72. FUERTES EN LA FE – ENTREGA TOTAL
DOMINGO DE LA SEMANA IX DEL TIEMPO ORDINARIO
Ni Israel he hallado una fe tan grande.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: “Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga”. Jesús se puso en marcha con ellos.
Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle: “Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: ‘¡Ve!’ y va; a otro: ‘¡Ven!’, y viene; y a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”. Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: yo me siento como ese enfermo agonizante de Cafarnaúm. Tú quieres venir a curarme, y yo, aunque no soy digno de que entres en mi casa, sí quiero curarme.
Me humilla mucho darme cuenta de que tú me dices ‘ven’ y no voy. Te pido tu gracia para poder levantarme, de modo que tú puedas decirme ‘haz esto’, y lo haga.
Quiero quedar sano, convertirme, para servirte con mi ministerio sacerdotal. Dame la fe que necesito, esa fe grande que mueve montañas, que me hace superar mi cansancio y cumplir tu voluntad.
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«Sacerdotes míos: yo quiero que ustedes confirmen su fe. Los que han desobedecido y se han ido, y los que han obedecido y han permanecido conmigo, pero les falta fe.
Hay muchas doctrinas, pero solo una es la verdad que enseña la doctrina de la fe de mi Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Y aunque algunos de los que yo he llamado y escogido para guiar a mi pueblo elegido me han abandonado, y son perturbados y engañados con doctrinas extrañas y buscan seguir otro Evangelio, yo les aseguro que solo hay un Evangelio, como una es mi Palabra. Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios Padre que es de todos y actúa y está en todos.
La única doctrina verdadera es la que se apega al Evangelio y reconoce que yo soy el Hijo único de Dios, que amó tanto al mundo que dio a su único Hijo para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Ellos dicen que no son dignos de desatarme la correa de mis sandalias. Yo les digo que tienen razón, pero tienen fe, y la fe está en creer en mí, en cumplir los mandamientos de la ley de Dios, y en creer que, por mi muerte y resurrección, yo los dignifico para hacerlos hijos de Dios.
Ustedes ámenme por los que no me aman, adórenme por los que no me adoran, recíbanme por los que me rechazan, y póstrense a mis pies por los que me deshonran.
Oren por los que tienen poca fe, para que crean en mí y permanezcan conmigo dispuestos a servirme, para que yo les pueda decir ‘ve’ y sí vayan, y decirles ‘ven’ y sí vengan, y decirles ‘haz esto’ y sí lo hagan.
Yo a ustedes no los he llamado siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer, para que reparen mi corazón con actos de amor, con los que darán mucho fruto, no para agradar a los hombres sino para glorificar a Dios.
Sacerdotes míos: no hay nada imposible para Dios.
Crean, conviértanse, y vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré.
Fortalezcan su espíritu todos los días en la oración. Yo levanto a los que han caído y sano a los enfermos, consuelo a los que lloran y protejo a los perseguidos.
Mantengan firme su fe y su voluntad, fortalecida con la seguridad del socorro de mi Madre. La batalla es de cada uno. En la lucha entre el bien y el mal, defiendan la debilidad de su humanidad, viviendo en la virtud con la fortaleza de mi divinidad.
Mantengan encendidos sus corazones con el fuego de mi amor, ya que solos no pueden, pero conmigo todo lo pueden.
Yo quiero que ustedes tengan una fe grande. Es mi deseo fomentar la unidad: un solo cuerpo y un mismo espíritu, una sola alma y un solo corazón, para que su fe contagie y fortalezca la fe de los demás; para que, con su disposición, mi palabra, que es cortante como espada de dos filos, penetre hasta lo más profundo, y convierta cada corazón, para que crean en mí y hagan las obras que yo hago, y aún mayores.
Quiero que me busquen y que me encuentren en la oración, para que me cuenten sus cosas, y para que me escuchen, porque yo voy al que con fe implora mi nombre, al que es obediente, y si yo le digo ve, él va, y si le digo ven, él viene, y si le digo haz esto, lo hace.
Porque no basta tener fe, sino que hay que obrarla, hacerla tangible. Yo espero de ustedes que den mucho fruto, y ese fruto permanezca. Porque por sus frutos los reconocerán. Yo bendigo su esfuerzo y su trabajo. No se preocupen de nada, aquí estoy yo para salvarlos».
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Madre mía: acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a tu protección e implorado tu socorro haya sido desamparado.
