17/09/2024

Lc 5, 1-11

36. PESCADORES FUERTES Y VALIENTES – ECHAR LAS REDES

EVANGELIO DEL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Dejándolo todo, lo siguieron

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 5, 1-11

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la Palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el texto del evangelio que hoy meditamos nos habla de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad; de trabajo, de apostolado, de amor al Papa y a la Iglesia, de unidad, de entrega a Dios: un programa muy completo para buscar la santidad en el mundo de hoy.

La Iglesia hoy predica incansablemente sobre la llamada universal a la santidad, y los sacerdotes debemos sentirnos especialmente llamados, y luchar por convertir nuestro trabajo ministerial en obras de santidad. Y tú nos llamas a dejarlo todo para seguirte.

Tenemos el peligro de pensar que ya nuestro trabajo es, de suyo, santificable y santificador, y quedarnos en eso. Es verdad, pero para santificar nuestro trabajo debemos esmerarnos en hacerlo bien, cuidando la rectitud de intención y las cosas pequeñas, con espíritu de servicio, olvidándonos de nosotros mismos y pensando en los demás. Y para eso debemos cuidar nuestra vida interior, especialmente la celebración de la santa Misa, en donde debe confluir todo lo que hacemos durante el día, convirtiéndolo en ofrenda a Dios.

Jesús: que mi entrega sea completa, buscando verdaderamente mi santidad, a través de sobrenaturalizar mi vida ordinaria, y haciendo apostolado, como pescador de hombres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío: ven, mi llamado es claro y fuerte.

Yo te llamo a seguirme sirviendo a mi Iglesia.

Yo te llamo a salir del mundo para seguirme a mí. Pero te llamo a permanecer en medio del mundo porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los Cielos.

Yo te llamo para que pidas a mi Madre que lleve su auxilio a todos mis amigos, a los que yo he llamado y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.

Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.

Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.

Pero entre los que yo he llamado muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.

Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado, amigo mío, es todos los días.

Yo los he llamado, y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos ya está aquí.

Yo los envío, amigos míos, a rogar al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen para que envíe más obreros a su mies.

Yo los envío como corderos en medio de lobos.

Yo los llamo a salir del mundo permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha. Así su oración debe ser constante, pidiendo a Dios que los mantenga en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda; que sea su tierra fértil, y fructíferas sus obras.

Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Yo los envío como mis discípulos. Pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.

Sacerdotes míos, pescadores de hombres: revístanse con mi pureza para que mi Espíritu los fortalezca. Porque las redes les han sido dadas, y la barca ha sido construida.

Se les ha dado la capacidad para echar las redes al mar y pescar. Pero, para llenar las redes y traerlas hasta la orilla, ustedes no pueden solos, pero conmigo todo lo pueden.

Que sus corazones sean castos y puros:

– para que sean puras las manos que tocan mi cuerpo, y que echan redes y pescan almas para conducirlas hasta puerto seguro;

– para que sean puros los labios que tocan mi sangre y llevan mi palabra anunciando el Reino de los Cielos. Labios que adoran y bendicen, que perdonan y consuelan, que al abrirse santifican.

Vengan a mí cuando estén derrotados por su debilidad, que yo los aliviaré y les daré el valor para corregir, para enmendar, para reparar.

Acérquense a la reconciliación. Los que perdonan no juzguen, perdonen. Los que piden perdón no tengan miedo, confíen.

Quiero pescadores fuertes y valientes que no tengan miedo de ir al mar, que no se asusten en las tormentas y que me lleven en su barca.

Quiero sacerdotes con determinación de vivir en la pureza, de cargar su cruz, de resistir ante la adversidad y las tentaciones, con humildad para arrepentirse, reconocer su flaqueza y pedir perdón.

Pescadores que no teman quemarse con el calor del sol, pero que teman al poder del que ha creado el sol.

Pescadores que tengan hambre y que tengan sed, para que, después de la jornada, traigan una buena pesca, y coman y beban conmigo.

Quiero pescadores firmes en su fe, confiados en la providencia de mi Padre y en el amor de mi Madre.

Quiero pescadores que sean fieles, que sean santos, que sean Cristos».

+++

Madre mía: tú eres una buena madre y quieres que todos tus hijos alcancemos la vida eterna, que seamos santos de altar. Ayúdanos a conseguir esa meta, y a ser muy buenos pescadores, para llevarte muchas almas al cielo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijos míos, sacerdotes: yo soy el faro que da auxilio a los pescadores. Conmigo llevo la luz. Volteen a verme, para que regresen sanos y salvos a la orilla, en donde mi Hijo los espera.

