8. SIGNADOS CON LA CRUZ - VIVIR EN VERDADERA LIBERTAD
MIÉRCOLES DE LA SEMANA I DE CUARESMA
A la gente de este tiempo no se le dará otra señal que la del profeta Jonás.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás y aquí hay uno que es más que Jonás”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: no podemos seguir pidiéndote señales. Tenemos el camino muy claro para ser tus discípulos. Hemos de tomar nuestra cruz de cada día –esa es la señal–, y vivir en la verdad que nos hace libres, para servirte siempre con la fuerza del amor.
La piedad cristiana está acostumbrada a trazar el cuerpo con la señal de la cruz, invocando a las tres Personas divinas.
Nos persignamos con frecuencia, pidiendo al Señor que nos libre de nuestros enemigos, por la señal de la santa cruz.
El sacerdote bendice al pueblo de Dios trazando sobre ellos el signo de la cruz.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la señal de la cruz, al comienzo de la celebración del Bautismo, “señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz”.
Señor: por tu cruz nos has liberado del pecado. Con tu verdad nos has liberado de la ignorancia.
Jesús ¿por qué has querido que tu cruz sea la señal del cristiano?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: no habrá señal más grande que la cruz, en la que el Hijo del hombre fue muerto y al tercer día resucitó.
La cruz terrible, que ha sido elevada, exaltada.
La cruz en la que mi rostro fue expuesto, desfigurado y ensangrentado, y que expresaba mi dolor; y también mi cuerpo, lleno de heridas, de las que brotaba sangre abundante sin parar.
La cruz en la que mi cabeza tenía puesta una corona de espinas, que penetraban mi piel.
La cruz en la que mis manos y mis pies estaban clavados, mis rodillas en carne viva, y mi hombro lastimado, por haber llevado encima una carga muy pesada.
La cruz de la que escurría sangre de mis pies hasta el suelo, y se mezclaba con la tierra.
La cruz en la que podían contarse todos mis huesos; y el madero estaba cubierto de sangre. De mis ojos brotaban lágrimas, y casi no podía respirar ni hablar.
La cruz junto a la que se mantuvo de pie mi Madre, soportando un terrible sufrimiento: su alma atravesada al ver mi corazón abierto. Y sus lágrimas fueron muchas, al saber que no todos aceptarían la salvación de sus almas conseguida con mi muerte.
Hay batallas que las gana el diablo, cuando a pesar de mi cruz y de haber perdonado sus pecados y ganado su justificación, algunos dicen no a la verdad, y deciden vivir en la mentira, encadenados al mundo, en pecado mortal, aun sabiendo que quien come el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor, pues quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena.
El dolor de perder un alma es desgarrador: es una parte de mi cuerpo arrancada y echada al fuego, entre las burlas del diablo y el eco de su voz horrible, retumbando en mis oídos.
Amigos míos: por mi cruz han sido todos liberados, porque eran esclavos del mundo por el pecado. Pero yo he redimido al mundo con mi muerte, y les he dado libertad para decidir creer en mí y tener conmigo la vida eterna en mi resurrección, porque todo el que crea en mí, aunque muera, vivirá.
Porque en un solo Espíritu han sido bautizados para formar un solo cuerpo, los judíos y no judíos, los esclavos y los libres, para ser todos hijos de un solo Dios Padre y de una misma madre: la Santa Iglesia, que los hace ser libres.
Pero la libertad es el poder de obrar según la razón y la voluntad. Permite al hombre elegir entre el bien y el mal en libre albedrío, lo que hace al hombre responsable de sus actos. Es ahí en donde la misericordia derramada en la cruz se encuentra con la justicia.
El hombre que ha sido liberado para vivir en la verdad actúa de acuerdo a su voluntad, y cuando esa voluntad es dominada por sus malas pasiones, la soberbia los encadena al mundo y cometen pecado. Todo el que comete pecado es esclavo.
Pero si se mantienen en mi Palabra, serán mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
Conocerme a mí es conocer la verdad. Escuchar el Evangelio es escuchar la verdad. Y ponerlo en práctica es vivir en la verdad.
