95. UN SOLO CUERPO UN MISMO ESPÍRITU – ELEGIDOS
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Pasó la noche en oración y eligió a doce discípulos, a los que llamó apóstoles.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 12-19
Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa, de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: el momento es muy solemne. Constituyes a los Doce, que elegiste para ser las columnas de tu Iglesia. Los elegiste para que se quedaran contigo, para mandarlos a predicar, y para que expulsaran demonios. Confías en ellos y les pides que confíen en ti.
El evangelista menciona que mucha gente te buscaba para oírte, para que los curaras de sus enfermedades y de los espíritus inmundos. Ellos querían tocarte, porque salía de ti una fuerza que sanaba a todos.
Eso sucedió hace dos mil años, pero la fe nos dice que sigue sucediendo ahora. Acababas de constituir tu Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles. Y la Iglesia es tu mismo cuerpo. Y tus sacerdotes somos Cristo que pasa. Sigues estando presente, y la gente puede seguir buscándote para oírte, tocarte y ser curados. Y lo hacen cuando acuden al sacerdote, para escuchar su predicación y para recibir los sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía.
Entre aquellos doce que elegiste hubo un traidor. Ese hombre fue una grieta dolorosa, habiendo sido constituido columna de la Iglesia. Hizo un daño serio a la unidad entre los Apóstoles. Te traicionó a ti y, herido el Pastor, se dispersaron las ovejas.
Señor, qué daño tan grande causa que haya división entre tus pastores. Quizá no nos demos cuenta de que cuando hay discusiones y pleitos entre sacerdotes, en cada palabra y en cada ofensa, eres tú, el hombre-Dios, el que recibe los golpes.
Yo quiero servir bien a la Iglesia, y nunca permitir que se profane tu cuerpo por sus propios miembros. ¿Cómo puedo luchar para fortalecer esa unidad en tu Iglesia?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo he orado por ustedes, mis elegidos, para ser los pilares de mi Iglesia, porque antes de formarlos en el vientre los conocí a cada uno.
Desde antes de nacer yo los tenía consagrados a cada uno. Y los llamé para ser mis apóstoles, mis discípulos, mis amigos, para configurarlos conmigo, para que sean como yo: hombre y Dios, Cristo.
Pero se han puesto unos contra otros, hermano contra hermano, y se han olvidado de mí. Así me hacen daño, ¿qué no se dan cuenta? En verdad les digo, que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos, a mí me lo hacen.
Ustedes, mis amigos, viven, obran y actúan in persona Christi, porque son sacerdotes para la eternidad. Pero ¿no se dan cuenta de que el daño que hacen a uno, a mí me lo hacen, y que lo que a mí me hacen afecta a todos?
Todo lo he soportado por amor. Pero yo no los he llamado a ustedes, mis amigos, para que sean guerreros del mundo, ni para que peleen las batallas de los hombres. Yo los he llamado como soldados del ejército del Reino de los Cielos, para construir y defender lo que es mío.
Mi Iglesia ha sido profanada. Hay que reparar las grietas de las columnas de mi Iglesia. Pero yo les aseguro que mis cimientos son de roca firme, y el Hades no prevalecerá contra ella.
Yo soy la piedra que los constructores han despreciado y se ha convertido en piedra angular. El corazón de ustedes, mis sacerdotes, es la piedra angular en la construcción de la obra de Dios en cada uno, y todos forman un solo cuerpo y un mismo espíritu.
No desprecien ustedes a ninguno. Lleven mi misericordia a todos. Procuren la paz y la unidad entre ustedes mismos a través de las obras de misericordia, para vencer conmigo al mundo, porque la unidad de mis sacerdotes es la fuerza para ganar la batalla y el triunfo del Corazón que ilumina el mundo.
Oren por esa unidad, porque al diablo le queda poco tiempo. Por eso está furioso, como león hambriento buscando a quién devorar, y ustedes son las delicias sagradas de Dios.
Contemplen ustedes el rostro más hermoso, limpio, puro, inmaculado, perfecto: el rostro de mi Madre al pie de mi cruz. Ella es quien me da la esperanza, quien me compadece y me acompaña. Compadezcan su dolor de madre viendo pelear a sus hijos, que lastiman al mediador, al inocente, al que sin tener culpa alguna recibe los golpes y asume la culpa».