Reparen con su entrega las heridas más profundas del corazón de Jesús: cada ofensa, cada infidelidad, cada acto impuro, cada indiferencia, cada omisión, cada mala acción, cada mala intención, cada impureza de cada corazón, de cada uno de los que más ama, de cada pescador de hombres, de cada sacerdote.

Yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.

Quiero dar auxilio a mis hijos los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, porque algunos se están perdiendo, porque no saben escuchar y el llamado es todos los días.

Yo pido la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes.

Conversión todos los días:

– para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo;

– para salir del mundo;

– para dejarlo todo y seguir a Jesús;

– para seguir sus huellas;

– para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los Cielos.

Conversión procurando la humildad:

– para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la palabra;

– para seguir a Cristo;

– para obedecer a Cristo, anunciando la buena nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio;

– para destapar oídos sordos;

– para que escuche cada uno según su vocación el llamado de Cristo a la conversión, y a anunciar que el Reino de los Cielos ya está aquí, en cada uno;

– para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.

Yo llamo a mis hijos sacerdotes para que construyan el Reino de los Cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios –el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno sacerdote–, dejando de ser solo hombres para hacerse por Él, con Él y en Él, como Él: Cristos.

Oremos para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él;

– para que crean en Él y cumplan sus mandamientos;

– para que vivan en el mundo sin ser del mundo;

– para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones;

– para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres;

– para que, por este llamado, sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar, y convertido por sus benditas manos en el cuerpo y en la sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida;

– para que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».

¡Muéstrate Madre, María!

 

VI. 56. SANTIFICAR LA VIDA ORDINARIA – ECHAR LAS REDES

EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

Desde ahora serás pescador de hombres

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 5, 1-11

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiando en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el texto del evangelio que hoy meditamos recoge muy bien los principales aspectos de la espiritualidad de san Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei.

Nos habla de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad, de trabajo, de apostolado, de amor al Papa y a la Iglesia, de unidad, de entrega a Dios…

San Josemaría predicó incansablemente sobre la llamada universal a la santidad en medio del mundo, cuidando la unidad de vida, convirtiendo el trabajo en oración y apostolado.

Los sacerdotes también hemos recibido esa llamada, y debemos convertir nuestro trabajo ministerial en oración y apostolado. Tenemos el peligro de pensar que ya nuestro trabajo es, de suyo, santificable y santificador, y quedarnos en eso. Es verdad, pero para santificar nuestro trabajo debemos esmerarnos en hacerlo bien, cuidando la rectitud de intención y las cosas pequeñas, con espíritu de servicio, olvidándonos de nosotros mismos y pensando en los demás.

Y para eso debemos cuidar nuestra vida interior: primero oración, después expiación y, en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción, como decía nuestro santo.

Jesús: que mi entrega sea completa, buscando verdaderamente mi santidad, a través de sobrenaturalizar mi vida ordinaria, y haciendo apostolado, como pescador de hombres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío: ven, mi llamado es claro y fuerte.

Yo te llamo a seguirme sirviendo a mi Iglesia.

Yo te llamo a salir del mundo para seguirme a mí. Pero te llamo a permanecer en medio del mundo porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los Cielos.

Yo te llamo para que pidas a mi Madre que lleve su auxilio a todos mis amigos, a los que yo he llamado y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.

Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.

Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.

Pero entre los que yo he llamado muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.

Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado, amigo mío, es todos los días.

Yo los he llamado, y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos ya está aquí.

Yo los envío, amigos míos, a rogar al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen para que envíe más obreros a su mies.

Yo los envío como corderos en medio de lobos.

Yo los llamo a salir del mundo permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha. Así su oración debe ser constante, pidiendo a Dios que los mantenga en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda; que sea su tierra fértil, y fructíferas sus obras.

Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Yo los envío como mis discípulos. Pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.

Sacerdotes míos, pescadores de hombres: revístanse con mi pureza para que mi Espíritu los fortalezca. Porque las redes les han sido dadas, y la barca ha sido construida.

Se les ha dado la capacidad para echar las redes al mar y pescar. Pero, para llenar las redes y traerlas hasta la orilla, ustedes no pueden solos, pero conmigo todo lo pueden.

Que sus corazones sean castos y puros:

– para que sean puras las manos que tocan mi Cuerpo, y que echan redes y pescan almas para conducirlas hasta puerto seguro;

– para que sean puros los labios que tocan mi Sangre y llevan mi Palabra anunciando el Reino de los Cielos. Labios que adoran y bendicen, que perdonan y consuelan, que al abrirse santifican.

