34. PERSEVERANTES EN LA ORACIÓN - PEDIR CON CONFIANZA
EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Pidan y se les dará.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 5-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. Pero él le responde desde dentro: ‘No me molestes. No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados’. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.
Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?
Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando un alma tiene fe reconoce que tiene necesidad de hacer oración. Existe en cada corazón el deseo de Dios.
La oración puede ser de diversos modos. Uno de ellos es la oración de petición. Reconocemos nuestra pequeñez, y también la omnipotencia divina. Tenemos necesidad de pedir a Dios que nos ayude.
Quizá alguien con poca fe pueda extrañarse, argumentando que Dios ya conoce nuestras necesidades, que no hace falta pedir. Podemos reconocer que sí, que sí las conoce, pero quiere, con pedagogía divina, ayudarnos a fortalecer nuestra fe, nuestra confianza en su divina providencia.
Jesús, ¿cómo debe ser la oración del sacerdote? ¿Qué es lo que debo pedir?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: pídeme. Lo que me pidas te daré.
Amigo mío, ¿cuánto me amas? ¿Tanto para darme lo que yo te pida?
Yo te pido que me ames, y que con ese amor me pidas.
Yo te pido que me pidas que entregue mi vida por ti.
Pídeme que sea flagelado, golpeado, escupido, humillado, lastimado, burlado, injustamente juzgado a muerte de cruz.
Pídeme que cargue mi cruz y que camine al Calvario.
Pídeme que me suba a la cruz para ser crucificado.
Pídeme morir por ti, ofreciendo mi vida por ti, para rescatarte, para salvarte, para que permanezcas conmigo. Pero, sobre todo, pídeme resucitarte conmigo en la vida eterna de mi resurrección.
Pídeme por los méritos de mi vida, pasión, muerte y resurrección, la misericordia de Dios, para que te haga hijo conmigo, y seas hijo del Padre como yo, para que Él te dé todo lo que necesites. No porque lo merezcas, sino por la providencia de la heredad que te merece la filiación divina. Porque Dios, que es Padre, se humilla ante su propia creación, entregándose a sus creaturas a través de su único Hijo, mortificando su carne, abriéndose al mundo derramando su amor en misericordia, para reunirlos a todos y hacerlos hijos, para darles lo que necesitan, como un padre le da a un hijo, por heredad, sin merecer, para rescatarlos de la muerte y hacerlos suyos para siempre. Y se derrama para reunir a los que había dispersado, para hacerlos en Él una sola familia.
Pídeme ofrecerte en oblación conmigo, acompañando a mi Madre.
Pídeme, como me lo pide Ella. Eso es aliento para mí. Porque yo vine a morir por ti, en obediencia al Padre, que por amor quiere salvarte. Y me entrego solo, por propia voluntad, porque nadie me lo ha pedido. Acompaña a mi Madre y pídeme con insistencia lo que te he pedido.
Pídeme, sacerdote mío, mi entrega de amor hasta el extremo, quedándome para siempre contigo en la Eucaristía.
Pero pídeme sin egoísmo, buscando primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura.
Pídeme confiando y dispuesto a recibir, sin preocuparte por lo que mañana has de comer o has de vestir, porque tú eres más que las aves del cielo y las flores del campo.
Pídeme, pero no me pidas para ti, pídeme la gracia de saberte entregar a mí, totalmente, por medio del servicio a los demás.
Pídeme, que yo te daré la gracia y la compañía de mi Madre.
Pídeme invocando mi nombre, ante el cual toda rodilla se dobla.
Pídeme con pureza de intención desde tu corazón, porque es en la pureza en donde se derrama la gracia y se manifiesta la providencia abundante del Padre.
Humíllate ante el Padre y pídele con humildad, reconociéndote necesitado de Él, débil, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, cautivo, pecador, impaciente, perdido, solo, ignorante, desconsolado, indefenso, desprotegido, expuesto al peligro, y como hijo pródigo.
Pídeme, porque al que pide se le da.
Búscame, porque el que me busca siempre me encuentra, porque yo espero con paciencia, y al que viene a mí lo hago descansar.
Toca a mi puerta y te abriré las puertas del cielo, para que se derrame la misericordia del Padre.
Pide los dones del Espíritu Santo, porque sin Él nada puedes.
Amigo mío: ¿cuánto me amas? ¿Me darás lo que te pido?
Yo te pido que me des tu voluntad.
Yo te busco, y te pido que te dejes encontrar.
Yo toco a tu puerta y te pido que me dejes entrar, para entregarme a ti, para quedarme contigo y vivir en ti, como tú vives en mí.
Mira que estoy a la puerta y llamo. Ábreme y déjame entrar, para que cene contigo y tú conmigo.