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Madre mía, Madre de los sacerdotes: fue muy importante para el Colegio Apostólico tu presencia constante como madre. Fue en el Calvario cuando Jesús te entregó a Juan, pero ya desde antes estarías muy cerca de todos ellos, sabiendo que eran los elegidos de tu Hijo para una misión muy especial. Cuando Jesús se fue al Cielo eras tú quien mantendría la unidad.
Y los conocías bien a cada uno. Y los amabas mucho a cada uno. Y te dolía cuando, por su fragilidad humana, tenían alguna diferencia entre ellos, y siempre tenías las palabras oportunas para lograr la reconciliación.
Te interesaba que estuvieran muy unidos entre ellos, para así estar muy unidos con Jesús.
También ahora lo sigues haciendo. Tú eres la que pisa la cabeza de la serpiente, humillando al demonio, quien solo quiere la división. El triunfo de tu Inmaculado Corazón reúne a todas las naciones en Cristo, que es fruto de tu vientre, de quien brilla la luz para el mundo.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: enséñame a mí lo que debo hacer para cuidar la unidad. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo quiero que aprendan a retirarse al monte a orar, para que mediten y contemplen la verdad, para que crean en Cristo y se reconcilien entre ustedes mismos y con Él, para regresar y permanecer en su amistad. Para que sean como Él, y cuando se cometan injusticias, robos, burlas, calumnias, y toda clase de golpes y persecuciones, pongan la otra mejilla, porque el discípulo no es más que su maestro.
Aprendan a aceptar que son Cristo en el altar y en todo lugar.
Aprendan a orar frente al sagrario y que, al contemplarlo, se den cuenta de que un sagrario es un espejo que refleja lo que ustedes son y llevan dentro, para que se den cuenta que tienen el poder de salvar al mundo, y la humildad de reconocer que solos no pueden: necesitan de un hermano sacerdote que actúe in persona Christi para ser salvados. Por tanto, que cuide y respete cada cual a su hermano.
Ustedes son las estrellas de mi corona.
Brillan con la luz de Cristo. Luz de la alegría de haber sido llamados y de haber sido elegidos. Luz de santidad. Luz de esperanza. Luz que ilumina a las naciones con divina sabiduría. Luz que da vida a los hombres, que renueva las almas, que salva.
Cada sacerdote de Cristo lo es.
La luz de mi corona, proveniente de doce estrellas sagradas, en las que se reúnen en torno a mí mis hijos sacerdotes, es la fuerza que sale de Cristo vivo, expuesto, para sanar a los hombres enfermos a causa del pecado.
Es la manifestación más clara de que Cristo ha resucitado y está vivo en cada sacerdote que, con su luz, al mundo ha iluminado.
Pero cuando el enfermo es el sacerdote, porque ha cometido pecado…
Cuando su fe y su ánimo se ha debilitado…
Cuando se deja vencer por la tentación y no pide perdón…
… se aleja de la gracia que le da la fuerza, se aleja del Corazón de Dios.
Y algunos mueren sumidos en la vergüenza, lejos de la amistad de su Señor.
Son estrellas de mi corona que han apagado su luz. Son apóstoles que han fallado, se han bajado de su cruz, y sus rostros ya no se asemejan en nada al de Jesús.
Sufre mi corazón, porque, aun sin luz, siguen siendo hijos predilectos amadísimos de mi corazón. Me duele tanto perderlos, que, si pudiera, por ellos mi vida, unida a la pasión de Cristo, otra vez daría yo.
Entrega que es constante en la eternidad de Dios, pero, si no lo fuera, yo no dudaría en entregar por ellos una y otra vez mi vida.
Algunos pierden su brillo. Pero no se pierde la esperanza mientras tengan vida».
¡Muéstrate Madre, María!
VII, n. 37. CIMIENTOS FIRMES - ELEGIDOS
EVANGELIO DE LA FIESTA DE LOS SANTOS SIMÓN Y JUDAS, APÓSTOLES
Eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 12-19
Por aquellos días, Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios.
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. Eran Simón, a quien llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago, el hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Fanático; Judas, el hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar del monte con sus discípulos y sus apóstoles, se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gente, que había venido tanto de Judea y Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón. Habían venido a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: las fiestas de los santos Apóstoles me hacen pensar en la experiencia tan particular que tuvieron aquellos doce hombres conviviendo continuamente contigo en aquellos años de tu vida pública. Eran tus discípulos, y aprendían de ti no solo escuchando tus palabras, sino, sobre todo, aprendiendo de tu vida misma.