Vengan a mí cuando estén derrotados por su debilidad, que yo los aliviaré y les daré el valor para corregir, para enmendar, para reparar.

Acérquense a la reconciliación. Los que perdonan no juzguen, perdonen. Los que piden perdón no tengan miedo, confíen.

Quiero pescadores fuertes y valientes que no tengan miedo de ir al mar, que no se asusten en las tormentas y que me lleven en su barca.

Quiero sacerdotes con determinación de vivir en la pureza, de cargar su cruz, de resistir ante la adversidad y las tentaciones, con humildad para arrepentirse, reconocer su flaqueza y pedir perdón.

Pescadores que no teman quemarse con el calor del sol, pero que teman al poder del que ha creado el sol.

Pescadores que tengan hambre y que tengan sed, para que, después de la jornada, traigan una buena pesca, y coman y beban conmigo.

Quiero pescadores firmes en su fe, confiados en la providencia de mi Padre y en el amor de mi Madre.

Quiero pescadores que sean fieles, que sean santos, que sean Cristos».

+++

Madre mía: tú eres una buena madre y quieres que todos tus hijos alcancemos la vida eterna, que seamos santos de altar.

San Josemaría predicó la llamada universal a la santidad, insistiendo desde el principio de su misión en cuál es el camino: “que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”.

También decía que: “a Jesús se va y se ‘vuelve’ por María”.

Ayúdanos, Madre a conseguir la meta de la santidad, pidiendo para nosotros la gracia de la conversión diaria, y también para ser muy buenos pescadores, para llevar muchas almas al cielo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

«Hijos míos, sacerdotes: yo soy el faro que da auxilio a los pescadores. Conmigo llevo la luz. Volteen a verme, para que regresen sanos y salvos a la orilla, en donde mi Hijo los espera.

Reparen con su entrega las heridas más profundas del corazón de Jesús: cada ofensa, cada infidelidad, cada acto impuro, cada indiferencia, cada omisión, cada mala acción, cada mala intención, cada impureza de cada corazón, de cada uno de los que más ama, de cada pescador de hombres, de cada sacerdote.

Yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.

Quiero dar auxilio a mis hijos los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, porque algunos se están perdiendo, porque no saben escuchar y el llamado es todos los días.

Yo pido la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes.

Conversión todos los días:

– para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo;

– para salir del mundo;

– para dejarlo todo y seguir a Jesús;

– para seguir sus huellas;

– para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los Cielos.

Conversión procurando la humildad:

– para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la Palabra;

– para seguir a Cristo;

– para obedecer a Cristo, anunciando la buena nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio;

– para destapar oídos sordos;

– para que escuche cada uno según su vocación el llamado de Cristo a la conversión, y a anunciar que el Reino de los Cielos ya está aquí, en cada uno;

– para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.

Yo llamo a mis hijos sacerdotes para que construyan el Reino de los Cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios –el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno sacerdote–, dejando de ser solo hombres para hacerse por Él, con Él y en Él, como Él: Cristos.

Oremos para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él;

– para que crean en Él y cumplan sus mandamientos;

– para que vivan en el mundo sin ser del mundo;

– para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones;

– para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres;

– para que, por este llamado, sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar, y convertido por sus benditas manos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida;

– para que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».

+++

San Josemaría: hay muchos sacerdotes, como tú, que han alcanzado la santidad. Nuestro ministerio nos exige vivir una vida santa, y sabemos que contamos con la ayuda de Dios para poder hacerlo. Además, el trabajo que realizamos nos permite fortalecer nuestra alma día a día con más gracia de Dios, si cuidamos hacerlo bien, con rectitud de intención.

¿Qué nos aconsejas para poder alcanzar esa santidad a la que hemos sido llamados con amor de predilección?

+++

El sacerdote nace siendo hombre, pero debe aprender a ser santo. El camino es la santificación en comunión, en la vida ordinaria de cada cual, según su vocación, en comunidad fraternal para la unidad de la Santa Iglesia, protegidos bajo el manto maternal de María nuestra Madre, quien nos une en el Espíritu Santo, para permanecer en esa unión al Padre por Cristo, con Cristo y en Cristo.

La santidad es fruto del Espíritu Santo, que se derrama en los hombres para poner su fe por obras. Las obras son de los hombres, pero la santidad viene de Dios. Es por tanto necesaria la fe y la disposición a recibir al Espíritu Santo, para que el trabajo de los hombres produzca fruto abundante, para que, unido al sacrificio de Cristo, se haga ofrenda agradable al Padre.

