2. TOMAR LA CRUZ – ELEGIR LA VIDA
EVANGELIO DEL JUEVES DESPUÉS DE CENIZA
El que pierda su vida por mí, la salvará
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 22-25
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo; “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará. En efecto, ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo o se destruye?”.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: varias veces aparece en el Santo Evangelio la importancia de tomar la cruz de cada día, para poder ser tu discípulo. Y eso lo dijiste cuando todavía no llegaba el momento de tu pasión y muerte.
Resultaba difícil aceptar ese lenguaje, porque la cruz era para los delincuentes. Pero, cuando tú sufriste ese suplicio por nuestros pecados, nos dejaste el testimonio más grande de amor, dando tu vida.
A partir de ese momento adquiría sentido tomar la cruz de cada día: identificarse contigo.
A mí, sacerdote, me lo pides con más seriedad, porque estoy configurado contigo, por el Sacramento del Orden.
Y pienso en eso que también dices: “el que pierda su vida por mi causa la encontrará”.
Señor, yo quiero seguirte muy cerca, porque eres el Camino, la Verdad y la Vida.
¿En qué consiste, para mí, tomar realmente la cruz de cada día?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes de mi pueblo: contemplen mi cruz, adoren mi cruz, abracen mi cruz, que es cruz de alegría, cruz de perdón, cruz de redención, cruz de salvación, cruz de fe, cruz de esperanza, cruz de amor, cruz de virtud, cruz de santidad, cruz de resurrección, cruz de vida, cruz de filiación divina, cruz de eterna gloria, en la que estoy yo, con los brazos extendidos y los pies juntos, con la cabeza coronada de espinas, con el rostro desfigurado, con el cuerpo flagelado, con la carne inmolada, llena de heridas, cubierto de mi preciosa sangre, derramada hasta la última gota, entregado a los hombres totalmente en cuerpo y en sangre, en vida, en muerte, entregando el espíritu al Padre, por amor, para recuperar la vida.
Yo voy al Padre. Yo soy el camino. Síganme.
Ir al Padre es renunciar a ustedes mismos, para vivir en mí.
Es tomar su cruz de cada día para unirla en la mía. Porque cruz de vida, solo hay una: la mía.
La cruz de cada día son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz: la mía, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades, que no se unen a mi cruz, no sirven para nada, porque el único sacrificio agradable al Padre es el del Hijo, que, por un solo sacrificio, ha abolido la esclavitud del pecado, rompiendo las cadenas y liberando al mundo.
Porque tanto amó Dios al mundo que envió a su único Hijo para que todo el que crea en Él se salve y tenga vida eterna, a través del único y eterno sacrificio, que purifica y santifica, que abole el pecado y perfecciona toda virtud, que exalta al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y que se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz, para mostrarlo al mundo, tal cual es: hombre y Dios, y darle a conocer su nombre: Jesús, ante quien toda rodilla se dobla, para que todos lo reconozcan como el Hijo de Dios, en el cielo, en la tierra y en todo lugar.
El camino al Padre soy yo, y la puerta a la vida eterna es de cruz.
Yo he renunciado a la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera, para abrazar mi cruz, para mostrarles el camino y llevarlos conmigo de regreso a la gloria de mi Padre.
Yo he venido por ustedes al mundo, para llevarlos conmigo al Paraíso.
Yo he dejado en el mundo el camino, para llegar al cielo. Yo soy el camino.
Yo he venido a traerles la verdad, para que renuncien a la mentira y vivan en la verdad. Yo soy la verdad.
Yo he venido a traerles la vida con mi muerte en la cruz, porque sin muerte no hay resurrección y sin resurrección no hay vida. Yo soy la vida.
Y con mi muerte y mi resurrección yo hago nuevas todas las cosas.
Ustedes no me han elegido. Yo soy quien los ha elegido a ustedes, para que sean como yo, para que lleven a las almas a la salvación, que, por mi cruz, les ha sido dada.
Se requiere valor, pero sobre todo se requiere amor.
Ustedes han tenido el valor, y han tenido un amor tan grande para dejarlo todo, para tomar su cruz de cada día, que es la misión que les he encomendado, y me han seguido.
La cruz de ustedes, de cada día, es de alegría, porque es de vida.
Es de dolor, porque es de sacrificio.
Es de mortificación, porque es de espinas.
Es de libertad, porque es redentora.
Es justa, porque justifica.
Es pesada, porque carga con los pecados del mundo.
Es casta, porque es de virtud.
Es santa, porque purifica y santifica.
Es fraterna, porque es de unidad.
Es de ofrenda, porque es don.
Es divina, porque es la mía.
Es de servicio, porque es de misericordia.
El que quiera venir en pos de mí, que se humille como yo, que tome su cruz y que me siga, y yo lo exaltaré para hacerlo como yo.
Pero el discípulo no es más que su maestro, y será la cruz de cada día: el estudio, el trabajo, la predicación, el ministerio, las obras de misericordia, para alimentar, dar de beber, vestir, acoger al necesitado, sanar, visitar, bendecir, aconsejar, enseñar, corregir, consolar, perdonar, sufrir con paciencia los defectos de los demás, orar constantemente, llevando su cruz en la mía, con una vida de piedad.
