94. PERSEVERAR EN LAS PRUEBAS – FIRMES ANTE LA TRIBULACIÓN
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Todos los odiarán a ustedes por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 12-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto ustedes darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: a lo largo de la historia de la Iglesia se han cumplido tus palabras en todos los tiempos y en muchos lugares, con más o menos intensidad. Hoy no faltan esos testigos.
Siempre han sido perseguidos tus discípulos, y eso ha servido para dar testimonio de ti.
Han contado con tu ayuda y han recibido de ti esas palabras sabias que prometiste, que no se pueden contradecir.
Algunos han sufrido también la traición de familiares y amigos, y muchos han muerto por tu causa.
Pero, por haberse mantenido firmes, consiguieron la vida.
Tú nos dejaste el más grande ejemplo de entregar la vida por los demás, con tu sacrificio en la cruz, como un manso cordero. Nosotros, tus sacerdotes, hemos sido llamados también para entregar nuestra vida, y estamos expuestos al mundo, porque estamos configurados contigo, y el discípulo no es más que el Maestro.
Señor, ayúdame para ser un verdadero testigo tuyo, identificándome plenamente contigo, renunciando a mí mismo, tomando mi cruz de cada día y dando mi vida, como tú, para recuperarla de nuevo, como tú.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, dichosos los invitados a la mesa del Señor. El que come mi Carne y bebe mi Sangre vivirá para siempre.
Vacíate de ti, y llénate de mí, alimentándote con mi Cuerpo y con mi Sangre. Entrégate a mí, para que sea yo quien viva en ti.
Yo soy la verdad, y tú eres testigo de mi verdad. Yo te lleno de mí, y te envío a dar testimonio de mi amor.
Sacerdote de mi Reino, sacerdote de Dios: tú me perteneces, eres mío. Yo te he llamado y te he elegido, para que seas súbdito del Rey, soldado del ejército de Dios, discípulo de Jesús, apóstol de Cristo.
Pero yo te he llamado mi amigo, y te he llamado por tu nombre, para dar mi vida por ti, para hacerte mío.
Pero aun siendo mío, mi Padre ha visto a bien mantener en ti tu libertad, que te hace permanecer libre a imagen y semejanza de Dios. Libertad que depende de tu voluntad de permanecer conmigo en esta alianza entre tú y yo, que he sellado con mi sangre –que te hace libre–, o de renunciar a mí, y entregarte en cautiverio en la prisión del mundo, que te encadena a falsas seguridades y placeres, a falsos ídolos y reyes.
Elige bien, amigo mío. Elige renunciar a ti, para que sea yo quien viva en ti, quien obre en ti, quien decida por ti, y nunca te equivoques. Porque solo yo soy santo, solo yo soy perfecto.
Renuncia a ti, para que yo te llene de mí, para que vivas en la verdad. Y, cuando hables de ti, no seas tú, sino que sea el yo la primera Persona de la Santísima Trinidad, que es Dios Padre; y sea el yo la segunda Persona de la Trinidad, que es Dios Hijo; y sea el yo la tercera Persona de la Trinidad, que es Dios Espíritu Santo. Tres personas divinas, un solo Dios verdadero, viviendo en ti, y tú, por mí, en Él.
Eres tú partícipe de la segunda Persona de Dios todopoderoso, por mi sacrificio, por tu voluntad a elegir, en libertad, unirte en mi sacrificio, ofrecido por tu vida, con mi vida, de una vez y para siempre.
Elige bien, o elige mal y conserva tu yo, tu egoísmo, tus cadenas. Renuncia a mí o renuncia a ti. Quédate conmigo o abandóname. Pero si piensas abandonarme, entonces sal de mi cielo, porque no puedes pertenecer al mundo y al cielo. Entrégate a mí completamente en libertad –porque yo he cortado tus cadenas–, o entrégate al mundo para ser encadenado para siempre.
Elige unirte en mi sacrificio de muerte, para morir conmigo al mundo, que es por este sacrificio que yo te doy la vida.
Elige bien qué reino vas a construir.
¿El reino del mundo, o el Reino de los Cielos?
¿Un reino en el mundo, que tiene límites, o el Reino del Cielo, que es infinito?
¿El reino del mundo, que tiene fin, o el Reino de los Cielos, que es eterno?
¿El reino del mundo, que lleva a la muerte, o el Reino del Cielo, que te da la vida?
¿El reino de los hombres, o el Reino de Dios?
Entonces construye, sobre roca firme, renunciando a ti, para tomar tu cruz, para seguirme, para que no seas tú, sino que sea yo quien viva en ti.
Para que cuando te persigan, sea por mí.
Para que cuando te injurien, sea por mí.
Para que cuando te traicionen, sea por mí.
Para que cuando te odien, sea por mí.
Para que cuando te encarcelen, sea por mí.
Para que cuando te hagan comparecer ante los tribunales de los hombres poderosos, sea por mí, y sea yo tu voz, y sea en ti mi sabiduría y mi poder. Y yo te haré perseverar en tu fe y en tu fidelidad.
Yo te diré, amigo mío, que muchos dicen que me aman. Pero no todos los que me digan “Señor, Señor” entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplan mi Palabra, los que luchen junto a mí, y den testimonio de mí, poniendo su fe por obras. Por eso solo los que están conmigo permanecerán en mí.
Alégrate conmigo, porque algunos dicen que te aman, pero te persiguen, te juzgan, te calumnian, te injurian, por mi causa. Soy yo, amigo mío, la causa de tu desgracia. Que sea esa desgracia la causa de tu alegría, porque será la causa de tu salvación.
