16/09/2024

Lc 1, 39-45

26. CREER EN LOS SACRAMENTOS – BENDECIR A LA MADRE Y AL SEÑOR

21 DE DICIEMBRE, FERIA MAYOR DE ADVIENTO

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: Isabel elogia a tu Madre por su fe. Le salió del alma esa felicitación para su prima. Y es que tenía muy presente la falta de fe de su esposo Zacarías. Era más difícil para María creer lo que le decía el arcángel: que su Hijo sería por obra del Espíritu Santo. Pero creyó, y eso la llevó a poner por obra su fe.

Señor, yo tengo que ser un hombre de fe, y tengo motivos más que suficientes para vivir de fe, porque veo las maravillas que obras por mis manos, cuando administro los sacramentos y cuando predico tu Palabra.

Creo, Señor, pero ¡dame la fe que me falta!

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: dichosos los que no han visto y han creído.

Crean en mí, crean en mi Palabra, crean en mi Resurrección, crean que yo soy el Hijo de Dios.

Crean en la Eucaristía, que es Dios verdadero, presencia, sacrificio, don, comunión, ofrenda, alimento, gratuidad, vida, encarnación, muerte y resurrección en el altar, que es pesebre, cruz y sepulcro.

Crean en que han sido llamados y elegidos para participar unidos conmigo en este único y eterno sacrificio, en el que ustedes, por el poder de Dios, convierten el pan y el vino entre sus manos, en Carne, en Sangre, en Vida.

Crean en que yo soy Eucaristía, pan vivo bajado del cielo, alimento que permanece para la vida eterna.

Crean en los signos que les he dado, porque mis señales son claras.

Crean en lo que les he dicho, confíen en lo que les he dicho, obedezcan y hagan lo que les he dicho, porque todo eso se cumplirá, hasta la última letra.

Crean en el Evangelio, que es la fe que profesa la Santa Iglesia, para que sean dignos de participar de la gloria de Dios.

Crean en los Sacramentos y en el poder que yo les he dado para impartirlos.

Crean que por estos Sacramentos los hombres son salvados.

Crean en el Bautismo, que quita la mancha del pecado e incluye a los hombres como Hijos de Dios.

Crean en la Confirmación, por la que el Espíritu Santo los llena de Dios.

Crean en la Reconciliación, por la que los pecados quedan perdonados.

Crean en la Comunión, que es mi Cuerpo y es mi Sangre, es alimento de vida.

Crean en la Unción, por la que los enfermos reciben mi paz, mi consuelo y mi gracia santificante.

Crean en el Matrimonio, que es la unión indisoluble en el amor entre un hombre y una mujer. Yo soy el amor.

Crean en el Sacerdocio, al que han sido llamados, para el que han sido elegidos desde siempre y para siempre, por el que han sido ordenados para servir a Dios en la pobreza, en la obediencia, en la castidad, por el que son llamados a ser Cristos, para creer, para confiar, para abandonarse a mi voluntad, y sea yo quien viva y actúe por ustedes, con ustedes y en ustedes, para que sean ustedes fieles instrumentos de la gracia de Dios, para construir el Reino de los Cielos, para llevar la salvación a todos los hombres del mundo, para llevar a todas las almas a Dios.

Crean, sacerdotes míos, que son ustedes parte del plan de Dios para la salvación del mundo, y vivan en la fe.

Confíen, sacerdotes míos, en la promesa de Dios para la vida eterna, y alégrense en la esperanza.

Abandónense, sacerdotes míos, en la voluntad de Dios y actúen con caridad entregando mi misericordia.

Crean en mi misericordia derramada en la cruz, que procede del amor del Padre por los hombres.

Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

Crean en la maternidad de mi Madre y confíen en ella, como hijos, abandonándose en su protección, para que perseveren en la cruz de la misericordia, que es camino, verdad y vida. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida

Sacerdote mío: contempla la dicha de María, porque ella ha creído con fe, ha confiado con esperanza y ha actuado con amor, entregando su voluntad, abandonándose en la voluntad de Dios, permitiendo a Dios hacer su voluntad y actuar por ella, con ella, y en ella, y es así como el Verbo se hizo carne, para habitar entre los hombres.

María creyó con fe, como yo, en la salvación del mundo, por medio de mi pasión y muerte en la cruz, confiando en lo que yo le había dicho, en la esperanza de la resurrección, abandonándose como yo en la voluntad de Dios.

María profesó su fe en Dios:

– aceptando ser llena del Espíritu Santo, para ser la Madre del Hijo de Dios;

– aceptando acompañar al Hijo de Dios en su pasión y muerte, en la esperanza de la resurrección;

– aceptando ser madre de todos los hombres en Cristo, quien los hace a todos hijos de Dios;

– aceptando la ascensión de su Hijo al cielo para sentarse a la derecha del Padre, en la esperanza de la vida eterna, abandonando su voluntad a la voluntad de Dios, reuniendo a sus hijos en torno a ella para ser llenos del Espíritu Santo, para proclamar el triunfo del Hijo de Dios y la salvación de todos los hombres.

María ha creído y ha sido asunta al cielo y coronada como Reina del Cielo y de la Tierra, en la esperanza de reunir a todos sus hijos en una sola Iglesia, en una misma fe, en un solo Pueblo Santo para la gloria de Dios, actuando en la caridad, derramando las gracias que sus hijos necesitan para creer, para confiar, para dejar a Dios actuar en ellos, para aumentar su fe, su esperanza y su caridad, para construir en la tierra el Reino de los Cielos, para que, cuando su Hijo vuelva a buscar lo que es suyo, encuentre a los suyos reunidos en la misma fe, con la misma esperanza, amando a Dios por sobre todas las cosas, y amándose entre ellos como yo los he amado, para ser llevados conmigo a la vida eterna.

