15. ALEGRÍA DE JESÚS – EL MISMO CRISTO EN CADA SACERDOTE
DOMINGO DE LA III SEMANA DE ADVIENTO (GAUDETE)
(CICLO A)
¿Qué debemos hacer?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?”. Él contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.
También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?”. Él les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?”. Él les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.
Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más. Poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.
Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: hoy la Iglesia celebra el Domingo “Gaudete”, y nos invita a alegrarnos en medio del Adviento, porque tú ya estás cerca. La liturgia de este día nos invita a pedir a Dios poder alcanzar la dicha que nos trae la salvación y celebrarla con vivísima alegría.
Y seguimos reflexionando sobre la misión de Juan el Bautista, quien nos invita a enderezar el camino del Señor. Él era el precursor, y advierte a los fariseos que tú vienes detrás de él.
Me hace pensar mucho la pregunta que le hacen a Juan: “¿quién eres tú?”. Seguramente la predicación del Bautista, del testigo de la luz, los interpelaba, como quien tiene autoridad, para que cumplieran con su obligación. Querían saber el origen de esa autoridad.
Me hace pensar, porque tú, Jesús, me has dado autoridad para predicar tu Palabra, y con ella convertir los corazones, devolverles la alegría de la salvación. Yo soy otro Cristo.
Cuando se ha perdido la salud espiritual se acude al sacerdote para recuperarla. Y los “muertos” resucitan. He visto a muchos de esos casos, que no solo recuperan la salud de su alma, sino que se llenan de alegría, una alegría que el mundo no puede dar: la verdadera alegría, la de tenerte a ti, la de encontrarte de nuevo.
Quisiera darme más cuenta de ese gran poder que me has dado: ser fuente de alegría. Ayúdame, Jesús. ¿Qué debo hacer?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: tú eres mi alegría.
Permanece en mí, como yo permanezco en ti. Yo te busqué y te encontré. Te muestro el poder de Dios cuando curo tu cuerpo y sano tu alma. He abierto tus ojos y has visto, he abierto tus oídos y has oído. Me has conocido y me has amado. Me has seguido porque has creído en mí, y yo te daré vida, para que vivas conmigo para siempre.
Alégrate, porque has hallado gracia ante Dios, no por tus méritos, sino por tu pequeñez; no por tus obras, sino por tu fe; porque estabas perdido y has sido encontrado; porque estabas enfermo y has sido sanado; porque tenías hambre y has sido saciado.
Alégrate, porque al que mucho ama mucho se le perdona, y yo te llevo en mis brazos.
Alégrate de servir a la que está llena de gracia, porque siendo libre se hizo esclava, para que en su seno fuera engendrada la luz; y tú, siendo libre, alégrate haciéndote esclavo del amor, para que la acompañes a llevar la luz al mundo, compartiendo lo que tienes con los que no tienen, llegando hasta los corazones más pobres, para enriquecerlos con mis tesoros.
Pastores de mi pueblo: yo los llamo a la alegría de mi encuentro.
Y en este encuentro yo los envío a buscar y a traer a mi pueblo santo hasta mí.
Pero ¿cómo puede ser enviado el que no viene a mi encuentro?
Y ¿cómo puede encontrarme el que no me busca?
Y ¿cómo puede buscarme el que no me conoce?
Yo los he llamado, pero muchos son los llamados y pocos los elegidos.
Yo los he elegido para que me conozcan, para que me amen, para que me busquen, para que me encuentren.
Yo soy el Buen Pastor y ustedes son mi rebaño.
Yo los reúno para darles mi paz, y los envío con el Espíritu Santo a buscar, a encontrar y a traer lo que estaba perdido, y yo he venido a encontrar lo que estaba muerto, y por mí ha vuelto a la vida.
Yo los envío a compartir mi alegría, la buena nueva que transmite el Evangelio, a predicar mi Palabra, llevando esperanza, luz y paz.
Muchas son las señales, para que el que quiera ver las reconozca.
Muchos son los signos de mi amor, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga.
Yo los envío a sumergir a mi pueblo en el agua viva de mi amor, para introducirlos en la fuente de la vida, bautizándolos con el Espíritu Santo, lavándolos, purificándolos, haciéndolos dignos, haciéndolos hijos de Dios.