Tú los conocías y ellos te conocían a ti. Ellos escuchaban tu voz y te seguían, para predicar tu Palabra, curar enfermos, expulsar demonios. Y aprendían de ti, porque todo lo que el Padre te decía se los dabas a conocer, para que creyeran en ti, para que hicieran tus obras y aún mayores. Tú no los llamabas siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo.
La Iglesia se edifica sobre la roca de Pedro, y los Doce son sus columnas. Es un templo que no puede ser destruido porque tiene cimientos fuertes, y ladrillos unidos y sostenidos por la fe, formando un solo edificio, una misma Iglesia por un mismo Espíritu. Solo se caen los ladrillos que no están fuertemente unidos a la construcción.
Señor, nosotros continuamos la obra de los Apóstoles. ¿Cómo podemos ser ladrillos fuertes de tu Iglesia?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: la entrega es todos los días. Yo soy la piedra que desecharon los constructores y ahora soy la piedra angular. Dejen todo, tomen su cruz y sígueme, todos los días de su vida.
Así como una casa se edifica poniendo los cimientos sobre roca, para que cuando venga la inundación no destruya la casa, así será todo el que venga a mí y escuche mi Palabra y la ponga en práctica. Y así se edifica también mi Iglesia, sobre la roca que es el Papa, con los cimientos que son mis apóstoles.
Yo soy la piedra angular, la base de los cimientos sobre los que se unen los ladrillos, uno por uno, para ser un solo edificio, un solo pueblo santo de Dios, que se construye en la tierra para ser terminado con la gloria de Dios en el cielo.
Mi Madre fortalece, cuida y protege a los cimientos, para sostener el edificio, para que todas las almas se salven. Esa es su misión apostólica, para fortalecer los cimientos y columnas de la Iglesia, para que guarden mis mandamientos y permanezcan en mi amor, amándose los unos a los otros como yo los he amado.
Oren por el Papa y por todos los apóstoles, para que, fortalecidos con la fe, sean portadores de paz y esperanza, obrando su fe a través de la caridad, en obras de misericordia, llegando a los más necesitados, que son los corazones de muchos sacerdotes.
Apóstoles míos: yo los he llamado para construir no sobre arena, sino sobre roca. Yo soy la roca y ustedes son los cimientos sobre los cuales edifico mi Iglesia. Doce pilares de construcción de piedra firme. Y esta Iglesia prevalecerá hasta el fin de los tiempos, cuando yo vuelva con el poder de mi Padre, para habitar en esta morada.
Construyan mi morada con el fuego del amor. Hagan de esta morada un hogar agradable, para que me quiera quedar. Hogar formado por una sola familia, en unidad, en fraternidad, en empatía de corazones, en la alegría de la espera de mi encuentro. Sean ustedes portadores de la luz.
Abran los ojos del alma, para que puedan ver. Porque los ojos del cuerpo están cubiertos de tinieblas. Descubran las miserias de su corazón, porque un corazón contrito y humillado yo no lo desprecio, lo tomo, lo hago mío, lo transformo y lo fortalezco, lo uno al ciclo del amor infinito y le doy poder para ser invencible ante las flaquezas de la carne. Y por ese amor le doy la fe para hacerlo invencible, uniéndolo conmigo en el Espíritu.
El que tenga oídos que oiga. El que quiera venir, que deje todo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz de cada día y que me siga. Que no pretenda seguir corrientes complicadas ni extrañas, llenas de palabrerías. Yo soy el amor, y del amor brota toda palabra de verdad. Busquen el amor primero, y todo lo demás se les dará por añadidura. Bástale a cada día su mal. Sean sencillos, como los lirios del campo y las aves del cielo, abandonados en la providencia divina de Dios, que es Padre.
Yo doy gracias a mi Padre por esconder estas cosas a los sabios y estudiosos, y revelarlas a los humildes y sencillos. Vengan ustedes conmigo.
Yo no he llamado a sabios y letrados, sino a hombres sencillos con una gran capacidad de amar. En el amor está la fortaleza y la sabiduría, que les hace actuar con inteligencia y piedad, con ciencia, con el consejo y el temor de Dios.