Dichosa ella que ha creído, porque todo esto será cumplido.

Dichoso tú, que por la fe has creído, por la esperanza has confiado, y por la caridad has actuado en la obediencia, abandonando tu voluntad en la voluntad de Dios.

Dichoso tú, porque todo lo que te he dicho se cumplirá.

Permanece en la confianza, en la obediencia y en el abandono en mi voluntad, para que seas fiel instrumento de mi amor, para conducir mi misericordia al mundo entero.

Yo creo en ti y yo espero en ti, porque te amo».

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 Madre mía: Isabel te considera dichosa por haber creído. Eso me hace pensar que la alegría tiene que ver con la fe. Es fácil imaginar el encuentro con tu prima, en el que las dos exultaban de gozo, no solo por la alegría de verse, sino porque era la manera de manifestar externamente la dicha de ver cómo se cumplen las promesas de Dios.

Es la misma alegría que siento cuando veo los milagros que realiza la gracia de Dios a través de mi ministerio.

Es la paz que siento, con la luz de la fe, también cuando hay sufrimiento, al darme cuenta de que ningún día debo llevar la cruz sin alegría.

Ayúdame, Madre, a contemplar tu vida, para aprender a exultar de gozo cumpliendo la voluntad de Dios, confiando en que Él siempre cumple sus promesas

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: dichoso tú que has creído, dichoso tú que has confiado, dichoso tú que has actuado en la obediencia, abandonándote en la voluntad de Dios, porque es así como permites que Dios actúe por ti, contigo y en ti. Permanece en la fe, en la esperanza y en la caridad, creyendo, confiando y amando.

Dichosa yo que he creído, que he confiado, que he obedecido, porque todo se ha cumplido: Dios me ha bendecido entre todas las mujeres y ha sido bendito el fruto de mi vientre, ha nacido de mi vientre el Redentor del mundo, que ha vencido a la muerte, y que ha resucitado al mundo para la vida eterna.

Que la fe sea tu alegría y el gozo en el sufrimiento, que la esperanza te mantenga en la confianza, y que el amor gobierne tu vida, para que sea Él quien viva y actúe por ti, contigo y en ti.

Cree y recibe, obedece y cumple la voluntad de Dios, permaneciendo dispuesto a servir por Cristo, con Él y en Él, de la misma manera que Él vino, no a ser servido, sino a servir, y a dar su vida.

Contempla mi vientre y contempla la luz del Sol que ha venido al mundo, para iluminar, para reinar, para dar vida.

Contempla la ilusión del amanecer a un nuevo día lleno de esperanza.

Contempla el amor que Dios ha tenido al mundo, que es tanto, que le dio a su único Hijo para que todo el que crea tenga en Él la vida eterna.

Contempla la paz que ya desde antes de nacer ha traído este niño al mundo, la paz de saberse salvados, redimidos, liberados, amados, unido en filiación divina al Padre por su misericordia.

Contempla el esplendor de la vida que llevo dentro, y admira conmigo el fulgor de la luz que emana de este vientre que dará al mundo un fruto bendito, a quien Dios lo exaltará y le será otorgado el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Contempla conmigo el encuentro con mi prima Isabel, cuando al escuchar mi saludo, la criatura que llevaba en su seno saltó de gozo, y ella quedó llena del Espíritu Santo, exultando su alma en Dios, porque había llegado la salvación al mundo.

Contempla el momento de alegría del encuentro entre el Hijo de Dios y su precursor, el que Dios había consagrado para Él desde antes de nacer, y lo constituiría como profeta de las naciones, para prepararle el camino a su único Hijo, para señalarlo, para revelar la verdad: que el que viene detrás de él es el Hijo de Dios, y viene a bautizar con el Espíritu Santo, y él no es digno de desatarle las sandalias.

Contempla y medita cada palabra, porque es el Espíritu Santo quien pone las palabras en su boca.

Contempla mi dicha al escuchar de su boca que soy la Madre del Señor, y poder compartir con ella mi alegría, pues todo cuanto me fue anunciado se cumplirá.

Contempla mi prisa y mi voluntad de servir, porque el Espíritu Santo está conmigo, y es Espíritu de vida, que se mueve, es dinámico, es el amor del Padre y del Hijo, y no se puede contener, se expresa, se nota, se manifiesta en obras. Tú me acompañas, y has sido lleno del Espíritu Santo. Por eso, yo te envío a servir.

Contempla en mi prima Isabel al precursor, y en él al Hijo en cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para reunirlos conmigo, para que yo les sirva, llevándolos al encuentro con Jesús.

Así como ella, exultará tu alma en Dios, porque serás revestido con ropas de salvación, para que cumplas tu misión, entregándote en cuerpo y alma al servicio de Dios, alimentando, cuidando, protegiendo y haciendo crecer a los hijos que Dios engendre en tu corazón.

Contempla el misterio de la encarnación del Verbo, y camina conmigo y con José hacia Belén.

Contempla nuestra renuncia a dejarlo todo para cumplir la voluntad de Dios, y dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Porque todo lo que está escrito se cumplirá, y en Jesús se cumplen todas las profecías.

Yo te pido que sirvas bien a la Iglesia».

¡Muéstrate Madre, María!