19. MISIONEROS DE MISERICORDIA - RECONOCIDOS POR LOS FRUTOS
JUEVES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO
Juan es el mensajero que prepara el camino del Señor.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 24-30
Cuando se fueron los mensajeros de Juan, Jesús comenzó a hablar de él a la gente, diciendo: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido con telas preciosas? Los que visten fastuosamente y viven entre placeres, están en los palacios. Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, y yo les aseguro que es más que profeta. Es aquel de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Yo les digo que no hay nadie más grande que Juan entre todos los que han nacido de una mujer. Y con todo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él”.
Todo el pueblo que lo escuchó, incluso los publicanos, aceptaron el designio de justicia de Dios, haciéndose bautizar por el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los escribas no aceptaron ese bautismo y frustraron, en su propio daño, el plan de Dios.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: Juan fue enviado delante de ti para preparar el camino. Algunos lo escucharon y se convirtieron. Otros no aceptaron su bautismo y “frustraron, en su propio daño, el plan de Dios”.
Yo, sacerdote, también tengo una misión, como la de Juan: preparar a las almas para tu segunda venida. Tengo experimentado que no todos escuchan tu palabra, no todos están dispuestos a convertirse.
Señor, aunque sé que cuento con tu ayuda: ¿cómo puedo cumplir bien con esa misión que me has dado, para la que me has enviado?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Amigo mío: yo te amo. Desde siempre te amé, porque desde antes de nacer, yo ya te conocía. Te consagré para mí, y profeta de las naciones te constituí. Te vi debajo de la higuera y te llamé por tu nombre. Te ungí y te envié a preparar mi camino, a dar testimonio de la verdad, a clamar con voz fuerte: “rectifiquen los caminos del Señor”; a ser pastor, a ser guía, a ser ejemplo, para que todos me sigan y, cuando yo vuelva, encuentre fe sobre la tierra.
Sacerdotes de mi pueblo, pastores de mi rebaño, apóstoles del amor: yo los he llamado y los he escogido para ser misioneros de misericordia.
Yo los envío a llevar mi Palabra y mi misericordia a todos los rincones del mundo.
Yo los envío a llevar luz en medio de la oscuridad.
Yo los envío a llevar mi alegría y mi paz.
Es su misión que me conozcan.
Es su misión que me amen.
Es su misión que las almas que atrae el Padre lleguen a mí.
Cumplan con su misión, pero vengan ustedes primero, reúnanse con mi Madre, que es Madre de Misericordia, para que reciban las gracias, para que sean unidos en un solo cuerpo, en un mismo espíritu, por mi Cuerpo y por mi Sangre, configurados conmigo, en mi humanidad y en mi divinidad, como Cristos en el sacrificio del Cordero.
Es su misión ser la sal de la tierra y la luz del mundo.
Es su misión continuar la misión para la que yo vine al mundo, como Dios y como hombre, nacido de vientre de mujer pura y virgen, muerto en manos de los hombres, para rescatar a los hombres, resucitado y elevado al cielo, sentado a la derecha del Padre, de donde vendré con todo mi poder y majestad a buscar lo que vine a rescatar y les he encomendado, para que todos los que por mi sacrificio son hijos, reconozcan la misericordia y la bondad del Padre, de quien son herederos en el Reino de los Cielos.
Dichosos son sus ojos porque ven, y sus oídos porque oyen. Porque yo les aseguro que muchos profetas desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y desearon oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos se han cerrado, porque no sea que vean con sus ojos, oigan con sus oídos, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane.
Sacerdotes míos: ¿de qué les sirve salvar el mundo entero si no se salvan ustedes mismos? Yo ruego al Padre por ustedes. No ruego por el mundo, sino por los que Él me ha dado, porque son suyos. Todo lo mío es suyo, y todo lo suyo es mío, y yo he sido glorificado en ustedes.