Yo soy la verdad. Por tanto, todo el que escuche mi Palabra y la ponga en práctica, vivirá en mí.
Yo soy la resurrección y la vida. Todo el que vive en mí y cree en mí, no morirá jamás. Porque no son ustedes hijos de la mentira, sino de la verdad. No son hijos de la oscuridad, sino de la luz. No son hijos de la noche, sino del día. No son hijos del maligno, como la cizaña, sino hijos del Reino, como la buena semilla.
La libertad, cuando está ordenada a Dios, alcanza su perfección. Pero cuando se hace un mal uso de esta libertad, se desvirtúa, ocasionando su propia desgracia.
Cuando el mal uso de la libertad es por ignorancia, tiene entonces una menor responsabilidad. Pero algunos de ustedes no viven en la ignorancia, sino en la resignación, que los lleva a la tibieza y al pecado deliberado.
La soberbia los encadena al mundo, rechazando voluntariamente su amistad conmigo. Entonces pretenden hacer todo con sus propias fuerzas.
En verdad les digo, que nada pueden sin mí. Porque soy yo quien les envía al Espíritu Santo, y nadie puede decir “Jesús es el Señor”, sino movido por el Espíritu Santo.
Ustedes no podrían solos soportar ni siquiera Getsemaní, desfallecerían de miedo, se irían, desertarían de su misión.
Solos no podrían resistir la flagelación, morirían de dolor.
Solos no podrían mantenerse en silencio, aceptando la persecución, la burla, el rechazo, el desprecio, la incomprensión, la calumnia, la mortificación, la vergüenza de ser cambiado por un reo, un culpable, un malhechor, y ser condenado a muerte para liberar al pecador.
Solos no soportarían cargar el peso de la cruz, ver llorar a las mujeres y seguir caminando como corderos al matadero.
Solos no podrían ver los clavos, el martillo y la cruz, y entregarse para ser crucificados.
Solos no soportarían ser perforados por un solo clavo sin pedir piedad, sin maldecir, sin rechazar, sin claudicar.
Solos no podrían sostenerse en la cruz, y perdonar al mismo tiempo.
Solos no podrían permanecer crucificados, y perseverar en la fe hasta entregar el espíritu.
En verdad les digo, que mis verdaderos amigos lo hacen, porque no están solos, yo estoy con ellos todos los días hasta el fin del mundo».
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Madre mía: me doy cuenta de que mi condición de sacerdote es señal para los hombres de la presencia misericordiosa de tu Hijo, porque yo actúo siempre in persona Christi, y es Él quien da eficacia a mi ministerio.
No faltarán dificultades para poder dar un buen testimonio de Jesús. Te pido tu ayuda para perseverar en mi lucha, con tenacidad, para identificarme plenamente con tu Hijo, permaneciendo firme, como tú, junto a la cruz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: es tiempo de oración.
Es tiempo de conversión.
Es tiempo de misericordia.
Es tiempo de que defiendan lo que es mío: a ustedes mismos, mis hijos sacerdotes, mis Cristos.
Ustedes son señal de la misericordia de Cristo derramada en la cruz, porque a Él no le creyeron, pero ustedes darán testimonio de Él, para que el mundo crea.
El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios.
Ustedes darán testimonio, porque cada uno es Cristo resucitado y vivo, es sus manos y sus pies, es sus ojos y su voz, es su mente y su corazón.
Porque si Cristo no resucitó, vana es la fe.
Yo les doy este tesoro de mi corazón maternal: mi tenacidad.
Yo les pido: recen, recen, recen con tenacidad, y perseveren en la entrega de vida que es todos los días, en su misión y con su vocación, imitando la fidelidad y la perseverancia de Cristo en la cruz.
Tenacidad para continuar construyendo el Reino de Dios, y exponiendo sus corazones a pesar de las persecuciones, a pesar de las dificultades, a pesar de las tribulaciones, a pesar de sus debilidades, a pesar de sus errores.
Tenacidad para que sigan caminando, y nunca se detengan. El camino es seguro. El camino es Jesucristo, que ha resucitado y está vivo.
Tenacidad para que den testimonio de su amor por mi Hijo».
