3. ENTREGAR LA VOLUNTAD – EL VALOR DE DECIR SÍ
MARTES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO
Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 10, 21-24
En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: durante el tiempo de Adviento acompañamos de manera especial a la Santísima Virgen hacia Belén, y en ese acompañamiento me meto en el corazón de mi Madre (nuestra Madre), y pienso que todo el camino estuvo recordando aquel momento que cambió su vida para siempre: el anuncio de que sería la Madre de Dios. Ese día le fue revelado el misterio a una mujer sencilla, y permaneció escondido a los sabios y entendidos. En Belén de nuevo serán los pastores, la gente sencilla, la que tendrá noticia de tu nacimiento.
Yo quiero también mantener en mi corazón para siempre, esperando tu segunda venida, aquel sí que te dije el día de mi ordenación. Sé que te fijaste en mí por ser poca cosa, ayúdame para que todo se haga en mí según tu Palabra.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: contempla el misterio de mi encarnación.
Tu sí está en el amor que ha sido infundido en tu corazón, desde tu concepción. Ese amor por el que eres, a imagen y semejanza de Dios, esa divinidad escondida que habita en la fragilidad de tu humanidad, pero que ha visto bien depender de la libertad de tu voluntad para obrar en ti, para que sea tu disposición al amor un sí.
Contempla la disposición de María, disposición en la pureza, en donde Dios encuentra morada segura. Y ella dijo sí, para que en ella se hicieran nuevas todas las cosas. Y Dios vio a bien depender de su criatura, de un sí en la disposición a entregar su voluntad para unirla con la suya, para abajarse, para encarnarse como criatura, en el vientre puro de una mujer virgen e inmaculada, para ser arca de la alianza en donde Dios ha guardado los tesoros del cielo. Voluntad de niña que se hace madre, aceptando al fruto bendito de su vientre, abrazando al mismo tiempo la cruz de la alegría, para dar vida, para entregar la vida a la muerte, y con la muerte recuperar la vida, para el mundo entero.
Acude a mi Madre, permaneciendo en el amor que te dispone a decir sí, a entregar tu voluntad, para ser unida a la mía, a abrazar mi encarnación, mi nacimiento, mi infancia, mi juventud, mi madurez y mi cruz, para que yo te abrace en mi resurrección.
Es en tu sí, amigo mío, el amor engendrado en tu corazón, para que vivas en mí, como yo vivo en ti desde tu concepción, para que te entregues a mí, como yo me entregué a ti, desde mi encarnación en el vientre puro de la mujer que fue concebida sin mancha ni pecado, para que en su seno fuera engendrado y encarnado el amor, para ser llena de gracia, llena del Espíritu Santo, que es fuente de sabiduría, de ciencia, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de piedad y de temor de Dios; fuente de vida que engendró la vida para dar vida, entregando la vida del Hijo de Dios en la cruz, que justifica a los hombres librándolos de la muerte del pecado.
Que da vida en la Resurrección del Hijo de Dios a todos los hombres.
Que fortalece el vínculo entre el hombre y Dios, uniéndolos para siempre como hijos en el Hijo, dando vida eterna a todo el que crea en el Hijo de Dios y en su Espíritu.
Que se derrama en los hombres como don en el sacrificio de la cruz, que es Eucaristía.
Es Dios, que ha visto bien depender del sí en la libertad de la voluntad de cada hombre, para disponerlo a recibir la vida.
Son ustedes, mis sacerdotes, los llamados, los elegidos a proclamar el sí de María, en su total libertad de voluntad, para disponer sus corazones para que Dios sea encarnado y unido a ustedes, para que nazca en ustedes, para que viva en ustedes, para ser unidos por Él, con Él y en Él a la cruz, muriendo al mundo para salvar al mundo, para vivir en su resurrección la vida eterna.
Amigo mío: dime sí, entrégame tu voluntad, y yo la uniré a la mía, para mantenerte en la disposición de tu entrega a mi servicio, y hacerte ofrenda agradable a Dios, para fortalecer la entrega de tu voluntad.
Sacerdote mío, sacerdote de Dios: has sido llamado y has sido elegido, y tú has dicho sí. Has entregado tu voluntad, que ha sido unida a la mía en el momento de tu ordenación, en el que has sido dispuesto a morir para vivir el amor. Y el amor ha sido encarnado en tu corazón. Yo soy el amor y soy el Hijo de Dios.
Es tu misión permitir que yo nazca en ti, para entregarme al mundo, para llevar la luz al mundo, para salvar a los hombres del mundo unido a mí, a mi sacrificio, a mí muerte y a mi resurrección. Es tu misión abrazar mi cruz, porque has dicho sí, y has renunciado a ti, para tomar tu cruz y seguirme, para unir tu cruz en la mía, para ser configurado conmigo, unido a mí, desde el altar por mi sacrificio, de una vez y para siempre. Y lo que Dios unió no lo separe el hombre. No podemos separarnos, porque yo vivo en ti, encarnado en tu corazón para siempre.