Debes aprender a transformar tu fe en obras, abandonando tu cuerpo y tu alma en las manos de Dios, confiando en su misericordia y en su divina providencia, que nunca te abandonan. Pero sin descuidar el cuerpo y sin descuidar el alma, porque juntos son una sola cosa: eres tú. La vida ordinaria, cuando es vivida en la fe, se vive en equilibrio, cuidando el cuerpo y cuidando el alma, para que con el cuerpo lleves a cabo las obras con toda tu alma encendida en la fe.

Los sacerdotes deben hacer suya primero la doctrina de la santificación en lo ordinario, según la vocación a la que ha sido llamado cada uno, y aplicarla para conseguir su propia unidad de vida. Porque del hombre es lo ordinario y de Dios lo extraordinario, del hombre es lo natural y de Dios lo sobrenatural, pero del hombre se requiere que ponga por obras su fe en lo pequeño, en lo ordinario, para que Dios lo convierta en su obra grande y extraordinaria. Del hombre se requiere que viva vida sobrenatural, para que se sienta hijo de Dios, porque todo bautizado lo es en filiación divina, por Cristo con Él y en Él.

Este es el camino: vivir en santidad la vida ordinaria de sacerdotes y laicos, para conseguir la unidad en un solo pueblo santo de Dios.

Sacerdotes fortalecidos con el ejemplo y la oración de los laicos.

Sacerdotes que viven en virtud sus ministerios, y fortalecen con su ejemplo a las familias.

La madre es la base de la familia, la que une, la que fortalece con su ejemplo de vida en virtud y en santidad, mientras se entrega a la voluntad de Dios en el servicio, con su vida ordinaria, uniendo sus sacrificios en el altar y con el sacerdote, en el único y eterno sacrificio que salva y da vida: el sacrificio de Cristo, fortaleciendo con su entrega y su oración el ministerio del sacerdote, mientras él fortalece con su entrega y su ministerio a las familias.

Madres que acogen en su maternidad, unida a la maternidad de Santa María, a hijos sacerdotes, para proteger y hacer crecer, para alimentar y fortalecer el fuego del amor en sus corazones, para alentarlos a dejar todo y tomar su cruz, para ayudarlos con su oración a cargar esa cruz, a subirse, y a perseverar en ella.

Es importante la unidad entre laicos y sacerdotes.

Los sacerdotes como padres del pueblo santo de Dios, pilares y esposos de la Santa Iglesia, para ser mediadores entre Dios y los hombres.

Los laicos como hijos, por Cristo, con Él y en Él, para que unidos en una sola y gran familia de Dios, conozcan y vivan en la verdad.

Los sacerdotes deben cuidar mucho su formación, que empieza con la oración, para que encuentren en Cristo una verdadera unidad de vida. La formación sin oración conduce al activismo y a la distracción de su vocación. Y, en lugar de santificarse, se pierden en medio del mundo.

La santificación en la vida ordinaria trata de oración constante, de convertir el trabajo en oración, para ser almas contemplativas en medio del mundo. Pero algunos no lo entienden, y desvirtúan la riqueza de su formación, convirtiendo en trabajo la oración, y la oración, o no se hace o se vuelve rutina, y pierde su riqueza, y demerita la fe, y sin fe no hay devoción y se descuida el amor.

Primero es la oración, después la mortificación y luego, hasta después, la acción. Por eso la formación del sacerdote debe empezar desde la oración, y la oración desde el corazón, para que busque a Cristo, que encuentre a Cristo, que ame a Cristo, imitando en todo a Cristo, para que sea como Cristo el último y el servidor de todos.

¡Muéstrate Madre, María!

 

88. PESCADORES FUERTES Y VALIENTES – ECHAR LAS REDES

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Dejándolo todo, lo siguieron.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 5, 1-11

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la Palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el texto del evangelio que hoy meditamos nos habla de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad; de trabajo, de apostolado, de amor al Papa y a la Iglesia, de unidad, de entrega a Dios: un programa muy completo para buscar la santidad en el mundo de hoy.

La Iglesia hoy predica incansablemente sobre la llamada universal a la santidad, y los sacerdotes debemos sentirnos especialmente llamados, y luchar por convertir nuestro trabajo ministerial en obras de santidad. Y tú nos llamas a dejarlo todo para seguirte.

Tenemos el peligro de pensar que ya nuestro trabajo es, de suyo, santificable y santificador, y quedarnos en eso. Es verdad, pero para santificar nuestro trabajo debemos esmerarnos en hacerlo bien, cuidando la rectitud de intención y las cosas pequeñas, con espíritu de servicio, olvidándonos de nosotros mismos y pensando en los demás. Y para eso debemos cuidar nuestra vida interior, especialmente la celebración de la santa Misa, en donde debe confluir todo lo que hacemos durante el día, convirtiéndolo en ofrenda a Dios.

