35. CONSAGRADOS A DIOS - SIGNO DE CONTRADICCIÓN
29 DE DICIEMBRE, DÍA V DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
Cristo es la luz que alumbra a las naciones.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 22-35
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentado al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: había que cumplir con la ley de Moisés y presentarte en el Templo, para no llamar la atención. José y María tenían que consagrarte al Señor y cumplir con el rito de la purificación de la Madre.
En estricto sentido, no hacía falta ninguna de las dos cosas: tú eras el Señor del Templo y tu Madre la Inmaculada, la Purísima. Pero lo más importante es cumplir la voluntad de Dios.
Y a mí se me viene a la cabeza y al corazón el día de mi consagración en el templo, cuando fui ungido por las manos del obispo y me impuso las manos para configurarme contigo.
Yo quiero renovar todos los días esa consagración, volviendo al primer amor, y que sean los brazos de mi Madre los que me ofrezcan.
¿Cómo debe ser, Jesús, esa consagración mía?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: contempla la Consagración de Dios, hecho hombre, a Dios Padre, por medio de las manos de quien tiene al Espíritu Santo. Ofrenda del fruto del vientre inmaculado, en donde el Verbo fue encarnado, para habitar entre los hombres.
Consagración de hombre y Dios, a Dios, que amó tanto al mundo que envió a su único Hijo para salvarlo.
Consagración del Hijo Unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, que por amor descendió del cielo para ser encarnado en vientre de mujer virgen; para ser hecho hombre; para ser ofrecido a Dios en manos de los hombres, enviado de Dios a los hombres; para ser sacrificado en manos de los hombres en beneficio de todos los hombres; para ser luz para el mundo y como propiciación de los pecados del mundo.
Acepta la compañía de mi Madre y entrégate como ofrenda a Dios, para ser consagrado por las manos de mi Madre y su Inmaculado Corazón, por mí, conmigo, en mí. Ofrenda agradable al Padre en un mismo sacrificio, de una vez y para siempre, para la salvación de tu alma al servicio de Dios, y de todas las almas por quienes te ofreces, para que, al ser recibido conmigo en las manos del Padre, aumente en ti la fe, la esperanza y la caridad, y seas enviado de nuevo al mundo como apóstol de amor y misionero de misericordia, protegido en los brazos de mi Madre, porque no hay creatura que dé mayor ejemplo de misericordia que una madre.
Porque ¿qué madre, si su hijo tiene hambre, no lo alimenta?
Y si su hijo tiene sed ¿no le da de beber?
Y si su hijo está desnudo ¿acaso no lo viste?
Y si está enfermo ¿no lo cuida?
Y si está preso ¿no lo visita?
Y si regresa a casa ¿no lo acoge?
Y si muere ¿no le da sepultura?
Y ora por él, y lo corrige, y lo perdona, y lo consuela, y le tiene paciencia, y lo aconseja, y lo enseña. Pero también lo acompaña.
Sacerdote mío: tú has sido elegido desde siempre para ser consagrado a Dios desde antes que nacieras, porque antes de haberte formado yo en el vientre de tu madre, yo ya te conocía.
Y a dondequiera que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande.
No me apartes de ti, porque a dondequiera que tú vayas yo iré.
Yo he ido dondequiera que hayas ido, y he eliminado a tus enemigos, y te daré un nombre grande: serás llamado “Padre”.
No tengas miedo, porque yo estaré siempre contigo para salvarte, porque yo no te he llamado siervo, te he llamado amigo, si tú cumples mis mandamientos, amando a Dios por sobre todas las cosas, amando a tu hermano como yo te he amado, con amor de padre, con amor de madre, con amor de amigo, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Entrega tu vida al servicio de Dios, sirviendo a tus hermanos con obras de misericordia. Entonces amarás con amor de padre, y con amor de madre, y con amor de amigo.
Yo doy mi vida por mis amigos.
Yo soy el Buen Pastor, y doy la vida por mis ovejas. Nadie me la quita. Yo doy mi vida, para recuperarla de nuevo.
Tú, amigo mío, has sido consagrado para hacer lo que yo te mando, y permanecer en mi amistad.
Reconcíliate conmigo y regresa, conságrate de nuevo por tu propia voluntad, para que entregues tu vida como yo, y hagas mi voluntad, uniendo tu voluntad a la mía, y tu sacrificio al mío, para ser ofrenda agradable a Dios Padre.
Confía en mi Madre, como confío yo, y entrégate al cuidado de sus brazos.
Que sean las manos de mi Madre quienes te entreguen, para que la ofrenda sea bien recibida.
Que mi Sagrado Corazón te una a su Inmaculado Corazón, y permanezcas bajo su protección y resguardo, para que por ella recibas la misericordia derramada en la cruz, y en ti brille de nuevo la luz para el mundo».
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Madre mía: tú acudiste al Templo para cumplir con el rito de purificación de la madre, sin estar sujeta a esa ley, pero no podías dejar de cumplir con el mandato divino para todo el pueblo elegido. Y eso también estaba en los planes de Dios.
Era importante la presentación del Niño en el Templo. Consagrarlo a Dios.
Era el mismo Hijo de Dios, pero había adquirido la naturaleza humana. Era necesario presentarlo al Padre.
Y yo pienso en esa consagración que hago todos los días cuando celebro la santa misa. En el momento de presentar las ofrendas quiero renovar mi entrega, poniéndola en la patena, junto al pan y al vino, para que se convierta en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Quiero renovar mi consagración a Dios, quien me eligió desde antes de la constitución del mundo.
Y pienso también en ti, que estás presente siempre en el santo sacrificio, de pie a mi derecha, como una reina, presentándome a mí al Padre, como lo hiciste con tu Hijo.
Y me consagro también a ti, a tu Inmaculado Corazón.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo míos, sacerdotes: renueven su consagración por voluntad y por amor, para que renuncien al mundo y se entreguen al servicio de Dios que es para lo que han sido creados, para lo que han sido llamados y para lo que han sido elegidos.
Entreguen su vida, para que la recuperen de nuevo en la resurrección de mi Hijo, a través de la consagración a Jesús a través de mi Inmaculado Corazón, y aumente su devoción a la Sagrada Eucaristía, que es Dios vivo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, presencia, gratuidad y alimento de vida, don, ofrenda y comunión para la unidad del pueblo Santo de Dios.
Ofrézcanse en el sacrificio del altar, en cada consagración que realizan sus manos, en el único y verdadero sacrificio redentor que es salvación de los hombres y alimento para la vida eterna.
Conságrense a mi Inmaculado Corazón elevando sus oraciones al cielo, entregando su vida por amor a las almas.
Conságrense con verdadera devoción al Cuerpo y a la Sangre de mi Hijo, en cada alabanza y en cada adoración a la Eucaristía.
Yo los recibo en mis brazos para que sean cuidados, protegidos, custodiados, amados, acompañados, para que perseveren en la alegría de ser hombres elegidos y consagrados al servicio de Dios, de ser hombres divinizados por Dios, para ser Cristos, por Él, con Él, y en Él, y su luz encienda sus corazones y brille a través de ustedes para el mundo».
¡Muéstrate Madre, María!