nos dice más sobre Ana, la profetisa. Pero seguramente tendría una historia muy bonita de amor de Dios, que la llevaba a no apartarse del templo ni de día ni de noche. El Espíritu Santo también le dijo, como a Simeón, que ese bebé en brazos de María sería el Salvador del mundo.

Yo quiero imaginarme lo que podía ver en ese Niño esa mujer profetisa, con las luces recibidas por el Espíritu de Verdad: Ana conoció al Amor cuando lo vio ser recibido por una mujer que dijo sí, hágase en mí. Y lo vio encarnado en un vientre puro en el que brillaba la Luz. Lo vio después recostado en un pesebre, envuelto en pañales, donde brillaba la Luz. Y vio a su madre y a su padre adorarlo, mientras contemplaban la Luz y recibían el Amor. Y vio al Amor llenar los corazones de los que lo adoraban, y con ese amor alabarlo y darle gloria a Dios.

Y vio al Amor caminar por el mundo, iluminando y disipando las tinieblas. Y entregarse en cada Palabra, en cada acto, en cada obra. Y curar enfermos y expulsar demonios, alimentar multitudes y convertir corazones. Y vio al Amor resucitar muertos y consolar llantos, y alegrar a tristes, y enriquecer a pobres. Y vio brillar la Luz para el mundo.

Pero luego lo vio ser rechazado y traicionado, burlado, triturado, golpeado, herido, despreciado, calumniado, escupido, juzgado, condenado, con el rostro desfigurado y el cuerpo crucificado. Y vio al Amor exponer su corazón, y derramar sangre y agua en abundancia. Y vio brillar la Luz, y derramarse para el mundo en misericordia.

Y vio la Luz descansar en un sepulcro para iluminar los infiernos. Y después lo vio volver al mundo para iluminar el mundo. Y vio al Amor entregarse a los hombres, y a los hombres recibir el amor. Y vio la Luz brillar en esos hombres, para iluminar el mundo.

Señor, yo quiero aprender a recibir y a dar amor.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: el amor es don. Recíbeme tú por los que no me reciben, y ámame tú por los que no me aman. Yo quiero llevar mi amor a todos mis amigos.

 Yo soy la Luz del mundo. Yo soy el Amor. El amor es infinito, es piadoso y misericordioso. El amor es paciente y fiel. El amor todo lo perdona, todo lo soporta, todo lo espera.

El amor consiste en cumplir los mandamientos, amándose los unos a los otros. Y en esto se ha manifestado el amor: en que el Padre ha enviado a su único Hijo al mundo para que por Él tengan vida.

Dios es amor. Y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

Yo quiero que todos mis pastores me reciban, porque si no tienen amor, nada tienen. El amor se dona en un dinamismo profundo, puro y divino, en el que hace partícipe al hombre. El amor se dona para ser recibido y a su vez donado, y en ese dar y recibir transforma al ser en amado. Y es el ser amado, que ama, el que da gloria a Dios.

Que reciban y entreguen mi amor en la Palabra, en la Eucaristía, en la oración, en la inocencia de un niño, en el abrazo de una madre, en la belleza de la naturaleza, en una sonrisa fraterna, en el silencio y en la alabanza, en el desierto y en la abundancia, en soledad y en comunidad, en un acto de fe, de esperanza y de caridad, y en cada obra de misericordia.

Sacerdote de mi amor: ábreme tu corazón. Mira que estoy a la puerta y llamo. Déjame entrar, déjame encontrarte. Recíbeme, déjate amar y déjame amarte. No tengas miedo al amor. Que por amar se sufre, pero se goza y se vive en plenitud. El amor duele, pero conforta. El amor llena y sacia.

Yo soy tu pastor. Déjame actuar en ti, para que nada te falte, para que te haga descansar, para conducirte a aguas tranquilas para reparar tus fuerzas, para llevarte por caminos rectos con mi luz, a través de la oscuridad del mundo, en mi seguridad.

Déjame convidarte en mi banquete y ungir tu cabeza con perfume. Déjame llenar tu copa hasta rebosar.

 Y deja que mi amor te acompañe todos los días de tu vida. Entonces ve tú y haz lo mismo con el rebaño que te he encomendado. Y lleva mi luz, y abre sus corazones, para que me dejen entrar. Y lleva mi amor y lleva mi paz.

Enséñales a amar, recibiendo el amor, entregando el amor, amando a Dios por sobre todas las cosas, amándose entre ustedes como yo los he amado. Así como el Padre me envió, también yo te envío. Y si el mundo no te recibe, si te rechaza y te calumnia, si te desprecia y te juzga, si te persiguen y te lastiman, y si el mundo te engaña y la tentación te vence, y el pecado te domina, ven a mí.

