87. APRENDER A RECIBIR - CORRESPONDER
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 11-28
En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola:
“Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero mientras regreso’.
Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: ‘No queremos que éste sea nuestro rey’. Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno. Se presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas’. Él le contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’.
Se presentó el segundo y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.
Se presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’.
Después les dijo a los presentes: ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’. Le respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’. Él les dijo: ‘Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia’ ”.
Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la parábola que hoy meditamos nos hace ver claro que debemos dar cuenta a Dios de todo lo que nos ha otorgado y, cuando se tiene fe, hay que reconocer que ese don basta para que nuestro juicio sea muy exigente, ya que se nos juzgará por nuestras obras de fe.
A los católicos nos has dado mucho, particularmente los sacramentos, y sobre todo la Eucaristía. Si damos fruto, nos das más; pero, si los despreciamos, nos los quitas. Tú eres un rey exigente, pero agradecido y generoso con los que obedecen.
A veces hay tormentas en nuestra vida, y es cuando brota el miedo, la angustia, la ansiedad, la desconfianza, la inseguridad, la tribulación, la inquietud, y escondemos el talento; y, aunque sabemos que tú estás con nosotros, se puede perder la fe.
Señor, ayúdame a no tener miedo, a fortalecer mi fe, porque yo quiero ser un siervo bueno y fiel, y dar un fruto abundante, para tu gloria.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigos míos, sacerdotes míos: yo los he hecho pescadores de hombres, y les he dado la riqueza, para devolverla con creces.
¿En dónde está mi tesoro? Les he dado el poder para construir, para aumentar mi tesoro, para entregarme lo que es mío con creces.
Es mi tesoro la riqueza de su sacerdocio, de su vida entregada al servicio de mi Iglesia, de su ministerio configurado conmigo, de los dones que les han sido dados para aumentar mi tesoro.
Yo pido al Padre que no los saque de este mundo, sino que los proteja del maligno, para que puedan actuar con obras mías, multiplicando mi tesoro, que no es del mundo, como ustedes no son del mundo, como yo no soy del mundo.
Se lo pido para que los santifique en la verdad, y lleven ustedes la verdad al mundo, para que lleven mi Palabra y todos crean en mí, y en aquel que me ha enviado.
Pero ¡ay de aquel que guarda mi tesoro y no lo comparte, y no lo multiplica!, porque lo poco que tenga le será quitado.
Y ¡ay de aquel que me persiga, y me calumnie, y me maldiga!, porque todo le será arrebatado, y por sus obras será juzgado y arrojado al fuego de la gehena.
No guardes, amigo mío, la fe de tus padres. Demuestra esa fe, y pídeme que aumente tu fe. Porque por tus obras serás juzgado, pero por tu fe serás salvado.
Y con esa fe recíbeme, como la mañana recibe el sol, como la noche recibe a la luna, como la tierra reseca recibe la lluvia, como un niño es amamantado por los pechos de su madre.
Y yo haré de ti mi morada, y viviré en ti, y tú vivirás en mí, y juntos seremos una sola cosa, un solo cuerpo y un mismo espíritu; y yo transformaré tu miedo en confianza, y tu tristeza en alegría, tu tribulación en calma y tu tormenta en paz.
Es en el combate interior en donde está la derrota o la victoria. Depende, amigo mío, de tu fe.
Pide a Dios Padre la fe, a Dios Espíritu Santo los dones para fortalecer tu fe, y a Dios Hijo el amor para permanecer en la fe.
¡Hombres de poca fe! ¿Ni viendo, ni oyendo, ni teniendo, ni encontrando, creen? Pues yo les digo que llegará el día y llegará la hora, en este tiempo, en el que verán, y oirán, y tendrán, y encontrarán, y entonces por sus obras de misericordia serán juzgados, y por los frutos de su fe serán salvados para la eternidad o arrojados como cizaña al fuego. El que tenga oídos, que oiga.
Amigo mío, concéntrate en mí, atiéndeme, permanece en mí, y déjame vivir en ti.
Yo soy tu paz, tú eres mi morada. Yo soy tu alegría, tú eres mi descanso.
No tengas miedo, porque yo estoy contigo todos los días de tu vida.
Y es mi Madre quien te da calma en la tribulación, ánimo en la turbación, consuelo en la aflicción, seguridad en el miedo, y paz en medio de la tormenta, para que te entregues sin miedo en la confianza y en la seguridad de la fe.
Yo soy quien disipa el miedo y quien calma la tormenta, quien alivia, quien sostiene, quien guía, quien salva. Pero te falta fe.
Pídeme que aumente tu fe, pídeme con confianza, y te daré lo que me pidas, por mi amor, por tu amor, por los méritos de la maternidad de mi Madre.
Yo quiero que tu fe te sostenga, y mi luz te guíe, para que navegues a través de mi mar de misericordia, en calma, hasta puerto seguro».
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Madre mía: tú eres nuestra abogada, y estarás presente el día de nuestro Juicio particular. Sé que nos quieres a todos tus hijos en el cielo, y por eso nos ayudas, ya desde ahora, para conseguir la vida eterna.
Tú eres Madre de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, del que formamos parte todos los bautizados, y con el que estamos configurados tus hijos sacerdotes.
Ayúdame, Madre, a rendir los talentos que he recibido, a corresponder al amor de predilección que ha tenido Dios conmigo, por haber recibido los sacramentos del Bautismo y del Orden Sagrado, y todas las demás gracias que de ellos se derivan.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: los dones para la salvación les han sido infundidos por el Espíritu Santo en el Bautismo: el don de la fe, la esperanza y la caridad, para que, obrando estos dones, Dios permanezca en ustedes y ustedes en Él.
Dios es Amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
A ustedes les ha sido dado el mayor de los dones por el sacramento del Orden, porque han sido elegidos de entre el mundo para ser configurados con Cristo. No son ustedes quienes lo eligieron, sino Él quien los eligió, y los envió a dar fruto, y que ese fruto permanezca.
Pero no se alegren por esto, sino porque sus nombres están escritos en el cielo.
Al que se le da mucho se le dará más, y al que tiene poco, hasta ese poco le será quitado.
Al que es fiel en lo pequeño se le confía lo grande.
Cuando mi Hijo venga a buscar lo que es suyo constituirá su cuerpo con los que queden dentro, los que no hayan sido borrados del libro de la vida. Entonces, Él mismo cerrará el libro y quedará sellado. La puerta se cerrará, y ni uno más podrá entrar, sino los que creyeron y permanecieron en Dios, y Dios en ellos.
Mi Hijo volverá a buscar lo que es suyo, a llevarse lo que le pertenece y que es parte de su cuerpo. Todo es suyo, porque por Él todo ha sido creado.
Y si por un hombre vino el pecado al mundo, por un hombre ha venido la salvación.
Si por un hombre vino la muerte al mundo, también por un hombre ha venido la resurrección.
Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.
Por Él todo fue renovado. Pero solo los que quieran permanecer en Él formarán parte de su cuerpo resucitado.
¡Muéstrate Madre, María!