Pero cumplir tu misión depende de ti, de tu sí constante, todos los días de tu vida, para que, por tu libre voluntad, me entregues y te entregues conmigo, viviendo en mí, como yo vivo en ti, permitiendo que sea yo quien viva en ti, quien obre en ti, quien actúe por ti, para que sean mis manos las que bendigan el pan y el vino, fruto del trabajo de los hombres; para que, por el poder de Dios, sea la transubstanciación, y sea mi cuerpo y sea mi carne, y seas tú unido conmigo, entregándote, en un único y eterno sacrificio, como ofrenda al Padre, entregándome y entregándote conmigo como alimento de vida para los hombres.
Dios encarnado en la forma de pan, que es pan vivo bajado del cielo.
Eucaristía, que es mi carne entregada y es mi sangre derramada en el mundo por ti, para tu salvación y la de todos los hombres.
Dios, que vio bien depender del sí a la entrega de la voluntad del hombre para unirlo a su voluntad, para hacerlo suyo.
Dios, que vio bien encarnarse en el corazón del sacerdote para buscar el corazón de los hombres.
Permanece, sacerdote mío, en este sí, que te dispone a la conversión de tu corazón, en un corazón humilde y puro, para que sea encarnado el amor, uniendo a tu humanidad débil y frágil con la bondad y omnipotencia de Dios, para abrazar la cruz y vivir en la alegría del encuentro con Cristo encarnado, nacido en el mundo, muerto en la cruz y vivo en la Eucaristía, por la gloria de su resurrección».
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Madre mía: en ti se cumplen mejor que nadie las palabras de Jesús que hoy meditamos. Tú te reconociste pequeña ante el anuncio del ángel, y ese día la Verdad se hizo carne de tu carne.
Tú fuiste dichosa en la tierra por lo que tus ojos veían y tus oídos oían. Veías al Verbo hecho hombre, y escuchabas su divina palabra, guardando esos tesoros en tu corazón.
Y tu corazón fue traspasado de dolor cuando viste a tu Hijo clavado en la cruz, y escuchaste sus palabras antes de exhalar su último aliento.
El día de la encarnación del Hijo de Dios en tus benditas entrañas tú dijiste sí, y mantuviste ese fiat toda tu vida, sin saber bien lo que se te pediría, para que se cumpliera el plan de Dios.
Así también tus sacerdotes, el día de nuestra ordenación dijimos sí, y queremos mantener nuestra palabra, confiando en tu ayuda, aunque no sepamos con detalle cuáles son los planes de Dios con nosotros. Tus hijos predilectos podemos tener muy distintas misiones, pero hoy queremos renovar nuestra alma sacerdotal diciendo de nuevo sí, hágase en mi según su palabra.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijo mío, sacerdote: permanece conmigo, en un constante sí, en una constante entrega, en constante unión con el Verbo encarnado, que es el Hijo de Dios.
Es en la pureza del corazón bien dispuesto en donde se encarna y permanece.
Es en mi vientre, en donde se guarda y se contiene el tesoro de Dios.
Es el tesoro revelado a los humildes y sencillos, y escondido a los sabios y entendidos.
Yo ruego para que ustedes, mis hijos sacerdotes, cierren los ojos del mundo y abran los ojos del alma, cierren los oídos del mundo y abran los oídos de su interior, para que vean, para que oigan, para que sean humildes y sencillos, y sean a ustedes revelados los tesoros que guardo en mi corazón. Porque al ser llena de gracia, todo me fue revelado para abrazar la cruz de Cristo, desde la encarnación del Hijo de Dios en mi vientre y en mi corazón, en la alegría de la unión eterna en Dios y la salvación de todos los hombres, encarnados como Cristo en mi corazón.
Hijo mío, reza conmigo por tus hermanos sacerdotes.
Yo intercedo por todos ustedes, mis hijos sacerdotes, también por los que tienen fe, por los que creen en mi Hijo y lo han dejado todo para seguirlo, porque todos, absolutamente todos, son pecadores.
Reza por mis santos sacerdotes. Yo les llamo santos a los que desean serlo con todo su corazón con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, porque en ese deseo llevan a Cristo, que es el único Santo. Quiero que el mensaje de mi Hijo llegue a todos los rincones del mundo, también a donde la tecnología y los medios de comunicación no pueden llegar. Las gracias se derraman de arriba hacia abajo, como los rayos del sol, para que puedan llegar a los lugares más recónditos. Que lo hagan persona a persona, porque un alma convertida y enamorada no puede dejar de compartir el tesoro escondido, la perla encontrada.