Yo creo en el valor de la oración de intercesión, como la del oficial romano, y que tú eres la omnipotencia suplicante, porque todo lo que le pides a Dios te lo concede. Tu Hijo no te puede negar nada.
Ayúdame a ser constante en la oración, con la seguridad de que no me vas a dejar desamparado.
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«Hijos míos, sacerdotes: es muy valiosa la oración de intercesión. Y yo les digo que me agradan especialmente las almas que ruegan con insistencia por los sacerdotes.
Esas almas me acompañan rezando el Santo Rosario, caminan conmigo, rezando con insistencia, suplicando por la conversión de cada uno. La oración de intercesión es el arma más poderosa contra el maligno, y una corona de Rosas como ofrenda para mi Hijo Jesucristo. Me gusta mucho cuando lo rezan con fe. Sus voces son música con la que los ángeles cantan alabanzas al Señor.
El rezo del Santo Rosario son gritos de auxilio, pero es melodía para mis oídos. No puede ser ignorada esa oración. Esas almas interceden conmigo, para que, a través de su petición en el nombre de Jesucristo, y de mi omnipotencia suplicante, el Padre conceda todo lo que le piden, porque ¡qué grande es su fe!
Pidan a los santos que intercedan también. Si ustedes tienen fe, mi Hijo les va a conceder todo lo que pidan en su nombre, rezando el santo Rosario. Intercedan por las intenciones por las que los otros rezan, para que Dios Padre no vea los pecados de su Iglesia, sino la fe de su pueblo.
Yo socorro y protejo a mis hijos en sus necesidades. Si han sentido el cansancio y el hastío que los debilita, y me acompañan, yo fortalezco su voluntad. En esta voluntad entregada está la victoria. La lucha es de cada uno, cada día, constante. El cansancio del cuerpo debilita la voluntad y tienta el alma. Pero un espíritu fortalecido por la oración y la entrega continua a mi Hijo, es invencible.
Consagración a mi Inmaculado Corazón. Ese es mi llamado por el que acudo y socorro a mis hijos. Ese es el llamado de auxilio por el que tienen la victoria asegurada, porque es en esa batalla, luchando a mi lado, que mi Corazón Inmaculado triunfará».
4. FUERTES EN LA FE – ENTREGA TOTAL
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Ni en Israel he hallado una fe tan grande.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: “Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga”. Jesús se puso en marcha con ellos.
Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decide: “Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: ‘¡Ve!’, y va; a otro; ‘¡Ven!’, y viene; y a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”. Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: yo me siento como ese enfermo de Cafarnaúm. Tú quieres venir a curarme, y yo, aunque no soy digno de que entres en mi casa, sí quiero curarme.
Me humilla mucho darme cuenta de que a veces tú me dices ‘ven’ y no voy. Te pido tu gracia para poder levantarme, de modo que tú puedas decirme ‘haz esto’, y lo haga.
Quiero quedar sano, convertirme, para servirte con mi ministerio sacerdotal. Dame la fe que necesito, esa fe grande que mueve montañas, que me hace superar mi cansancio y cumplir tu voluntad.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo quiero que ustedes confirmen su fe. Los que han desobedecido y se han ido, y los que han obedecido y han permanecido conmigo, pero les falta fe.
Hay muchas doctrinas, pero sólo una es la verdad que enseña la doctrina de la fe de mi Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Y aunque algunos de los que yo he llamado y escogido para guiar a mi pueblo elegido me han abandonado, y son perturbados y engañados con doctrinas extrañas y buscan seguir otro Evangelio, yo les aseguro que sólo hay un Evangelio, como una es mi Palabra. Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, un solo Dios Padre que es de todos y actúa y está en todos.
La única doctrina verdadera es la que se apega al Evangelio y reconoce que yo soy el Hijo único de Dios, que amó tanto al mundo que dio a su único Hijo para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.
Ellos dicen que no son dignos de desatarme la correa de mis sandalias. Yo les digo que tienen razón, pero tienen fe, y la fe está en creer en mí, en cumplir los mandamientos de la ley de Dios, y en creer que, por mi muerte y resurrección, yo los dignifico para hacerlos hijos de Dios.
Ustedes ámenme por los que no me aman, adórenme por los que no me adoran, recíbanme por los que me rechazan, y póstrense a mis pies por los que me deshonran.
