18/09/2024

Lc 11, 14-23

23. VENCER LAS TENTACIONES – CUIDAR LA UNIDAD

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA III DE CUARESMA

El que no está conmigo, está contra mí.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 14-23

En aquel tiempo, Jesús expulsó a un demonio, que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo y la multitud quedó maravillada. Pero algunos decían: “Este expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Belzebú. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: desde el pecado de nuestros primeros padres el mundo está sometido a la acción del demonio. Él es el padre de la mentira, y lo que se propone es alejar a los hombres de Dios. Es decir, todas sus tentaciones, de alguna manera o de otra, se proponen romper la unidad, con Dios y con los demás hombres. Lo que quiere es provocar división.

Nuestra lucha debe llevarnos a estar muy unidos a ti: estar contigo, para no estar contra ti; recoger contigo, no desparramar.

No nos van a faltar tentaciones, y dificultades para luchar, por las heridas que llevamos en el alma, causadas por el pecado original. Pero tampoco nos va a faltar la ayuda de tu gracia.

Pienso en la vida de los santos, que nos han dado ejemplo de luchar y vencer.

Pienso particularmente en San José, quien debió sufrir muchos embates del demonio, por la misión tan especial que tenía. Nosotros, los sacerdotes, también como él, tenemos una misión muy especial, de custodios de la Iglesia (la esposa), y de tu Cuerpo y de tu Sangre (el Hijo).

Jesús, ¿cómo debo luchar ante las tentaciones y velar por la unidad?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: al menos ustedes escuchen mi voz, caminen por mi camino, y nunca me abandonen.

Antes de mi encarnación los hombres estaban encadenados al mundo, eran esclavos del pecado, caminando hacia la muerte, sometidos al demonio.

Yo fui crucificado para que los hombres fueran liberados. Mi cuerpo parecía una sola herida.

Yo no he venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida como rescate por muchos, para librarlos de la muerte y darles vida.

El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará. Porque, siendo libre de todos, me he hecho esclavo para ganar a muchos. Me he hecho todo a todos, y me he quedado para salvarlos, a través de ustedes.

Pero la tentación es tan grande como su debilidad.

Yo soy su fortaleza, y conmigo no pueden ser vencidos, porque no hay otro más fuerte que yo.

Vencer a la tentación es destruir el pecado antes de que exista, es derrotar al demonio antes de que les haga daño. Se vence en unidad conmigo, crucificando el pecado, unidos en mi Cuerpo y en mi Sangre, en el único y eterno sacrificio: el mío.

Yo he resucitado. Mi corazón ha sido expuesto. Es un corazón sagrado, limpio, puro, entero, que ha sido abierto en muchas heridas, y sangra, y duele. Mi corazón sigue siendo crucificado.

Agradezcan al Padre, que es Él quien me ha enviado para morir por ustedes, para salvarlos.

Reparen mi Corazón, que ha resucitado de la muerte, destruyendo la muerte, haciendo nuevas todas las cosas.

Corazón puro y expuesto, entregado por amor.

Corazón de compasión y misericordia, que es lacerado, lastimado, escupido, flagelado, burlado, despreciado, rechazado, ultrajado, desechado, herido y crucificado por el pecado de los hombres constantemente, para perdonarlos, para lavarlos con mi sangre, para redimirlos, para purificarlos, para salvarlos en este único y eterno sacrificio, en el que los uno a mí y por mí al Padre, en un solo cuerpo, por un mismo espíritu, y unidos los fortalezco para vencer a la tentación, para evitar el pecado que los lleva a la muerte.

Yo vi a un hombre ser atacado por toda clase de tentaciones, mientras protegía a una Madre y a un Niño. Pero no lo vi pecar. Lo vi vencer todas las batallas, porque de ellos recibía la gracia y la fortaleza. Era mi padre José, manteniendo la virtud y la pureza, viviendo en obediencia la castidad y la pobreza, mientras nos servía y protegía a mi Madre y a mí, y juntos formábamos una sola y Sagrada Familia.

Fue difícil la vida de mi padre José, viviendo para cuidar, custodiar, proteger y servir a la que es perfecta, inmaculada y pura, a la que no se equivoca, a la que es libre de toda mancha de pecado, mientras él era tentado por toda clase de tentaciones. Y resistía, porque de ella recibía la gracia para resistir a la tentación, para enseñarle al Hijo a hacer lo mismo.

Él es modelo para ustedes, modelo de virtud y castidad, modelo de pureza, obediencia y santidad, de una vida expuesta a los peligros y tentaciones del mundo, mientras mi Madre les da la gracia para resistir, para triunfar, para que sean ejemplo como mi padre José, y para que hagan conciencia si están conmigo o están contra mí.

Yo descubro sus conciencias para que me escuchen, para que me respondan con fidelidad, para que permanezcan conmigo a mi servicio, porque el que no esté conmigo está contra mí. Yo siempre estoy con ustedes».

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Madre mía: el demonio no puede nada contra ti, porque tú aplastas su cabeza. Pero Dios no te ahorró esfuerzos cuando, junto con José, tuviste que huir a Egipto para proteger al Niño.

Yo, sacerdote, también debo esforzarme para cumplir mi misión: ayúdame a servir con generosidad a la Iglesia, mi esposa, y a custodiar fielmente a Jesús Eucaristía.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: yo custodio su corazón, para que resistan a la tentación, viviendo en virtud y santidad, para que sean ejemplo y modelo, mientras custodian y cuidan y protegen a su esposa.

La Iglesia es su esposa, y es pura y perfecta, como yo.

Pero ha sido el pecado de ustedes el que no deja que sea vea tal y como es.

Ustedes deben proteger a su esposa para que sea y se vea tal y como es: pura e inmaculada, sin mancha, perfecta.

Permanezcan unidos a Cristo, sirviendo a Cristo a través de su servicio a la Iglesia, custodiando sus corazones como al corazón de Cristo, adorando a la Eucaristía como el corazón de Cristo, que es el corazón de la Iglesia.

La Eucaristía es la pureza, la perfección y el centro de la Iglesia.

Adoren el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía.

Yo intercedo por las vocaciones, porque este es un pueblo que camina como ovejas sin pastor. Vocaciones en los Seminarios y vocaciones en las parroquias. Para que venzan a la tentación y permanezcan en la fidelidad a su vocación.

Se vence en la unidad. Permanezcan en unidad.

Yo piso la cabeza de la serpiente. Entregué a mi Hijo de una vez y para siempre, y ahí me entregué con Él, de una vez y para siempre.

Entréguense ustedes conmigo, en este santo y único sacrificio, por medio de su entrega en su ministerio, en la obediencia, en la confianza y en el abandono a la voluntad de Dios».

¡Muéstrate Madre, María!