18/09/2024

Lc 10, 1-9

VII, n. 36 ENVIADOS COMO MISIONEROS – LA MEJOR VOCACIÓN: SER CRISTO

EVANGELIO DE LA FIESTA DE SAN LUCAS, EVANGELISTA

La cosecha es mucha y los trabajadores pocos.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 10, 1-9

En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envió como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: celebramos la fiesta de San Lucas, y se me viene a la cabeza el esfuerzo que puso el autor del tercer evangelio para informarse con exactitud de todo lo correspondiente a la Buena Nueva, a través de los testigos oculares y los ministros de la Palabra, para escribirlo de forma ordenada, y así poder conocer con certeza tus enseñanzas.

También pienso en sus travesías, acompañando a san Pablo en sus viajes apostólicos, en donde aprendió y vivió personalmente la importancia de ser misionero.

Se entiende bien que la liturgia propia de su fiesta nos recuerde, en el santo Evangelio, la importancia de la misión, la necesidad de fomentar las vocaciones y las condiciones para seguirte.

A nosotros, los sacerdotes, se nos aplican mucho esas palabras, por haber recibido una misión muy exigente. Ayúdanos a todos a saber seguir el ejemplo de los santos Apóstoles.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo los envío de dos en dos, y los quiero fortalecer a ustedes, mis amigos, en la fe, en la esperanza y en el amor, para que vayan a todos los pueblos a donde yo los he enviado.

Con pobreza de espíritu, sin dinero, pero con la cintura ceñida con la verdad.

Sin sandalias, pero con los pies calzados con el celo del Evangelio de la paz.

Sin morral, pero con el escudo de la fe.

Sin detenerse a saludar a nadie, pero con la espada de la Palabra de Dios.

Siempre en oración y suplica, orando y velando, en unidad, porque la cosecha es mucha y los trabajadores pocos.

Rueguen al Padre para que mande más obreros a su mies.

Rueguen para que los que ya han sido enviados no me abandonen.

Yo quiero reunirlos a ustedes, mis apóstoles, mis discípulos, mis pastores, en torno a mi Madre, para fortalecerlos en su compañía, la compañía de María.

Yo los envío como misioneros de fe, para ser testimonio de amor y de entrega.

Yo los envío como misioneros de mi Palabra, para ser testimonio de vida.

Yo los envío como misioneros de mi misericordia, para ser testimonio de confianza.

Beban del cáliz de mi entrega, para que se entreguen conmigo.

Beban del cáliz de mi pasión, para que sufran conmigo.

Beban del cáliz de mi cruz, para que sean expuestos conmigo.

Beban del cáliz de mi muerte, para que mueran al mundo conmigo.

Beban del dulce cáliz de mi resurrección, para que vivan conmigo en la gloria de la vida eterna.

Que su corazón esté siempre puesto en el cielo, que es donde está su tesoro.

Sacerdotes míos, apóstoles míos, discípulos míos, pastores de mi pueblo, misioneros de Dios: yo soy Cristo, sumo y eterno sacerdote.

Se me ha dado todo el poder sobre cielos y tierra. Así como mi Padre me ha enviado al mundo, así los envío yo, como misioneros del amor de Dios, para conquistar el mundo.

Misioneros de fe, llevando mi Palabra.

Misioneros de esperanza, anunciando el Reino de los Cielos.

Misioneros de caridad, realizando obras de misericordia.

Misioneros de paz, llevando mi paz al mundo.

Misioneros de Eucaristía, anunciando mi muerte y mi resurrección.

Misioneros de salvación, llevando la conversión y la salvación al mundo.

Misioneros de Cristo: yo los he enviado a anunciar que el Reino de Dios está cerca.

Sacerdote: tu misión empieza en ti, desde el día en que escuchaste mi llamado, desde el día en que dijiste sí, desde el día en que lo dejaste todo para tomar tu cruz y seguirme, desde el día en que te preguntaste: “¿por qué yo?” Y dijiste: “no sé, pero aquí estoy, para servirte, Señor”.

Desde el día de tu ordenación, cuando te preguntaste: “¿seré digno de servirte de esta manera? ¿Estaré listo? ¿Será mi entrega sincera? ¿Seré digno de convertir el pan en tu Cuerpo y el vino en tu Sangre? ¿Seré fiel servidor? ¿Por qué confías en mí? ¿Seré capaz de beber de tu cáliz?”. Y, aun así, te postraste ante mí, dispuesto a servirme, dispuesto a configurarte conmigo para ser uno, para ser Cristo.

Y entregaste tu cuerpo, y entregaste tu sangre, y entregaste tu voluntad, recibiendo el poder para predicar, para convertir, para transformar, para perdonar, para sanar, para construir, para salvar, para ser santo entre los santos.

Y yo te envié al mundo para ser ejemplo.

No para gloriarte, sino para sacrificarte conmigo.

No para coronarte de oro, sino para compartir mis espinas.

No para que te alaben, sino para alabar a Dios.

No para ser servido, sino para servir.

No para ser el primero, sino para ser el último.

