86. PREDICAR Y EXPULSAR DEMONIOS - EL PODER DE DIOS
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Sé que tú eres el Santo de Dios.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: “¡Déjanos!
¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios”.
Pero Jesús le ordenó: “Cállate y sal de ese hombre”. Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: desde el comienzo de tu predicación la gente estaba asombrada de tus enseñanzas, estaban todos cautivados por la fuerza de tu Palabra, reconociendo que predicabas como quien tiene autoridad. Y la autoridad la tenías porque predicabas lo que vivías... y no como los escribas.
Cuando arrojas aquel demonio, con esa fuerza, el asombro es mayor. El mismo demonio lo reconoció: has venido a destruirlo, a acabar con él.
Más adelante les diste a tus discípulos el poder de arrojar demonios. Aquellos setenta y dos discípulos regresaron contentos porque los demonios se sometían en tu nombre.
Es ese mismo poder el que nos has dado a nosotros, tus sacerdotes. Poder de predicar tu Palabra con autoridad, poder de arrojar demonios, de sanar los corazones… de consagrar tu Cuerpo y tu Sangre.
Te pido perdón por las veces que no me he esforzado por vivir lo que predico. Es verdad que todos tenemos defectos, limitaciones, pero tenemos obligación de predicar el Evangelio, de ponerte a ti como modelo, y no a nosotros. Pero también es verdad que debemos luchar por vivir lo que predicamos, por parecernos cada vez más a ti.
Nos has dejado el camino muy bien trazado, y también, por nuestra vocación, nos has dado esa autoridad de poder hablar en tu nombre, nos has dado el poder de administrar tu gracia.
Señor ¿cómo debe ser mi lucha para ejercer bien ese poder, para colaborar bien contigo y ganar la guerra al demonio?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: permanezcan conmigo, y los demonios no podrán hacerles daño.
Yo sufro por las almas que viven cegadas por los demonios que se disfrazan de ángel de luz. Y los engañan y roban los tesoros de los hombres.
Quédense conmigo, por su propia voluntad, y yo los haré míos, y mi Madre los llevará en mí, en ella, como fruto bendito, y estarán protegidos en un solo cuerpo, en un mismo espíritu, dentro de un mismo vientre. Es así como yo los hago hijos, es así como yo la hago Madre. El que se alimenta de mí, permanece en mí y yo en él.
Sacerdotes de mi pueblo: estén listos para la batalla, estén alertas, estén despiertos, estén preparados y revestidos con la armadura del Espíritu Santo. Y nadie podrá vencerlos.
Son los sacramentos su armadura. Mantengan la armadura entera, limpia, brillante.
Es mi Palabra su espada de doble filo. Mantengan la espada afilada.
Es mi Madre su compañía, acepten su auxilio y su mejor arma: el Rosario.
Manténganse en comunión conmigo, por medio de la oración, y pídanme que fortalezca su voluntad, para que puedan resistir a la tentación.
Son los espíritus inmundos los que causan la destrucción, disfrazados de belleza, de poder, de riqueza, de tentación, de mentira.
Siete pecados capitales que destruyen los Templos mejor erigidos de la creación del Padre, destruidos entre los vicios y la ambición que causan falsos placeres y verdadera destrucción.
A ustedes les ha sido dado el poder y la protección de Dios, pero también les ha sido dada la libertad de voluntad. Alimenten su voluntad con mi Cuerpo y con mi Sangre, para que sea fortalecida.
Y cuando la tentación les haga frente, un acto de fe, esperanza y caridad es el mejor golpe para librarse de cometer todo pecado, y liberarlos de toda tentación, porque huyen los demonios al ver a Dios, cuando es mi Padre quien se abaja y se dona por medio del hombre en cada acto de amor.
Permanezcan con el corazón puro cumpliendo los mandamientos, para que permanezcan en mí, como yo permanezco en el Padre. Y es por inclusión que reciben protección en el vientre de mi Madre.
Es por un hombre que vino el pecado al mundo, y es por un hombre que vino la salvación del mundo.
Es por una mujer que el hombre no resistió a la tentación y cometió pecado, y es por una mujer que el hombre será protegido de cometer todo pecado.
Es el Espíritu Santo que los fortalece en su voluntad, para unirla a la voluntad del Padre, para librarlos de toda inmundicia y unirlos a mí, y por mí al Padre.
Amigos míos, no sean ingenuos. El demonio está al acecho. Es como un león hambriento buscando a quien devorar.
