50. PREPARAR LA SEGUNDA VENIDA DE JESÚS – PERMANECER EN VELA
MARTES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 35-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tus palabras son muy claras: hay que estar vigilantes, en vela constantemente, porque no sabemos cuándo se nos pedirá cuentas, y hay que responder con obras de fe y de amor, hay que dar fruto, hacer rendir los talentos.
Estar despiertos significa, entre otras cosas, examinar muy bien nuestra conciencia, manteniéndonos alerta ante cualquier posible viento que apague las velas.
Significa mantenernos unidos en oración constante a lo largo del camino, porque así mantenemos también despiertos a los demás, unidos todos en la oración y fortalecidos ante la tentación.
Señor, ayúdame a ser consciente de mi responsabilidad, que sienta el peso de las almas, para mantenerme despierto, siempre vigilante.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: quiero que estén preparados, porque nadie sabe ni el día ni la hora. Yo vendré con todo mi poder, mi majestad y gloria a traer justicia sobre la tierra.
Yo he sido enviado primero a traer misericordia, que es mayor a mi justicia, y que será hasta el último momento, para que cada alma se arrepienta, porque yo los quiero a todos.
Pero solo los elegidos se salvarán, porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
¡Ay de aquellos que no crean!
¡Ay de aquellos que viendo no quieran ver, y oyendo no quieran oír!
¡Ay de aquellos, los hipócritas, que no invocan mi nombre, pero cuando me vean venir me alaben!; porque no todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, ni todo el que profetiza y expulsa demonios en mi nombre, y haga milagros, sino el que haga la voluntad de mi Padre. A ellos yo los llamaré al atardecer y les pagaré, empezando por los últimos, hasta los primeros.
Yo soy el principio y el fin, el alfa y el omega, el que es, el que era y el que ha de venir.
Ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, han sido elegidos para ser como yo, para que en el día final los encuentre como a mis discípulos en un principio, cuando dejándolo todo me siguieron y los hice míos; y aunque me abandonaron, por mi misericordia les di a mi Madre, les di mi vida y los hice hijos de Dios, alcanzando para todos la salvación. Y les fue enviado el Santo Paráclito, para recordarles quiénes son y quién soy yo.
El fin será el principio, como yo soy.
Así como me abandonaron un día en la cruz, así me han abandonado ahora.
Así como mi Madre los reunió, viene a reunirlos ahora.
Así como mi Padre envió al Espíritu Santo, así lo enviará ahora, para que mis servidores estén preparados, porque nadie sabe ni el día ni la hora.
Para que, cuando yo venga por justicia, no los llame hipócritas, sino que los llame siervos fieles y prudentes, y los llame amigos, si hacen lo que yo les mando.
Dichoso el servidor al que yo encuentre cumpliendo con su deber.
Dichoso el amigo que yo encuentre obrando con misericordia.
Dichoso el amigo que sea como mis primeros discípulos, mis apóstoles, cada uno de acuerdo al don que le ha sido dado.
Porque hay diversidad de dones, pero un mismo espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; hay diversidad de obras, pero un mismo Dios que obra en todos.
Que cada uno obre según los dones recibidos para provecho común, y que se identifiquen con mis apóstoles hasta el martirio; pero un martirio de amor, para extender el Reino de los Cielos en la tierra, ya sea con la sabiduría, la Palabra, la ciencia, la fe, la profecía, el poder de curar, de hacer milagros, de expulsar demonios, en el mismo y único Espíritu, que los distribuye a cada uno según su voluntad.
Porque en un solo Espíritu han sido todos bautizados para formar un solo cuerpo, el mío, para que, cuando yo vuelva, encuentre fe sobre la tierra; porque vendré para hacer justicia, primero a mis elegidos, los llamados para ser últimos, porque los últimos serán los primeros en entrar en el Reino de los Cielos.
Amigos míos, permanezcan despiertos.
Es la oración comunión conmigo. Es la comunión conmigo unión con Dios Padre y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, porque no se pueden separar. Tres personas distintas, un solo Dios, y lo que está en uno está en todos. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.
Yo los llamo a todos, es tiempo.
Despierten todos, es tiempo.
Enciendan las velas, es tiempo.
Yo los protejo. Mantengan sus velas encendidas y sus ojos abiertos, es tiempo.
Reúnanse todos en oración, es tiempo.
