18/09/2024

Lc 9, 18-24

99. PENSAR SIEMPRE EN JESÚS – CONOCER BIEN AL SEÑOR

EVANGELIO DEL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Tú eres el Mesías de Dios - Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 18-24

Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.

Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.

Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere, acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: era muy importante para ti que tus discípulos tuvieran claridad sobre tu condición mesiánica, de que eres el Hijo de Dios vivo. Porque debían dar testimonio de ti, y debían dar su vida apoyados en esa fe.

A lo largo de los siglos la piedad cristiana te ha dado diversos títulos, basada en lo que dice la Sagrada Escritura.

Y a mí me gusta darte el título de “Amigo”, porque tú, a mí, no me has llamado siervo, sino amigo. La amistad es entre dos personas que se aman. Tú y yo somos amigos.

Es normal que los amigos piensen uno en el otro, porque quieren disfrutar su amistad. Yo estoy seguro de que tú no dejas de pensar en mí, pero te pido perdón porque siento muchas veces que no correspondo bien a tu amistad. Enséñame a hacerlo.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdote: pastor, pescador, apóstol, amigo mío: mírame, contémplame en la cruz, y dime ¿quién dices tú que soy yo?

Yo soy el Hijo del hombre, y soy el único Hijo de Dios.

Yo soy el Cordero que quita los pecados del mundo, y soy el Buen Pastor.

Yo soy Pez, y soy el Pescador.

Yo soy Pan vivo bajado del cielo, y soy tu Alimento.

Yo soy Sacrificio santo, y soy Bebida de salvación.

Contémplame en la cruz, y luego contémplate tú.

¿Está acaso el discípulo por encima del maestro? Yo soy tu Maestro, y soy tu Señor, pero yo no te he llamado siervo, te he llamado amigo.

Yo soy tu amigo, y te conozco, y te amo antes de que te formara en el vientre de tu madre, y te he llamado por tu nombre.

La amistad es entre dos que se conocen, que se aman, que comparten la misma misión, que buscan el mismo objetivo, que caminan juntos el mismo camino, que se ayudan, que se entienden, que se consuelan, que compadecen, que mantienen una alianza que los une hasta estar dispuestos a dar la vida uno por el otro viviendo el amor.

Porque nadie tiene amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.

Sacerdote: yo te digo: tú eres mi amigo, ¿quién dices tú que soy yo?

Conóceme, amigo mío, para que me ames, para que te entregues, para que compartas y compadezcas conmigo.

Déjate amar por mí, vive la experiencia de mi amor en tu corazón, para que unas tu corazón al mío, para que compartas mi dolor y mi sufrimiento, mi alegría y mi anhelo infinito, para que salves almas conmigo.

Configúrate conmigo, para que seas un verdadero amigo, compañero fiel que nunca abandona.

Cuando me necesites, búscame como busca un amigo, y encuéntrame, para unirte conmigo, en tu oración, en tus pensamientos, en tu silencio, en mi Palabra, en tus hermanos, en tu ministerio, en los Sacramentos.

Y siempre piensa en mí.

Cuando la tentación te ataque, piensa en mí, y la tentación se irá.

Cuando te sientas solo, piensa en mí, porque yo siempre estoy contigo, todos los días de tu vida.

Cuando te sientas triste, piensa en mí, porque yo soy tu amigo y te daré mi alegría.

Cuando estés cansado, piensa en mí y ven a mí, que yo te aliviaré.

Cuando la duda te asalte, piensa en mí, porque yo soy la verdad.

Cuando te sientas perdido, piensa en mí, porque yo soy el camino.

Cuando te sientas en agonía, piensa en mí, porque yo soy la vida.

Cuando el demonio te aseche, piensa en mí, porque yo soy el único Dios verdadero, todopoderoso y eterno, y el maligno no tiene en mí ningún poder.

Cuando no sientas amor en tu corazón, piensa en mí, porque yo soy el amor, y es en tu corazón en donde habito yo.

