19/09/2024

Lc 15, 1-32

3. HEREDEROS DEL PADRE – FILIACIÓN DIVINA

EVANGELIO DEL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 15, 1-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ “.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: todas tus parábolas de la misericordia son maravillosas. Todas hablan del esfuerzo por recuperar lo que se había perdido, y de la alegría por encontrarlo. No hacen falta muchas explicaciones.

Nos haces ver que por parte del Padre siempre habrá una ayuda para convertirnos, porque cada vez que lo ofendemos estamos perdidos, alejados de su amor.

Pero Él es rico en misericordia, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y nos busca, como el pastor a la oveja perdida, o la mujer a su moneda; y nos espera, como el padre del hijo pródigo.

¡Cómo me avergüenzo, Jesús, por todas esas veces que me alejé de la casa paterna! Y ¡cuánto me avergüenzo por haber caído algunas veces tan bajo!

Mi condición sacerdotal me dice que soy un gran heredero, escogido con amor de predilección, y aun así soy capaz de malgastar mi hacienda.

Señor ¿qué debo hacer para cuidar esa heredad?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: vengan, entren en mi eternidad, que es misericordia.

Mi rostro es el rostro misericordioso del Padre.

Mi rostro es divino, refleja la sabiduría, la perfección, la divinidad y la heredad de Dios.

Mi rostro es humano, refleja la ternura y la paz. En él está la heredad de la Madre, la paciencia, la esperanza, el encuentro, y el abrazo misericordioso del Padre.

Ustedes han sido llamados para hacerse a mí, en todo, como yo me he hecho a ustedes, en todo, menos en el pecado.

Ustedes han sido hechos a imagen y semejanza del Padre. Han sido creados para ser siempre y para siempre como yo, Cristo, y para recibir la heredad del Padre y conducirla a todos los hombres, para que todos, los buenos y los malos, los sanos y los enfermos, los ricos y los pobres, puedan llegar a Dios; y también los que se han enriquecido con mi pobreza, pero que ya no tienen nada, porque la herencia que se les había dado, todo lo han despilfarrado.

Yo soy el mismo ayer, hoy y siempre. Yo soy el principio y el fin. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Pero nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no lo atrae, y yo le resucitaré el último día.

Yo los he llamado a ustedes, mis amigos, para darles en heredad todo lo que el Padre me ha dado, para que sean en todo igual que yo, para que se despojen de todo, hasta de sí mismos, y se hagan obedientes como yo.

Porque todo me lo ha dado mi Padre, y todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, que es que no pierda nada de lo que Él me ha dado.

Porque la voluntad del Padre es que todo el que crea en el Hijo tenga vida eterna, y que yo le resucite en el último día.

El que guarda mis mandamientos ese es el que me ama, porque la obediencia es por amor de Dios; y esos son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, porque lo que yo he oído de mi Padre se los he dado a conocer, y yo los he elegido para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca, de modo que todo lo que le pidan al Padre en mi nombre se los conceda.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Pero algunos de ustedes no han obedecido, han sido egoístas y se han ensoberbecido y, siendo llamados para ser como el hijo primogénito, se han vuelto hijos pródigos, y han despilfarrado lo que se les dio en heredad.

Y Él me ha enviado para darles más.

Yo me he despojado de todo, hasta de mí mismo, para hacerme esclavo, haciéndome obediente hasta la muerte, para darles todo lo que yo tengo, hasta la vida, para recuperarlos por mi amor, obedeciendo la voluntad del Padre por amor, porque nadie tiene un amor tan grande como el que da la vida por sus amigos.

Mi Madre es Madre de misericordia. La misericordia es primero para mis amigos, para que ellos la lleven a otros, que también están perdidos.

