17/09/2024

Lc 6, 39-42

98. GUIAR BIEN A LAS ALMAS – PEDIR PERDÓN Y PERDONAR

EVANGELIO DEL VIERNES DE LA SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

¿Puede un ciego guiar a otro ciego?

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 39-42

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: es frecuente que los fieles acudan al sacerdote para consultar cómo debe ser su comportamiento ante las diversas situaciones que se les presentan. Normalmente lo hacen durante la confesión, acusándose de sus pecados y, en ocasiones, diciendo que tenían duda sobre cómo proceder. El sacerdote debe juzgar. Es juez cuando administra el sacramento, y también en conversaciones de dirección espiritual.

Es una gran responsabilidad para nosotros, tus sacerdotes, saber dar criterio correcto. Debemos prepararnos bien con el estudio, pero, sobre todo, debemos hacer oración y pedir luces al Espíritu Santo para saber discernir.

Pero también debemos aplicarnos eso de la viga en el propio ojo. Es verdad que el sacerdote debe aconsejar bien, enseñando el criterio moral correcto, independientemente de si tiene bien resuelto en su vida personal el asunto concreto que se le consulta. Pero también es verdad que si el sacerdote lucha en serio para crecer en la virtud dará un consejo más acertado.

Señor: ¿qué me aconsejas para ser un buen juez cuando administro tu misericordia?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: eleva tus ojos al cielo, mantén tu mirada elevada y tus pies firmes pisando la tierra. Ama en el mundo con la esperanza del cielo, para que seas un alma contemplativa en medio del mundo, que con mi luz lleve almas al cielo.

Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. Yo hablo lo que he oído al que me ha enviado. Yo soy fiel y veraz.

Permanece con tu mirada puesta en mí, para que tu testimonio sea como yo, fiel y veraz, para que lleves la luz de tus ojos a todo el mundo, para que me conozcan, para que me amen, para que escuchen mi voz y me sigan.

Mira que estoy a la puerta y llamo. Yo quiero que ustedes, mis amigos, permanezcan con las lámparas encendidas y estén atentos, porque nadie sabe ni el día ni la hora en que el Hijo del hombre vendrá a juzgar a vivos y a muertos con todo su poder y gloria.

Ustedes, mis amigos, serán los primeros en ser juzgados. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros. Habrá más rigor para ustedes, porque todo se les ha dado a conocer para que sepan lo que hacen. No para que juzguen, sino para que traigan a los demás a mí, con su buen ejemplo.

Si verdaderamente me aman, querrán consolar mi corazón y corregir a las almas que se equivocan, y enseñarlas y guiarlas, para que se conviertan y vuelvan a mí.

Se corrige con mi luz, con el ejemplo y con caridad, con paciencia y con humildad.

Porque ¿cómo puede corregir el que vive en el error?

Y ¿cómo puede aconsejar el que sabiendo no hace lo correcto?

Y ¿cómo puede ser maestro el que no conoce la verdad?

Y ¿cómo puede ser buen guía el que no conoce el camino?

Y ¿cómo puede ser buen pastor el que está perdido?

Y ¿cómo puede el médico curar a los demás si él también está enfermo?

Que ustedes, mis amigos, vean primero la viga de su ojo, y sean misericordiosos con sus hermanos sacerdotes.

Que se amen los unos a los otros, y se corrijan con fraternidad y con amor.

Que abran sus ojos y los dirijan hacia la luz.

Que abran sus oídos para que escuchen mi voz.

¡Que se conviertan! Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.

Que ustedes, mis sacerdotes, busquen entre ustedes mismos darle más alegría al cielo, corrigiendo con caridad y misericordia a los que se equivocan, con humildad, como una madre corrige a un hijo.

La corrección debe ser siempre un camino de esperanza. Yo soy el camino.

Yo los envío a llevar mi luz con prontitud, para que el que tenga ojos vea y el que tenga oídos oiga.

Entonces yo mismo los corregiré, porque yo a los que amo los reprendo y los corrijo, para que se arrepientan, para que vuelvan a la fe y se conviertan, para que sus ojos se llenen de luz, y sus corazones se llenen de mí, de mi amor y de mi misericordia, para que se ciñan a la roca sobre la que edifico mi Iglesia.

Ya les he dicho: destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré. Este templo es mi cuerpo, y mi cuerpo es mi Iglesia, y el mal no prevalecerá sobre ella.

¡Conversión, sacerdotes, hermanos míos, conversión!

Que, si ustedes me rechazan, yo tendré que rechazarlos, porque respeto su voluntad. Pero, si ustedes me son infieles, yo sigo siendo siempre fiel. Y en esa fidelidad está la misericordia de mi Padre.