¡Muéstrate Madre, María!
40. SIGNADOS CON LA CRUZ – SEÑALES PRODIGIOSAS
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
A la gente de este tiempo no se le dará otra señal que la del Profeta Jonás.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: no podemos seguir pidiéndote señales. Tenemos el camino muy claro para ser tus discípulos. Hemos de tomar nuestra cruz de cada día –esa es la señal–, y vivir en la verdad que nos hace libres, para servirte siempre con la fuerza del amor.
La piedad cristiana está acostumbrada a trazar el cuerpo con la señal de la cruz, invocando a las tres Personas divinas.
Nos persignamos con frecuencia, pidiendo al Señor que nos libre de nuestros enemigos, por la señal de la santa cruz.
El sacerdote bendice al pueblo de Dios trazando sobre ellos el signo de la cruz.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la señal de la cruz, al comienzo de la celebración del Bautismo, “señala la impronta de Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha adquirido por su cruz”.
Señor: por tu cruz nos has liberado del pecado. Con tu verdad nos has liberado de la ignorancia.
Jesús ¿por qué has querido que tu cruz sea la señal del cristiano?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: no habrá señal más grande que la cruz, en la que el Hijo del hombre fue muerto y al tercer día resucitó.
La cruz terrible, que ha sido elevada, exaltada.
La cruz en la que mi rostro fue expuesto, desfigurado y ensangrentado, y que expresaba mi dolor; y también mi cuerpo, lleno de heridas, de las que brotaba sangre abundante sin parar.
La cruz en la que mi cabeza tenía puesta una corona de espinas, que penetraban mi piel.
La cruz en la que mis manos y mis pies estaban clavados, mis rodillas en carne viva, y mi hombro lastimado, por haber llevado encima una carga muy pesada.
La cruz de la que escurría sangre de mis pies hasta el suelo, y se mezclaba con la tierra.
La cruz en la que podían contarse todos mis huesos; y el madero estaba cubierto de sangre. De mis ojos brotaban lágrimas, y casi no podía respirar ni hablar.
La cruz junto a la que se mantuvo de pie mi Madre, soportando un terrible sufrimiento: su alma atravesada al ver mi corazón abierto. Y sus lágrimas fueron muchas, al saber que no todos aceptarían la salvación de sus almas conseguida con mi muerte.
Hay batallas que las gana el diablo, cuando a pesar de mi cruz y de haber perdonado sus pecados y ganado su justificación, algunos dicen no a la verdad, y deciden vivir en la mentira, encadenados al mundo, en pecado mortal, aun sabiendo que quien come el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor, pues quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena.
El dolor de perder un alma es desgarrador: es una parte de mi cuerpo arrancada y echada al fuego, entre las burlas del diablo y el eco de su voz horrible, retumbando en mis oídos.
Amigos míos: por mi cruz han sido todos liberados, porque eran esclavos del mundo por el pecado. Pero yo he redimido al mundo con mi muerte, y les he dado libertad para decidir creer en mí y tener conmigo la vida eterna en mi resurrección, porque todo el que crea en mí, aunque muera, vivirá.
Porque en un solo Espíritu han sido bautizados para formar un solo cuerpo, los judíos y no judíos, los esclavos y los libres, para ser todos hijos de un solo Dios Padre y de una misma madre: la Santa Iglesia, que los hace ser libres.
Pero la libertad es el poder de obrar según la razón y la voluntad. Permite al hombre elegir entre el bien y el mal en libre albedrío, lo que hace al hombre responsable de sus actos. Es ahí en donde la misericordia derramada en la cruz se encuentra con la justicia.
El hombre que ha sido liberado para vivir en la verdad actúa de acuerdo a su voluntad, y cuando esa voluntad es dominada por sus malas pasiones, la soberbia los encadena al mundo y cometen pecado. Todo el que comete pecado es esclavo.
Pero si se mantienen en mi Palabra, serán mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
Conocerme a mí es conocer la verdad. Escuchar el Evangelio es escuchar la verdad. Y ponerlo en práctica es vivir en la verdad.
Yo soy la verdad. Por tanto, todo el que escuche mi Palabra y la ponga en práctica, vivirá en mí.
