93. EL TIEMPO DE LA SIEGA – LA SEÑAL TERRIBLE Y PRODIGIOSA DE LA CRUZ
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
No quedará piedra sobre piedra.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 5-11
En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.
Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?”.
Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: se ha hablado mucho de los acontecimientos de los últimos tiempos, de las señales del fin del mundo… Pero tú has dicho que nadie sabe ni el día ni la hora, ni el Hijo, sino solo el Padre.
De modo que no tiene caso pensar que ha llegado el momento cuando aparecen falsos mesías, guerras, revoluciones, terremotos, epidemias y hambre, porque todo eso ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia de la Iglesia, y aquí seguimos.
Lo que debemos tener muy claro es que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que debemos buscar la futura.
No habrá señal más prodigiosa y terrible que la santa cruz; señal de tu victoria y del precio de nuestro rescate; señal suficiente para gloria de los justos y humillación de los injustos.
Aquel día vendrán los ángeles, parados sobre nubes, con la hoz afilada. Y aparecerás tú, como Hijo de hombre. Te imagino con una túnica blanca y sencilla, tus pies descalzos, con una corona de oro, y las llagas en tus manos y tus pies. Vendrás con la majestad de un Rey, la omnipotencia de un Dios y la humildad de un cordero.
Señor ¿cómo esperas tú encontrar a los hombres cuando vuelvas? ¿Cómo debemos prepararnos?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo te pido entrega total, dando la vida, entregando hasta el espíritu.
Nadie sabe ni el día ni la hora, solo el Padre. El Novio les ha sido arrebatado, el Templo ha sido destruido, pero la piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular, y este Templo será reconstruido, y el Novio, que fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono, volverá.
Yo he venido al mundo a rescatar lo que era mío, a buscar lo que estaba perdido, a pagar con mi vida lo que me había sido arrebatado, a darle vida a lo que había sido entregado a la muerte.
Es mi cruz la señal que anuncia mi victoria.
Días vendrán en que habrá señales para anunciar mi venida, y entonces vendré con toda mi majestad a llevarme lo que me pertenece. Estén preparados.
Sacerdotes de mi pueblo: ustedes son constructores, no se dejen engañar. Mi Templo, que ha sido destruido, fue reconstruido a los tres días. He sido coronado como Rey del universo, y estoy sentado a la derecha del Padre, con todo el poder y la gloria.
Ustedes construyen el Reino del Rey del universo, mi Reino. Pero mi Reino no es de este mundo.
Ustedes construyen el Reino de los Cielos, con piedras vivas del mundo. Yo soy la piedra que desecharon los constructores, y ahora soy la piedra angular, para que construyan sobre la roca que yo he dejado para que la construcción sea firme. Unidad de constructores, material de construcción fuerte, con el que edifico mi Iglesia.
Estén preparados para cuando yo vuelva, porque yo he venido al mundo a entregarme de una vez y para siempre, derramando la misericordia de Dios. Pero días vendrán en que verán al Hijo de Dios venir con todo el poder, majestad y gloria, para hacer justicia. Entonces me sentaré en mi trono construido por ustedes, y mis enemigos serán puestos a mis pies.
Con mi brazo dispersaré a los soberbios, derribaré del trono a los poderosos y enalteceré a los humildes.
No se dejen engañar por falsos mesías. Yo soy el Mesías.
No se dejen engañar por falsas señales. Mis señales son del cielo, y son terribles como yo, Dios todopoderoso y eterno, dueño de la vida y de la muerte, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Es para mí todo el poder y la gloria, con el Padre en unión con el Espíritu Santo, un solo Dios verdadero. Vuelvan a la verdad, permanezcan en la verdad, vivan en la verdad con el temor de Dios, por quien todo fue hecho, por quien todo les ha sido dado.
Sacerdotes míos: yo los he enviado a proclamar mi Palabra, a anunciar la verdad, a buscar y a encontrar piedras vivas para la construcción de mi Reino. Esta es su responsabilidad, este es su ministerio, estas son las cuentas que voy a pedir.
¿Qué cuentas me van a entregar?
