17/09/2024

Lc 6, 36-38

13. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE – GENEROSIDAD PARA DAR

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA II DE CUARESMA

Perdonen y serán perdonados.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 36-38

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: resulta muy atractivo todo lo que pides en el Sermón de la Montaña, cuando dices que con la misma medida con que midamos seremos medidos.

Si somos misericordiosos con los demás, si los perdonamos, si les damos generosamente, así seremos tratados por Dios.

Yo estoy seguro de que no será exactamente “con la misma medida”, porque tú no te dejas ganar en generosidad. Nos vas a tratar y a dar muchísimo más que lo que nosotros podamos hacer por nuestros hermanos.

Señor: que siempre tenga eso presente, que me dé cuenta de que tu yugo es suave y tu carga es ligera, porque tú ya cargaste con la mayor parte del peso.

Solo quieres que yo cumpla con la misión que me has encomendado, que te sirva a ti sirviendo a mis hermanos.

Jesús, ¿cómo puedo llenarme más de ti, para desbordar ese amor a los demás?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes de mi pueblo: vengan a mí los que estén cansados, y yo los aliviaré.

Vengan a mí los que estén vacíos, y yo los llenaré.

Vengan a mí los que estén perdidos, y yo los encontraré.

Vengan a mí los que quieran seguirme, y yo los conduciré a través del mar de mi misericordia.

Yo quiero que ustedes oren para que me reciban y me entreguen, y que en esta entrega obren con pureza de intención, desde sus corazones vacíos del mundo y llenos de mí, que soy Palabra de Dios encarnada y presencia viva en la Eucaristía, por la que ustedes me llevan a las almas en un acto de fe, de esperanza y de caridad: el que coma de este pan no tendrá hambre y el que beba de este vino no tendrá sed.

Yo quiero que ustedes oren para que vivan en fraternidad y armonía. Y que, al entregarme, se entreguen conmigo en obras de misericordia, a través de la Palabra y la Eucaristía, porque con mi Carne y con mi Sangre dan de comer al hambriento y dan de beber al sediento, acogen al forastero y visten de pureza al desnudo, visitan al enfermo y al preso.

Vengan a mí los misericordiosos, y yo les daré su recompensa, cuando los siente a mi derecha y los lleve a gozar conmigo en la gloria del Padre.

Yo quiero que ustedes oren para que amen a Dios por sobre todas las cosas, y amen al prójimo como a ustedes mismos, para que, a través de ese amor, me amen, recibiéndome y entregándome en cada palabra que proviene de su corazón y que sale de su boca, y en cada acto de caridad, cuando imparten la Eucaristía.

Reciban la fortaleza y la sabiduría, el entendimiento, el consejo y la ciencia, la piedad y el temor de Dios.

Amigos míos: oren, para que sean humildes y reciban mi misericordia, porque todo lo que hacen ustedes es a mí a quien se lo hacen, y todo lo que dejen de hacer es a mí a quien no se lo hacen.

Reciban mi amor y llénense de mí, para que se fortalezcan en su debilidad».

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Madre mía: Jesús nos pide que seamos misericordiosos. Con esa palabra yo pienso en las catorce obras de misericordia. Debo practicarlas todas.

Y yo, sacerdote, tengo una obligación especial, de practicarlas y de predicarlas.

Es el mensaje constante de la Iglesia. Y sé que lo primero es la oración, porque necesitamos todos la gracia de Dios.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote ¿cómo puede ser más eficaz mi servicio al Papa, a la Iglesia, a todas las almas? Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijo mío, sacerdote: acompáñame y oremos.

Cuando tengas ganas y cuando no tengas ganas.

Cuando estés descansado y cuando estés cansado.

Cuando sientas el alma en paz y cuando estés atribulado.

Cuando el ruido te distraiga y cuando en el silencio encuentres calma.

Cuando estés acompañado y cuando estés solo.

Cuando estés despierto y cuando estés dormido.

Cuando te atormente la oscuridad y cuando en la luz encuentras alegría.

Cuando te sientes débil, porque en tu debilidad está tu fortaleza.

Acompáñame y oremos.

Ora todo el tiempo.

Ora en todo momento.

Ora con las palabras que salen de tu boca y con las acciones que provienen de tu corazón.

Ora y ofrece tu oración, dándole sentido a tu sacrificio y a tu ofrecimiento.

Ora con pureza de intención, y convierte todo lo que haces, piensas, obras, actúas, omites, en oración constante, para que seas perfecto, como el Padre del cielo es perfecto.

Ora por ti mismo, para que te abras a recibir la providencia del Padre y la gracia del Espíritu Santo, a través de la misericordia del Hijo.

Une tu oración a la de todos mis hijos sacerdotes, y escucha las palabras que salen de la boca del Papa, porque el Espíritu Santo está conmigo y está con él, y lo que sale de su boca es Palabra de Dios, y lo que proviene de su corazón son obras de misericordia.

Escucha al Papa y haz tuyas sus palabras, atesorándolas en tu corazón, traducidas en acciones, para que las pongas por obra, para que la Palabra de Dios llegue a todos los rincones del mundo, a través de la caridad fraterna.

Oremos para que todos ustedes, hijos míos sacerdotes, lleven esta caridad en actos de misericordia a todas las almas del mundo.

Oremos para que se dispongan y sepan recibir el amor de Cristo a través de la misericordia, y para que lo administren adecuadamente.

Oremos para que sean misericordiosos, como el Padre que está en el cielo es misericordioso.

Oremos para que se conviertan y amen a Cristo de tal manera, que vivan para dar testimonio de su amor y de su misericordia, siendo ejemplo de vida en la virtud y en santidad, predicando la Palabra de Dios desde un corazón contrito, humillado, convertido y enamorado, lleno de celo apostólico, expresado a través de las palabras que salen de su boca.

Oremos por el que sella la ley de Dios a través de la cruz de Cristo, ejerciendo el Magisterio, y que confirma en la fe a la Santa Iglesia, para unir y así adquirir un solo pueblo que sea digno y que sea santo, obrando con el poder de Cristo crucificado, predicando con la gracia del Espíritu Santo, practicando en cada obra un acto de caridad y misericordia al mismo Cristo, a través de su prójimo, que es cada hijo, cada pastor, cada sacerdote: el Papa.

Escucha lo que él diga y ponlo por obra, proclamando la justicia de Dios y su misericordia.

Acompáñame y oremos».

¡Muéstrate Madre, María!