38. LOS TESOROS DE MARÍA - REINA Y MADRE DE MISERICORDIA
SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían, quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: bendita sea la Madre que te trajo al mundo. Gracias por habérnosla dejado también como madre nuestra.
Ayúdanos, Señor, a honrarla como se merece, y aprender de ella, para cumplir siempre tu voluntad, y comportarnos como buenos hijos.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: mi nombre es Jesús, hijo de María, Madre de Dios. Mi nombre está sobre todo nombre, y tiene la fuerza para que, al pronunciarlo, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en todo lugar.
No hay honor más grande que ser la Madre de Dios. Nadie merece mayor respeto y mayor gloria. Nadie merece siquiera pronunciar su nombre, sino para honrarla, alabarla, venerarla, respetarla, bendecirla, glorificarla, recibirla y reconocerla, acogiéndola como verdadera Madre, porque lo es. Su nombre es María, Madre de Dios.
Yo los envío: acompáñenla. Yo les aseguro que no hay honor más grande. Este es el cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre. Honrarla a ella es honrar al Padre, glorificándolo en el Hijo. Yo quiero que ustedes, mis amigos, mediten todas las cosas, como ella ponderaba sus tesoros en su corazón.
Yo les pido que volteen a ver el mundo. Vean la necesidad, el sufrimiento, la angustia; pero también la indiferencia, la falta de fe, la ignorancia, la tibieza, la soledad, la falta de paz que inquieta las almas, la desvalorización de la moral cristiana, la mediocridad de los que aceptan vivir en medio de la comodidad, y rechazan la responsabilidad de abrazar la fe verdadera.
Vean los ojos cerrados de quienes no quieren ver y los oídos sordos a la escucha de mi Palabra, porque no les conviene oír lo que no quieren cumplir. Abran ustedes sus ojos y sus oídos. Yo los envío a acompañar a la mujer que como madre yo les di. Llévenla a vivir con ustedes en su casa.
También pueden ver en algunos la verdadera fe. Contemplen el rostro de mi Madre, y vean el rostro de la perfecta maternidad, ejemplo de toda virtud, maternidad divina extendida a toda la humanidad, como el más grande regalo de Dios, porque a través de ella ha traído a su Hijo, y en Él la salvación.
Acojan a mi Madre, a su maternidad divina y a su perpetua pureza, y llévenla a vivir con ustedes, en la intimidad de su corazón.
Es tiempo de mirar hacia adentro, en el silencio y la intimidad de sus corazones, para que, en una experiencia permanente de fe, no se distraigan, sino que trabajen en la realización de la obra de Dios, ofreciendo lo que hacen con espíritu de conversión, haciendo todo por amor de Dios. Que esa sea su intención y, contemplando el rostro de la Madre de Dios, se multipliquen los frutos para la conversión de muchos hombres.
Yo los bendigo. Que mis ángeles y mis santos los acompañen, y su intercesión les conceda cumplir los deseos de mi Madre, María, Madre de Dios».
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Madre nuestra: tú guardabas y meditabas en tu corazón todo lo que experimentabas junto a Jesús, como quien guarda unos tesoros que no quiere perder. Pero eres Madre y compartes todo con tus hijos generosamente.
Nosotros, sacerdotes, también somos pastores, y también hemos recibido el anuncio del nacimiento de tu Hijo, el Hijo de Dios.
Yo quiero pedirte que compartas tus tesoros con nosotros, para que sepamos conocer a tu Hijo y amarlo, para servirlo con nuestro sí, con nuestra entrega, con nuestro servicio a nuestra esposa la Santa Iglesia, para servir a los demás.
Reconociéndote Madre, nos reconocemos hijos. Muéstrate Madre con nosotros, y compártenos tus tesoros.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo soy la siempre Virgen Santa María, la Madre de Dios y Reina del Cielo.
Y, por mi Hijo, soy la Madre de todos los hombres: hijos en el Hijo.
Contemplen en este Niño, el rostro de un rey, el más pequeño.
No desprecien al más pequeño, porque el más pequeño es el más grande en el reino de los cielos.