Quiero un Reino de sacerdotes que sean parte conmigo, que formen un solo cuerpo conmigo, en un mismo espíritu. Cuerpo del cual yo soy cabeza, formando el Templo sagrado de Dios, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.
¡Pero ay de aquel que no quiera ver las señales!, porque todo esto será en su tiempo. Nadie sabe ni el día ni la hora, pero estén en vela, porque no habrá nada nuevo. Todo está escrito ya, pero todo esto sucederá para que se cumpla hasta la última letra.
Amigo mío: todo lo que ves, todo lo que admiras, toda la belleza del mundo, todo fue creado por mí, y todo es para ti, porque te amo.
Te regalo el aire que respiras y las olas del mar.
Te regalo las montañas y el horizonte.
Te regalo la aurora boreal y el arco iris.
Te regalo la lluvia y el rocío.
Te regalo las nubes y el firmamento.
Te regalo la luna, las estrellas y la noche.
Te regalo el sol, el día y la puesta de sol.
Te regalo las praderas y las flores, los árboles, los campos y las aves del cielo.
Te regalo los días de verano y los atardeceres de otoño, el amanecer en primavera y las noches de invierno.
Te regalo, amigo mío, la belleza del mundo entero, porque te amo.
Pero toda la belleza del mundo no es suficiente para demostrarte cuánto te amo.
Y de todo esto que ves y que admiras, no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido.
Yo quiero darte lo más hermoso, lo verdadero, lo eterno.
Yo quiero visitar y quedarme con mi esposa, la Iglesia; cortejarla y demostrarle mi amor, para conquistarla como un novio a una novia, para enamorarla, para hacerla mía, porque soy un Dios y hombre enamorado, que vive completamente loco de amor por ella.
Quiero ser suyo, quiero que sea mía, quiero estar con ella, y quiero traerla a vivir conmigo a mi Paraíso para siempre.
Entonces te doy, amigo mío, el regalo más grande: te doy mi Cuerpo y te doy mi Sangre, te doy mi Alma y mi Divinidad. Me abajo a ti, para que puedas alcanzarme.
Yo tomé la naturaleza de hombre para dar mi vida por ti, para rescatarte de la muerte, para darte la vida eterna, para darte la libertad. Y en esta libertad me hago esclavo de tu voluntad, esperando tu respuesta, tu aceptación a mi propuesta, tu sí, tu fidelidad, tu entrega, tu amor, tu abandono en mí, tu confianza y tu obediencia, todos los días de tu vida.
Yo no solo he entregado mi vida para destruir tu muerte, sino que te he dado vida en mi resurrección, para regalarte mi cielo y la vida eterna en mi Paraíso, uniéndote a mí, haciéndote a mí, uno conmigo, divino. Tan grande es mi amor por ti. Y has llenado de alegría mi cielo cuando tú has dicho sí.
Esto es lo que yo quiero, lo que yo siento, lo que yo espero de cada uno de ustedes, mis amigos, de cada sacerdote y de cada una de las almas que ustedes cuidan para mí. Quiero que me acepten, que me digan sí, porque esta es mi propuesta de amor para cada uno.
Yo compartiré mi Paraíso y llenaré mi cielo con los que crean en mí, en mi amor y en mi propuesta, y digan un constante sí todos los días, y hasta el último día de su vida.
Yo les doy otro regalo: les doy mi Misericordia, derramada desde mi corazón en la cruz. Es mi amor expresado en obras, que hace tangible mi propuesta.
El que escucha mi Palabra y la cumple, ese me conoce, ese cree en mí, ese dice sí, y ese reconocerá las señales, y no será engañado, me abrirá la puerta y yo entraré, y cenaré con él y él conmigo.
Miren que estoy a la puerta y llamo, porque los amo».
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Madre nuestra: la Iglesia nos recuerda la escatología en las lecturas de la misa de estos últimos días del Año Litúrgico. Y nos viene bien para nuestra oración personal, porque Jesús nos insiste en que debemos estar bien preparados para cuando venga a juzgarnos.
Independientemente de cuándo será su segunda venida, todos debemos tener nuestra alma bien dispuesta en todo momento, porque no sabemos cuándo hemos de morir. Y tus hijos sacerdotes debemos sentirnos responsables de llevar muchas almas al cielo.
