VI, n. 38. SACERDOTES SANTOS – SACERDOTE PARA SIEMPRE
EVANGELIO DE LA FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Hagan esto en memoria mía.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 22, 14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: aquellas palabras tuyas en la Última Cena, “hagan esto en memoria mía”, tienen una fuerza tan grande, que ahí nace el sacerdocio de la Nueva Alianza. Nos das, Jesús, a tus sacerdotes, el poder de consagrar el pan y el vino, para convertirlos en tu Cuerpo y tu Sangre.
Me emociona mucho saber que “nos necesitas”, a los sacerdotes, para mantener tu presencia en la tierra. Y no solamente para celebrar la Eucaristía –anunciando tu muerte y proclamando tu resurrección, hasta que vuelvas–, sino también para continuar con tu misión, llevando tu Palabra a todo el mundo.
Nos das también el poder de perdonar los pecados en tu nombre, aplicando así, en las almas, el fruto de tu pasión y muerte.
Estamos configurados contigo, desde el momento de nuestra Ordenación, de modo que, desde ese día, y para siempre, somos “ipse Christus”. El mismo Cristo, para siempre.
¡Qué asombroso! Son dos realidades difíciles de entender, por las limitaciones de nuestra inteligencia humana. Pero las creemos por la fe. Y nos comprometen mucho, porque debemos comportarnos con la dignidad que eso supone, ya que debemos imitarte en todo lo que hacemos. Eres nuestro modelo, y te conocemos por tu Palabra, llevada a la oración. Y eres nuestra vida, porque nos alimentamos de tu Cuerpo y de tu Sangre.
Señor, ¿cómo debe ser el corazón del sacerdote, para llevar con dignidad esa configuración contigo?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Ustedes son mis sacerdotes. No son ustedes los que me han elegido a mí, yo mismo los he elegido a ustedes, desde siempre y para siempre.
Yo los necesito para continuar la misión para la que mi Padre me envió, porque tanto quiso Dios al mundo, que envió a su único Hijo para salvarlo.
Así como mi Padre me envió, yo los envío a ustedes. Caminen en el mundo sin ser del mundo, y con fuerte voz lleven mi Palabra al mundo.
Celebren con alegría cada sacrificio en el altar, porque el Padre no quiere sacrificios ni holocaustos. Él me ha enviado para redimir al mundo con mi pasión y muerte, de una vez y para siempre.
Busquen, encuentren, enseñen y convenzan, para que las almas se arrepientan y ustedes les perdonen los pecados. Porque los pecados que ustedes perdonen serán perdonados, pero los que no perdonen quedarán sin perdonar.
Realicen milagros con sus manos puras, convirtiendo el pan y el vino en mi Cuerpo y en mi Sangre, y entréguenme al mundo para alimentar, para nutrir, para salvar.
En cada Eucaristía recuerden mi muerte, hasta que vuelva.
Bauticen y confirmen en la fe, consagren, unan mediante los sacramentos, porque todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que ustedes desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Manténganse en la fe y en el amor.
Quiero sacerdotes fuertes como león, atentos como águila, valientes como toro y sensibles, con corazón de carne, como hombre.
Que tengan el valor de entregarse por amor por cada una de sus ovejas, pero que conserven siempre el temor de Dios.
Que sean firmes en la batalla y se mantengan de pie ante la adversidad, pero que sean frágiles ante el dolor, y doblen sus rodillas ante mí.
Que sean duros como roca en el exterior y suaves como carne en el corazón.
Que den fruto bueno y que sean fruto bueno.
Que sean fuente inagotable de amor, pero que amen con mi amor.
Que sirvan hasta el cansancio, pero que vengan a mí cuando estén cansados, que yo los aliviaré.
Que estén dispuestos a vivir por mí, y a morir conmigo, que yo los resucitaré en el último día.
Quiero sacerdotes anunciando el Reino de los Cielos, porque ya está cerca.
Quiero sacerdotes en Getsemaní, que al orar sepan pedir, pero que acepten la voluntad del Padre.
Quiero sacerdotes flagelados, que unan su dolor al mío, porque serán perseguidos y despreciados, pero yo les daré la fuerza.