Ustedes, amigos míos, son míos. Yo ruego al Padre para que cuide en su nombre a los que me ha dado, porque yo les he dado su Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. Yo no pido que los retire del mundo. Sino que los guarde del Maligno, que los santifique en la verdad y su Palabra es la verdad.
Así como mi Padre me ha enviado al mundo, yo los envío al mundo, para que sean santificados en la verdad. Yo no ruego solo por ustedes, sino también por aquellos que por medio de su Palabra creerán en mí, para que todos sean uno, como el Padre y yo somos uno; que sean perfectamente uno en nosotros, para que el mundo crea que el Padre me ha enviado, y que los ha amado como me ha amado a mí.
El mundo no me ha conocido, pero ustedes me han conocido, y han conocido que el Padre me ha enviado. Yo en ustedes y ustedes en mí, les he dado a conocer su nombre, y lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Él me ha amado esté en ustedes, y yo en ustedes».
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Madre mía: tú eres la mujer más hermosa nacida de mujer. Tienes el rostro de la amabilidad, más amable que todo lo amable, más bello que la belleza, más hermoso que la hermosura, más tierno que la ternura, más admirable que la admiración, más venerable que toda veneración, más dulce que la dulzura, más bondadoso que la bondad, más loable que lo loable, más honorable que toda honra.
Tienes el rostro de la sabiduría, del entendimiento, del consejo, de la fortaleza, de la piedad, del santo temor de Dios, de la ciencia, de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la alegría, de la paciencia, de la paz, de la longanimidad, de la bondad, de la templanza, de la mansedumbre, de la benignidad, de la fidelidad, de la modestia, de la continencia, de la clemencia, de la castidad, de la pureza inmaculada, de la inocencia, de la tolerancia, de la obediencia, del servicio, de la humildad, de la justicia, de la generosidad, de la misericordia, del perdón, de la gratuidad, de la confianza, del silencio, de la compasión, de la perseverancia, de la solidaridad, de la lealtad, de la valentía, de la diligencia, de la prudencia, de la perfección, de la gracia, de la plenitud.
Es el rostro de la maternidad de Dios hecho mujer. En tu seno llevas al Verbo encarnado, que es el Hijo de Dios.
Yo te pido que enciendas mi corazón con el fuego del amor, que me lleve a no desear otra cosa que cumplir la voluntad de mi Señor, como hiciste tú.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: escucha con atención y permite que tu corazón se encienda y se consuma en deseo de amor, en entrega, en abandono, en confianza, en obediencia a la voluntad de Dios.
Escucha con tu entendimiento la oración que discurre en la intimidad, de corazón a corazón, entre dos amigos, sin pronunciar las palabras.
Es una mutua declaración de amor, entre tú y tu Señor:
“Sea, Jesús, mi corazón firme en tus preceptos, para que no quede avergonzado.
Se consume mi ser en busca de tu salvación, espero en tu Palabra.
Todos tus mandatos son verdad, me persiguen con mentira. ¡Ayúdame!
Tu Palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero.
Lo he jurado y he de cumplirlo: guardar tus justas disposiciones.
Estoy de sobremanera humillado, Jesús, dame la vida conforme a tu Palabra.
Pequeño soy y despreciado, mas no olvido tus mandamientos.
Aunque me alcancen angustia y opresión, tus mandamientos hacen mis delicias.
Justos son tus mandamientos, dame entendimiento y viviré.
Invoco de corazón, respóndeme, Jesús, y guardaré tus preceptos.
Yo te invoco, sálvame, y guardaré tus dictámenes.
Yo pido auxilio, espero en tu Palabra.
Mis labios proclaman tu alabanza, mi lengua proclama tu promesa, pues justos son tus mandamientos.
Acude en mi auxilio, pues he elegido tus mandamientos.
Tu ley es mi delicia.
Que mi ser viva para alabarte, que tus disposiciones me ayuden”».
¡Muéstrate Madre, María!