Todos los días te pido, Madre, que ruegues por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, de modo que me da mucha tranquilidad pensar que tú estarás a nuestro lado cuando llegue ese momento, e intercederás por cada uno.
Y te imagino a ti, el día de la segunda venida de tu Hijo, como una hermosa Reina, con tu vestido blanco y manto azul, y con una corona de doce estrellas sobre tu cabeza. Imaginar esa belleza, que no se puede comparar con nada, sino solo ver y admirar, despierta un sentimiento de felicidad, y un deseo de cielo y de eternidad, un deseo de amar, y de humillarse ante tal majestad, que uno solo desea permanecer contigo para servirte.
Pero tu belleza es solo el reflejo de la majestad de Jesús, que es la belleza plena del Dios por quien se vive, quien nos promete un cielo lleno de amor, si somos fieles.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: correspondan a esta proposición de amor. Pero no lo hagan solos. Yo les enseñaré a hacerlo como lo hago yo: con obras de misericordia, haciendo todo para la gloria de Dios, llevando, con su sí, muchas almas al cielo.
Contemplen la belleza del mundo, compartiendo los regalos de Jesús. Yo quiero que cada uno de ustedes, mis sacerdotes, lleven a Jesús las almas de su rebaño. Yo les aseguro que su recompensa será grande en el cielo.
Hijos míos, el tiempo de la siega está cerca. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre. Los ángeles del Señor están a la espera con la hoz afilada y lista para la siega. Así deben estar ustedes a la espera, como frutos maduros listos para ser cortados, para que corra su sangre como ríos de sangre de mártires de amor que, unida a la sangre de mi Hijo, repare su Sagrado Corazón y calme la cólera de Dios.
Hijos míos, no tenga miedo, Él es el amor. Pero el amor, que se derrama en misericordia, también hará justicia para todos.
Permanezcan conmigo, compartan mi sufrimiento por cada uno que será dejado, por cada uno que será arrojado al fuego. Yo les ayudaré a ustedes a perseverar en su disposición y en su entrega, en esta muerte de cruz, para que tengan vida eterna.
Yo ruego por cada uno de los constructores del Reino de Dios, que son ustedes, mis hijos sacerdotes, para que se mantengan en vela, predicando la Palabra de Dios, construyendo el Reino de los Cielos, para que, cuando Él venga, los encuentre reunidos cumpliendo su misión.
Yo les ayudaré a perseverar y a mantenerse en el Santo Temor de Dios, que el Espíritu Santo les ha dado, en el que se perfeccionan sus virtudes, y su alma alcanza la plenitud de los demás dones, al someterse totalmente a la voluntad divina, poniendo toda su confianza en Dios y no en las criaturas, porque comprenden que el auxilio solo viene del Señor.
Todo trabajador tiene derecho a su salario. Ustedes trabajan para Dios, y su salario es el mío. Es el precio que ha pagado mi Hijo como rescate por muchos, el precio más alto que es su sangre preciosa, por la que mis hijos reciben innumerables gracias para alcanzar la salvación, que Él mismo les ha conseguido.
Por tanto, el trabajo de ustedes será incansable y su remuneración inestimable. Pero hay obreros que no son merecedores de su salario, porque unos están sentados, otros son injustos y cometen injusticias, otros están sucios y siguen ensuciándose. Ustedes permanezcan trabajando conmigo por la conversión de todos mis hijos.
El tiempo está cerca. Perseveren, para que, cuando mi Hijo vuelva, encuentre que los justos siguen practicando la justicia y los santos siguen santificándose, porque Él vendrá pronto y traerá consigo su recompensa, para pagar a cada uno según su trabajo.
Mi Hijo es el templo Santo de Dios, la belleza encarnada, que fue engendrada en mi vientre para nacer, crecer, y desarrollarse, hasta alcanzar la plenitud del ser humano, maduro, íntegro, sano, perfecto. En Él se encierra todo el misterio del amor de Dios por los hombres, porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su único hijo para salvarlo».
¡Muéstrate Madre, María!