19/09/2024

Lc 12, 54-59

53. LLAMADOS A LA RECONCILIACIÓN – TRABAJAR POR LA PAZ

VIERNES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente?

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 12, 54-59

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Cuando ustedes ven que una nube se va levantando por el poniente, enseguida dicen que va a llover, y en efecto, llueve. Cuando el viento sopla del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? ¿Por qué, pues, no juzgan por ustedes mismos lo que les conviene hacer ahora?

Cuando vayas con tu adversario a presentarte ante la autoridad, haz todo lo posible por llegar a un acuerdo con él en el camino, para que no te lleve ante el juez, el juez te entregue a la policía, y la policía te meta en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de ahí hasta que pagues el último centavo”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: se dice que nadie es buen juez en causa propia. Preguntas a la multitud por qué no juzgan por ellos mismos lo que les conviene hacer, y les dices que se pongan de acuerdo con el adversario para que el juez no los lleve a la policía y terminen en la cárcel.

Entiendo que se trata de examinar la propia conciencia, con valentía, con humildad, reconociendo las propias faltas. Porque tenemos que darte cuentas a ti, que eres el Juez universal de todas las almas.

Tantas veces te hemos traicionado, abandonado. Pero tú nos llamas a la reconciliación, no solo contigo, sino con el prójimo, y nos alientas a tolerarnos unos con otros.

Cuando medito en tu Sagrada Pasión, en todos los tormentos que sufriste para salvarnos, tengo presentes aquellas palabras tuyas dirigidas al Padre: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Entiendo que aquellos soldados no sabían que estaban atormentando al mismo Hijo de Dios. Lo que no entiendo es cómo yo mismo soy capaz de ofenderte “sabiendo lo que hago”.

Comprendo a tus Apóstoles cuando te dejaron solo aquella noche. Tuvieron miedo. Sí sabían bien quién eras tú. Tú los perdonaste, y volviste con ellos, les diste la oportunidad de reconciliarse contigo.

Señor: yo te pido perdón por mis pecados. Ayúdame a examinar muy bien mi conciencia, para poder convertirme y hacer penitencia, porque quiero pagar aquí, en esta vida, hasta el último centavo.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: me llevan para ser injustamente juzgado, golpeado y flagelado, abofeteado, coronado de burla, torturado, crucificado y expuesto.

Me llevan para entregarme a la muerte, pero ellos no saben lo que hacen.

Uno de mis amigos me ha traicionado con un beso ante estos hombres, y me ha vendido por unas monedas.

Mis otros amigos se han ido, el miedo los ha atormentado y me han abandonado. Ellos si saben quién soy yo, pero les falta amor.

Amigo mío: tus pecados han sido perdonados, porque tienes mucho amor. Levántate y sígueme. Acompaña a mi Madre, para que nunca esté sola, y permanece con Ella, para que tú nunca me abandones.

 Acompaña a mi Madre y consuélala. Dile que ellos no saben lo que hacen.

Yo los llamo a ustedes, mis amigos, para que se conforten, unidos en oración, para que pidan al Padre, y todo lo que pidan en mi nombre se los concederá.

Pidan amor, y el amor les será enviado. Porque el amor todo lo puede, todo lo espera, todo lo soporta, todo lo alcanza.

El amor es el Espíritu Santo que viene del Padre, que se dona.

El amor es el Hijo, unido al Padre por el Espíritu Santo, que entrega su vida por sus amigos. Porque nadie tiene un amor tan grande como el que da su vida por sus amigos

El amor es el Padre, que hace a los hombres hijos en el Hijo, a pesar de haber crucificado al Hijo.

El amor es Uno y es Trinidad. Es en esa Trinidad que el amor acoge a los hombres, para unirlos, para redimirlos, para salvarlos, para hacerlos parte. Pero tienen que querer. Y, para querer, me tienen que conocer.

Por eso los escojo a ustedes, mis amigos, y los llamo por su nombre, para que me conozcan como yo los conozco a ustedes, y los envío a anunciar el amor, la verdad y la vida, construyendo el Reino de Dios.

Sacerdotes, amigos míos: yo los he llamado amigos para que siempre estén conmigo.

Permanezcan en la unidad.

¿Quién de ustedes está conmigo?

¿Dónde está aquel hombre que me juró fidelidad y obediencia, castidad y pobreza?

Busca a ese hombre que está en tu interior, porque el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, llamado a participar en su eternidad, pero ha sido herido por el pecado y ha quedado dividido en su naturaleza.

Renuncia al hombre de tu exterior, el que te aleja de mí, el que te tapa los ojos, el que te hace querer el mal.

Pídeme la gracia, para rechazar por tu propia voluntad y libertad todo pecado, que es para eso que te ha sido dada la libertad, que te asemeja a Dios, que te acerca a Dios.

Pídeme la gracia de venir a mí, con un corazón arrepentido y humillado.

Pídeme perdón.

Pídeme que te llene de amor, porque es por el amor que se derrama la gracia.

Y entonces vuelve a mí, para que sea el centro de tu vida, para que atraigas a muchas almas a mí, y cumplas así la misión que completa mi misión redentora para todas las almas, para que todo el que crea en mí viva para siempre.