Quiero sacerdotes coronados con espinas, que les recuerde que es a mí, su Rey, a quien pertenecen, pero que mi Reino no es de este mundo.
Quiero sacerdotes que dejen todo, y tomen su cruz, y me sigan.
Quiero sacerdotes crucificados conmigo, que estén dispuestos a morir, como mártires de amor, para resucitar conmigo.
Quiero sacerdotes alegres, que canten alabanzas que lleguen hasta el cielo, que sean pescadores de hombres, que llenen sus redes y se alimenten con mi alimento, multiplicando, dividiendo, compartiendo, hasta saciar, hasta que sobre para llenar doce canastos.
Quiero que sean uno conmigo, que comulguen conmigo, que reciban mi paz, que sean sensibles al dolor ajeno, y que oren, sirvan y amen.
Quiero sacerdotes de corazones encendidos con el fuego de mi amor, encendidos de celo apostólico en su ministerio pastoral, decididos y entregados, como servidores y administradores de mis misterios, que su deseo sea siempre la salvación de las almas, para la gloria de Dios.
Quiero que recuerden que la Eucaristía es gratuidad, agradecimiento, adoración, oblación, reparación, expiación, sacrificio, amor hasta el extremo.
Quiero que reparen con actos de amor los actos de desamor de ustedes mismos y de todos los pecadores, y que, por su sacrificio, sea reparado mi corazón, lastimado por los ultrajes cometidos contra mi Sagrado Corazón en la Eucaristía.
Sacerdotes míos: quiero sacerdotes santos.
Este es mi Cuerpo, que es entregado por ustedes: coman todos de él.
Esta es mi Sangre: beban todos de ella, que es derramada por ustedes, para el perdón de los pecados.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Nadie me quita la vida, yo la doy por mi propia voluntad.
Yo doy mi vida para recuperarla de nuevo.
Yo hago nuevas todas las cosas.
Yo vine al mundo por amor a mi Padre, que tanto amó al mundo que entregó a su único hijo, para que el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Yo soy el camino, la verdad y la vida. El que cree en mí y cumple mis mandamientos permanece en mí y yo en Él, como mi Padre permanece en mí y yo en Él.
Yo he venido al mundo a nacer como hombre, para ser probado en todo como los hombres, menos en el pecado.
Yo he venido para habitar entre los hombres, para dar mi vida como expiación por los pecados de los hombres, para salvarlos, para recuperarlos.
Yo he venido para morir y resucitar de entre los muertos.
Yo he venido para establecer una nueva alianza entre Dios y los hombres, para que todos los hombres vayan a Dios.
Yo he venido para quedarme, y tanto los he amado, que he subido al cielo a sentarme en el trono a la derecha de mi Padre y a recuperar la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera, para que sea enviado el Espíritu Santo, para que les enseñe todas las cosas, y para que, al hacerme presente en el altar en Cuerpo, en Sangre, en Alma, en Divinidad, comparta con ustedes la gloria del cielo, en comunión, en Eucaristía.
Tanto así los amo, y me quedo para servirlos, para guiarlos, para atraerlos a mí. Para eso los he llamado y elegido. No son ustedes los que me han elegido a mí, yo los he elegido. Y no los he llamado siervos, los he llamado amigos, para ser uno conmigo, para ser en todo como yo, configurándose conmigo en el altar, totalmente, y para mantener esa configuración en todo momento, todos los días, dentro y fuera del altar, porque al configurarse conmigo se vuelven el Cuerpo y la Sangre de Cristo, compartiendo las llagas de mis manos, de mis pies y de mi costado, compartiendo mi altar para ser elevado, y mi cruz para ser entregado como ofrenda en el único y eterno sacrificio.
Amigo mío: quiero pronunciar en tu presencia estas palabras: ESTO ES MI CUERPO, QUE ES ENTREGADO POR TI. ESTA ES MI SANGRE, QUE ES DERRAMADA POR TI, PARA LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS.
Tú eres sacerdote para siempre. Has sido constituido sacerdote ministerial, para ser en todo igual a tu Maestro, a imagen y semejanza del Hijo de Dios.
