13. SACERDOTE, APÓSTOL, SEMBRADOR – ILUMINAR AL MUNDO
EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
La vela se pone en el candelero, para que los que entren puedan ver.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 8, 16-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren puedan ver la luz. Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.
Fíjense, pues, si están entendiendo bien, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene se le quitará aun aquello que cree tener”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: hay muchos textos en el Santo Evangelio que son llamadas muy directas para los sacerdotes. Sobre todo, son aquellas palabras, Jesús, que diriges a tus discípulos, cuando les das instrucciones para su labor apostólica.
Es verdad que también se aplican a los laicos, porque tienen alma sacerdotal, y les corresponde ejercer ese sacerdocio real en unidad de vida, dando testimonio de ti y acercando a otras almas a ti. Porque no se enciende una vela para esconderla debajo de una olla.
Pero el sacerdote debe sentir más fuerte esa llamada a identificarse contigo, y llevar la luz de tu Palabra a todo el mundo.
El sacramento del Orden Sacerdotal concede la gracia necesaria para cumplir con los deberes propios del ministerio, lo cual implica dar la vida por las ovejas. Somos instrumentos para administrar tu misericordia, y lo hacemos a través de tu Palabra, de los Sacramentos, de las Obras de Misericordia.
Nos corresponde roturar la tierra, abonarla, esparcir la semilla… Tú eres el que va a producir el fruto, pero cuentas con nuestra colaboración y, para eso, nos das tu gracia. Sólo quieres que cumplamos con nuestra misión de instrumentos; nos enciendes, y quieres que brille tu luz a través de nosotros.
Señor ¿cómo quieres que sea nuestra lucha, para estar siempre encendidos e iluminar a los demás?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo soy la luz del mundo.
La luz es gracia de Dios. Las gracias se derraman sobre el mundo por la misericordia de Dios.
Yo soy la misericordia infinita de Dios.
Tú harás tangible la misericordia a través de la Palabra y de las obras, para que se vea que yo soy.
Amigo mío: no niegues un favor a quien lo necesita. No digas mañana, porque yo te envío hoy, para que entregues lo que te he dado yo. Porque lo que te he dado es el Verbo encarnado en tu corazón.
Llévame al mundo. ¿Me harás ese favor? Porque lo que hay en ti es mi Palabra. Yo soy, y es la misericordia misma.
Mi Palabra es alimento para dar de comer al hambriento, es bebida para dar de beber al sediento, es vestido para el que está desnudo, es salud para el enfermo, es refugio para el peregrino, es libertad para el preso, es vida para el muerto.
Mi Palabra enseña al que no sabe, aconseja al que lo necesita, corrige al que se equivoca, perdona al que ofende, consuela al triste, es paciente con los defectos de los demás. Y es Palabra viva, para orar por los vivos y los muertos.
Yo te envío para que transmitas la luz, porque en esa luz yo soy; para que lleves la misericordia al mundo, porque esa misericordia yo soy.
Yo me muestro bondadoso con los humildes, y lleno de bendiciones a los justos.
Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene se le quitará, aun aquello que cree que tiene.
Mi luz ha brillado en ti para el mundo. No guardes ni escondas mi luz. Antes bien, ilumina la oscuridad de la vida del mundo, para que ellos también puedan ver la verdad.
El Verbo se encarnó primero en el corazón de la Madre, y luego en su vientre. Acompaña a mi Madre, como instrumento fidelísimo de Dios, para llevar la luz que emana de su corazón y de su vientre, a iluminar la oscuridad de los corazones de los hombres.
Yo soy el sembrador. Tú siembras conmigo en tierra fértil, que has cuidado y labrado, para plantar la semilla, que es mi Palabra.
Cuida que sea sembrada en tierra buena, y que sea cuidada, abonada y regada, para que dé buen fruto.
Tú eres la sal de la tierra, abono para que la semilla germine, y crezca, y dé fruto; para que madure y sea cortado cuando sea tiempo.
Nadie sabe ni el día ni la hora. Pero estén preparados, porque la siega está pronta, cuando venga el Hijo del hombre, no con corona de espinas, sino con corona de oro.
