87. SERVIR EN EL ORDEN CORRECTO – CONFESAR LA FE
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, pues para eso he sido enviado.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 4, 38-44
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.
Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías.
Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: cuando llegaste a curar a la suegra de Pedro parecería que no hay diálogo con ella, que no hacía falta cruzar palabras, solo miradas. Pero ¿qué le habrás dicho, Señor, que, al curarse, lo primero que quiso hacer fue servirte?
Así me sucedió a mí también cuando me ordené sacerdote. Llegaste a mi casa, a mi vida, me tomaste de la mano, me dijiste que me amas, que mi fe me ha sanado, y que quieres que yo sea testigo de tu amor y de tu misericordia, levantándome para servirte.
Ese es mi deseo: servirte. Y sé que hay un orden en la caridad. Debo servirte amándote primero a ti, y luego a mis hermanos. Y con mis hermanos también debe haber un orden, según me lo dicte el amor. Enséñame, Jesús, a hacerlo bien, sin dejarme llevar por el activismo.
Señor ¿cómo quieres que te sirva?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: no pienses en ti, piensa siempre en mí, para que, cuando te vean a ti, me vean a mí.
Pide por los que han seguido falsos profetas, que los han engañado.
Tú, en cambio, sírveme, y muéstrales la verdad, para que los que viven en medio del mundo y han perdido su libertad, esclavizándose al mundo, sean liberados por la verdad. Yo soy la verdad.
Tú, que has creído, sírveme con tu silencio, meditando en tu corazón mi Palabra, que es viva y eficaz, que es más cortante que la espada, y penetra hasta el alma y el espíritu, hasta las articulaciones y médulas, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón.
Tú, que con tu libertad has querido servirme, permanece a mis pies, orando, amando, adorando.
Sírveme, porque lo que yo te doy es mi Palabra, que abre y enciende los corazones.
Sírveme. Pero yo a ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos.
Amigos míos: tengo sed. Permanezcan en la unión indisoluble de mi amor, y sírvanme calmando mi sed trayéndome almas.
Sírvanme anunciando la Buena Nueva del Reino de los Cielos.
Sírvanme siendo compasivos y misericordiosos como yo, y rueguen al Padre para que envíe más obreros a su mies. Porque la mies es mucha y los obreros pocos. Pero hagan todo con decoro y orden, porque el hombre inteligente y experto mantiene el orden.
Sírvanme enseñando el orden, para que logren la unidad de vida, porque son cuerpo y son espíritu, y son una sola cosa. Por tanto, es importante cuidar el orden en lo espiritual y en lo humano.
Sírvanme haciendo suyas las debilidades de los demás, obrando con misericordia obras corporales y obras espirituales.
Sírvanme viviendo de acuerdo a las exigencias del Espíritu, sin egoísmo.
Sírvanme en el orden natural y en el orden sobrenatural, en lo ordinario y en lo extraordinario.
Sírvanme en el orden correcto: primero amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ustedes mismos, obedeciendo a Dios antes que a los hombres. Pero, quien ama a Dios, que ame también a su hermano, porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Sírvanme acompañando a mi Madre, para que agraden en todo al Padre, y sean dignos de recibirme en su casa. Entonces yo entraré y me quedaré, y cenaré con ustedes y ustedes conmigo.
Sacerdotes, pastores míos: trabajen con sentido, por amor a Dios, sirviendo a sus hermanos, a los que están más cerca, a los más necesitados. En el trabajo está el servir, y en el servir está el obrar, y en el obrar está el amar. Es por sus obras que serán salvados.
Yo los he llamado a trabajar para mí.
Pero un trabajo sin sentido es un trabajo que no sirve, porque no da fruto.
Un trabajo que sirve es el que se dirige hacia la construcción de un bien, al servicio del necesitado.
Pero un servicio sin amor no sirve, porque no da fruto.
Procuren, pastores, servir a Dios por medio de los más necesitados, pero que sus obras sean de amor.
Procuren, pastores, trabajar para Dios hasta el cansancio, pero que su trabajo sea servir en el amor. Porque, así como mi Padre me ha enviado, así los envío yo, para construir con su trabajo el Reino de los Cielos; para servir por medio de sus obras a los que forman el Reino de los Cielos; para trabajar sirviendo y servir amando. Porque yo no he venido a ser servido, sino a servir.
Y luego vengan a mí los que estén cansados, que yo los aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera.
Pero, cuando me busquen y no me encuentren:
- sirvan al más necesitado; ahí estoy yo;
- denle de comer al hambriento; ahí estoy yo;
- denle de beber al sediento; ahí estoy yo;
- curen al enfermo; ahí estoy yo;
- vistan al desnudo; ahí estoy yo;
- visiten al preso; ahí estoy yo.
Yo les digo: el que no tiene amor, nada tiene, porque Dios es amor, y el que ama a Dios, que ame también a su hermano».
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Madre nuestra: tú eres la Reina del Cielo, la Madre del gran Rey, y nosotros somos tus soldados, y estamos a tus órdenes, para servirte.
Ayuda mucho también, en la vida espiritual, pensar en la disciplina militar. ¿Qué nos aconsejas para alcanzar siempre la victoria en nuestras batallas?
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: son muchos los trabajos que les pido.
Yo les doy este tesoro, para que sirvan conmigo: el orden.
Orden para hacer todas las cosas.
Orden para construir.
Orden para servir.
Orden para trabajar.
Orden para vivir las virtudes.
Orden para dirigir.
Orden en la familia, como orden hay en la creación desde un principio, cuando Dios los hizo hombre y mujer a su imagen y semejanza.
Orden en su vocación, para cumplir con sus obligaciones.
Orden para hacer la voluntad de Dios, cumpliendo los mandamientos de la ley, para permanecer en Él, como Él permanece en ustedes.
Hijos míos: mi Hijo los ha hecho dignos hijos del Padre, en orden a la filiación divina, para que sean uno en Él, como el Padre y Él son uno.
Mantengan el orden, que fomenta el respeto y la dignidad de cada uno».
¡Muéstrate Madre, María!