Sacerdote mío: contempla mi creación, en la que no está tu voluntad, sino la mía. Es el corazón de cada hombre tierra fértil, para crear un mundo lleno de vida, de belleza, de amor, en cada uno, porque cada uno es obra de la creación del Padre.
Pero ahí sí depende de la voluntad de los hombres, para que se haga la mía, porque es lo único que poseen, lo que se les ha dado para que sean libres y elijan el amor. Yo espero que me llamen y me busquen y me pidan: Señor, hágase tu voluntad y no la mía. Entonces haré de cada corazón la obra maestra de Dios.
Amigo mío: he ahí a tu Madre. Ora con Ella al Padre, de rodillas al pie de la cruz, diciendo: Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…
Pídele a mi Madre como hijo.
Escucha a mi Madre, aprende de su sabiduría de Madre.
Obedece a mi Madre, como autoridad de Madre.
Aprende de mi Madre, con la humildad de hijo.
Sella tus peticiones con alabanzas, pidiendo su intercesión rezando el Rosario, y acompáñala en cada letanía, aprendiendo lo que es, lo que hace y lo que alcanza la compañía de mi Madre, pidiendo que se derrame la misericordia del Padre para la propia entrega en santidad, para demostrar al mundo la belleza de ser una obra maestra de la creación de Dios».
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Madre mía: a nosotros, sacerdotes, acude mucha gente para pedirnos oraciones. Piensan que Dios nos escucha de modo especial, y confían en nuestra oración de intercesión. Pero nos puede pasar que nos cansemos de pedir, o que nos desanimemos, si Dios no concede lo que pedimos.
Sabemos que Dios es sapientísimo, y Él nos dará solo lo que nos conviene y cuando nos conviene. Pero a veces nos falta fe, confianza, perseverancia, paciencia y mucha humildad.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a saber pedir y a confiar siempre en Dios y en tu poderosa intercesión. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: Dios Padre dice: “pide y te daré”. Los discípulos de Jesús le pidieron que los enseñara a orar. Y Él les dio una enseñanza, y en dos partes se las explicó. La primera parte: pedir como un hijo a un padre. La segunda parte: insistir en el pedir, con molesta insistencia pedir. Ahí tienes la respuesta.
Los hombres se cansan de pedir. A veces les falta fe, a veces les falta constancia, a veces les falta perseverancia. Muchas veces les falta humildad. Exigen sabiendo que Dios todo lo puede, y se enojan cuando no les da lo que quieren, en el tiempo y la forma que ellos quieren.
La prudencia perfecciona a las demás virtudes. La prudencia también debe practicarse cuando oran. Es prudente aquel que pide con insistencia y que espera con paciencia, sabiendo que un padre a un hijo le dará lo mejor, y no siempre es lo que el hijo le pide.
A veces mis hijos son muy mal agradecidos, y cuando el Padre concede no reciben, porque no es lo que ellos esperan, no es tal y como ellos lo piden, y rechazan los dones de Dios, sin saber que de algún otro modo Él cubre esa necesidad, concediéndoles algo mejor, porque Dios es sabio y ve lo que ellos no pueden ver.
Confianza, hijo mío, eso es lo que la prudencia requiere en la voluntad del que pide. Y humildad, sabiéndose miserables, necesitados de la misericordia y de la omnipotencia del Padre.
Y yo voy a agregar algo más a las enseñanzas de mi Hijo. Yo soy Madre, y soy la omnipotencia suplicante. El Padre no me niega nada de lo que le pido. Pídele tú a Dios, que es tu Padre, como un hijo, y dile: “en esto está de acuerdo mi Madre, ya se lo he pedido”.
Hijo mío: pide y suplica.
Pide la entrega de mi Hijo en la cruz.
Pídele soportar y tener paciencia.
Pídele mortificar su cuerpo y entregar su espíritu.
Pide al Padre fortaleza y piedad para su Hijo.
Pídele misericordia y paz para todos sus hijos.
Yo te entrego este tesoro de mi corazón con el cual te enseñaré a pedir, para que enseñes a otros a hacer lo mismo.
Mi tesoro son los Misterios del Rosario.
Pide en cada misterio desde tu corazón, con pureza de intención, todo lo que necesitas para ti y para otros. Esa es la forma más pura de pedir: humillándose al pie de la cruz de Cristo, como lo hago yo, mientras piden con insistencia al Padre –como hijos, por la heredad conseguida, por los méritos de la vida, pasión, muerte y resurrección del Hijo–, recibir por los méritos de mi maternidad los dones y las gracias del Espíritu Santo.
Pide por mis hijos y por los hijos de mis hijos. Yo los bendigo. Sus peticiones son escuchadas, yo misma las atiendo, las uno a las mías, y las presento al Padre, por intercesión de mi Hijo Jesucristo. Eso es la omnipotencia suplicante que Dios me ha concedido.
Pidan ustedes así, y todo les será concedido».
¡Muéstrate Madre, María!