Amigos míos: por esta entrega, que los hace como yo, también serán perseguidos, calumniados, tentados, insultados. Compartirán los mismos sentimientos que yo, y sentirán la soledad, el abandono, la traición, la burla, la injusticia, la persecución. Deberán mantener el valor, y no tener miedo de los que matan el cuerpo, porque no pueden matar el alma, sino que teman a los que llevan el alma a la perdición y el cuerpo a la muerte.
Yo les digo que todo el que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre, que está en el cielo. Pero todo aquel que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en el cielo.
Que se declaren por mí ante los hombres adorando mi cruz, uniendo su cruz de cada día a mi cruz, uniéndose en mi único y eterno sacrificio, exaltando mi cruz, en cuerpo, en alma, en divinidad, en Eucaristía».
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Madre mía: seguramente tu alma fue traspasada de dolor cuando escuchaste aquellas palabras de tu Hijo Jesús, de que es necesario que sufra mucho y que sea rechazado y entregado a muerte.
Es el mismo dolor que tuviste cuando se cumplían esas palabras en sus discípulos, otros Cristos, configurados con Él, quienes entregaron su vida teniendo los mismos sentimientos que Jesús, unidos a Él llevando su cruz, perdiendo la vida por su causa.
Tú estuviste sosteniendo la entrega de ellos, como lo hiciste en el Calvario acompañando a tu Hijo. Yo quiero pedirte que también a mí me ayudes y acompañes siempre, para poder llevar mi cruz con alegría, sintiendo tu presencia y tu consuelo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío: aunque camines por desiertos, como lo hizo Jesús, yo no te dejaré, te acompañaré. A donde tú vayas yo iré, como lo hice con Él. Quiero darte esa tranquilidad.
Búscame en la oración al amanecer, al mediodía, al atardecer, cuando caiga la noche. A la hora que me necesites aquí estaré.
Renunciar a ti mismo, dejarlo todo, perder tu vida por Cristo, desde la perspectiva humana es un riesgo que vale la pena, pero que cuesta, que implica virtud, fortaleza, fidelidad, fe, esperanza, amor, tenacidad, humildad, generosidad, paciencia, tolerancia, perseverancia, confianza, abandono, obediencia. Todas las virtudes aplicadas a la propia vocación, que es en donde son probadas. Y, una vez practicadas con heroicidad, consiguen ganar contra el enemigo todas las batallas, y alcanzar la santidad.
Pero, entregar la vida de manera sobrenatural anula todo riesgo. Es una seguridad, porque aquel a quien entregas tu vida es el Todopoderoso, el amigo que nunca te va a traicionar.
No te dejará, no te abandonará, te transformará en Él, para a su Padre contigo glorificar. ¿Crees esto, hijo mío?
Yo deseo ver en tus ojos la felicidad que da la libertad del conocimiento de la verdad, y que eso te lleve a la paz. Tus palabras son sabias. El Espíritu Santo, que está conmigo, está contigo. Que nada te turbe, hijo mío.
Los ejercicios espirituales de Cuaresma ayudan a fortalecer el espíritu, para defender la paz de la conciencia, con tu vida bien dirigida hacia la santidad, cuando se ha alcanzado la seguridad que da conocer la voluntad de Dios para ti.
Ya has logrado el desprendimiento del mundo entregando tu vida. Alabo a mi Señor, que te ha concedido el don de la visión sobrenatural y el conocimiento de la debilidad de tu humanidad, para vivir cumpliendo la voluntad de Dios en unidad de vida.
Esa es la formación que necesitan ustedes, mis hijos sacerdotes, para que su entrega sea completa y su conversión los mantenga unidos al Sagrado Corazón de mi Hijo Jesucristo, y en su amor permanezcan.
Permanezcan también conmigo, al pie de la cruz, orando, adorando, amando.
Ustedes han elegido la mejor parte, que no les será quitada.
Unan su cruz a la mía, que es la cruz de Cristo, la única cruz que salva, que santifica, que redime, que da vida, extendiendo sus brazos como yo, para recibirlos y unirlos en esta cruz, en la carne y en la sangre del Cordero, a través del amor y de la misericordia que se ha derramado en la cruz hasta la última gota, para hacerse don, ofrenda, comunión, alimento, presencia viva, sacrificio, gratuidad, sacramento: Eucaristía.
Permanezcan en la fe, en la esperanza y en el amor, viviendo con alegría en la virtud, exaltando la santa cruz, para que sea luz, y que mi auxilio llegue a todos mis hijos, para establecer la unidad y la paz, a través de la cruz, en la que permanezco unida a Él, y que me hace camino seguro y puerta abierta del cielo.
Tomen su cruz con la alegría de servir a Cristo, uniéndose en un mismo sacrificio, configurándose en una misma cruz, en un mismo cuerpo, en un mismo espíritu.
Y no se preocupen por nada. Aquí estoy yo, que soy su Madre».
¡Muéstrate Madre, María!