Jesús: que mi entrega sea completa, buscando verdaderamente mi santidad, a través de sobrenaturalizar mi vida ordinaria, y haciendo apostolado, como pescador de hombres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

«Sacerdote mío: ven, mi llamado es claro y fuerte.

Yo te llamo a seguirme sirviendo a mi Iglesia.

Yo te llamo a salir del mundo para seguirme a mí. Pero te llamo a permanecer en medio del mundo porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los Cielos.

Yo te llamo para que pidas a mi Madre que lleve su auxilio a todos mis amigos, a los que yo he llamado y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.

Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.

Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.

Pero entre los que yo he llamado muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.

Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado, amigo mío, es todos los días.

Yo los he llamado, y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos ya está aquí.

Yo los envío, amigos míos, a rogar al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen para que envíe más obreros a su mies.

Yo los envío como corderos en medio de lobos.

Yo los llamo a salir del mundo permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha. Así su oración debe ser constante, pidiendo a Dios que los mantenga en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda; que sea su tierra fértil, y fructíferas sus obras.

Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Yo los envío como mis discípulos. Pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.

Sacerdotes míos, pescadores de hombres: revístanse con mi pureza para que mi Espíritu los fortalezca. Porque las redes les han sido dadas, y la barca ha sido construida.

Se les ha dado la capacidad para echar las redes al mar y pescar. Pero, para llenar las redes y traerlas hasta la orilla, ustedes no pueden solos, pero conmigo todo lo pueden.

Que sus corazones sean castos y puros:

– para que sean puras las manos que tocan mi Cuerpo, y que echan redes y pescan almas para conducirlas hasta puerto seguro;

– para que sean puros los labios que tocan mi Sangre y llevan mi Palabra anunciando el Reino de los Cielos. Labios que adoran y bendicen, que perdonan y consuelan, que al abrirse santifican.

Vengan a mí cuando estén derrotados por su debilidad, que yo los aliviaré y les daré el valor para corregir, para enmendar, para reparar.

Acérquense a la reconciliación. Los que perdonan no juzguen, perdonen. Los que piden perdón no tengan miedo, confíen.

Quiero pescadores fuertes y valientes que no tengan miedo de ir al mar, que no se asusten en las tormentas y que me lleven en su barca.

Quiero sacerdotes con determinación de vivir en la pureza, de cargar su cruz, de resistir ante la adversidad y las tentaciones, con humildad para arrepentirse, reconocer su flaqueza y pedir perdón.

Pescadores que no teman quemarse con el calor del sol, pero que teman al poder del que ha creado el sol.

Pescadores que tengan hambre y que tengan sed, para que, después de la jornada, traigan una buena pesca, y coman y beban conmigo.

Quiero pescadores firmes en su fe, confiados en la providencia de mi Padre y en el amor de mi Madre.

Quiero pescadores que sean fieles, que sean santos, que sean Cristos».

+++

Madre mía: tú eres una buena madre y quieres que todos tus hijos alcancemos la vida eterna, que seamos santos de altar. Ayúdanos a conseguir esa meta, y a ser muy buenos pescadores, para llevarte muchas almas al cielo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijos míos, sacerdotes: yo soy el faro que da auxilio a los pescadores. Conmigo llevo la luz. Volteen a verme, para que regresen sanos y salvos a la orilla, en donde mi Hijo los espera.

Reparen con su entrega las heridas más profundas del corazón de Jesús: cada ofensa, cada infidelidad, cada acto impuro, cada indiferencia, cada omisión, cada mala acción, cada mala intención, cada impureza de cada corazón, de cada uno de los que más ama, de cada pescador de hombres, de cada sacerdote.

Yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.

Quiero dar auxilio a mis hijos los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, porque algunos se están perdiendo, porque no saben escuchar y el llamado es todos los días.

Yo pido la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes.

Conversión todos los días:

– para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo;

– para salir del mundo;

– para dejarlo todo y seguir a Jesús;

– para seguir sus huellas;

– para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los Cielos.

Conversión procurando la humildad:

– para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la Palabra;

– para seguir a Cristo;

– para obedecer a Cristo, anunciando la buena nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio;

– para destapar oídos sordos;

– para que escuche cada uno según su vocación el llamado de Cristo a la conversión, y a anunciar que el Reino de los Cielos ya está aquí, en cada uno;

– para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.