Entonces meteré la hoz en la tierra, porque será el tiempo de la siega.
El fruto maduro y bueno será ofrecido para la gloria de mi Padre. El fruto malo será arrojado al fuego.
Yo cambiaré sus coronas de espinas por coronas de gloria. Pero ¡ay de aquel que no tenga corona para cambiar!, porque no tendrá fruto bueno para ofrecer. Porque cada espina es una virtud ofrecida en sacrificio, cumplida en perfección, vivida en santidad, muestra de amar a Dios por sobre todas las cosas, entregándose en el servicio a los hombres, para la salvación de sus almas.
Tú eres sacerdote, apóstol, sembrador. Mi Madre te dará las gracias que necesitas para abonar la tierra, para sembrar en tierra fértil, para que germine la semilla, para cuidar el fruto, y que madure.
El Espíritu Santo te dará la semilla, y es por Él que será plantada.
Tú eres fruto de mi siembra. Vive en la fe y procura que tu siembra también sea buena.
Yo ruego a mi Padre que mande más obreros a su mies, y para que los obreros trabajen y permanezcan a mi servicio, para que la mies, que es mucha, madure y pueda ser segada en el tiempo propicio.
Ora conmigo».
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Madre nuestra: a ti se te invoca muchas veces como Madre de la Luz. Y es que en tu vientre brilla la luz de Cristo, que ilumina a todos los hombres. Él mismo dijo que es la luz del mundo, y el que lo sigue no caminará en tinieblas.
Nosotros, tus sacerdotes, estamos configurados con Cristo. Por tanto, se nos aplica más que a nadie lo que hoy nos dice tu Hijo. El día de nuestra Ordenación Sacerdotal se encendió esa luz en nuestro corazón, y se nos confirmó la misión de alumbrar a todos los de la casa, la santa Iglesia, y que brille nuestra luz ante todos los hombres.
Madre, ayúdanos a cumplir con nuestra misión de ser otros Cristos, y para que nunca escondamos esa luz debajo de la olla, sino que nuestra vida esté llena de buenas obras, poniendo, con nuestra vida, la luz de Cristo en el candelero.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: trabaja para mi Hijo. Estás a su servicio. Es tu disposición, es su obra y son los tiempos de Dios.
No tengas prisa, porque el tiempo de Dios se llama eternidad. Pero no dejes de caminar, que el trabajo es mucho.
Ora conmigo, para que el Señor mande más obreros a su mies.
Ora conmigo, para que los obreros trabajen y permanezcan, perseveren y alcancen.
Me han coronado con doce estrellas, una por cada tribu; como los tronos de los sacerdotes, uno por cada tribu. Y yo los quiero a todos.
Así como mi corona me ha sido entregada por los méritos de mi Hijo, debes saber, que para que yo fuera coronada con corona de oro, mi Hijo fue coronado primero con corona de espinas.
Cada hijo mío sacerdote es llamado no para ser servido, sino para servir.
No para ser alabado, sino para ser perseguido.
No para ser enaltecido, sino para ser humillado.
No para ser querido, sino para ser odiado.
No para disfrutar de placeres, sino para resistir las tentaciones, y sufrir, y ofrecer.
No para ser amado, sino para amar.
No para ser coronado de gloria en la tierra de los hombres, sino para ser despreciado.
Llamado para ser Cristo con Cristo.
Llamado para ser como Cristo en Cristo.
Llamado para actuar por Cristo.
Llamado para ser coronado de espinas en la tierra de los hombres, y con corona de gloria en el cielo de los santos.
Llamado para ser luz y sal de la tierra.
Llamado para sembrar y cuidar la siembra, para que dé buen fruto.
Llamado a transformar el pan y el vino, fruto del trabajo de los hombres, en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Llamado a alimentar al pueblo de Dios.
Llamado a guiar al pueblo de Dios.
Llamado a salvar con Cristo al pueblo de Dios.
Llamado no a ser hombre, sino a ser sacerdote santo».
¡Muéstrate Madre, María!