Yo los envío a propagar la alegría que comunica el Evangelio: la misericordia de Dios Padre derramada a los hombres, a través del amor de Dios Hijo, por medio de Dios Espíritu Santo, para llevarlos al encuentro con el amor a cada uno en particular; para unirlos a todos en comunidad, a cada pastor, a cada rebaño, en un solo cuerpo y en un mismo espíritu, del cual yo soy cabeza; para llevarlos a la unión definitiva en el encuentro con el amor.
Yo comparto mi alegría con ustedes, haciéndolos Cristos conmigo, bienaventurados, cabezas de sus rebaños.
Para reunirlos a todos les he dado mi mayor alegría: mi Madre, como madre de todos y de cada uno.
Ella es la fuente de mi alegría, porque en su seno lleva la fuente inagotable de amor, la luz que ilumina al mundo, para encontrar el camino, la verdad y la vida.
Ella es Madre de la gracia y Madre de misericordia. En ella la Palabra es encarnada para nacer al mundo y dar vida.
En ella el Cordero es engendrado, para nacer al mundo y hacerse ofrenda, gratuidad y sacrificio; para morir al mundo, para quedarse, para donarse, para unir, para alimentar, para dar vida, para ser Eucaristía.
En ella se cumple toda profecía, y con ella se cumplirá hasta la última letra de la ley.
Alégrense en su presencia, mantengan sus lámparas encendidas con mi luz, para que su luz brille para los hombres, y sean ustedes la luz del mundo, que ilumine con sus buenas obras, para la gloria del Padre que está en el cielo».
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Madre mía: tú eres causa de nuestra alegría, y la razón es porque me siento protegido por tu corazón de madre, y me siento acompañado por tu intercesión poderosa; porque me basta mirarte para aprender de ti, motivando mi entrega; porque nos trajiste al mundo al Salvador de todos los hombres.
Imagino tu alegría camino a Belén, esperando el nacimiento de Jesús. Imagino a San José, también muy alegre, porque verían sus ojos al Mesías esperado.
Ayúdame a mí a permanecer alegre esperando la venida del Rey, y a compartir esa alegría con muchas almas, llevándoles la luz a sus corazones.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: acompáñame a llevar la alegría del triunfo de mi Inmaculado Corazón al mundo, llevando al mundo la luz del Verbo hecho carne, para que en cada corazón nazca el amor y habite la esperanza, para que sean unidos en una misma fe, esperando en este triunfo la venida del Rey, mientras permanecen en vela con las lámparas encendidas.
Yo quiero a todos los pastores del pueblo santo de Dios en torno a mí, para que sean iluminados con la sabiduría divina, para que sean alimentados con el Pan de la vida, para que sean sumergidos en la esperanza y en la alegría, para que sean fortalecidos y enviados a llevar el amor de Dios a cada rincón del mundo a la luz del Evangelio.
Alégrate conmigo, porque has sido llamado a servir, porque en este llamado acudirán otras almas para unirse conmigo en oración y en sacrificio, para alimentar, para proteger, para consolar, para alentar, para fortalecer, para acompañar y mantener en el camino a los demás pastores del pueblo santo de Dios, que son luz en las tinieblas del mundo, para guiar a todas las almas al encuentro con Cristo.
Acompáñame a compartir la alegría del nacimiento de mi Hijo; del triunfo de mi Hijo, que me ha dado a tantos hijos míos; de la resurrección de mi Hijo, que ha dado vida a mis hijos; del triunfo de mi Inmaculado Corazón y la paz del mundo, a la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre al mundo, como Dios y como hombre, con todo el poder y la gloria, para llevar a su pueblo, por su infinita misericordia, a la Ciudad Santa, en el Reino eterno de los Cielos, en donde todos los justos verán a Dios.
Que esa sea tu alegría. Que yo sea la causa, pero la fuente que siempre sea Cristo. Lleva esa alegría que acabas de recibir, a todas las almas del mundo; comparte la alegría del triunfo de mi Inmaculado Corazón, y la derrota del enemigo, porque lo que siempre triunfa es el amor».
¡Muéstrate Madre, María!