Mi Madre busca en primer lugar a mis amigos, para llevarlos de vuelta a la casa del Padre. A los que todo se les había dado, pero lo han derrochado, lo han malgastado, lo han despilfarrado y todo lo han perdido, para que puedan volver. Porque si ya no tienen fuerzas, si ya no tienen vino, si ya no tienen nada, ¿cómo pueden volver?

La herencia de mi Madre es su auxilio, para que los que se han ido y se han perdido, despilfarrando su herencia, y ya no tienen nada, tengan los medios para regresar de vuelta al abrazo misericordioso del Padre, con un corazón contrito y humillado, que Él no desprecia.

Mi Madre es la esperanza del Padre, que siempre espera, y no se cansa de esperar a cada hijo, hasta que vuelva. Mientras la Madre no se cansa de buscar y buscar, hasta que lo encuentra y lo lleva de vuelta, por su heredad, que es la misericordia del Padre a través del Hijo.

Ustedes han sido llamados para entrar en mi eternidad y llevar la herencia de mi Madre a los que yo he venido a buscar, porque yo he venido a buscar no a los justos sino a los pecadores.

Ustedes son mi esperanza para que los hijos perdidos vuelvan al Padre, porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve que no necesitan conversión».

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Madre mía, Madre de misericordia: la parábola no menciona a la madre del hijo pródigo, pero seguramente no paraba de rezar pidiendo a Dios su vuelta. Y estaría segura de que regresaría algún día, porque su corazón de madre se lo decía.

Así eres tú, intercedes continuamente por mí y eres también mi esperanza. ¡Ayúdame a convertirme! ¡Enséñame también a ser un buen instrumento, para llevar de vuelta a muchos a la casa del Padre!

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: mi rostro es la belleza, la ternura y el amor de una verdadera Madre, que busca, que insiste, que encuentra y que auxilia a sus hijos.

Acompáñenme a buscar y a encontrar a mis hijos perdidos.

Ustedes son mi esperanza, para que, a través de mi Hijo, encuentren el camino de vuelta al Padre, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo. Ni siquiera ustedes, sacerdotes.

Ustedes son mi esperanza, porque al regresar a la casa del Padre serán renovados para salir a buscar a todos los hijos que se han ido, que están perdidos y que ya no tienen nada.

Pero mi herencia es primero para ustedes, mis hijos sacerdotes, mis primogénitos, porque las gracias se derraman de arriba hacia abajo.

Ustedes han sido enviados a llevar la misericordia de Dios en medio del mundo, porque es ahí en donde mis hijos se han perdido.

Yo los llamo, para que pongan su fe por obra, porque algunos de mis hijos se han pervertido, se han desviado del camino que mi Hijo les había señalado, han idolatrado falsos ídolos, se han perdido en el mundo.

Suban al monte alto y reciban mi auxilio. Y luego bajen del monte, para que lleven mi auxilio a mis hijos, a los que se han perdido. El monte es la oración, y bajar del monte son las obras. Es por eso que ustedes han sido enviados a construir las obras de Dios en medio del mundo. Es ahí en donde deben ir a buscarlos para encontrarlos, para que, a través de sus obras y de su oración de intercesión, los ojos misericordiosos del Padre se fijen en cada hijo perdido para que lo atraigan a Él, y para que los hijos que no están perdidos, los que no se han ido, o los que ya han sido encontrados, sean obedientes y den la vida con Cristo, compartiendo todo con los que no tienen nada, acogiéndolos y haciéndolos parte a través de los sacramentos, que es el abrazo misericordioso del Padre.

Mi Hijo Jesús cena con los hombres que considera dignos de confianza y que ha puesto a su servicio, derramando para ellos primero su misericordia, dándoles una fe fuerte y su amor hasta el extremo, para que sean los primeros en quien Él manifieste toda su generosidad, a fin de que sean ejemplo para que otros crean en Él, y darles la vida eterna. Parte para ellos el pan, lo bendice y se los da. Son ustedes, sus discípulos, sus sacerdotes».

                                    ¡Muéstrate Madre, María!