48. ORACIÓN CONFIADA Y PERSEVERANTE - APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR
EVANGELIO DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 18, 1-8
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ “.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: esas palabras de la viuda, pidiendo justicia contra su adversario, me hacen pensar en el clamor de la humanidad, herida por el pecado, pidiendo perdón a Dios, para sanar el alma, y pidiéndole ayuda, para derrotar al demonio.
Y la insistencia de la viuda me hace pensar en la importancia de la fe y de la esperanza, para insistir al Padre, acompañando la oración con obras de fe.
Cuando moriste en la cruz te acompañaba Santa María, corredentora contigo, sosteniéndote, protegiéndote, entregándote, y entregándose contigo, recibiendo a sus hijos, quienes te habían crucificado, por los que aceptaba seguir viviendo, para volver a morir con cada uno de ellos, para entregarlos, para entregarse en la confianza de una muerte compartida contigo, para resucitar en ti.
Por la llaga de tu costado abierto estaba tu corazón expuesto, y el agua bendita brotaba, y la sangre preciosa se derramaba, y así brotó la vida y la misericordia, por la que el Padre les hacía justicia a todos los hombres, destruyendo el pecado, transformando el mal en el bien, convirtiendo a los hombres en hijos, abrazando a la humanidad como Padre, en el dolor de su único hijo, muerto en manos de esos hombres que por amor hace hijos, herederos de su Reino.
Enséñame, Jesús, y dame la fe, para saber acudir en oración a mi Madre Santísima, para pedir el favor del Padre, en tu nombre, y así conseguir su justicia y misericordia, para mí y para todas las almas que has puesto en mis manos para conducirlas a la vida eterna.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: yo pido a mi Madre que interceda, pidiendo la providencia del Padre para ustedes, mis sacerdotes. Porque una madre pide, recibe y lo da todo para sus hijos.
Ora con Ella, que es Madre, reconociendo al Padre que está en el cielo como padre, reconociéndote hijo en el Hijo; santificando su nombre; pidiendo su reino; entregándole tu voluntad para que se haga la suya; pidiendo el alimento que nutre, que da vida, que sacia, que salva, pan vivo bajado del cielo; pidiendo perdón por todo lo que Él es ofendido; perdonando por todo lo que tú eres ofendido; pidiendo su protección para no ofenderlo más; pidiendo que te libre de todo mal.
Pide todo esto para ti y para tus hermanos. Y alaba a Dios rezando el Ave María, reconociendo a mi Madre como tu madre; la llena de gracia, la llena de Dios; la bendita entre las mujeres; la que lleva en su seno a Dios; la santa, porque yo soy el Santo de Dios, y Ella es mi Madre; y pide que ruegue al Padre la misericordia para ti y para tus hermanos; en la vida y en la hora de la muerte; para que, por mi misericordia, seas santo y ellos sean santos; para que juntos den gloria a Dios.
Amigo mío: ora con Ella todo el tiempo, contemplándome en la cruz.
Sacerdotes míos, pastores de mi pueblo: abran sus brazos y confíen en mi pueblo, como yo confío.
Entréguense con los brazos abiertos en el confesionario y en el altar, uniéndose en mi cruz conmigo, abrazando a los hijos, porque ustedes también son padres y son madres, y son esposos y son hijos.
Amen a la Santa Iglesia, como el esposo en la alcoba ama a la esposa, y se entrega y la recibe, y juntos son una sola cosa.
Amen a sus hijos, como padres y como madres, y sean providentes, alimentando, enseñando, reconciliando, acogiendo, corrigiendo, uniendo, dando ejemplo, dando vida.
Pidan para ellos en mi nombre la justicia y la misericordia. Y entréguenla en el confesionario y en el altar.
Consigan la misericordia, por medio de su entrega, hasta que duela.
Sientan mi sufrimiento en cada pecado escuchado, y sientan el dolor de cada herida de mi cuerpo crucificado.
Y por ese dolor y ese sufrimiento por ser Dios ofendido y por el daño que me es causado, sean ustedes instrumento para que actúe el Espíritu Santo, por esa pureza de corazón.
Y déjenlo actuar…
- para que se entregue por misericordia con sus dones a cada pecador;
- para que los perdone, para que los absuelva;
- para que convierta los corazones de piedra en corazones de carne –porque un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia–;
- para que les dé la fortaleza para resistir a la tentación;
- para que les dé la sabiduría para obrar según mi voluntad;
- para que les dé la piedad para no lastimarme más;
- para que, por el temor de Dios, no vuelvan a pecar.