Ustedes son mis guerreros, el ejército de Dios, con todos los fieles que a ustedes he encomendado. Provéanlos de armadura para que sepan defenderse, provéanlos de armas para que puedan luchar, enséñenles a estar preparados para la batalla, y sean ejemplo en la virtud y en la castidad, para que sean ustedes luz en la oscuridad; para que ellos encuentren el camino hacia mí, y sus tesoros nunca sean robados.
Protéjanlos y libérenlos de los demonios, con el poder que yo les he dado, para que reconozcan en ustedes al Santo de Dios, ante el cual toda rodilla se dobla. Expulsen a los demonios y liberen a mi pueblo, rompan las cadenas que los atan al mundo, cumplan su promesa y sean dignos de sentarse a mi derecha.
Sepan que los hombres están adorando al becerro de oro, porque no me conocen. Es mi cuerpo el que sigue siendo flagelado con cada falta, con cada pecado.
Son ustedes amigos míos, mis valientes, mis guerreros, mi esperanza».
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Madre mía: sé que el demonio no puede nada contra ti, porque estás pisando todo el tiempo su cabeza.
Ayúdame a estar bien configurado con tu Hijo, para administrar dignamente el poder que he recibido desde el día de mi Ordenación, para saber llevar la misericordia de Dios a los hombres, para poder expulsar demonios.
Ayúdame también a perseverar en la lucha para vencer las tentaciones y ser fortaleza para mis hermanos.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: aquí está mi Hijo, mírenlo.
Él y yo compartimos la misma carne y la misma sangre, porque Él es carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Carne expuesta y desgarrada, en una sola herida: todo su cuerpo es una sola llaga.
Sangre preciosa y bendita, totalmente derramada, entregando la vida para recuperarla de nuevo, dando vida, haciendo nuevas todas las cosas.
Miren sus pies: es la carne de mi Hijo, que caminó por el mundo dejando huella; y es la carne del Cordero, que ahora deja huellas de sangre para quitar los pecados del mundo, para salvar a todo aquel que crea en Él y siga sus huellas.
Él padece. Ustedes compadezcan.
En mi corazón guardo la indiferencia y la incredulidad de los hombres, el desamor y el pecado de los que viendo no quieren ver y oyendo no quieren oír, y guardo el sufrimiento de mi Hijo en este sacrificio único, pero que es constante, hasta que vuelva.
Él los quiere a todos, y les ha mostrado el camino, y les ha dejado el camino marcado con sus huellas en los pies de ustedes, sus siervos, que ha llamado amigos, y los ha ordenado sacerdotes, para darles el poder de predicar con la Palabra y de expulsar demonios, y les ha dado la autoridad para dirigir el rumbo de la humanidad hacia la construcción de su Reino y la unidad de su pueblo.
El cuerpo de mi Hijo ha sido manchado con el pecado de los hombres, y lavado y vestido con la sangre del Cordero. Esta sangre que brota de su corazón se derrama para lavar los pecados del mundo entero. Esta agua es la gracia santificante del Cordero. Porque donde existió el pecado sobreabundó la gracia.
Sangre y agua juntas son la misericordia de Dios, derramada para los hombres del mundo. Alimento y Sacramento en las manos del sacerdote, que con el poder de Dios hace bajar el Pan vivo del cielo, en cuerpo, en presencia, en alma, en divinidad, en sacrificio, en crucifixión, en muerte y en resurrección. Manos que, con la autoridad de Dios, administran al mundo la misericordia por medio de los sacramentos y las obras.
Oremos por cada uno de ustedes, mis Cristos en el mundo.
Oremos para que se configuren con Cristo y sean una sola cosa.
Oremos para que amen a Cristo y se dispongan a ser configurados por Él, con Él, y en Él.
Oremos para que lo conozcan y entonces lo amen.
Oremos para que busquen a Cristo y lo conozcan.
Oremos para que se conviertan, y crean en mi Hijo, y lo busquen.
Oremos para que prediquen, y escuchen, y crean en el Evangelio.
Oremos para que tengan la voluntad de predicar y de escuchar.
Oremos por esa voluntad.
Oremos para que quieran entregar esa voluntad a la voluntad de Dios.
Oremos para que reciban las gracias para querer y para hacer esa voluntad.
Oremos para que se reúnan conmigo para entregarles las gracias que necesitan, porque es el Espíritu Santo quien da la gracia, y siempre está conmigo.
Recuerden que es por mi Hijo la inclusión del hombre en Dios.
Es por los sacramentos que reciben la gracia.
Yo les pido que estén preparados, para que, por mi Hijo, sean incluidos en su cuerpo y en su espíritu, y así yo los proteja en mi vientre, mientras piso la cabeza de la serpiente».
¡Muéstrate Madre, María!