Contemplen a los pastores que vinieron a adorar a este Niño, postrados ante el pesebre, como ante un altar. Yo me maravillé de todo lo que de Él decían.
Parecía como si desde antes lo conocieran, como si supieran todo lo que por Él sucedería.
Y no se fueron, se quedaron a custodiar el tesoro más grande jamás conocido, el tesoro tan anhelado, por fin encontrado.
Nos alimentaron y nos dieron de beber, nos trajeron agua y comida, y se encargaron de que nada nos faltara.
Entonces vi la providencia divina: la misericordia en manos de los pastores.
Y en mi corazón entendí que nadie debe despreciar a ninguno de estos pequeños.
Nadie debe despreciar a mis pastores, porque todo aquel que da de beber tan solo un vaso de agua a uno de estos pequeños, por ser de mi Hijo, no quedará sin recompensa.
Porque quien recibe a uno de estos pequeños, es a mi Hijo a quien recibe, y quien recibe a mi Hijo recibe a aquel que lo ha enviado.
Ustedes son mis pastores.
Ustedes son bienaventurados porque son pobres de espíritu, porque son mansos de corazón, porque lloran, porque tienen hambre y sed de justicia, porque son misericordiosos y limpios de corazón, porque buscan la paz, porque son perseguidos por causa de la justicia, y son injuriados, y perseguidos por la causa de mi Hijo.
Ustedes recibirán la herencia del Reino de los Cielos, y de ustedes será la tierra.
Y serán consolados, y serán saciados, y recibirán misericordia, y ustedes verán a Dios, y serán llamados hijos de Dios, y lo llamarán Padre, y su recompensa será grande en el cielo.
Permanezcan en oración, para fortalecer su fe, su esperanza y su caridad.
Fe al creer en las promesas de Jesús que es el mismo ayer, hoy y siempre.
Esperanza al acudir a la oración, dispuestos a seguir sirviendo.
Caridad al quedarse junto a mí, y arrodillarse para alabar, y adorar, y bendecir, y amar.
Reciban la misericordia de mi Hijo, fruto bendito de mi vientre:
Misericordia derramada desde Dios para los hombres, enviando a su Hijo a nacer entre los hombres para entregar su misericordia a los miserables del mundo, porque Él no tiene miserias. Está lleno. No le falta nada.
Misericordia a los orgullosos, porque Él es humilde.
Misericordia a los pobres, porque Él es riqueza y abundancia.
Misericordia a los hambrientos, porque Él es alimento.
Misericordia a los oprimidos y a los cautivos, porque Él es libertad.
Misericordia a los muertos, porque Él es vida.
Misericordia a los enfermos, porque Él es salud.
Misericordia a los que no tienen casa, porque Él es morada.
Misericordia a los desnudos, porque Él está vestido de sangre que purifica y salva, y de gloria para la vida eterna.
Misericordia al que no sabe, porque Él es Maestro.
Misericordia al que se equivoca, porque Él corrige a los que ama. Él nunca se equivoca, porque Él es perfecto.
Misericordia al necesitado y al triste, porque Él es consejo y consuelo.
Misericordia al pecador, porque Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Misericordia derramada desde el pesebre hasta la cruz, en la que los hace a todos hijos en el Hijo, para cubrir sus miserias, haciéndolos como Él, que es Santo.
Él nunca se equivocó, porque Dios es perfecto, pero tuvo la humildad de aprender a ser un niño. Aprender, no a ser perfecto, porque ya lo era, sino a ser hombre, expuesto al mundo.
Todo hombre, para ser hombre, tiene que ser primero niño, y al hacerse hombre debe hacerse como niño, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Por este Niño las naciones se levantarán una contra otra, y después de la guerra traerá la paz.
Pero antes, tendrá que padecer mucho y ser reprobado por los sabios y los poderosos.
Y se mantendrá bajo la ley, derramando sangre bajo la ley, para ser nombrado como el ángel me lo ha anunciado: Jesús.
Pastores míos, permanezcan reunidos conmigo, a los pies de este Niño, en la disposición de servirlo, orando, adorando, amando».
¡Muéstrate Madre, María!