Para mi Padre mil años son como un día y un día como mil años. Pero para el hombre creó el tiempo, para que vivan hoy un presente de reconciliación conmigo y un futuro de esperanza en Él.

Y he sido enviado al mundo en el tiempo del hombre, para hacer nuevas todas las cosas. Para que, cuando caigan, sea yo quien los levante. Para que corrijan sus errores y no quieran volver a caer. Para que pidan perdón y reciban, por la misericordia de mi Padre, la salvación.

Conversión es hacer nuevas todas las cosas. Empezar de nuevo conmigo. Cortar las cadenas que los atan a la prisión del mundo y dejar atrás las ataduras y la opresión. He venido a liberarlos y a hacerlos un pueblo nuevo, un pueblo santo.

En el tiempo, que cada día sea una conversión, que vivan cada día este sacrificio mío y de ustedes para que sean perfectos conmigo, porque ustedes no han sido creados para ser perfectos, sino para que conmigo sean perfectos.

Reconciliación y reparación, porque las heridas causadas por sus infidelidades y por sus actos impuros requieren reparación. Por cada error, hermanos míos, actos de amor, de manera que vivan cada vez más en el amor haciendo el bien, procurando la amistad y la paz.

Conversión de sus corazones duros a corazones sensibles, para que puedan ser traspasados y expuestos como el mío.

Corazones puros para que puedan arder en fuego de vida como el mío.

Corazones entregados que se consuman en mi amor.

Voluntad unida a mi voluntad, entregada a la voluntad del Padre, para que sean revestidos con el Espíritu Santo y su conversión sea total, para una renovación completa, para hacer en ustedes nuevas todas las cosas.

Lleven la misericordia de mi Padre a los confesionarios, y sean compasivos y misericordiosos, como Él es.

Lleven el perdón y la salvación como yo lo hago en cada sacrificio en el tiempo presente, pasado y futuro.

Conviertan, sanen, renueven.

Que sea mi Madre quien los reciba como a mí, y ustedes se dejen guiar por Ella. Que es por Ella, por su sí, que hago nuevas todas las cosas».

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Madre mía, Madre de misericordia: resulta fácil ver los defectos de los demás, y es más difícil ver los propios. Pero qué peligroso resulta eso de juzgar a los demás si no se cuenta con toda la información oportuna y no se vive la caridad.

Tu Hijo Jesús es el Justo Juez, y Él sí tiene todos los elementos suficientes para juzgar a todas las almas. Y nos dice: “con la medida que midan los medirán”. Esa es la justicia divina.

Ayúdanos, Madre, a vivir la caridad con los demás, siempre la caridad, sobre todo al juzgar, ya que mi ministerio me exige juzgar, corregir, aconsejar.

¿Cómo puedo ser un buen instrumento para llevar la misericordia de Dios a las almas?

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo les doy este tesoro de mi corazón: mi tolerancia, para que sufran con paciencia los errores de los demás, y para que los corrijan con caridad y misericordia.

Permanezcan al pie de la cruz de Cristo, siguiendo el ejemplo de un hombre y una mujer, el discípulo amado y la Madre de Dios, que, siguiendo el ejemplo de Él, resistieron con firmeza en la fe, en la esperanza y en el amor, con la mirada en el cielo y los pies en la tierra, contemplando el corazón abierto y expuesto que derramaba la misericordia al mundo entero.

Yo soy Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Yo he venido a darles mi auxilio para conducir a mis hijos la misericordia derramada del Sagrado Corazón de mi Hijo, antes de que venga Él con su justicia.

Porque no la han sabido recibir. Porque los conductos de misericordia y administradores de la gracia, que son ustedes, mis hijos sacerdotes, algunas veces se han desviado del camino y la han desparramado.

Pero la misericordia de Dios es infinita, y ha de alcanzarlos a todos. Para eso estoy yo aquí que soy su Madre.

Ustedes son instrumentos para hacer llegar la misericordia, para que me ayuden, para que me acompañen, para que construyan conmigo, con humildad, reconociendo en ustedes su pequeñez y su debilidad, pero la grandeza y la fortaleza de Cristo.

Yo los he reunido conmigo. Quiero que llegue a todos ustedes, mis hijos sacerdotes, el manantial de misericordia, que es la luz de Cristo, para iluminar sus ojos, para que lo vean, para que lo conozcan, para que lo amen, para que se conviertan y lo sigan, para que, siguiéndolo a Él, me acompañen a convertir y a llevar muchas almas al cielo.

Hijos míos, acudan con prontitud a mi llamado. Miren que el que está pronto a venir está esperando. Abran las puertas a Cristo».

¡Muéstrate Madre, María!