18/09/2024

Lc 9, 51-56

23. SEGUIR LAS HUELLAS DEL MAESTRO – SEGUIR A JESÚS

MARTES DE LA SEMANA XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Jesús tomó la firme determinación de ir a Jerusalén.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 51-56

Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: tú tomas la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén sabiendo que te espera el suplicio de la cruz.

Tus pasos siempre fueron firmes, decididos, aunque sabías también, como te sucedió en Samaria, que en algunos lugares no serías bien recibido. Tú viniste a la tierra cumpliendo la voluntad del Padre y no te ibas a detener ante las dificultades. Desde el primer momento, hasta el último, consciente de las limitaciones de la naturaleza humana, confirmabas tu entrega diciéndole: “no se haga lo que yo quierosino lo que quieres tú”.

Además, debías dar ejemplo a tus discípulos, quienes iban a recibir la misión de ir por todo el mundo a predicar el evangelio, y no iban a faltar ocasiones en que quisieran pedir que bajara fuego del cielo para castigar a los que rechazaran tu mensaje.

Les anunciaste varias veces que era necesario que el Hijo del hombre fuera entregado a los hombres, que sufriera mucho, muriera en la cruz, y resucitara al tercer día. Y debían seguir tus pasos, tomando su cruz, si querían ser tus discípulos.

Así nosotros ahora, tus sacerdotes, configurados contigo, también debemos seguir tus huellas. Lo sabíamos desde que tomamos la firme determinación de entregarnos en el sacerdocio. No iban a faltar dificultades en nuestro camino, aceptando incluso el martirio, si era voluntad de Dios. Y eso no ha faltado en la historia de la Iglesia. Todo lo podemos en ti que nos das la fuerza.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Pastores míos: caminen conmigo.

Sigan mis pasos, los pasos que he dado y que les he enseñado.

Sigan con sus pies las huellas que han dejado los míos, que han marcado el camino para llegar a la cruz, para que con sus pies se suban para configurarse conmigo.

Que mis pies están clavados para borrar los pecados.

Que sus pies sean clavados para evitar que los lleven al lugar de pecado.

Que sus pies sean lavados con mi sangre, para que retrocedan ante la tentación, pero que caminen hacia los necesitados y les lleven mi Palabra, y les lleven mi consuelo, y les lleven mi amor.

Pies que lleguen a todos los confines del mundo, anunciando el Reino de Dios.

Pies que los lleven a expulsar demonios, a curar enfermos, a sanar corazones, a alimentar a mi pueblo.

Pies que se cansen de caminar mi camino, y yo los haga descansar.

Discípulos míos: sigan las huellas de su Maestro y caminen por mi camino, pero no vengan solos.

Que sus rebaños sigan sus pies.

Que ustedes lleven la luz en medio de la oscuridad, porque yo soy la luz del mundo, y el que me sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.

Suban conmigo a mi cruz, y hagan penitencia, compartiendo mi sufrimiento, para redimir, para reparar conmigo los pecados de los hombres.

Mantengan sus pies clavados con los míos.

Para que sean pesados como metal al ser tentados, y que sean ligeros al acudir en ayuda del necesitado.

Para que nunca se salgan del camino.

Para que nunca se pierdan.

Para que mueran al mundo y resuciten conmigo.

Amigo mío: el sufrimiento es necesario. Cuando se sufre mucho, porque se ama mucho, el sufrimiento purifica, lava, sana, limpia, santifica, repara, redime.

Compadece mi sufrimiento y repara las heridas de mi doloroso y Sagrado Corazón.

Acompaña a mi Madre, y sígueme».

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Madre nuestra: tú seguiste siempre los pasos de Jesús, junto con las santas mujeres, sirviendo a tu Hijo y a sus discípulos. Eras su mejor compañía.

Desde antes de nacer ya lo adorabas, sabiendo que era el Hijo de Dios, y tu corazón inmaculado gozaba al contemplarlo también como Hijo del hombre.

Seguramente lo cubriste de besos al tenerlo por primera vez entre tus brazos, y muchas veces también a lo largo de su vida. Cada parte de su cuerpo era el cuerpo de Dios.

Pero en su vida pública te dieron compasión sus pies cansados, de tanto caminar predicando su mensaje de salvación. Y procuraste aliviarlos tantas veces lavándolos y ungiéndolos con tus besos. Aquel día de la Última Cena querías ser tú la que lavaras los pies, pero no te dejó Jesús: Él debía darnos ejemplo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a seguir los pasos de Jesús hasta la cruz sintiendo tu presencia. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: quédate conmigo a los pies de la cruz. Acompáñame a contemplar a mi Hijo. Contemplaremos sus pies.

Mira sus pies sangrantes y perforados, los pies que yo enseñé a dar sus primeros pasos, los pies que tanto caminaron y encontraron descanso en los brazos de su Madre.

Pies con los que Dios pisó la tierra, para hacer de ella un lugar sagrado, en donde Él vivió, por donde Él pasó, en donde Él caminó y dejó huella.

Pies que llevaron a Dios hasta el más necesitado, a llevarle perdón, paz, consuelo, esperanza, amor, palabra, salud, alimento.

Pies que caminaron sobre la arena, buscando pescadores de hombres.

Pies a los que se postraron pecadores pidiendo perdón.

Pies a los que se postraron los demonios, reconociéndolo como el Hijo de Dios.

Pies que fueron lavados con lágrimas y ungidos con perfume.

Pies que caminaron sobre montañas y sobre mares.

Pies que llegaron hasta lugares lejanos, llevando la Palabra de Dios, anunciando la Buena Nueva del Reino de los cielos.

Pies que siguieron muchos que buscaban la verdad.

Pies en los que encontraron al Dios de la verdad.

Pies que lo condujeron con paso firme como cordero al matadero.

Pies que no titubearon cuando fueron conducidos al lugar del suplicio.

Pies que fueron flagelados.

Pies que fueron desnudados y maltratados.

Pies que cargaron el peso de una cruz, en la que pesaban todos los pecados del mundo.

Pies que caminaron sin detenerse, sin cambiar el rumbo, sin dar marcha atrás, permaneciendo firmes en el camino hacia el Calvario, para subir a la cruz.

Pies que nunca pisaron pecado, pero que fueron perforados para el perdón de los pecados de los hombres.

Pies a los cuales me he postrado yo, para acompañarlo en su redención.

Pies que han descansado en el sepulcro oscuro y frío.

Pies con los que ha caminado el Cristo resucitado.

Pies a los que se postraron las mujeres santas.

Pies que fueron testimonio de la cruz ante la incredulidad de sus amigos.

Pies que tocaron la tierra y subieron al cielo para tocar el trono de Dios Padre.

Pies que habrán de venir de nuevo a traer la justicia y la paz.

Hijo mío: contempla los pies de Dios, los que dejaron el camino marcado para la salvación de todas las almas.

Adóralo conmigo. Ven por tus propios pies a postrarte ante el sagrario, a adorar a mi Hijo en la Eucaristía, a buscarlo en la oración, contemplando los pies del cuerpo de Cristo del que Él es cabeza, abandonándote en la oración, para encontrarlo, para seguirlo, para configurarte con Él, para que, así como los pies de los apóstoles fueron lavados por Él mismo, laves tú los pies de los más necesitados, para que el mundo entero quede libre de pecado».