42. PASTORES DEL PUEBLO DE DIOS – APRENDER DEL MAESTRO
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
¡Ay de ustedes, fariseos! ¡Ay de ustedes también, doctores de la ley!
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 42-46
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios! Esto debían practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta!”.
Entonces tomó la palabra un doctor de la ley y le dijo: “Maestro, al hablar así, nos insultas también a nosotros”. Entonces Jesús le respondió: “¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo!”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: los fariseos y los doctores de la ley tenían la responsabilidad de formar y guiar al pueblo elegido, pero vemos en el santo Evangelio que no cumplían con su obligación. Los calificas muchas veces como hipócritas, porque dicen y no hacen. Les faltaba rectitud de intención y, sobre todo, humildad.
Yo pienso en la responsabilidad que tenemos los sacerdotes, no solamente de buscar fielmente nuestra propia santidad, sino también de ayudar al pueblo de Dios a alcanzar esa meta.
Entre otras cosas, debe haber mucha coherencia entre lo que enseñamos y lo que vivimos. Si no, no podremos ser maestros y guías de tu pueblo.
Me doy cuenta de que, para eso, necesito tener una sólida vida interior, basada en la oración y en la frecuencia de sacramentos.
Ayúdame, Jesús, a tomarme en serio la santidad, y la responsabilidad de ser un buen pastor de mis ovejas.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: confía en mí, y no tengas miedo, que yo estoy contigo todos los días de tu vida.
Esta es tu entrega, tú has dicho sí. Pero, amigo mío, debes confiar en mí.
Pide también la intercesión de los santos para tu santidad.
A ti, amigo mío, te he escogido para ser testimonio de fe.
Pide para ti más fe, que por tu fe serás salvado.
Yo te escogí débil, para fortalecerte; ignorante, para llenarte de sabiduría; y pobre, para enriquecerte de mí.
Pastores míos: es en la oración en donde se convierte el corazón.
Es en la oración en donde se vacían del mundo, para llenarlos con mi amor.
Es el amor el que enciende los corazones con el celo apostólico de la fe.
Es por la fe que piden con insistencia los dones del Espíritu Santo.
Es por los dones derramados y recibidos que perfeccionan sus vidas en la virtud.
Es en esa perfección que viven en santidad.
Es por esa santidad que convierten corazones, que conquistan voluntades, que convencen, que atraen, que perdonan, que alimentan, que consiguen almas para construir el Reino de los Cielos para la gloria de Dios.
La misión de ustedes, mis sacerdotes, es conducir a mi pueblo para que se convierta en el pueblo santo de Dios y llegue a vivir en mi ciudad santa. Por ahora mi pueblo vive en una ciudad llena de ruido, de insultos y gritos, de destrucción y muerte, de riqueza y pobreza, donde la gente camina sin rumbo, pero con prisa, buscando, pero no encontrando, dirigiéndose a la muerte.
Déjense acompañar por mi Madre, y pidan para ustedes los dones del Espíritu Santo, entregándose como testimonio de fe, y reunidos en torno a mi Madre en oración, en la contemplación de mi Cuerpo y de mi Sangre, que es Eucaristía, en unidad en la misión, en unidad en la obediencia a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en unidad en la voluntad del Padre, en unidad conmigo.
Pidan los dones y carismas del Espíritu Santo para que vivan en mí como yo vivo en ustedes. Crean en mí, permanezcan en mí, confíen en mí.
Sacerdotes de mi pueblo: son ustedes los pastores del pueblo santo de Dios.
Son ustedes los guías.
Son ustedes los apóstoles que he llamado para ser maestros, para predicar, para evangelizar, para sanar, para perdonar, para consagrar, para convertir, para alimentar, para expulsar demonios, para reunir, para salvar almas.
Sacerdotes: a ustedes los he elegido y en ustedes he confiado.
Han escuchado el llamado y han aceptado.
Ay de ustedes, sacerdotes, que sí saben lo que hacen y no cumplen la ley de Dios.
Ay de ustedes, sacerdotes, que no aman al prójimo como los amo yo.
Ay de ustedes, sacerdotes, que no aman a Dios por sobre todas las cosas.
Ay de ustedes, sacerdotes, que castigan a mi pueblo dejándolo perderse sin guía.
Ay de ustedes, sacerdotes, que se benefician usurpando mi nombre.
Ay de ustedes los que no tienen misericordia, los que no obran con bondad.
Ay de ustedes, sacerdotes, los que no viven en la verdad, porque yo soy la Verdad.
Ay de ustedes los que no caminan mi camino, porque yo soy el Camino.
Ay de ustedes los que no mueren al mundo para vivir conmigo, porque yo soy la vida.
Ay de ustedes, los que no dan ejemplo de fe, los que no cuidan a mis rebaños, los que permiten que mi pueblo vague sin rumbo, perdidos, como oveja sin pastor.
Ay de ustedes, sacerdotes de mi pueblo, que no cumplan con su misión, porque el castigo será severo; porque el que no obra con misericordia no encontrará en mí la misericordia, porque el que no obra con justicia, el fuego eterno será su justicia».
+++
Madre mía, Virgen de Guadalupe: te pido también tu ayuda para que yo sepa fortalecer mi vida espiritual. Llévame a tu Hijo para adorarlo en la Sagrada Eucaristía, y llévame a tu Esposo Divino, para que me llene de sus dones y aspire seriamente a la santidad.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: vengan a mí, los cubriré con las estrellas de mi manto.
Reciban ustedes, pastores del pueblo de Dios, la luz de las estrellas de mi manto, que son el reflejo de la Luz que emana el fruto bendito de mi vientre.
Yo ruego para que ustedes regresen al amor primero, para que se reúnan en torno a la Madre en oración, en una súplica constante, pidiendo al Padre los dones del Espíritu Santo y el fortalecimiento de su fe.
Es mediante la fe que reciben la gracia para vivir en la virtud.
Es por la virtud que viven la santidad.
Es la santidad de ustedes, mis hijos sacerdotes, el ejemplo de la verdad para guiar a las almas, para convertir los corazones, para transformar el pueblo de Dios en el pueblo santo de Dios.
Deben inculcar en la conciencia de cada llamado, de cada vocación, el hábito de la oración.
Es en la oración particular, la entrega, el encuentro y la unión con la Santísima Trinidad.
Este es mi auxilio y mi llamado para reunirlos conmigo en oración, adoración, alabanza, pidiendo la fe, los dones y las gracias del Espíritu Santo para cada Templo de cada sacerdote del pueblo de Dios, para convertirlo, para transformarlo, para unirlo y configurarlo con Cristo.
Es con el poder de Dios que por ustedes el pueblo será reunido para ser un pueblo santo».
¡Muéstrate Madre, María!