19/09/2024

Lc 12, 39-48

51. CUMPLIR CON EL DEBER – SER RESPONSABLES

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 39-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.

Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola solo por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso ese siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si ese siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los otros siervos y siervas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte de los desleales.

El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: yo debo reconocer que tú me has dado mucho. Me has dado la verdad y yo la he conocido. Tú eres la verdad que vendrá de nuevo, con toda su majestad y poder, como Rey de reyes y Señor de señores.

Tu rostro es de misericordia, pero tu brazo es de justicia. Nos tomarás por sorpresa y tu justicia llegará a todos los rincones del mundo. Serás indulgente con los que tienen fe y te sirven, pero los malvados serán arrojados al fuego.

Yo sé que tus sacerdotes seremos tratados con más rigor, porque nos has dado mucho y nos has confiado mucho; por eso ese día nos exigirás mucho más.

Ayúdanos, Jesús, a estar siempre bien preparados esperando tu llegada.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes de mi pueblo: ustedes son como el grano de trigo. ¡Maduren! Porque los ángeles de Dios ya tienen lista la hoz, y están en espera de la orden para recoger la cosecha.

Prepárense y estén ustedes listos, como los ángeles, para que, cuando el tiempo se cumpla, sean recogidos y triturados hasta hacerse polvo, para que, por la gracia, sean transformados en pan. No sea que no sirvan para pan, y sean desechados y arrojados al fuego.

Estén preparados, porque el dueño de la cosecha está cerca, y llegará para pedirles cuentas. Y a ustedes les ha dado mucho, y es mucho lo que les pedirá.

Déjense limpiar, y triturar, y transformar en ofrenda, para que conmigo sean unidos en un mismo y único sacrificio, en el que convierte su ofrenda en mi carne, y ustedes se convierten en carne de mi carne, al hacerlos uno conmigo, para alimentar y salvar a mi pueblo.

Déjenme transformar el corazón de niño que llevan en el pecho, y que han endurecido como piedra, en corazón suave, de carne, para que sea contrito y humillado, triturado, hasta ser transformado por la gracia y encendido en el amor.

Son ustedes, sacerdotes míos, instrumentos de la gracia y de la misericordia de Dios. Pero si el instrumento se oxida no sirve.

Es por medio de ustedes, pastores míos, que la gracia se derrama en abundancia. Pero, donde no hay gracia, lo que abunda es el pecado.

Sean ustedes instrumentos puros, para que, en donde abunde el pecado, por mi justicia sobreabunde la gracia.

Mantengan sus corazones puros, para que las gracias los atraviesen, y lleguen con todo mi poder a todas las almas, para que crean en mí, para que puedan ser salvadas. Pero, para creer, hay que conocer.

Ustedes, que son maestros, alimenten al pueblo con mi Palabra, para que me conozcan, para que crean en el Evangelio, y lo practiquen, y lo vivan. Para que vivan en mí, como yo vivo en ellos.

Pero ustedes, amigos míos, deben ser los primeros en conocerme, para creer en mí, para amarme, para vivir en mí, para que puedan llevarme a todas las almas.

Yo les digo: estén listos, que por la misericordia del Padre ha sido derramada la gracia en abundancia por la sangre derramada del Cordero, sangre que redime a las almas, que expía los pecados, que sana, que salva.

Es tiempo, pastores, de unir a sus rebaños, en un solo rebaño, con un solo pastor. Yo soy el Buen Pastor, y mi rebaño es el pueblo santo de Dios.

Dichosos los que esperan despiertos la llegada de su Señor.

Dichosos los que predican el Evangelio, porque esa es su obligación.

Dichosos los que dan fruto bueno, porque esa será su ofrenda.

Dichosos los que se hacen como niños y ofrecen cosas buenas a Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos los que creen en mí, porque, por su fe, serán salvados, y yo les daré la vida eterna.

Dichosos los que estén preparados para recibir a su Señor.

Sacerdotes míos: yo soy el alfa y la omega, aquel que es, que era y que ha de venir, el todopoderoso. Todo se los he dado a conocer a ustedes. Les he manifestado el Nombre de mi Padre, porque han guardado su Palabra, y saben que todo lo que me ha dado viene de Él, porque las palabras que Él me ha dado yo se las he dado a ustedes, y ustedes las han aceptado, y han reconocido que yo vengo del Padre, y han creído que Él me ha enviado.

Ustedes son mis amigos porque hacen lo que yo les mando; y ustedes me conocen, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer. Pero hay algunos que no lo han aprovechado, lo han olvidado y han descuidado su fe, y han perdido la esperanza, porque no han cultivado el amor en su corazón. Pero yo soy un amigo fiel que nunca abandona.

