19/09/2024

Lc 21, 1-4

92. DESPRENDIDOS DE TODO – ABANDONO TOTAL

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 1-4

En aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos. Porque estos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: qué contraste tan grande entre los escribas que buscan los primeros puestos en los banquetes y se echan sobre los bienes de las viudas, y aquella pobre viuda que echa en la alcancía todo lo que tenía para vivir.

Ya sé, Señor, que tú solo miras el corazón de las personas, sin importar el monto de lo que entregan, porque del corazón del hombre es de donde salen las intenciones. Y cuando se trata de la entrega de un corazón no te satisfaces compartiendo, lo quieres todo.

Tú no te dejas ganar en generosidad. Es una pena que, sabiéndolo, nos dejemos llevar a veces por el egoísmo y la cicatería. Deberíamos de mirar tu ejemplo.

En la cruz tú te entregaste todo, abandonado en la voluntad del Padre, don absoluto del don absoluto, renuncia total, en una entrega completa de ti mismo, hasta vaciarte, hasta quedarte sin nada, hasta hacerte nada, dándolo todo, hasta la vida, por el bien de otros, ofreciendo lo que más tenías: dolor y sufrimiento, entregando lo que menos tenías: agua, sangre y vida, por el bien de otros. Estabas vestido de sangre.

Debemos de corresponder a tu amor con generosidad. Y lo esperas especialmente del sacerdote. Debemos imitar tu vida. Siendo rico, te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza. Pero son muy atractivas las cosas de la tierra, y nos cuesta desprendernos de ellas. Cuántos ejemplos de almas santas que han sabido desprenderse de todo, y no aprendemos.

Jesús, ¿cómo debe ser el espíritu de desprendimiento y pobreza de un sacerdote?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: renuncia total, entrega total, confianza plena. Contempla a mi Madre, confía en ella y confía en mí.

 Yo quiero tu entrega total, renuncia de ti mismo, vaciándote de todo, de tus miedos, de tus angustias, de tus deseos, de tus anhelos, de tus culpas, de tus faltas, de tus ilusiones, de tus pensamientos, de tus apegos, de tus inquietudes, de tus necesidades, de tus tristezas, de tus alegrías, de tus recuerdos, de tus ansiedades, de tu prisa, de tus falsas seguridades, de tu orgullo, de tu egoísmo, de tu soberbia, de tus ambiciones, de tus comodidades, de tus prisiones y de tu libertad.

Entrégate totalmente, amigo mío, en mí. Que sea mi Madre tu modelo de desprendimiento, de entrega, de abandono y de confianza en la voluntad de mi Padre. Confía en el que es don, y permanece en la fe y en la esperanza de recibir al don, que es providencia, que es saciedad, que es todopoderoso, que es entrega, que es bondad, que es misericordia, que es amor.

Sacerdote mío, sacerdote de mi amor: tú eres mi bien. Yo te envío a hacer el bien, renunciando a todo, hasta a ti mismo; entregando todo, hasta vaciarte de todo, hasta de ti mismo:

  • de tus ataduras al mundo;
  • de tu libertad en el mundo que te aprisiona;
  • de tu voluntad que te condena;
  • de tu ambición que te aleja;
  • de tu egoísmo que frena tu entrega;
  • de la culpa que te consume;
  • de la maldad que te asecha;
  • de la tentación que te engaña;
  • de la tristeza que te envuelve;
  • de tus miedos que me traicionan, hasta hacerte nada, hasta ser nada, hasta abandonarte completamente en las manos de mi Padre, en su bondad, en su benevolencia, en su providencia, en su misericordia y en su amor, para que sea Él quien te transforme, te vacíe de ti, para llenarte de mí.

Amigo mío: la renuncia y la entrega está en ti, y en el querer que sea yo quien viva en ti. Profesa la fe de tu vocación, el don de tu sacerdocio, tu fidelidad y tu confianza en el amor. Y dame todo lo que tienes, pero dame más de lo que no tienes.

Cuando el desierto de tu corazón sea como tierra reseca y tu fe se debilite, dame la fe que te queda.

Cuando tu esperanza se pierda en la turbación, entrégame lo poco que te queda, y confía en mi Palabra.

Cuando sientas tu corazón endurecido y frío, entrégame una obra de caridad y de misericordia.

Cuando la tribulación te confunda, entrégame lo que queda de tu confianza, y entrégame lo que menos tienes, que es lo que más te hace falta, entrégame la escasez de tus dones, por el bien de otros.

Cuando menos puedas orar, entonces ora más.

Y cuando menos puedas trabajar, entonces trabaja más.

Y cuando menos puedas dar, entonces da lo poco que tienes.