Sacerdotes míos, amigos míos, discípulos míos: nadie sabe ni el día ni la hora, pero yo les digo, es tiempo de permanecer en vela, despiertos, orando, que es así como mi presencia los fortalece.
Amigo mío, no te duermas, abre tus ojos, y si aún no puedes ver, mira mi cruz, contempla mi entrega. He sido expuesto al mundo para que todos me vean.
Ama tu cruz y adora la mía.
Ama a Dios por sobre todas las cosas, y alábalo con tus obras.
Mantente en oración, para que te mantengas en mi presencia. Porque yo te he llamado para estar conmigo, para servirme todo el tiempo.
No limites tu sacerdocio a las horas de confesionario, no sea que te quedes dormido.
No limites tu entrega en el tiempo de celebración.
No seas como los hipócritas, que actúan por conveniencia. Tú, actúa por convicción, entrégate por amor. Y sírveme todo el tiempo, todos los días de tu vida.
Empieza tu día uniéndote en mi presencia, invocando al Espíritu Santo; y permanece despierto, para que permanezcas dispuesto a servirme.
Permanece en oración bajo el amparo y la protección de mi Madre, para que su presencia te asegure la gracia.
Pide la gracia para permanecer despierto, uniendo tu cruz a la mía. Porque sin la gracia, nada te será posible.
Eres tú mi amigo, carne débil, conjunto de flaquezas, corazón de niño en vasija de barro, lámpara encendida que quema o que ilumina, que se apaga ante el estupor de las tinieblas, que te arrullan hasta entregarte en los brazos de la tentación y el pecado, o que enciende corazones para despertar conciencias dormidas y abrir los ojos a la vida.
Yo te digo: no estás solo, yo estoy contigo».
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Madre, esperanza nuestra: resulta fundamental tenerte fe y devoción, como una de las diversas maneras de estar preparados para la venida de tu Hijo, porque eres Madre y no vas a permitir que alguno de tus hijos no esté bien dispuesto para ir al encuentro del Señor.
Enséñanos a estar bien preparados, cumpliendo con nuestro deber, haciendo primero oración, después expiación y hasta el final acción, haciendo lo grande en lo pequeño, como tú hacías, porque las almas grandes tienen en cuenta las cosas pequeñas.
Sé que todo debe hacerse por amor, porque lo que se hace por amor se engrandece, y merece el premio en la vida eterna.
También sé que mi misión de sacerdote implica llevar a muchas almas al cielo. Debo ayudarles a estar preparados, bien despiertos. Ayúdame, Madre, para poder cumplir muy bien con esa misión.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de Misericordia.
Yo auxilio a mis hijos e intercedo por ellos hasta el último día, cuando mi Hijo vendrá con justicia. Su misericordia es más grande que su justicia, pero justicia se hará.
Yo quiero venir ahora con amor y misericordia para salvar a los más que pueda, para gloria de Dios.
Dios llama a los más pequeños, quienes son elegidos entre los locos y débiles del mundo, para confundir a los sabios y a los fuertes. Escoge lo que no es, para reducir a la nada lo que es, para que nadie se gloríe en la presencia de Dios, y para que el que se gloríe se gloríe en el Señor.
Ustedes han sido llamados para ser mártires de amor, para dar testimonio del amor de Dios; para que ustedes, que son pequeños, y que los ha enriquecido con abundancia de conocimiento y de la Palabra, sean ejemplo de amor para los sabios y poderosos, para que se vea que Dios no elige a los que más saben, sino a los que más aman.
Hijos míos: para lograr la reparación del Sagrado Corazón de Jesús y el triunfo de mi Inmaculado Corazón, se requiere que ustedes vivan y mueran como mártires de amor, dando la vida como Cristo, por amor, para la salvación de las almas.
¿No estoy yo aquí, que soy su madre? Yo ruego para que ustedes, mis hijos sacerdotes, permanezcan conmigo, y la gracia los acompañe, para fortalecerlos, para que cumplan su misión.
Que, si por un solo hombre dormido entró el pecado a todos, y por el pecado la muerte, por un solo hombre, que es mi Hijo, y es Dios, entregado a los hombres, ha venido la gracia en abundancia, para abolir el pecado y destruir la muerte, y ganar para todos la vida.
Que sea la misión de ustedes, mis hijos sacerdotes, bien cumplida.
Que sean dóciles instrumentos del Espíritu Santo, para llevar la gracia a todos, para ganarlos a todos.
Permanezcan unidos en oración conmigo constantemente».
¡Muéstrate Madre, María!