Yo llamo a mis hijos sacerdotes para que construyan el Reino de los Cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios –el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno sacerdote–, dejando de ser solo hombres para hacerse por Él, con Él y en Él, como Él: Cristos.

Oremos para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él;

– para que crean en Él y cumplan sus mandamientos;

– para que vivan en el mundo sin ser del mundo;

– para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones;

– para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres;

– para que, por este llamado, sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar, y convertido por sus benditas manos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida;

– para que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».

¡Muéstrate Madre, María!

 

VI, n. 56 SANTIFICAR LA VIDA ORDINARIA – ECHAR LAS REDES

EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER

Desde ahora serás pescador de hombres

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 5, 1-11

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiando en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: el texto del evangelio que hoy meditamos recoge muy bien los principales aspectos de la espiritualidad de san Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei.

Nos habla de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad, de trabajo, de apostolado, de amor al Papa y a la Iglesia, de unidad, de entrega a Dios…

San Josemaría predicó incansablemente sobre la llamada universal a la santidad en medio del mundo, cuidando la unidad de vida, convirtiendo el trabajo en oración y apostolado.

Los sacerdotes también hemos recibido esa llamada, y debemos convertir nuestro trabajo ministerial en oración y apostolado. Tenemos el peligro de pensar que ya nuestro trabajo es, de suyo, santificable y santificador, y quedarnos en eso. Es verdad, pero para santificar nuestro trabajo debemos esmerarnos en hacerlo bien, cuidando la rectitud de intención y las cosas pequeñas, con espíritu de servicio, olvidándonos de nosotros mismos y pensando en los demás.

Y para eso debemos cuidar nuestra vida interior: primero oración, después expiación y, en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción, como decía nuestro santo.

Jesús: que mi entrega sea completa, buscando verdaderamente mi santidad, a través de sobrenaturalizar mi vida ordinaria, y haciendo apostolado, como pescador de hombres.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: ven, mi llamado es claro y fuerte.

Yo te llamo a seguirme, sirviendo a mi Iglesia.

Yo te llamo a salir del mundo para seguirme a mí. Pero te llamo a permanecer en medio del mundo, porque es en el mundo en donde yo construyo el Reino de los cielos.

Yo te llamo para que pidas a mi Madre que lleve su auxilio a todos ustedes, mis amigos, a los que yo he llamado y han salido del mundo, lo han dejado todo, han tomado su cruz y me han seguido.

Yo los he llamado para dejar sus redes, para ser mis amigos, para caminar conmigo y hacerlos pescadores de hombres.

Y todo el que deje casa, hermanos, padre, madre, hijos o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y la vida eterna.

Pero, entre los que yo he llamado, muchos primeros serán últimos y muchos últimos los primeros.

Y muchos me seguirán y luego me abandonarán, porque no saben escuchar, y el llamado, amigo mío, es todos los días.

Yo los he llamado, y los he enviado de dos en dos a anunciar la buena nueva, para que se conviertan y crean en el Evangelio, porque el Reino de los cielos ya está aquí.

Yo los envío a ustedes, amigos míos, a rogar al dueño de la mies, porque la mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen para que envíe más obreros a su mies.

Yo los envío como corderos en medio de lobos.

Yo los llamo a salir del mundo, permaneciendo en medio del mundo, en donde la tentación es constante y el peligro acecha. Así su oración debe ser constante, pidiendo a Dios que los mantenga en la fe, para que su vocación no sea estéril, sino fecunda; que sea su tierra fértil, y fructíferas sus obras.

Me ha sido dado todo el poder en los cielos y en la tierra. Yo los envío como mis discípulos. Pero no los envío solos, porque yo estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.

Sacerdotes míos, pescadores de hombres: revístanse con mi pureza para que mi Espíritu los fortalezca. Porque las redes les han sido dadas, y la barca ha sido construida.

Se les ha dado la capacidad para echar las redes al mar y pescar. Pero, para llenar las redes y traerlas hasta la orilla, ustedes no pueden solos, pero conmigo todo lo pueden.

Que sus corazones sean castos y puros:

– para que sean puras las manos que tocan mi Cuerpo, y que echan redes y pescan almas para conducirlas hasta puerto seguro;

– para que sean puros los labios que tocan mi Sangre, y llevan mi Palabra anunciando el Reino de los cielos. Labios que adoran y bendicen, que perdonan y consuelan, que al abrirse santifican.

Vengan a mí cuando estén derrotados por su debilidad, que yo los aliviaré y les daré el valor para corregir, para enmendar, para reparar.

Acérquense a la reconciliación. Los que perdonan no juzguen, perdonen. Los que piden perdón no tengan miedo, confíen.