Yo les envío al Espíritu Santo para recordarles todas las cosas, para que continúen mi obra redentora, porque aun después de mi pasión y la entrega de mi cuerpo y de mi sangre en la cruz, y de que ya todo está consumado, la sabiduría del Padre respeta la libertad del hombre, y con esa misma sabiduría confía en ustedes, mis sacerdotes, para que continúen la obra de la redención, por lo que sin sacerdotes no hay salvación.

A ustedes les ha sido dado más que a todos los hombres. Les ha sido confiado el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios en sus manos. Les ha sido confiado el alimento y la salud de su pueblo. Todo les ha sido dado, para continuar mi obra redentora sobre la tierra salvando almas, alegrándose de soportar sus padecimientos para completar lo que falta a mi pasión en su carne, en favor de mi cuerpo que es la Iglesia, de la cual son ministros para cumplir su misión.

Pero algunos de ustedes, mis sacerdotes, se han alejado de la verdad, porque no tienen fe, porque han perdido la esperanza y les falta amor. Yo envío al Espíritu Santo a través de mis obras, por mi misericordia, para recordarles todas las cosas, para que cuando vuelva con mi justicia encuentre fe sobre la tierra».

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Madre nuestra: como buena Madre estás siempre pendiente de tus hijos, para que cumplamos eficazmente con nuestro deber, sabiendo muy bien cómo es la exigencia de Dios.

El Santo Evangelio recoge parábolas donde se presenta esa exigencia en función de los talentos recibidos. A nosotros, sacerdotes, se nos ha dado mucho, para poder cumplir bien con nuestra misión. Sobre todo, se nos confirió la configuración con Cristo, y eso es una gran responsabilidad. Sabemos que no nos faltará su gracia, pero debemos corresponder.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a ser consciente de esa gran responsabilidad, y a poder manifestar con obras mi fe, obras de amor ofrecidas a Dios, quien tanto nos ama. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: a ustedes se les ha dado mucho, se les ha dado una fe fuerte y el conocimiento de la verdad. Al que mucho se le da mucho se le pedirá. Y al que mucho se le confía, mucho se le exigirá.

A ustedes se les pide que correspondan, recibiendo el amor de mi Hijo, para que den testimonio de lo que se espera y de la realidad que no se ve; recibiendo también su misericordia, para que renazca en ustedes el deseo de conseguir el cielo para ustedes y para todas las almas.

A ustedes se les pide que acumulen tesoros en el cielo, para que permanezca ahí su corazón. Que se mantengan con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Que permanezcan en vela, esperando a que su Señor vuelva. Que estén preparados y se porten con fidelidad y prudencia, para que cuando venga su amo los encuentre cumpliendo con su deber, según la voluntad del Padre que les ha dado a conocer, porque nadie sabe ni el día ni la hora. En una sola palabra, hijos míos, se les pide disposición.

A ustedes se les pide, como siervos de Dios, que sean como una fruta madura que es pisada y triturada hasta sacar su jugo, y hacerlo ofrenda para unirse a Cristo en el único y eterno sacrificio, transformando la ofrenda en su Sangre. Sangre verdadera, derramada por Dios verdadero. Sangre de mi sangre, al ser engendrado en mi vientre por el Espíritu Santo. Sangre que salva, que santifica. Bebida de salvación para todo el que cree en Él, transformada desde el fruto del trabajo del hombre, por las manos de los siervos fieles de Dios, que son ustedes, mis hijos más amados, mis sacerdotes, pastores del pueblo santo de Dios, y ovejas predilectas del Buen Pastor, maestros y discípulos, amigos, hermanos, pescadores de hombres, salvadores de almas, configurados con Cristo.

Yo les pido que estén atentos a mi llamado, porque es tiempo de cosecha, es tiempo de ofrenda. Tiempo de desprendimiento, en donde la uva es arrancada de la vid para extraer la riqueza interior del fruto, limpiando, triturando, fermentando, transformando –por la misericordia y la gracia–, el fruto malo en fruto bueno, el fruto verde en fruto maduro, el fruto maduro en vino, el vino en ofrenda, unido al sacrificio de mi Hijo para la gloria de Dios.

Mi Hijo Jesús se alegra cuando está con sus amigos. Yo intercedo para que ustedes, mis hijos sacerdotes, alcancen la gracia, sean fieles instrumentos de la gracia, y sean dichosos cuando Él vuelva, porque a los que ha llamado para ser sus siervos, no los ha llamado siervos, los ha llamado amigos».

¡Muéstrate Madre, María!