Y te he bautizado con mi bautismo, por el que he sido en todo igual a ti, menos en el pecado, que es lo que vine a abolir, a destruir, a erradicar contigo.

Sacerdote mío, discípulo y apóstol de Dios: que todos los días, al levantarte, sea como el día de tu Ordenación, el primer día de tu vida, en donde eres parte del misterio, en donde te comprometes conmigo a servirme con tu vida, con tu ministerio, en donde te emocionas y te asombras de haber sido llamado, de haber sido escogido, de haber sido ordenado, de haber sido enviado como misionero de Cristo.

La misión empieza en ti. Convierte tu corazón, entrégame tu voluntad. Disposición total, confianza plena, para que sea tu entrega total, perfección y santidad.

La misión empieza en tu entorno, en tu ministerio, en tu comunidad, evangelizando y convirtiendo a las almas que he puesto a tu cuidado, ovejas de tu rebaño, para que nunca caminen como ovejas sin pastor.

Tu misión es la unión en cada hogar, en cada familia, en cada comunidad, en cada ciudad, en cada nación, para llevarme por medio de ellos a todos los confines de la tierra, para que todos sean un solo pueblo santo de Dios.

Conquista, convence, transforma, convierte, predica, con el ejemplo de una vida entregada por amor.

Es así que yo te envío. Pero no estás solo. Yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo.

Por mi cruz todos han sido salvados, pero, por mi cruz, algunos de ustedes, mis amigos, me han abandonado. Miren a mi Madre y a mi discípulo más amado al pie de mi cruz. Yo los envío de dos en dos a cumplir su misión: a él la misión apostólica de hijo, a ella la misión apostólica de Madre.

Mi Madre recibió de Dios la fortaleza para seguir caminando a pesar de la cruz, para que cuando llegara la hora en que se dispersaran cada uno por su lado y me dejaran solo, ella supiera que yo no estaba solo, porque el Padre está conmigo; y para que, cuando llegue la hora en que ustedes, mis amigos, se sientan solos, ella esté con ustedes, para que no desfallezcan, y sepan que, con mi cruz, yo he vencido al mundo, yo he vencido a la muerte.

Yo estoy vivo, y estoy con ustedes todos los días de su vida, hasta el fin del mundo.

Ustedes no se preocupen de lo que van a comer o con qué se van a vestir; antes bien, ocúpense de trabajar por el Reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura, porque todo trabajador tiene derecho a su salario. Yo estaré a su lado para darles fuerzas, y mi mensaje de salvación será claro para ustedes, mis amigos, mis más amados, mis sacerdotes».

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Madre mía: san Lucas acudió a ti para escribir su Evangelio, porque no solo eras principal testigo ocular de los acontecimientos, sino porque guardabas en tu corazón tantos tesoros de la vida de tu Hijo.

Yo te pido que me sigas transmitiendo los tesoros de tu corazón, para cumplir eficazmente con mi ministerio, y poder ser dignamente otro Cristo.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo ruego para que ustedes sean verdaderos servidores de Dios, verdaderos santos, verdaderos Cristos, que es para lo que han sido ordenados, para lo que han sido escogidos, para lo que han sido llamados.

Que cumplan con su misión en la construcción del Reino de los Cielos, en unidad y obediencia a la Santa Iglesia y al Vicario de Cristo, para alcanzar la santidad y la salvación de sus almas y, por su entrega y su ejemplo, la salvación y la paz del mundo entero.

Esa es, hijos míos, la misión del sacerdote:

  • ser santo, como el Padre es santo;
  • ser perfecto, como el Padre es perfecto;
  • ser misionero de Cristo, con Cristo;
  • hacerse todo a todos, para ganarlos a todos, para llevar a todas las almas al cielo;
  • conversión, hijos, por medio del desprendimiento, renunciando a las cosas del mundo;
  • sacrificio, hijos, por medio del servicio;
  • rezar el Rosario, hijos, que es el arma para vencer al mundo;
  • oración, hijos, ofreciendo el alma, la vida y el corazón.

Hijos míos ¿por qué algunos no obedecen?

¿Por qué siguen traicionando y crucificando a mi Hijo?

¿Por qué no lo siguen?

¿Por qué no hacen lo que Él les dice?

Yo quiero reunir a mis hijos, los más pequeños –a ustedes, mis sacerdotes–, para que lleven a cada familia, a cada hogar, el amor de mi Inmaculado Corazón, para que reciban a mi Hijo como lo recibo yo, y sea con ustedes y con ellos la paz

Que el celo apostólico de san Lucas encienda sus corazones, para mantenerse fieles a su misión, trabajando con pasión, dejando un legado al mundo de una vida entregada, al pie de la cruz, con la Madre de Dios.

Hijos míos: el que se mantiene unido a la cruz, no puede ser tocado por el enemigo. Recen para mantenerse siempre unidos a la cruz conmigo, bajo mi manto cubierto de estrellas protegidos. Yo los acompaño, y ustedes van conmigo».

¡Muéstrate Madre, María!