27. LA MISERICORDIA DEL PADRE – PERMANECER EN LA HUMILDAD
SÁBADO DE LA SEMANA XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios, y las has revelado a la gente sencilla!
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 10, 17-24
En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: ¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nuestra pequeñez nos impide conocer los misterios de la vida de Dios, de modo que necesitamos de la Revelación. Leemos en la Carta a los Hebreos que de muchos modos habló Dios en el pasado, a través de los Profetas; y en los últimos días a través de ti.
Hoy nos dices que el Padre escondió estas cosas a los sabios y entendidos, y las ha revelado a la gente sencilla. Y que nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Yo te pido, Jesús, que me des en abundancia tu verdad, reconociendo mi pequeñez, para que pueda conocer al Padre y contar con los tesoros de tu sabiduría.
Quiero llenar mi corazón con la riqueza de la misericordia del Padre.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Pastores míos: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y al que llama se le abre.
Porque ¿quién de ustedes al hijo que le pide un pan le da una piedra? ¿O en lugar de un pez le da una serpiente?
Es mi Padre quien permite sus miserias.
Es por sus miserias su sufrimiento.
Es en el sufrimiento que se humilla el corazón.
Es un corazón contrito y humillado el que consigue la misericordia del Padre.
Es el Padre quien por su misericordia envía las gracias para transformar sus miserias.
Es al Padre a quien hay que pedir.
Es el Padre quien me ha enviado a sufrir por las miserias de los hombres, porque los hombres no saben ver, y no saben oír, y no saben pedir, y no saben buscar, y no saben llamar.
Es el Padre quien me ha enviado para entregarme como ofrenda en un único sacrificio, para conseguir para ustedes su misericordia.
Es el Espíritu Santo dador de todas las gracias.
Es mi Madre la dispensadora de todas las gracias.
Son ustedes administradores de las gracias que entrega mi Madre, y de la misericordia que derrama el Padre.
Es mi pasión y muerte el único y santo sacrificio para la redención y salvación de las almas.
Son ustedes ofrenda unida a este único sacrificio.
Que su ofrenda sea digna de entregarse conmigo.
Que su ofrenda sea agradable al Padre.
Que su ofrenda sean fruto de sus obras de amor y misericordia.
Pastores míos, que cuidan mi rebaño: no sacrifiquen a mis ovejas, porque la sangre de las ovejas atrae a los lobos.
Alimenten a mis ovejas, curen a mis ovejas, reúnan a mis ovejas, busquen a las perdidas, sanen a las enfermas, protejan a mi rebaño, condúzcanlo por la luz, y déjense acompañar por las madres de mi rebaño, que por su entrega son ofrenda unidas con ustedes y conmigo en un mismo sacrificio, por el que el Padre los atrae hacia mí, por el que ustedes se unen conmigo en un mismo cuerpo y un mismo espíritu, por el que yo los hago hijos de mi Madre, y mi Madre los acoge como hijos conmigo, y por mí van al Padre.
Porque nadie va al Hijo si no lo atrae el Padre, y nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie conoce al Padre si no es el Hijo, y nadie conoce al Hijo sino el Padre.
A ustedes, sacerdotes míos, se los ha querido revelar. Sean ustedes perfectos como mi Padre del cielo es perfecto, y sean misericordiosos como mi Padre del cielo es misericordioso, para que sean sacerdotes santos, pastores dignos del pueblo santo de Dios.
Sacerdote mío: son tus miserias que yo he venido a sufrir.
Son tus miserias las que me han crucificado.
Es por tus miserias que me he entregado en un solo y santo sacrificio, para hacerte ofrenda conmigo en este mismo sacrificio.
Dichosos los ojos que ven y dichosos los oídos que oyen.
Que sean tus ojos, ojos para los que no ven, y tus oídos, oídos para los que no oyen.
Que sea esta, amigo mío, tu ofrenda. Pide misericordia para que tu ofrenda sea agradable al Padre.
Pide misericordia, desde la humildad de tu corazón, porque un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio.
Pide la gracia de reconocerte ante Dios como hombre pecador, frágil, de barro.
Pide la misericordia de Dios para que fortalezca tu fragilidad y transforme tus miserias.
Pide al Padre que permita que tu corazón sea transformado, y herido, y humillado, y encendido en amor, para que veas, para que escuches, para que compartas la misericordia de Dios por medio de obras de misericordia.
Yo quiero hacer llegar la misericordia a todos ustedes, mis sacerdotes, para que la misericordia llegue a todo el pueblo santo de Dios».
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Madre mía: tú eres la hija predilecta del Padre y, como buena madre, sabes bien lo que necesitamos tus hijos. Intercede por nosotros, tus hijos sacerdotes, para que el Padre transforme nuestras almas purificándonos de nuestras miserias.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: es la misericordia del Padre una obra de amor.
Es por las miserias de los hombres que derrama su misericordia.
Son las miserias transformadas por las gracias de Dios en obras, en frutos, en ofrenda.
Es mi Hijo el que ha venido a sufrir por las miserias de los hombres.
Es el Padre que permite las miserias en los hombres, y es el Padre quien envía las gracias para transformar a los hombres, y transformar sus miserias en abundancia, para que puedan llegar a Él.
Es el hombre quien decide recibir las gracias, pero las tiene que pedir.
Soy yo la madre de todas las gracias, pero los hombres no saben pedir.
Son sus miserias lo que los hace caer.
Es el dolor de la caída lo que les hace aprender que las caídas duelen por el daño que causan.
Yo pido para ustedes las gracias que no saben pedir, para consolarlos, para ayudarlos, para fortalecerlos, para que la misericordia de Dios sea con ustedes, y sus miserias sean menos.
¡Muéstrate Madre, María!