62. CONTEMPLAR LA MISERICORDIA – MISERICORDIA, NO SACRIFICIO
EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
Si a alguien se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca, aunque sea sábado?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 1-6
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Había allí, frente a Él, un enfermo de hidropesía, y Jesús, dirigiéndose a los escribas y fariseos, les preguntó: “¿Está permitido curar en sábado o no?”
Ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tocó con la mano al enfermo, lo curó y le dijo que se fuera. Y dirigiéndose a ellos les preguntó: “Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su burro o su buey, ¿no lo saca enseguida, aunque sea sábado?”. Y ellos no supieron qué contestarle.
Palabra del Señor.
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Señor Jesús: aquellos fariseos no supieron qué contestarte porque les dijiste la verdad, y ellos buscaban cómo acusarte. Tú eres la verdad, y eres el amor. No podías dejar de curar a aquel enfermo porque tus entrañas de misericordia te reclamaban tener esa atención, aunque fuera sábado.
A veces el corazón del hombre está un poco cegado para compadecerse de las miserias ajenas, y se va más por la eficacia que por la caridad. Pero sabemos que tú eres modelo, y nos enseñaste el mandamiento del amor, con tus palabras y con tus obras.
Enséñanos, Jesús, a vivir, como tú, la misericordia.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: misericordia quiero, no sacrificio.
Ven, mira mi Corazón, y contempla la misericordia de Dios.
Es la misericordia expresión del amor.
Es don derramado.
Es perdón concedido.
Es pecado expiado.
Es Dios abajado.
Es complemento.
Es alimento.
Es agua viva.
Es libertad.
Es vida.
Es la voz del Padre diciendo: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”.
Es por misericordia que he pagado por ustedes el rescate con mi sangre, para que solo a mí pertenezcan.
Es misericordia lo que he conseguido del Padre para toda la humanidad, por mi rostro desfigurado y mi cuerpo inmolado, entregado por amor a los hombres, por obediencia al Padre.
Es por su misericordia que los ha hecho hijos conmigo.
Es su misericordia que hace nuevas todas las cosas.
Misericordia es despojarte de ti, renunciando a ti para seguirme y amar al prójimo como a ti mismo, para dar, a los que no tienen, lo bueno que tú tienes, para complementar su miseria con tu abundancia.
Pero, para dar, hay que tener. Recibe, amigo mío, mi amor. Déjame llenar tu corazón, para que te ame y te desborde con mi amor, para que puedas expresar este amor en obras de misericordia.
Sacerdotes míos, amigos míos: es misericordia lo que mi Padre les ha dado.
Es misericordia lo que a ustedes les ha sido confiado.
Es misericordia lo que ustedes no tienen, de lo que carecen, y que yo les he dado. Yo soy la misericordia.
Es por misericordia que Dios ha enviado a su único Hijo al mundo, para dar testimonio del amor, para enseñarles el camino, para traer la verdad, para traer la vida.
Es por misericordia que el Hijo les ha sido entregado como cordero en sacrificio para el perdón de los pecados.
Es por misericordia que el Hijo del hombre ha sido inmolado y crucificado, en un solo sacrificio para siempre.
Es por misericordia que el Hijo del hombre ha resucitado.
Es por misericordia que no los he dejado solos, y me he quedado con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Es la Eucaristía misericordia de Dios, la mayor muestra de amor, amor extremo, presencia viva que se hace don, que se queda y permanece, que alimenta y nutre, que transforma y convierte, que sana, que salva.
Es la Eucaristía pan bajado del cielo, en cada celebración, en cada consagración, por medio de la misericordia de ustedes, que ofrecen y se ofrecen como ofrenda, que transforman, que convierten el pan en mi Cuerpo, el vino en mi Sangre, para abajarme, para entregarme, para hacerme suyo, para hacerlos míos.
Es mi Madre madre de misericordia, por la que han sido hechos hijos conmigo.
