20/09/2024

Lc 21, 29-33

96. LLEVAR LA PALABRA – CONFIAR EN LA PALABRA

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Cuando vean que sucede esto, sepan que el Reino de Dios está cerca.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 29-33

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”. 

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú eres un Dios todopoderoso, y con toda autoridad dices que podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero tus palabras no dejarán de cumplirse.

Tengo presente la fuerza de las palabras del Evangelio de San Juan: “el Verbo se hizo carne”. No se podía decir de una manera más clara esa maravillosa realidad de que el Dios hecho hombre venía a comunicarnos las realidades celestiales, para conocer bien el camino que nos conduce hacia la felicidad eterna.

Tu palabra es la Verdad, tú tienes palabras de vida eterna; el que te escucha, escucha al que te ha enviado; tus palabras son espíritu y son vida; poner en práctica tus palabras es construir sobre roca; con una palabra tuya sanas a los enfermos… Tus palabras no pasarán.

Señor, ¿cómo debo tratar tu Palabra, que eres tú mismo, y cumplir tus mandamientos?

¿Puedo decir que soy bienaventurado porque estoy escuchando tu Palabra y la estoy poniendo en práctica?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: miren la prisión de mi corazón.

Todo está escrito ya. Y se cumplirá hasta la última letra.

El amor ha sido entregado y la misericordia ha sido derramada.

Pero ¿de qué sirve, si no leen?

Y si leen, ¿de qué sirve, si no predican?

Y si predican, ¿de qué sirve, si no escuchan?

Y si escuchan, ¿de qué sirve, si no hacen lo que les digo?

La prisión de mi corazón es mi Palabra escrita y olvidada.

Yo soy la Palabra de Dios, el Verbo hecho carne, que habitó entre los hombres.

Yo soy la Verdad profesada en el Evangelio, para que todo el que crea en mí tenga vida eterna.

Yo he enviado a mis profetas a preparar mi camino.

Yo los he enviado a anunciarles con mi Palabra que rectifiquen el camino. Porque mis pensamientos no son los suyos, ni mis caminos son sus caminos.

Y mi Palabra no volverá al Padre vacía, sin que haya cumplido aquello a lo que fue enviada.

Yo los envío a ustedes para que abran todas las puertas y liberen mi corazón.

Miren que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo entraré, y él cenará conmigo, y yo con él.

Yo los envío con una misión: que lleven mi Palabra.

Es tiempo de abrir las puertas para que reciban la gracia y la misericordia.

Es tiempo de que escuchen mi voz.

Es tiempo de que la luz de mi corazón ilumine todos los rincones del mundo.

Es tiempo de arrepentimiento.

Es tiempo de rectificar el camino.

Es tiempo de que ustedes, mis amigos, hagan mis obras, y aun mayores, porque todo lo que pidan al Padre en mi nombre yo se los concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Es tiempo de configurarse conmigo, para reunir a mis rebaños en un solo rebaño con un solo Pastor.

El Espíritu Santo ha sido derramado sobre sus corazones, para recordarles todas las cosas, para que escuchen mi voz y preparen el camino, para que estén listos, esperando en vela mi venida, Rey de reyes y Señor de señores».

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Madre mía: en tu seno se hizo carne el Verbo de Dios.

Tú eres bendita por haber escuchado siempre la Palabra de tu Hijo y ponerla por obra.

El Espíritu Santo nos ha dejado el regalo de la Palabra de Dios. Enséñame a escuchar con atención la voz de tu Hijo para rectificar el camino.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: la Palabra de Dios se cumplirá hasta la última letra.

La Palabra de Dios es su ley.

La Palabra de Dios es su Hijo unigénito.

La Palabra de Dios es Cristo, el Verbo hecho carne, la Luz que vino al mundo y el mundo no recibió. Y, aun así, dándole plenitud a su ley, lo salvó.

La plenitud de la ley es el amor de Dios, derramado en misericordia para el mundo.

La Palabra es Él.

Por tanto, hijo mío, estás configurado con la Palabra, porque estás configurado con Él. Cumpliendo su Palabra vives en plenitud. Tu ser pequeño, débil, humano, se diviniza haciendo lo que te dice Él. Cada Palabra, cada letra, cada coma, es Él.