Pidan para ellos justicia en el perdón de los pecados, porque todos los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados, pero todo lo que no perdonen quedará sin perdonar.
Pidan para ellos misericordia…
- para llenarlos con los dones y las gracias que no saben pedir;
- para no volver a caer;
- para que, cuando caigan, se puedan levantar;
- para que el peso de sus pecados no destroce sus rodillas, porque yo ya los sufrí;
- para que se arrepientan y el pecado no los lleve a la muerte, porque yo por eso morí;
- para que el perdón que ustedes conceden les dé vida, por mi pasión, por mi muerte, por mi resurrección.
Y procuren la unidad de sus hijos y de los padres de sus hijos en torno a la madre, un solo pueblo, una sola familia, una sola Iglesia.
Sacerdotes míos: guíen a mi pueblo para que todos sean salvados; apacienten a mis ovejas, para que todas reciban mi paz.
Mi paz les dejo, mi paz les doy. Que no se turbe su corazón, no tengan miedo, que yo voy al Padre, que es más grande que yo, para volver a ustedes.
Reciban al Espíritu Santo, que es conmigo y con mi Padre verdadero Dios, para que sean obedientes como yo, para que obren como yo, para que hagan lo que les he enseñado.
Oren al Padre, y pidan los dones y las gracias que necesitan, porque solo Él tiene poder, y el mal no prevalecerá sobre Él. Porque ustedes, a quienes se les ha dado el poder de Dios en la tierra, sin Él no tienen ningún poder.
Pidan al Padre justicia y misericordia, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Reciban del Padre su justicia y su misericordia, porque Él es Padre y es Madre, que provee, que se entrega, que concede, que consiente, que acompaña, que cuida, que protege, que acoge, que abraza, que da vida. Todo lo que pidan al Padre en mi nombre yo lo haré, para darle gloria, porque el que crea en mí hará mis obras y guardará mis mandamientos, y dará conmigo gloria al Padre».
+++
Madre nuestra: tú eres maestra de oración. Ayúdanos a saber pedir, a saber confiar, a saber perseverar, conscientes de que de nuestra oración dependen muchas cosas, no solo para nuestra propia conversión y santidad, sino para la del mundo entero.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ¿cómo debe ser mi oración? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: permanezcan firmes en la fe, consiguiendo de Dios su favor a través de su constante oración, insistente, confiada, abandonada y obediente, que pide sabiéndose amado y escuchado, pero que acepta la voluntad de quien lo ama que, en su sabiduría, concede lo que mejor conviene.
Oren con las manos en alto, pero oren siempre conmigo, para que no desfallezcan, y digan: Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Yo les aseguro que, si ustedes oran con amor y con perseverancia, permaneciendo con las manos elevadas al cielo en oración, en adoración y en alabanza, sostendrán la fe del pueblo elegido de Dios, para ganar todas las batallas, consiguiendo su gracia y su misericordia.
Hijos míos: las gracias se derraman de arriba hacia abajo. Es necesario que ustedes oren y no desfallezcan, mientras el amor destruye el egoísmo, poniendo la primera persona en el otro, en el Amigo, en quien tienen puesta toda su confianza, porque Dios hace justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche.
Permanezcan conmigo contemplando la cruz, orando, amando, entregándose conmigo en oración, a los pies de Jesús, unidos a Él, unidos a mí. Esta, hijos, es su cruz, unida a la suya: permanecer conmigo a los pies de su cruz, contemplando el misterio de la redención por la crucifixión de mi Hijo, Dios hecho hombre, carne pura de mis entrañas, carne destrozada, sangre derramada, corazón expuesto, corona de burla, clavos de tortura, humanidad destruida, divinidad exaltada.
Compadezcan conmigo sufriendo cada herida, cada desprecio, el abandono, la indiferencia, el desamor, la desobediencia, la infidelidad, la iniquidad, el olvido, la tibieza, la traición, el pecado por omisión en la ignorancia, y el pecado en conciencia por la sabiduría.
Yo pido a Dios justicia para ustedes, mis hijos predilectos, mis más amados, para que, por justicia, reciban los dones y las gracias que no saben pedir, y que necesitan para cumplir con perfección sus ministerios; para obrar en la virtud, para actuar en conciencia con sabiduría, para ejercer esa justicia, administrando la misericordia de Dios entre todos sus hijos».
¡Muéstrate Madre, María!