Así como el Padre me recibe para enviarme a ustedes de nuevo, así te recibo yo, cada vez, para enviarte de nuevo. Entonces ve y haz tú lo mismo.

Yo me hago presente en cada uno de ustedes, mis sacerdotes, en cuerpo y espíritu, para que, por su donación y entrega, me done yo, y me entregue yo. Esta donación total es poniéndome a su merced, entregando mi confianza total en sus manos, mi cuerpo y mi sangre. Y con ello me entrego todo en el amor, y me hago pequeño y frágil, para alimentar a las almas que ustedes han reunido, y esperar de ellas donación y entrega recíproca, que no siempre es, pero conduce. Ese es el sentido de mi sacrificio en cada oblación: me hago presente, me entrego y me quedo.

Donación y entrega, puesto a su merced. Donación total de mi Padre en mí al hombre, hasta ser nada para serlo todo, para hacer renacer el amor del amor. Entrega total que redime, renueva y vuelve a la vida. Y en ese morir infinito, resurrección eterna, divina misericordia, que con cada alma aumenta y magnifica su gloria.

Yo quiero que crezca en ti esa ansiedad de salvación de almas, que se manifiesta en el amor de mi Madre, y que compartas con ella esta sed».

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Madre nuestra: tú llevabas a Jesús en tus brazos, y Ana vio una entrega mutua de amor correspondido, dinámico, fiel, desinteresado, en confianza y abandono total. Amor que se dona y se recibe en un círculo infinito de gozo, plenitud y eternidad.

Vio también la profetisa al Amor ser entregado hasta el extremo, en presencia viva, en don continuo, en alimento, en gratuidad, en substancia, en presencia, en comunión, en Eucaristía, en eternidad.

Vio al Amor ser entregado como ofrenda a Dios de manos de su madre, y vio el amor de Dios derramar el amor a los hombres en misericordia.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ¿cómo es el amor? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos: el amor es la Palabra, el amor es la Eucaristía, el amor es la Verdad, el Camino y la Luz para el mundo. El amor es comprensivo y misericordioso. El amor siempre perdona y luego olvida. Contemplen, hijos, el amor.

El tesoro más grande de mi corazón es la Eucaristía, que es la manifestación más grande de amor de Dios a los hombres, a través de la resurrección del Hijo, que, a pesar de todo, perdona y regresa, se hace presente, se hace visible, para entregarse al hombre cada vez y para siempre, para hacerse suyo, para que lo hagan suyo, para recuperarlos.

La Eucaristía magnifica la fe, la esperanza y la caridad. Es a través del acto más puro de amor, que es la donación total: encarnación, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, por la que se hace presente al hombre en Cuerpo, en Alma, en Divinidad, amando con todo su corazón, con todo su ser, con todas sus fuerzas, hasta el extremo.

Manifestación del amor del Hijo al Padre, cumpliendo la ley de Dios, amando a Dios por sobre todas las cosas y a los hombres con el amor de Dios.

Él vino a dar plenitud a la ley, y a pedirles que cumplan la ley dando el ejemplo.

Es la Sagrada Familia ejemplo del amor trinitario.

El padre que se entrega, por amor a la madre, a través del servicio al hijo, y por amor al hijo, a través del servicio a la madre.

La madre que se entrega, por amor al padre, a través del servicio al hijo, y por amor al hijo, a través del servicio al padre.

El hijo que se entrega, por amor, como unión, sirviendo al padre y a la madre.

Unión trinitaria de amor a Dios, a través del servicio al prójimo.

Entréguense ustedes como yo, al pie de la cruz, abandonándome a la voluntad de Dios en la aceptación de cada hijo, al servicio de cada hijo, para servir a Dios.

Participen de este amor trinitario para darle gloria a Dios, sirviendo a la Iglesia a través de la misericordia, que es la manifestación del amor trinitario de Dios, por la que el pueblo es unido en un solo cuerpo y en un mismo espíritu.

Que sea el modelo la Sagrada Familia, en donde se manifieste el amor y la misericordia de Dios, a través de la unión de ustedes y los fieles a Dios Padre, por Cristo, con Cristo, en Cristo.

Entréguense en unión trinitaria, amando al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, amando como Cristo los ama, cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios, para que sean ejemplo, permaneciendo conmigo en la fe, en la esperanza y en el amor, en oración y adoración continua a la Sagrada Eucaristía».

¡Muéstrate Madre, María!