Quiero pescadores fuertes y valientes que no tengan miedo de ir al mar, que no se asusten en las tormentas y que me lleven en su barca.

Quiero sacerdotes con determinación de vivir en la pureza, de cargar su cruz, de resistir ante la adversidad y las tentaciones, con humildad para arrepentirse, reconocer su flaqueza y pedir perdón.

Pescadores que no teman quemarse con el calor del sol, pero que teman al poder del que ha creado el sol.

Pescadores que tengan hambre y que tengan sed, para que, después de la jornada, traigan una buena pesca, y coman y beban conmigo.

Quiero pescadores firmes en su fe, confiados en la providencia de mi Padre y en el amor de mi Madre.

Quiero pescadores que sean fieles, que sean santos, que sean Cristos».

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Madre mía: tú eres una buena madre y quieres que todos tus hijos alcancemos la vida eterna, que seamos santos de altar.

San Josemaría predicó la llamada universal a la santidad, insistiendo desde el principio de su misión en cuál es el camino: “que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo”.

También decía que: “a Jesús se va y se ‘vuelve’ por María”.

Ayúdanos, Madre a conseguir la meta de la santidad, pidiendo para nosotros la gracia de la conversión diaria, y también para ser muy buenos pescadores, para llevar muchas almas al cielo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo soy el faro que da auxilio a los pescadores. Conmigo llevo la luz. Volteen a verme, para que regresen sanos y salvos a la orilla, en donde mi Hijo los espera.

Reparen con su entrega las heridas más profundas del corazón de Jesús: cada ofensa, cada infidelidad, cada acto impuro, cada indiferencia, cada omisión, cada mala acción, cada mala intención, cada impureza de cada corazón, de cada uno de los que más ama, de cada pescador de hombres, de cada sacerdote.

Yo soy la Madre de Dios, y por Él, que es Dios Hijo y está sentado en el trono a la derecha de Dios Padre, soy Reina del cielo y de la tierra.

Quiero dar auxilio a ustedes, mis hijos, los profetas, sacerdotes y reyes, para que cumplan la voluntad de quien los ha llamado y los ha enviado, y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo. Porque algunos se están perdiendo, porque no saben escuchar y el llamado es todos los días.

Yo pido la conversión de cada uno de mis hijos sacerdotes.

Conversión todos los días:

– para que estén dispuestos a escuchar el llamado entre el ruido del mundo;

– para salir del mundo;

– para dejarlo todo y seguir a Jesús;

– para seguir sus huellas;

– para ser pescadores de hombres, proclamando la Palabra, construyendo el Reino de los cielos.

Conversión procurando la humildad:

– para acudir al llamado con un corazón contrito y humillado, que mi Hijo no desprecia, escuchando el llamado a través de la Palabra;

– para seguir a Cristo;

– para obedecer a Cristo, anunciando la buena nueva, echando redes para pescar almas ciegas y develarlas a la luz del Evangelio;

– para destapar oídos sordos;

– para que escuche cada uno, según su vocación, el llamado de Cristo a la conversión, y a anunciar que el Reino de los cielos ya está aquí, en cada uno;

– para que construyan entre todos un solo Reino, un solo pueblo santo, una sola Iglesia.

Yo los llamo a ustedes, mis hijos sacerdotes, para que construyan el Reino de los cielos en cada vocación que escucha el llamado a dejarlo todo, para servir a Dios, siguiendo las huellas del Hijo de Dios –el que ha venido al mundo para salvar al mundo, el que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que es sumo y eterno sacerdote–, dejando de ser solo hombres para hacerse por Él, con Él y en Él, como Él: Cristos.

Oremos para que sepan ser como Él y escuchar como escucha Él;

– para que crean en Él y cumplan sus mandamientos;

– para que vivan en el mundo sin ser del mundo;

– para que todos los días escuchen su voz y conviertan sus corazones;

– para que sepan seguirlo, y Él los haga pescadores de hombres;

– para que, por este llamado, sea el fruto del trabajo de los hombres ofrecido a Dios en el altar, y convertido por sus benditas manos en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para alimentar a su pueblo con el pan de la vida;

– para que, a través de mi corazón, por el que escuché y dije sí, la Palabra, que se hizo carne y habitó entre nosotros, sea escuchada».

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San Josemaría: hay muchos sacerdotes, como tú, que han alcanzado la santidad. Nuestro ministerio nos exige vivir una vida santa, y sabemos que contamos con la ayuda de Dios para poder hacerlo. Además, el trabajo que realizamos nos permite fortalecer nuestra alma día a día con más gracia de Dios, si cuidamos hacerlo bien, con rectitud de intención.