81. ORACIÓN CONFIADA Y PERSEVERANTE – APRENDER A PEDIR Y A RECIBIR
EVANGELIO DEL SÁBADO DE LA SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 18, 1-8
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ “.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: esas palabras de la viuda, pidiendo justicia contra su adversario, me hacen pensar en el clamor de la humanidad, herida por el pecado, pidiendo perdón a Dios, para sanar el alma, y pidiéndole ayuda para derrotar al demonio.
Y la insistencia de la viuda me hace pensar en la importancia de la fe y de la esperanza, para insistir al Padre, acompañando la oración con obras de fe.
Cuando moriste en la cruz te acompañaba Santa María, corredentora contigo, sosteniéndote, protegiéndote, entregándote, y entregándose contigo, recibiendo a sus hijos, quienes te habían crucificado, por los que aceptaba seguir viviendo, para volver a morir con cada uno de ellos, para entregarlos, para entregarse en la confianza de una muerte compartida contigo, para resucitar en ti.
Por la llaga de tu costado abierto estaba tu corazón expuesto, y el agua bendita brotaba, y la sangre preciosa se derramaba, y así brotó la vida y la misericordia, por la que el Padre les hacía justicia a todos los hombres, destruyendo el pecado, transformando el mal en el bien, convirtiendo a los hombres en hijos, abrazando a la humanidad como Padre, en el dolor de su único hijo, muerto en manos de esos hombres que por amor hace hijos, herederos de su Reino.
Enséñame, Jesús, y dame la fe, para saber acudir en oración a mi Madre Santísima, para pedir el favor del Padre, en tu nombre, y así conseguir su justicia y misericordia, para mí y para todas las almas que has puesto en mis manos para conducirlas a la vida eterna.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: yo pido a mi Madre que interceda, pidiendo la providencia del Padre para ustedes, mis sacerdotes. Porque una madre pide, recibe y lo da todo para sus hijos.
Ora con Ella, que es Madre, reconociendo al Padre que está en el cielo como padre, reconociéndote hijo en el Hijo; santificando su nombre; pidiendo su Reino; entregándole tu voluntad para que se haga la suya; pidiendo el alimento que nutre, que da vida, que sacia, que salva, pan vivo bajado del cielo; pidiendo perdón por todo lo que Él es ofendido; perdonando por todo lo que tú eres ofendido; pidiendo su protección para no ofenderlo más; pidiendo que te libre de todo mal.
Pide todo esto para ti y para tus hermanos. Y alaba a Dios rezando el Ave María, reconociendo a mi Madre como tu madre; la llena de gracia, la llena de Dios; la bendita entre las mujeres; la que lleva en su seno a Dios; la santa, porque yo soy el Santo de Dios, y Ella es mi Madre; y pide que ruegue al Padre la misericordia para ti y para tus hermanos; en la vida y en la hora de la muerte; para que, por mi misericordia, seas santo y ellos sean santos; para que juntos den gloria a Dios.
Amigo mío: ora con Ella todo el tiempo, contemplándome en la cruz.
Sacerdotes míos, pastores de mi pueblo: abran sus brazos y confíen en mi pueblo, como yo confío.
Entréguense con los brazos abiertos en el confesionario y en el altar, uniéndose en mi cruz conmigo, abrazando a los hijos, porque ustedes también son padres y son madres, y son esposos y son hijos.
Amen a la Santa Iglesia, como el esposo en la alcoba ama a la esposa, y se entrega y la recibe, y juntos son una sola cosa.
Amen a sus hijos, como padres y como madres, y sean providentes, alimentando, enseñando, reconciliando, acogiendo, corrigiendo, uniendo, dando ejemplo, dando vida.
Pidan para ellos en mi nombre la justicia y la misericordia. Y entréguenla en el confesionario y en el altar.
Consigan la misericordia, por medio de su entrega, hasta que duela.
Sientan mi sufrimiento en cada pecado escuchado, y sientan el dolor de cada herida de mi cuerpo crucificado.
Y por ese dolor y ese sufrimiento por ser Dios ofendido y por el daño que me es causado, sean ustedes instrumento para que actúe el Espíritu Santo, por esa pureza de corazón.
Y déjenlo actuar…
- para que se entregue, por misericordia, con sus dones a cada pecador;
- para que los perdone, para que los absuelva;
- para que convierta los corazones de piedra en corazones de carne –porque un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia–;
- para que les dé la fortaleza para resistir a la tentación;
- para que les dé la sabiduría para obrar según mi voluntad;
- para que les dé la piedad para no lastimarme más;
- para que, por el temor de Dios, no vuelvan a pecar.