Cuando reconozcas tus miserias, piensa en mi misericordia, y cree en mí, y ven a mí, con el corazón contrito y humillado, que yo nunca desprecio, y entonces yo te daré la fuerza, y te daré el amor, y te uniré conmigo, para que seas parte conmigo, para que sientas, para que compartas, para que ames, para que vivas hoy mismo conmigo en el Paraíso, para que en mí te una al Padre por el Espíritu Santo, y entonces entenderás mi amistad, y compartirás conmigo la gloria de Dios en la eternidad. Amigo es quien muere para vivir conmigo.

Amigo mío, te amo. Piensa en mí, porque solo a mí perteneces.

Cuando me veas, piensa en mí.

Cuando me escuches, piensa en mí.

Cuando veas un niño, piensa en mí.

En el hombre y el anciano, en la mujer y en la madre, piensa en mí.

Cuando veas a mi Madre, piensa en mí.

Cuando llames a los ángeles, piensa en mí.

Cuando invoques a los santos, piensa en mí.

Cuando contemples el mar, piensa en mí.

Cuando aprecies la belleza en la naturaleza, piensa en mí.

Cuando veas vida, piensa en mí.

Cuando estés dormido, piensa en mí.

Cuando estés despierto, piensa en mí.

Cuando reces, cuando cantes, cuando sirvas y trabajes, cuando te canses y cuando descanses, piensa en mí.

Cuando llores y cuando rías, piensa en mí.

En la salud y en la enfermedad, piensa en mí.

En la noche y en el día, piensa en mí.

En el sufrimiento y en la alegría, piensa en mí.

En todo momento, amigo mío, piensa en mí.

Porque así es como me alabas y permaneces unido a mí».

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Madre mía: me gusta alabarte. Tú eres la pureza, la inocencia, la belleza, luz de estrella, faro de mar, halo de luna, amor maternal, entrega absoluta, piedad, virgen casta de tierra fértil, en cuyo vientre ha sido plantada semilla divina, que crece y florece para dar fruto bendito de su vientre.

Eres abnegación, silencio, paciencia, sabiduría. En ti toda la ciencia, abundancia, paz, esperanza, caridad, fe, consuelo, salud, bondad, humildad, abandono, obediencia, aceptación, alegría, vida.

Jesús es mi amigo, y me gusta también alabarlo por su nombre, para agradecer su amistad. Enséñame.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo conozco a Cristo desde antes que naciera, y lo he llamado por su nombre.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.

Alaba al Señor alma mía.

Alaben al Señor cielos y tierra.

Alaben al Señor ríos y mares.

Alaben al Señor ángeles y santos.

Alaben al Señor todas las creaturas del mundo.

Alaben al Señor todo cuanto Él ha creado.

Alaben al Señor los firmamentos.

Alaben al Señor todos los tiempos.

Alaben al Señor todos los astros.

Alaben al Señor todos los pueblos.

Hijos, alabemos a Dios.

Alaben al Señor con su mirada, con su silencio, con su voz, con su sonrisa, con sus lágrimas, con su alegría, con su sufrimiento, con su gozo y su dolor.

Alaben, hijos, la grandeza del Señor.

Alaben al Señor, porque Él es su creador, Él es su salvador, Él es su Padre, Él es su maestro, Él es su Pastor, Él es su guía, Él es su hermano, Él es su Rey.

Adoren al Señor su Dios, y ámenlo con toda su alma, con toda su mente, con todo su corazón, con todas sus fuerzas, porque Él es el único Dios verdadero, el único que merece adoración.

Adoren, hijos, al fruto de mi vientre, y acompáñenme a alabar al Señor, en todo lo que digan, en todo lo que callen, en todo lo que hagan, en todo lo que ofrezcan, en todo lo que entreguen. En todo momento piensen en Él, para que todo se convierta en alabanza.

Aun así, crucificado y agonizante, Jesús hizo lo que más le gusta: hizo un amigo.

Alaben a Dios, hijos, ofreciéndose y orando por todos sus amigos.

Canten alabanzas y adoren a Dios, en todo momento y en todo lugar, en su orar y en su obrar.

Alaben al Señor manteniendo su amistad, y manteniendo la unidad de su familia que es la Santa Iglesia.

Fraternidad entre pastores, unidad de sacerdotes en obediencia a la Roca, que es Cristo, a quien el Papa representa».

¡Muéstrate Madre, María!