¿Qué nos aconsejas para poder alcanzar esa santidad a la que hemos sido llamados con amor de predilección?

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El sacerdote nace siendo hombre, pero debe aprender a ser santo. El camino es la santificación en comunión, en la vida ordinaria de cada cual, según su vocación, en comunidad fraternal para la unidad de la Santa Iglesia, protegidos bajo el manto maternal de María nuestra Madre, quien nos une en el Espíritu Santo, para permanecer en esa unión al Padre por Cristo, con Cristo y en Cristo.

La santidad es fruto del Espíritu Santo, que se derrama en los hombres para poner su fe por obras. Las obras son de los hombres, pero la santidad viene de Dios. Es por tanto necesaria la fe y la disposición a recibir al Espíritu Santo, para que el trabajo de los hombres produzca fruto abundante, para que, unido al sacrificio de Cristo, se haga ofrenda agradable al Padre.

Debes aprender a transformar tu fe en obras, abandonando tu cuerpo y tu alma en las manos de Dios, confiando en su misericordia y en su divina providencia, que nunca te abandonan. Pero sin descuidar el cuerpo y sin descuidar el alma, porque juntos son una sola cosa: eres tú. La vida ordinaria, cuando es vivida en la fe, se vive en equilibrio, cuidando el cuerpo y cuidando el alma, para que con el cuerpo lleves a cabo las obras con toda tu alma encendida en la fe.

Los sacerdotes deben hacer suya primero la doctrina de la santificación en lo ordinario, según la vocación a la que ha sido llamado cada uno, y aplicarla para conseguir su propia unidad de vida. Porque del hombre es lo ordinario y de Dios lo extraordinario, del hombre es lo natural y de Dios lo sobrenatural, pero del hombre se requiere que ponga por obras su fe en lo pequeño, en lo ordinario, para que Dios lo convierta en su obra grande y extraordinaria. Del hombre se requiere que viva vida sobrenatural, para que se sienta hijo de Dios, porque todo bautizado lo es en filiación divina, por Cristo con Él y en Él.

Este es el camino: vivir en santidad la vida ordinaria de sacerdotes y laicos, para conseguir la unidad en un solo pueblo santo de Dios.

Sacerdotes fortalecidos con el ejemplo y la oración de los laicos.

Sacerdotes que viven en virtud sus ministerios, y fortalecen con su ejemplo a las familias.

La madre es la base de la familia, la que une, la que fortalece con su ejemplo de vida en virtud y en santidad, mientras se entrega a la voluntad de Dios en el servicio, con su vida ordinaria, uniendo sus sacrificios en el altar y con el sacerdote, en el único y eterno sacrificio que salva y da vida: el sacrificio de Cristo, fortaleciendo con su entrega y su oración el ministerio del sacerdote, mientras él fortalece con su entrega y su ministerio a las familias.

Madres que acogen en su maternidad, unida a la maternidad de Santa María, a hijos sacerdotes, para proteger y hacer crecer, para alimentar y fortalecer el fuego del amor en sus corazones, para alentarlos a dejar todo y tomar su cruz, para ayudarlos con su oración a cargar esa cruz, a subirse, y a perseverar en ella.

Es importante la unidad entre laicos y sacerdotes.

Los sacerdotes como padres del pueblo santo de Dios, pilares y esposos de la Santa Iglesia, para ser mediadores entre Dios y los hombres.

Los laicos como hijos, por Cristo, con Él y en Él, para que unidos en una sola y gran familia de Dios, conozcan y vivan en la verdad.

Los sacerdotes deben cuidar mucho su formación, que empieza con la oración, para que encuentren en Cristo una verdadera unidad de vida. La formación sin oración conduce al activismo y a la distracción de su vocación. Y, en lugar de santificarse, se pierden en medio del mundo.

La santificación en la vida ordinaria trata de oración constante, de convertir el trabajo en oración, para ser almas contemplativas en medio del mundo. Pero algunos no lo entienden, y desvirtúan la riqueza de su formación, convirtiendo en trabajo la oración, y la oración, o no se hace o se vuelve rutina, y pierde su riqueza, y demerita la fe, y sin fe no hay devoción y se descuida el amor.

Primero es la oración, después la mortificación y luego, hasta después, la acción. Por eso la formación del sacerdote debe empezar desde la oración, y la oración desde el corazón, para que busque a Cristo, que encuentre a Cristo, que ame a Cristo, imitando en todo a Cristo, para que sea como Cristo el último y el servidor de todos.

¡Muéstrate Madre, María!