Es misericordia padecer y compadecer la miseria de los hombres, como hombre.
Es misericordia padecer y compadecer al hombre, como Dios.
Sacerdotes míos: administren la misericordia de Dios para que se derrame y llegue a todos los confines del mundo. En los sacramentos está la mayor obra de misericordia: llevar a las almas al encuentro con Dios, para que los llene de todo lo que están vacíos, para que los limpie de toda mancha, para que los revista con el Espíritu Santo, para que sacie su hambre, para que sacie su sed, para que los libere de todo pecado, para que destruya la muerte y les dé vida, para ser su morada, para enseñar, para aconsejar, para corregir, para consolar, para compadecer, para hacerlos uno conmigo.
Sean ustedes corderos como yo, y reciban la misericordia de Dios, porque el que sirve a otros es el último, pero muchos últimos serán los primeros.
Reciban misericordia y sean misericordiosos conmigo, ofreciéndose en este mismo sacrificio, para que consigan lo que me falta: su amor, su fidelidad, su entrega, su aceptación, su disposición, su confianza, su fe, su esperanza, su caridad, su obediencia, su voluntad y su amistad.
Sean pues ustedes perfectos como mi Padre del cielo es perfecto.
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Madre mía: tú eres Madre de misericordia porque eres la Madre de Jesús, y porque aprendiste de Él a entregar tu vida en servicio de Dios y de los hombres, de nosotros, tus hijos, recibidos al pie de la cruz de Cristo.
Meditando todas las cosas en tu corazón aprendiste que amor con amor se paga, y por eso tus pensamientos, tus miradas, tus afectos, toda tu vida se volcó en ayudar a tu Hijo a cumplir con su misión, y también a sus amigos, a quienes se nos pide seguir los pasos del Maestro.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a vencer mis miserias, a olvidarme de mí mismo, y amar con obras a Dios y a los demás. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy Madre de misericordia.
Es misericordia las obras de amor de mi Hijo, cuando ya no tenían vino, y les dio vino, renunciando a sí mismo, porque todavía no había llegado su hora.
Cuando anunció el Reino de los Cielos, enseñando, curando, sanando, expulsando demonios.
Cuando demostró que cuentan con la ayuda de los ángeles y de los santos, transfigurándose en medio de ustedes.
Cuando el Padre ha hablado y ha dejado claro quién es su Hijo amado.
Cuando se ha quedado para siempre con ustedes en la Eucaristía.
Cuando se ha entregado para morir, liberando al mundo de las ataduras del pecado.
Cuando les ha dado a su madre y los ha hecho hijos.
Cuando ha resucitado para darles vida.
Cuando ha enviado al Espíritu Santo para fortalecerlos con sus dones.
Cuando me ha coronado Reina de los cielos y la tierra, para que los ayude y los auxilie en todas sus necesidades.
Cuando ha enviado sacerdotes al servicio de los hombres.
Yo quiero derramar la misericordia para ustedes, mis hijos sacerdotes, para que se despojen de sus miserias y se llenen con la abundancia del amor de Cristo. Porque son sus miserias cadenas, las que los atan al mundo, perseguidos por la tentación, presos de los vicios y del pecado, cautivos de la soledad y del miedo, corazones endurecidos y vacíos, almas tibias, alejadas de la virtud, de la perfección y de la amistad de mi Hijo.
Yo pido misericordia para los corazones más necesitados de mis hijos sacerdotes.
Hijos míos: al que mucho se le perdona, ama mucho. Yo les llevo en el amor la esperanza a ustedes, mis hijos sacerdotes, predilectos de mi corazón, los primeros, los que han sido escogidos porque han sido llamados para compartir la construcción del Reino de los Cielos con mi Hijo, fruto bendito de mi vientre; con mis hijos, frutos de la carne de los hombres y del amor de Dios. Construcción que se levanta en una sola unión: la elevación del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la cruz, que une al mundo con Dios».
¡Muéstrate Madre, María!