Reza ahora por mis hijos sacerdotes, los que han dejado todo y caminan con su cruz siguiendo a mi Hijo, los que dan todo por servir bien a la Iglesia, los que dan su vida por amor a Dios y a los hombres, los que viven la vida de Cristo. Yo intercedo por ellos, por su voluntad entregada, para que se fortalezca; por su perseverancia hasta el final; por su sí incondicional. Ruego porque las tentaciones los atormentan, buscando oportunidad para derrotarlos en la lucha. Ruego porque el camino es largo, y la pendiente inclinada; hay que subir, siempre subir, y mientras más arriba lleguen, hay que subir más. Hay que dar y darse, y mientras más dan, dar más, y mientras más se dan, darse más. Un esfuerzo más cada día, nunca conformarse, nunca resignarse, porque al que mucho tiene, se le dará más, pero al que no tiene, hasta ese poco se le quitará.
Reza por los que viven en los lugares más inhóspitos, cuidando enfermos, ungiendo a los desahuciados; los que viven en las comunidades más pobres, más alejadas, en donde el hambre, el dolor, la hostilidad y la enfermedad abunda, en donde los poderosos son indiferentes a las carencias de la gente sencilla. Es ahí en donde mi Hijo se revela. En los sencillos, en los pobres de espíritu, en los pequeños, en cada sacerdote decidido a dar lo que no tiene, confiado en la divina providencia de su Padre.
Reza conmigo por los que caminan largas distancias para llevar la buena nueva, la Palabra de Dios, a todos los rincones del mundo y, a pesar de la adversidad, de las dificultades, siguen caminando, atravesando desiertos, montañas, el mar, caminando sin descanso para ser instrumentos de amor, viajeros incansables: misioneros.
Reza conmigo por los que son perseguidos por la causa de mi Hijo, los calumniados, los encarcelados, los secuestrados, los torturados, los sentenciados, los acusados, los burlados, los despreciados, los incomprendidos, los condenados, los que viven en la locura del amor de Dios.
Reza también conmigo por los que ejercen su ministerio afuera de las parroquias, los que hacen el trabajo tedioso, los que ordenan y organizan y ejercen como funcionarios, cumpliendo funciones burocráticas y administrativas, más que pastorales, pero necesarias para la organización jerárquica del clero, que requiere una gran responsabilidad. Ruego por ellos, para que no cambien los altares por escritorios, que nunca cambien la sotana por un traje, ni el alzacuellos por corbata. Quiero que obedezcan y cumplan con los ministerios encomendados, pero que nunca olviden la cruz a la que fueron llamados.
Reza conmigo por los que entregan su vida dentro de las parroquias, sirviendo, impartiendo los sacramentos en jornadas agotadoras, con los pies inflamados sirviendo sin descanso, con el estómago afligido por no tener tiempo para comer, con la cabeza adolorida y el alma afligida en el confesionario, con el cuerpo agotado cumpliendo el deber administrativo, porque la mies es mucha y los obreros pocos.
Oremos al Padre, para que envíe más trabajadores a su mies; por esas vocaciones, para que no sean truncadas, para que sean bien orientadas y dirigidas al amor.
Oremos por los formadores, para que cuiden, preparen y guíen esas vocaciones con el ejemplo.
Reza conmigo por los administradores de la gracia y la misericordia, y pide conmigo al Padre la gracia y la misericordia para ellos, para que ejerzan sus ministerios en virtud y santidad, para que sigan caminando y nunca se detengan, para que tengan el valor de vivir la vida de Cristo. Esto es a lo que han sido llamados, para lo que han sido preparados y a lo que han sido enviados.
Oremos para que perseveren en el cumplimiento de su deber, sirviendo a la Iglesia, amando a Dios por sobre todas las cosas, y a los hombres, como Cristo los amó.
Considera la vida de cada uno, que se configura en un tiempo determinado de la vida de mi Hijo, cada uno en lo particular, de manera que les sirva para crecer en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios.
Oremos para que sepan identificarse con Cristo, en el pesebre o en la cruz; en su madurez, en su niñez o en su juventud; en su vida privada, en su vida pública o en cada momento de su pasión; en Getsemaní, en el Pretorio, bajo el peso de la cruz, crucificado muriendo al mundo, o en su resurrección.
Oremos para que sepan identificar su ministerio, y unirlo a la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Ustedes viven en el camino de Emaús, explicando la Palabra de mi Hijo, esperando que reconozcan en ustedes mismos a Cristo, cuando partan el pan y se dispongan a la oración en unidad, para recibir al Espíritu Santo.
Piensa en mi Hijo crucificado, y extiende conmigo los brazos en esa cruz, mientras el corazón de Jesús es atravesado por la lanza que derrama su sangre y agua hasta la última gota, para extender a todo el mundo su misericordia.
Experimenta el dolor de mi Inmaculado Corazón al ser atravesado vivo al mismo tiempo que fue atravesado el Sagrado Corazón muerto de mi Hijo en la cruz, para que mis tesoros lleguen a todos ustedes, mis hijos sacerdotes, en todos los rincones del mundo, junto con la gracia y la misericordia de Dios, para que ustedes crean en Cristo, amen a Cristo, vivan la vida de Cristo, sean Cristo».
¡Muéstrate Madre, María!