Pidan para ellos justicia en el perdón de los pecados, porque todos los pecados que ustedes perdonen quedarán perdonados, pero todo lo que no perdonen quedará sin perdonar.
Pidan para ellos misericordia…
- para llenarlos con los dones y las gracias que no saben pedir;
- para no volver a caer;
- para que, cuando caigan, se puedan levantar;
- para que el peso de sus pecados no destroce sus rodillas, porque yo ya los sufrí;
- para que se arrepientan y el pecado no los lleve a la muerte, porque yo por eso morí;
- para que el perdón que ustedes conceden les dé vida, por mi pasión, por mi muerte, por mi resurrección.
Y procuren la unidad de sus hijos y de los padres de sus hijos en torno a la madre, un solo pueblo, una sola familia, una sola Iglesia.
Sacerdotes míos: guíen a mi pueblo para que todos sean salvados; apacienten a mis ovejas, para que todas reciban mi paz.
Mi paz les dejo, mi paz les doy. Que no se turbe su corazón, no tengan miedo, que yo voy al Padre, que es más grande que yo, para volver a ustedes.
Reciban al Espíritu Santo, que es conmigo y con mi Padre verdadero Dios, para que sean obedientes como yo, para que obren como yo, para que hagan lo que les he enseñado.
Oren al Padre, y pidan los dones y las gracias que necesitan, porque solo Él tiene poder, y el mal no prevalecerá sobre Él. Porque ustedes, a quienes se les ha dado el poder de Dios en la tierra, sin Él no tienen ningún poder.
Pidan al Padre justicia y misericordia, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Reciban del Padre su justicia y su misericordia, porque Él es Padre y es Madre, que provee, que se entrega, que concede, que consiente, que acompaña, que cuida, que protege, que acoge, que abraza, que da vida. Todo lo que pidan al Padre en mi nombre yo lo haré, para darle gloria, porque el que crea en mí hará mis obras y guardará mis mandamientos, y dará conmigo gloria al Padre».
+++
Madre nuestra: tú eres maestra de oración. Ayúdanos a saber pedir, a saber confiar, a saber perseverar, conscientes de que de nuestra oración dependen muchas cosas, no solo para nuestra propia conversión y santidad, sino para la del mundo entero.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ¿cómo debe ser mi oración? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: permanezcan firmes en la fe, consiguiendo de Dios su favor a través de su constante oración, insistente, confiada, abandonada y obediente, que pide sabiéndose amado y escuchado, pero que acepta la voluntad de quien lo ama que, en su sabiduría, concede lo que mejor conviene.
Oren con las manos en alto, pero oren siempre conmigo, para que no desfallezcan, y digan: Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Yo les aseguro que, si ustedes oran con amor y con perseverancia, permaneciendo con las manos elevadas al cielo en oración, en adoración y en alabanza, sostendrán la fe del pueblo elegido de Dios, para ganar todas las batallas, consiguiendo su gracia y su misericordia.
Hijos míos: las gracias se derraman de arriba hacia abajo. Es necesario que ustedes oren y no desfallezcan, mientras el amor destruye el egoísmo, poniendo la primera persona en el otro, en el Amigo, en quien tienen puesta toda su confianza, porque Dios hace justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche.
Permanezcan conmigo contemplando la cruz, orando, amando, entregándose conmigo en oración, a los pies de Jesús, unidos a Él, unidos a mí. Esta, hijos, es su cruz, unida a la suya: permanecer conmigo a los pies de su cruz, contemplando el misterio de la redención por la crucifixión de mi Hijo, Dios hecho hombre, carne pura de mis entrañas, carne destrozada, sangre derramada, corazón expuesto, corona de burla, clavos de tortura, humanidad destruida, divinidad exaltada.
Compadezcan conmigo sufriendo cada herida, cada desprecio, el abandono, la indiferencia, el desamor, la desobediencia, la infidelidad, la iniquidad, el olvido, la tibieza, la traición, el pecado por omisión en la ignorancia, y el pecado en conciencia por la sabiduría.
Yo pido a Dios justicia para ustedes, mis hijos predilectos, mis más amados, para que, por justicia, reciban los dones y las gracias que no saben pedir, y que necesitan para cumplir con perfección sus ministerios; para obrar en la virtud, para actuar en conciencia con sabiduría, para ejercer esa justicia, administrando la misericordia de Dios entre todos sus hijos».
¡Muéstrate Madre, María!