Y si te cuesta visitar al enfermo, entonces ve.

Y si te cuesta visitar al preso, entonces ve.

Y si te cuesta alimentar al hambriento, o dar de beber al sediento, o bendecir al difunto, o ayudar al pobre, entonces ve y hazlo.

Y si te cuesta enseñar al que no sabe, o corregir al que se equivoca, o consolar, o sufrir con paciencia, o aconsejar, o perdonar los pecados, entonces hazlo más.

Y si te cuesta impartir los sacramentos, imparte más el que te cuesta más.

Y si te cuesta cumplir tu ministerio, hazlo procurando la perfección, manteniéndote en la virtud.

Pero todo, amigo mío, lo poco que tienes, lo mucho que entregas, hazlo con amor; con ese amor que sí tienes, porque yo vivo en tu corazón. Yo soy el amor.

Renunciar a ti es entregarte todo, haciendo sacrificio, darlo todo hasta que duela, hasta humillarte, hasta quedarte sin nada, necesitado de Dios.

Entonces te llenaré de mí. Esa es tu esperanza.

Y enviaré al Espíritu Santo, que es el don, para que te llene, para el bien de otros.

Entrégate, sacerdote mío, para ser completamente mío, para configurarte conmigo, para morir al mundo conmigo, para resucitar conmigo, para que tengas vida, para que lleves vida, para el bien de otros».

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Madre mía: tú supiste desprenderte hasta de tu propio Hijo para colaborar en la obra de la redención, entregándote a ti misma, por el bien de otros.

Como buena madre, estuviste siempre desprendida de tus cosas, pensando solo en agradar a Dios, sirviendo a los demás.

Pasaste tu vida en la tierra confiando, amando, abandonándote en la providencia del Padre, Dios todopoderoso, bondad, bien, don.

Y pienso ahora en ti, llena de gracia, llena de amor, llena de Dios. Rostro deslumbrante de belleza, mirada transparente, corazón expuesto, ardiente en fuego de amor, habiendo recibido abundantemente el premio merecido a tu generosidad.

Ayúdame a mí a confiar siempre en Dios, buscando solamente los tesoros del cielo, para disfrutar de ellos para siempre, para siempre.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijo mío, sacerdote, ¿qué no estoy yo aquí que soy tu Madre? Confía en mí.

Yo quiero que todos mis hijos sacerdotes pidan el don de Dios del santo abandono, indispensable para cumplir con su misión.

Abandonarse totalmente en Dios significa darle todo, absolutamente todo, sabiendo que todo es de Dios. Abandonar sus deseos, sus ilusiones, su querer, sus inquietudes y sus miedos, sus obras y su fe, sus limitaciones y sus dones, sus frutos y sus carismas, su esperanza y su amor. Entregarle todo hasta que no quede nada, tan solo un soplo de vida. También eso entréguenselo.

El santo abandono significa la confianza en la filiación divina, en la seguridad de que Dios es Padre y es Madre, es Todopoderoso, es Amor, Bondad infinita, Misericordia y Justicia, Dueño y Señor de todo lo creado, Majestad ante quien todos los hombres en su presencia deberían permanecer postrados, y entender que todo lo que tienen, mucho o poco, todo viene de Él. Magnánimo es su poder. Dios es el Bien.

 La renuncia, la entrega, el abandono, está en la confianza en Aquel que te ha amado hasta dar la vida por ti; en Aquel que te ha amado hasta enviar a su único hijo a morir por ti; en Aquel que me ha llenado de gracia, para entregar al mundo a Aquel que, siendo Dios, quiso ser también hombre, para entregarse a los hombres, para salvarte a ti y a todos los hombres, y recuperarte a ti y a todos los hombres, y darte vida eterna a ti y a todos los que creen en Él y en Él ponen su confianza.

Confiar es entregarte, renunciando a ti, abandonándote en la seguridad de Aquel que es el bien, ofreciendo tu entrega por Él, con Él y en Él, para el bien de otros.

Confía en mí, hijo mío, y yo aumentaré tu confianza en Él, para que renuncies totalmente a ti, para que te entregues totalmente a Él, para que, con Él, te abandones en la providencia del Padre que, en unidad con el Hijo y el Espíritu Santo, es un solo Dios todopoderoso, Don verdadero, Bien eterno.

Yo ruego por todos ustedes, mis hijos sacerdotes, para que renuncien a sí mismos, para que se entreguen totalmente en la confianza del único Dios verdadero, para el bien de otros, para el bien de ustedes mismos, para que tomen su cruz y sigan a Cristo, que es Rey, que es Dios, que es el único Salvador».

¡Muéstrate Madre, María!