Tú has sido llamado por mí. Yo te he elegido y tú has dicho sí.
Desde el día en que el Espíritu Santo obró en ti, transformando tu cuerpo y tu sangre en mí, tú te has unido conmigo, has sido ordenado sacerdote, participando en mi único y eterno sacrificio.
Mira todo lo que yo he hecho por ti. Te he elevado a los altares conmigo, eres mi elegido, has sido engendrado en el vientre de tu madre, y has nacido para permanecer unido conmigo, y ser partícipe de la salvación del mundo, construyendo conmigo el Reino de los cielos en la tierra, compartiendo mi misión. Somos un solo Cordero, un mismo Verbo, un solo Pastor.
Te he dicho todo esto para que entiendas que el sacerdote es Cristo, como Cristo es el Hijo de Dios. A través de ti yo cumplo la voluntad del Padre.
Dime, amigo mío, ¿acaso hay don más grande?
Ahora dime ¿por qué algunos de los que yo he llamado y he elegido para ser sacerdotes, uno conmigo, buscan en el mundo ser grandes y ser reconocidos? ¿Por qué buscan el poder? ¿Es que acaso no me creen?
Con tan grande don no merecen perdón del cielo.
Cuando ustedes cometen pecado flagelan mi carne, me crucifican y derraman mi sangre.
Yo ruego al Padre que cuide en su nombre a los que me ha dado, para que sean uno, como Él y yo somos uno. Cuando yo estaba con ellos, yo cuidaba de ellos, y ninguno se ha perdido, menos el que tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Yo ruego por ustedes, para que no se pierda ninguno, aunque el mundo los odie, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo.
Yo ruego para que sean santificados en la verdad. Yo soy la verdad.
Yo les he revelado a ustedes la verdad, y he develado mi rostro. Y el que me ha visto a mí ha visto al Padre. Un solo sacrificio es agradable al Padre: el mío. Ustedes, sacerdotes, en el altar unen su sacrificio al mío, con toda su mente, con toda su alma, con todo su corazón.
Yo los uno conmigo en un solo cuerpo, un mismo espíritu, una sola Eucaristía, una misma alma sacerdotal, que se entrega a la humanidad para gobernar, para santificar, para enseñar.
Y a los que perdonen los pecados les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen les quedarán sin perdonar.
La configuración debe ser total para que se vea en sus manos la señal de los clavos y el agujero en el costado, para que no haya incrédulos sino creyentes. Porque el que crea en mí, aunque muera vivirá.
Sacerdote mío: el auxilio de mi Madre te acompañará.
Ven, te mostraré el cielo en la tierra: Mujer, ahí tienes a tu hijo».
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Madre de los sacerdotes: tú nos recibiste como hijos en la cruz, ayúdanos a ser buenos portadores de Cristo; danos tu auxilio, no nos dejes, Madre nuestra.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío: mi auxilio les llega a ustedes, mis hijos predilectos, mis sacerdotes, a través de la meditación de los misterios del Santo Rosario. El Espíritu Santo que está siempre conmigo, cuando ustedes lo rezan, se siente muy halagado. Se desborda sobre ustedes con regalos.
Recen el Rosario y vivan lo que ahí meditan: la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de mi Hijo Jesucristo, y mi alegría por haber sido sin pecado concebida y elevada al cielo, coronada con doce estrellas sobre mi cabeza, y haberme concedido el poder del cetro de hierro del único Rey, que es Cristo, para dominar a todas las naciones, venciendo al demonio, protegiendo a mis hijos de todas sus pasiones, que, si no son bien dirigidas, se convierten en tentaciones.
Aquí estoy yo para mostrarme Madre. Exijo que cada sacerdote se muestre hijo, configurado, como el Padre lo ha dispuesto, a través del Espíritu Santo con Cristo.
Que sea mi auxilio para ti. Y para que, a través de ti, transmita todo esto a mis otros hijos, aquellos a los que el demonio les hace la guerra. Yo los protejo y los bendigo. El sacerdote es el mismo Cristo vivo que reina por los siglos de los siglos».
¡Muéstrate Madre, María!