6. LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA – EL PODER DE LA PALABRA
MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Tocamos la flauta y ustedes no bailaron, cantamos canciones tristes y no lloraron.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 31-35
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros:
‘Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado’.
Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino y ustedes dijeron: ‘Ése está endemoniado’. Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores’. Pero solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: es verdad que era muchísima la gente que acudía a escuchar tu predicación, como lo cuentan los Evangelios, pero no todos te “escuchaban”. No faltaba en esa muchedumbre gente que solo acudía por curiosidad, pero sin un verdadero interés por convertirse. Lo mismo que sucedería con los que se acercaban a Juan.
Yo me doy cuenta de que buena parte de mi ministerio sacerdotal tiene que ver con la predicación de tu Palabra. No solamente porque debo exponer el Evangelio en las homilías, sino porque debo predicar también con el ejemplo.
Pero a veces me desanimo cuando no veo que haya impactado mi predicación. ¿Será que me estoy predicando a mí mismo y no tu verdad?
Señor, ¿qué debo tener en cuenta para que la predicación de tu Palabra sea eficaz y dé el fruto que tú esperas?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: no escuches palabrerías, no te distraigas escuchando a los hombres, solo hay una verdad, solo hay una Palabra, la Palabra de Dios.
Yo soy la Palabra de Dios, el Verbo que se hizo carne para dar testimonio de la verdad, para ser Camino, para dar Vida.
Yo soy la Palabra que anunciaron los Profetas, contenida en el Evangelio, escrita por la mano de Dios, encarnada en vientre puro de mujer virgen, entregada al mundo para que los que tengan ojos vean y los que tengan oídos escuchen.
Yo soy Palabra viva y eficaz, Pan de Vida, y el que venga a mí no tendrá hambre ni tendrá sed.
Yo soy la Luz, la Palabra que ilumina, la fuente de la vida, que, como espada de doble filo, hiere corazones y abre gargantas, para que todo el que la escuche crea en mí, porque todo el que crea en mí vivirá para siempre.
Yo soy alimento de vida, entregado en el altar como ofrenda.
Palabra que es Eucaristía, pan vivo bajado del cielo.
Palabra que existía en el principio junto a Dios y era Dios.
Palabra por la que todo fue hecho luz y vida para los hombres.
Palabra encarnada y viva para habitar entre los hombres, para ser cumplida hasta la última letra.
Cree en el Evangelio, porque es la Palabra de Dios. Que nadie agregue ni quite una sola palabra, porque ya está advertido por el que da testimonio de la verdad y que está pronto a venir.
Cree en el Evangelio, porque el que cree en estas palabras y las pone por obra cumple los mandamientos de la ley y hace la voluntad de Dios, y el que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.
Sacerdotes de mi pueblo: honren mi nombre y proclamen el Evangelio, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón.
Que sea la Palabra de Dios en su boca, que es efusión del Espíritu Santo, pero sepan que al que hable una palabra en contra del Hijo del hombre se le perdonará, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.
No contaminen a los hombres con doctrinas extrañas ni falsa predicación, porque de toda palabra darán cuenta en el juicio para ser declarados justos o condenados.
Yo soy la Palabra y el Verbo hecho carne, por quien todo fue hecho, la luz que ilumina al mundo, y que habitó en el mundo, para permanecer y llegar a todos los rincones de la tierra, que fue enviado para dar testimonio de Dios verdadero, de Dios vivo, todopoderoso y eterno.
Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo.
Yo los he enviado para ser testimonio de la Palabra, para ser testigos de la verdad, para ser guías en el camino, para dar vida.
Yo soy la Palabra encarnada y crucificada, por la que se derrama el agua de la vida, que da vida, y la sangre viva del Cordero, que lava los pecados del mundo.
Palabra que alimenta y se derrama en misericordia, que es sabiduría, entendimiento, ciencia, que da consejo, que da fortaleza, que es piadosa, que mantiene en el temor de Dios, y que al proclamarla se traduce en obras de misericordia, que alimenta al hambriento, sacia al sediento, viste al desnudo, libera al oprimido, sana al enfermo, acoge al peregrino, bendice y da esperanza a los muertos, enseña al que no sabe, da consejo al que necesita, corrige al que se equivoca, perdona al pecador, consuela al triste, sufre con paciencia, transforma toda obra en oración de alabanza y en suplica para los vivos y para los muertos.
Toda Palabra que se proclama y se predica es para la gloria de Dios.
Yo los envío a ustedes como a aquel que envié a dar testimonio bautizando con el agua de la vida, agua viva de mi manantial. Y el que bautiza en mi nombre, bautiza con la fuente de la vida, que es el Espíritu Santo».
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Virgen de Guadalupe: en tu vientre el Verbo se hizo carne, y quisiste dejar plasmada en tu imagen bendita señales claras de la presencia viva de tu Hijo, el Sol de justicia. Él es la Palabra, y tú quisiste que los naturales de estas tierras de América también la escucharan, primero con el lenguaje escrito que ellos entendían, y luego con la predicación de tus sacerdotes.
Madre nuestra: tú escuchaste también las palabras de tu Hijo, y las pusiste por obra. Ayúdanos, a tus hijos sacerdotes, a saber irradiar la luz de la sabiduría encarnada a todos los hombres.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: contempla conmigo la luz engendrada en mi vientre, que es el Verbo encarnado en mí, para nacer al mundo, para iluminar al mundo entero.
Palabra que ha sido plasmada en el papiro, por el dedo de Dios, como mi imagen ha sido plasmada en la tilma, para dar testimonio de la verdad, y que los que tengan ojos vean, para que se predique la verdad, y los que tengan oídos, oigan.
Palabra que ha sido plasmada por el amor de Dios, para ser escrita y entregada para iluminar los corazones de ustedes, mis hijos más amados, mis más pequeños, mis sacerdotes.
Palabras para encender sus corazones en el fuego vivo del amor, para llevarles auxilio a los que claman, como lluvia en su desierto, para llevar a los corazones más pobres los tesoros de la misericordia de Dios, alimento de vida, bebida de salvación, vestido de pureza, salud del alma, libertad a los cautivos del pecado, acogida a los que están lejos, vida a los que mueren al mundo, guía en el camino, consejo al turbado, perdón al arrepentido, corrección al que se equivoca, consuelo al triste, paciencia en los defectos, unión en oración para recibir los dones y gracias que los mantengan en la virtud para alcanzar la santidad y dar testimonio de vida para la construcción del Reino de los cielos.
Que mi imagen plasmada en la tilma sea testimonio del amor a mis hijos, a los más pequeños, como el pueblo que yo he escogido para quedarme y recordarles mi presencia en el mundo, trayendo al mundo la luz, que es la Palabra encarnada que proclama la misericordia de Dios, en cada templo, en cada parroquia, en cada capilla, Palabra de vida que es infinita y eterna.
Que sean las rosas testigos de mi amor, plasmando la misericordia de mi Hijo en cada corazón, para que la luz llegue a todos los rincones de la tierra».
¡Muéstrate Madre, María!