Yo soy la resurrección y la vida. Todo el que vive en mí y cree en mí, no morirá jamás. Porque no son ustedes hijos de la mentira, sino de la verdad. No son hijos de la oscuridad, sino de la luz. No son hijos de la noche, sino del día. No son hijos del maligno, como la cizaña, sino hijos del Reino, como la buena semilla.
La libertad, cuando está ordenada a Dios, alcanza su perfección. Pero cuando se hace un mal uso de esta libertad, se desvirtúa, ocasionando su propia desgracia.
Cuando el mal uso de la libertad es por ignorancia, tiene entonces una menor responsabilidad. Pero algunos de ustedes no viven en la ignorancia, sino en la resignación, que los lleva a la tibieza y al pecado deliberado.
La soberbia los encadena al mundo, rechazando voluntariamente su amistad conmigo. Entonces pretenden hacer todo con sus propias fuerzas.
En verdad les digo, que nada pueden sin mí. Porque soy yo quien les envía al Espíritu Santo, y nadie puede decir “Jesús es el Señor”, sino movido por el Espíritu Santo.
Ustedes no podrían solos soportar ni siquiera Getsemaní, desfallecerían de miedo, se irían, desertarían de su misión.
Solos no podrían resistir la flagelación, morirían de dolor.
Solos no podrían mantenerse en silencio, aceptando la persecución, la burla, el rechazo, el desprecio, la incomprensión, la calumnia, la mortificación, la vergüenza de ser cambiado por un reo, un culpable, un malhechor, y ser condenado a muerte para liberar al pecador.
Solos no soportarían cargar el peso de la cruz, ver llorar a las mujeres y seguir caminando como corderos al matadero.
Solos no podrían ver los clavos, el martillo y la cruz, y entregarse para ser crucificados.
Solos no soportarían ser perforados por un solo clavo sin pedir piedad, sin maldecir, sin rechazar, sin claudicar.
Solos no podrían sostenerse en la cruz, y perdonar al mismo tiempo.
Solos no podrían permanecer crucificados, y perseverar en la fe hasta entregar el espíritu.
En verdad les digo, que mis verdaderos amigos lo hacen, porque no están solos, yo estoy con ellos todos los días hasta el fin del mundo».
+++
Madre mía: me doy cuenta de que mi condición de sacerdote es señal para los hombres de la presencia misericordiosa de tu Hijo, porque yo actúo siempre in persona Christi, y es Él quien da eficacia a mi ministerio.
No faltarán dificultades para poder dar un buen testimonio de Jesús. Te pido tu ayuda para perseverar en mi lucha, con tenacidad, para identificarme plenamente con tu Hijo, permaneciendo firme, como tú, junto a la cruz.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: es tiempo de oración.
Es tiempo de conversión.
Es tiempo de misericordia.
Es tiempo de que defiendan lo que es mío: a ustedes mismos, mis hijos sacerdotes, mis Cristos.
Ustedes son señal de la misericordia de Cristo derramada en la cruz, porque a Él no le creyeron, pero ustedes darán testimonio de Él, para que el mundo crea.
El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Hijo único de Dios.
Ustedes darán testimonio, porque cada uno es Cristo resucitado y vivo, es sus manos y sus pies, es sus ojos y su voz, es su mente y su corazón.
Porque si Cristo no resucitó, vana es la fe.
Yo les doy este tesoro de mi corazón maternal: mi tenacidad.
Yo les pido: recen, recen, recen con tenacidad, y perseveren en la entrega de vida que es todos los días, en su misión y con su vocación, imitando la fidelidad y la perseverancia de Cristo en la cruz.
Tenacidad para continuar construyendo el Reino de Dios, y exponiendo sus corazones a pesar de las persecuciones, a pesar de las dificultades, a pesar de las tribulaciones, a pesar de sus debilidades, a pesar de sus errores.
Tenacidad para que sigan caminando, y nunca se detengan. El camino es seguro. El camino es Jesucristo, que ha resucitado y está vivo.
Tenacidad para que den testimonio de su amor por mi Hijo».
¡Muéstrate Madre, María!