Oren por los que tienen poca fe, para que crean en mí y permanezcan conmigo dispuestos a servirme, para que yo les pueda decir ‘ve’ y sí vayan, y decirles ‘ven’ y sí vengan, y decirles ‘haz esto’ y sí lo hagan.
Yo a ustedes no los he llamado siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer, para que reparen mi corazón con actos de amor, con los que darán mucho fruto, no para agradar a los hombres sino para glorificar a Dios.
Sacerdotes míos: no hay nada imposible para Dios.
Crean, conviértanse, y vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré.
Fortalezcan su espíritu todos los días en la oración. Yo levanto a los que han caído y sano a los enfermos, consuelo a los que lloran y protejo a los perseguidos.
Mantengan firme su fe y su voluntad, fortalecida con la seguridad del socorro de mi Madre. La batalla es de cada uno. En la lucha entre el bien y el mal, defiendan la debilidad de su humanidad, viviendo en la virtud con la fortaleza de mi divinidad.
Mantengan encendidos sus corazones con el fuego de mi amor, ya que solos no pueden, pero conmigo todo lo pueden.
Yo quiero que ustedes tengan una fe grande. Es mi deseo fomentar la unidad: un solo cuerpo y un mismo espíritu, una sola alma y un solo corazón, para que su fe contagie y fortalezca la fe de los demás; para que, con su disposición, mi palabra, que es cortante como espada de dos filos, penetre hasta lo más profundo, y convierta cada corazón, para que crean en mí y hagan las obras que yo hago, y aún mayores.
Quiero que me busquen y que me encuentren en la oración, para que me cuenten sus cosas, y para que me escuchen, porque yo voy al que con fe implora mi nombre, al que es obediente, y si yo le digo ve, él va, y si le digo ven, él viene, y si le digo haz esto, lo hace.
Porque no basta tener fe, sino que hay que obrarla, hacerla tangible. Yo espero de ustedes que den mucho fruto, y ese fruto permanezca. Porque por sus frutos los reconocerán. Yo bendigo su esfuerzo y su trabajo. No se preocupen de nada, aquí estoy yo para salvarlos».
+++
Madre mía: acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a tu protección e implorado tu socorro haya sido desamparado.
Yo creo en el valor de la oración de intercesión, como la del oficial romano, y que tú eres la omnipotencia suplicante, porque todo lo que le pides a Dios te lo concede. Tu Hijo no te puede negar nada.
Ayúdame a ser constante en la oración, con la seguridad de que no me vas a dejar desamparado.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: es muy valiosa la oración de intercesión. Y yo les digo que me agradan especialmente las almas que ruegan con insistencia por los sacerdotes.
Esas almas me acompañan rezando el Santo Rosario, caminan conmigo, rezando con insistencia, suplicando por la conversión de cada uno. La oración de intercesión es el arma más poderosa contra el maligno, y una corona de rosas como ofrenda para mi Hijo Jesucristo. Me gusta mucho cuando lo rezan con fe. Sus voces son música con la que los ángeles cantan alabanzas al Señor.
El rezo del Santo Rosario son gritos de auxilio, pero es melodía para mis oídos. No puede ser ignorada esa oración. Esas almas interceden conmigo, para que, a través de su petición en el nombre de Jesucristo, y de mi omnipotencia suplicante, el Padre conceda todo lo que le piden, porque ¡qué grande es su fe!
Pidan a los santos que intercedan también. Si ustedes tienen fe, mi Hijo les va a conceder todo lo que pidan en su nombre, rezando el santo Rosario. Intercedan por las intenciones por las que los otros rezan, para que Dios Padre no vea los pecados de su Iglesia, sino la fe de su pueblo.
Yo socorro y protejo a mis hijos en sus necesidades. Si han sentido el cansancio y el hastío que los debilita, y me acompañan, yo fortalezco su voluntad. En esta voluntad entregada está la victoria. La lucha es de cada uno, cada día, constante. El cansancio del cuerpo debilita la voluntad y tienta el alma. Pero un espíritu fortalecido por la oración y la entrega continua a mi Hijo, es invencible.
Consagración a mi Inmaculado Corazón. Ese es mi llamado por el que acudo y socorro a mis hijos. Ese es el llamado de auxilio por el que tienen la victoria asegurada, porque es en esa batalla, luchando a mi lado, que mi Corazón Inmaculado triunfará».
¡Muéstrate Madre, María!