No hay error en la liturgia, perfecta es. El que quiera alcanzar la perfección, que lea la Palabra de Dios, y que la cumpla. Y al que le quede duda, el que tenga como pretexto que no la entiende, que pida ayuda al Espíritu Santo y se deje atravesar el corazón por la espada de dos filos, que es Palabra viva de Dios.

Todo se ha escrito ya, todo ha sido dicho ya. No hay nada nuevo, sino la Palabra de Dios, que todo lo viejo lo hace nuevo. El Hijo de Dios habló en parábolas a la gente, pero a sus amigos les explicaba directamente el significado de la Palabra de Dios.

Yo ruego por la renovación del alma sacerdotal a través de una nueva evangelización. Para eso mi Hijo Jesús les ha dado el auxilio de la Madre, a través de mi omnipotencia suplicante.

Cristo está vivo, es Rey, y se ha presentado a ustedes tal y como es, porque a través del sacerdocio le da plenitud a su ley, guiando, rigiendo, enseñando el camino del conocimiento de la verdad al pueblo de Dios.

Pero si ustedes, sus amigos, no cumplen con lo que Él les ha enseñado. Si no lo han aprendido porque no han querido, se dispersarán los rebaños. He aquí mi auxilio para reunir al pueblo santo de Dios en un solo rebaño y con un solo Pastor.

Yo quiero que su Palabra sea explicada de manera que la entienda un niño, y que haya un ejército de mujeres y hombres de rodillas, en oración, ofreciendo sus vidas con una sola intención: sacerdotes santos, para darle mucha gloria a Dios, para que alcancen la plenitud, y a través de la Palabra, se extienda la fe sobre la tierra; para que, cuando Él vuelva, esa fe en el mundo vea, y sea salvado a través de Él todo el que crea en Él, y en cada letra y en cada coma de su ley.

Hijos míos: grande es su misión.

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Mi belleza es solo el reflejo de la Palabra de Dios encarnada en mi vientre.

Es tiempo de plenitud, y de poner la Palabra por obra.

Es tiempo de creer en la Palabra de mi Hijo, que trajo plenitud a la ley dada por los profetas.

Es tiempo de escucharla y de ponerla por obra.

Es mi Hijo Jesucristo quien ha venido a traer la gracia y verdad, para darle plenitud a la ley, amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como Él los ha amado.

Él vino a traer plenitud. Es la plenitud del amor. Alcanzar la plenitud en la vida es vivir conscientemente en el Amor de Dios, y hacerlo todo, absolutamente todo, por ese amor. Es ahí donde radica toda la felicidad.

Es por eso que la felicidad no se puede comprar, porque Dios no se vende. Dios es amor. Él es la felicidad absoluta. No hay nada que el mundo pueda ofrecer a ustedes que se asemeje, ni siquiera un poquito, a la felicidad eterna que les espera cuando Él comparta con ustedes su gloria.

Yo soy la primera en cumplir la ley en plenitud, amando a Dios como Él, amando a mis hijos con el amor de Él, en la plenitud de la fe, de la esperanza y el amor.

Yo quiero demostrar ese amor a través de mi auxilio para ustedes.

Es hora de sembrar la Palabra de mi Hijo, que les ha sido dada.

Palabra que es el fruto bendito de mi vientre, y que se cumplirá hasta la última letra.

Palabra que ha hecho nuevas todas las cosas, por lo que todo ha sido renovado y no hay más doctrina que esa.

Ya todo les ha sido dado. No tienen que pensar, ni buscar, ni encontrar doctrinas nuevas. Todo está escrito según los deseos de mi Hijo, de acuerdo a Él mismo, que no se contradice, porque Él es la Palabra.

Solo tienen que querer, y ponerla por obra, evangelizando a los hombres en la plenitud de la luz del Evangelio.

Quiero que sean verdaderos Cristos.

Quiero que se preparen para que cada Pentecostés sea vivido en plenitud para ustedes, y que, a través de ustedes, llegue a muchos el deseo de reunirse conmigo, pidiendo y esperando que el Espíritu Santo se derrame en dones y gracias sobre ellos, para encender sus corazones en el fuego de la verdad, para que vivan en virtud, en santidad, y en plenitud, cumpliendo los mandamientos, obrando con la Palabra, recibiendo y entregando la misericordia».

¡Muéstrate Madre, María!