Y con ese amor que yo te doy, ama a Dios Padre por sobre todas las cosas, y cumple sus mandamientos. Permanece en la virtud, pero pide la gracia, porque tú solo, amigo mío, nada puedes.

Entrega tu impotencia en la omnipotencia de Dios, y entrégale tus miserias, para que recibas su misericordia.

Pero después no seas como los hipócritas, que quieren ver y luego pretenden no haber visto, y quieren oír y luego pretenden no haber oído, que piden señales sin querer verlas.

Yo les digo, la única señal es el Hijo del hombre, entregado a los hombres, crucificado, elevado, exaltado y expuesto ante los hombres en la cruz, como signo de la grandeza del amor de Dios, que ha enviado a su único Hijo para ser vendido a algunos hombres, y así ganarlos a todos.

Amigo mío, reconcíliate hoy conmigo, porque después de la misericordia y la justicia, solo merecerás castigo.

Mira a mi Madre, que te he dado como Madre: ¿la abandonarás también? Yo, por ti, la he dejado; sí, lo que más he amado en el mundo: a mi Madre; y la he dejado con el alma traspasada de dolor, para unirte a Ella, como hijo; para unirte a mí, como hermano; y por mí los he hecho a todos hermanos, para que, juntos, glorifiquemos a Dios».

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Madre mía: Jesús pregunta a la multitud por qué no juzgan por ellos mismos lo que les conviene hacer. Y también recomienda hacer todo lo posible por arreglarse con el adversario antes de llegar al juez.

Esos consejos me hacen pensar en la importancia del examen de conciencia personal, para revisar mi propia vida, preparándome para mi Juicio particular. Es mejor juzgarme con frecuencia y con sinceridad, para arreglar mi vida y así presentarme dignamente ante el Juez supremo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a saber convertirme cada día un poco. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: todos mis hijos necesitan conversión.

La conversión es la disposición del alma a permitir que Dios la haga santa, y el deseo de perseverar hasta alcanzar esa santidad luchando contra uno mismo, contra sus costumbres, sus malos hábitos, sus creencias, sus gustos, sus prejuicios, sus percepciones de lo que está bien y lo que está mal, y de cómo disfrutar su vida en el mundo.

¿En dónde está su seguridad?

¿En dónde están sus tesoros?

¿En dónde está su confianza?

¿A quién honran?

¿En quién esperan?

¿A quién le deben?

¿Por quién viven?

¿Quién se creen que son?

Hay que vencer el orgullo, la soberbia, el egoísmo, la tentación. Descubrirse necesitados, humillados, pero muy amados por Dios, creyendo que para todos habrá un momento en el que estarán cara a Dios, dándole cuentas de sus obras buenas, de sus faltas, de sus omisiones, de sus obras malas, de sus flaquezas y debilidades, por las que se dejan dominar por sus malas pasiones. Pero también de los frutos transformados en ofrenda, unidos al único y eterno sacrificio de mi Hijo Jesucristo, por quien consiguen los méritos que necesitan para llegar a Dios.

No vean la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el ojo propio. Eso es lo que pide mi Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Cuando un alma se decide, y concentra su atención en esto, yo les aseguro que recibe la gracia para convertir su corazón. Pero se necesita desprendimiento de uno mismo, humildad, despojarse de sí mismos, para que se caiga el velo y puedan ver la verdad.

Para eso se necesita un buen examen de conciencia, que los conduzca al conocimiento de sí mismos, como si estuvieran cara a cara, frente a Dios, porque entonces tienen oportunidad para corregir, para cambiar, para pedir perdón y rectificar, elegir bien el camino, y en ese camino perseverar, para llegar cada día un poquito más cerca de la santidad.

Por tanto, este es mi consejo el día de hoy: procuren, cada día, un ratito de oración dedicado a convertir su corazón, haciendo un buen examen de conciencia con toda franqueza, con toda humildad, con sencillez, escrutando hasta lo más profundo del corazón, encontrando los errores cometidos, para que, una vez reconocidos, pidan perdón. Así será más fácil hacer una buena confesión.

Muchas veces las almas llegan al confesionario sin saber siquiera lo que van a decir, de qué se van a arrepentir, qué perdón van a pedir… No lo saben, no lo piensan, no lo dicen… Y esa mancha se queda ahí, como una herida en el alma, que, aunque no la vean y no se den cuenta, no deja que la gracia actúe con eficacia.

La confesión es una infinita gracia, un regalo de Dios que a Él le costó enviar a su único Hijo al mundo a padecer y morir, para constituir la filiación divina y la redención de cada hijo de Dios, otorgándoles su perdón por cada falta grande o pequeña. Todas las faltas te hacen pecador. Promuevan este hábito necesario para una verdadera conversión, y no se preocupen, porque no hay nada imposible para Dios.

Yo los llamo a ustedes, los amigos de mi Hijo, para que se reúnan, para que se arrepientan, para que pidan perdón, para que pidan al Padre que les envíe el amor, para que encienda sus corazones y disipe el miedo, para que, cuando Él vuelva, los encuentre reunidos en la unidad del amor fraterno, que todo lo puede, que todo lo espera, que todo lo soporta, que todo lo alcanza, mientras llevan al mundo la Palabra, la esperanza, la fe, la verdad, y la vida.

Yo ruego para que reciban la gracia de disponerse a recibir el amor».

¡Muéstrate Madre, María!