Fortalece tu fe con mi Palabra, con mi Cuerpo y con mi Sangre, y entrégame tu fidelidad, abandonándote en mí y no en los hombres, poniendo tu seguridad en mí y no en el mundo, confiando en mí y no en los placeres del mundo, renunciando a ti y no a mí.
Yo te envío al mundo vacío de ti y lleno de mí, para que seas de la verdad, para que des testimonio de la verdad. Permanece en mí, para que, por mí, permanezcas unido a la verdad, que es Dios uno y trino, todopoderoso y eterno.
Sacerdote mío: yo he venido al mundo a pagar con mi sangre el rescate por todos los hombres, y a dejarles el camino de la verdad, que los llevará a la vida eterna. El camino soy yo. Yo soy la verdad y la vida. Yo he subido al Padre, y de nuevo vendré con todo mi poder, mi majestad y gloria a buscar lo que me pertenece.
Así como yo mismo he padecido, así los hombres tienen que padecer, vivir mi vida, trabajando, construyendo entre todos el Reino de los Cielos en la tierra, con el sudor de su frente, haciendo mis obras, llevando al mundo mi misericordia, cargando su cruz para unirla a la mía, soportando las persecuciones y las tribulaciones por mi causa, perseverando en el camino, crucificando sus pecados en mi carne, uniéndose en mi único y eterno sacrificio, esperando el día en que yo vuelva.
Entonces no quedará piedra sobre piedra del mundo de los hombres, sino que los hombres que se mantengan firmes serán reunidos en un solo templo de Dios, y yo los resucitaré para la vida eterna.
Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “yo soy el Mesías, el tiempo ha llegado”. Y engañarán también a algunos de mis pastores, y se disfrazarán de ellos.
Yo les hago llegar a ustedes, mis sacerdotes, mi Palabra y mi misericordia. ¡Quiero que me conozcan bien!, para que nadie los engañe. ¡Perseveren!, porque aquel día será la justicia y la salvación para los que me temen.
El día de mi venida serán presentados todos ustedes ante mí, uno por uno, de forma individual, en su juicio particular. Todo se conocerá, y todo será descubierto, porque no hay nada oculto que no llegue a saberse.
El fin del hombre no es la muerte. El fin del hombre es la vida, que se consigue en el juicio particular después de la muerte, en el que yo soy juez, y por el que yo mismo conduzco hacia la plenitud en la vida eterna a los que creen en mí y escuchan mi Palabra y la cumplen. Por tanto, el fin del hombre no es la muerte, sino la vida eterna. Yo soy la vida.
Ustedes serán juzgados y rechazados por los ciegos y por los sordos, y hasta por los de su misma familia. Pero yo les digo que el único y verdadero juicio es el mío. Yo les aseguro que, cuando los odien por mi causa, serán dichosos, porque yo los amo y los cuido, y ni un solo cabello de su cabeza perecerá.
El Espíritu de la verdad les dará palabras sabias a las que no les podrán contradecir. El que permanece en el amor permanece en mí y yo en él. Permanezcan siendo uno conmigo y perseveren hasta el final, acompañando a mi Madre al pie de la cruz, alabando, adorando, amando, sirviéndome en cada obra y en cada acto, entregando su vida conmigo en cada Eucaristía, por amor a la Santa Iglesia».
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Virgen de Guadalupe: tengo muy grabadas en mi alma tus palabras en el Tepeyac, presentándote como Madre; ofreciendo, con esa palabra, una respuesta muy clara a cualquier inquietud y angustia.
Sé que no nos van a faltar tus cuidados maternales, sobre todo ante los peligros, cuando nos proponemos servir fielmente a tu Hijo. Ayúdanos a mantener siempre esa confianza.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: ante la contrariedad, la tribulación, la persecución, las calumnias, las injurias, la iniquidad, la impiedad, la indiferencia, la injusticia, el desamor, la incredulidad… no tengan miedo.
Hijos, nunca tengan miedo, porque nada les pasará. Ustedes me acompañan, para darle gloria a Dios. ¿Qué no estoy yo aquí que soy su Madre?
A ustedes yo les doy este tesoro: la protección maternal de mi manto.
Protección para que el enemigo no pueda hacerles daño.
Protección para que perseveren en mi compañía y mantengan puras sus almas.
Protección ante los peligros, para que obren según la voluntad de Dios.
Yo guardaré bajo la protección de mi manto y les daré mi paz a todos los que a ustedes los escuchen y les abran la puerta.
¡Cuánto tiempo he esperado para reunir a mis hijos sacerdotes, como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas!
Yo los reuniré conmigo y los protegeré hasta el día que vean a mi Hijo y digan ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Recuerden que Dios es bueno y misericordioso, y envió a su Hijo para llevarle la salvación al mundo entero, para llevarles buenas noticias, y darles amor y misericordia, para llevar la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a los hombres.
Y la luz fue enviada al mundo. Y fue a los suyos, pero los suyos no la recibieron. Fueron los hombres los que crucificaron a Cristo. Dios no crucificó a su Hijo.
Cristo es portador de alegría, de buena nueva, de bienaventuranza, de amor, de misericordia, de paraíso, de cielo.
Eso mismo harán ustedes: anunciar la buena nueva, el amor y la misericordia, el cielo prometido y la promesa cumplida.
Es por eso que el Espíritu Santo viene a recordarles a ustedes todas las cosas, para que vivan sus ministerios con la alegría de servir a Cristo. No para ser crucificados, sino para ser configurados por Cristo, con Él y en Él, para construir el Reino de los Cielos en la tierra, reconociendo a Cristo ante los hombres, intercediendo por los hombres como Cristos ante el Padre que está en el Cielo».
¡Muéstrate Madre, María!