Miren el sol. El amor es como el sol, un círculo infinito que se alimenta del mismo fuego del que está hecho para dar. Y mientras más da, más fuerza genera, inagotable, invencible.
El amor es como el mar, que golpea sus olas sobre las rocas y las vuelve arena para llevarlas con ellas; y las envuelve, y luego vuelven con más fuerza en un ciclo inagotable, invencible.
Pero el amor es infinito. Y quien tiene amor, todo lo tiene.
El amor es el Espíritu Santo, que me une con ustedes, y que los une a mí; que los une por mí al Padre, en esta Trinidad de amor infinito.
Yo los he escogido bien a ustedes, mis apóstoles, a cada uno, para abrir sus ojos y enseñarles a amar. Porque nadie puede amar lo que no conoce. Es a mí a quien hay que conocer.
Y aun después de conocerme y creer amarme, se conocerán a sí mismos, y a sus miserias, reconociendo que solos nada pueden. Y abandonando el amor, se hundirán en su soledad y en la agonía de la vergüenza, siendo golpeados y pulidos como piedras por las olas del mar, hasta ser arena, hasta hacerse polvo, hasta unirse en lágrimas a ese mar de misericordia que les hará cambiar sus corazones de piedra en corazones de carne, contritos y humillados, dispuestos a entregarse al verdadero amor.
Entonces se reunirán, y el Espíritu Santo vendrá sobre ustedes, y los llenará hasta desbordarlos, para que vayan en medio del mundo como el sol, dándose y encendiendo corazones con el fuego del amor.
Pero, para entrar en el círculo del amor, hace falta la voluntad, porque ese ciclo puede ser afectado por la libertad que Dios ha querido, en su infinita bondad, respetar en los hombres. Libertad que puede negarse a recibir y a entregar. Por eso he venido a enseñarles el camino. Es renunciar a esa libertad y unir su voluntad a la voluntad del Padre, para hacerse míos. Es renunciar a sí mismos para tomar su cruz de cada día y seguirme. El camino soy yo.
Yo los hago apóstoles de mi amor. Síganme».
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Madre nuestra: tú trataste mucho a los Apóstoles durante la vida pública de Jesús, acompañada de las santas mujeres. Me imagino que los tratabas como hijos, incluso llamándoles así. Y ellos te trataban como madre. Para ti eran unos niños, y los mirabas con ternura y con mucho cariño, y les ayudabas y confortabas para que cumplieran bien con su ministerio.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: yo también soy tu hijo, y siento esa misma compañía. Ayúdame a ser como niño. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: yo les pido que sean como niños. Quiero que jueguen a ser como Él, y que, mientras más lo traten, más lo conozcan y lo amen. Pero hay que dejarse querer, como los niños. El amor de un niño es entregado, es providente, es receptor, es invencible, es infinito, cuando es alimentado de amor.
Acudan a mi llamado. Quiero que se reúnan como niños en torno a mí, que soy la Madre, y yo les haré conocer al Hijo como una madre, para que lo conozcan como yo, como una madre conoce a su hijo desde el vientre y lo ama más, mientras crece, y el amor aumenta y se fortalece. Amor entregado, que recibe y que da hasta hacerse infinito. Entonces Él a ustedes los llamará amigos, y les enseñará que nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y entenderán que la fuerza y la sabiduría no están en el mundo, sino fuera del mundo; como ustedes, que no son de este mundo.
Es en la Palabra en donde se conoce la verdad. Es la verdad el Niño nacido de mi vientre, entre la pobreza y la humildad de un pesebre, en medio del calor del amor de un padre y una madre, y de la adoración de animales. Son la noche, la luna, las estrellas, el día, el sol, el campo, las montañas, los mares, y toda la creación, que se rinden ante el Hijo de Dios.
Que sean así también los hombres, porque cuando Él vuelva no buscará una morada de ricos, sino de pobres de espíritu; no de poderosos, sino de humildes de corazón; no de tinieblas, sino de luz; no de mentiras, sino de verdad; no cerrada, sino expuesta al mundo, abierta para todo el que quiera llegar a adorar al Rey, que ha venido al mundo sin ser del mundo, a rescatar a los que se han perdido en el mundo, entregándose como Dios y como hombre a los hombres, para hacer a los hombres como Dios.
Quiero que aprendan de mí a conocer a mi Hijo, para que amen a Dios por sobre todas las cosas».
¡Muéstrate Madre, María!