Lc 13, 10-17
Lc 13, 10-17
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58. SANAR A LOS MIEMBROS DEL CUERPO – DUEÑO DEL SÁBADO

EVANGELIO DEL LUNES DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

¿No era bueno desatar a esta hija de Abraham de esa atadura, aun en día de sábado?

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 13, 10-17

Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: “Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no el sábado”.

Entonces el Señor dijo: “¡Hipócritas! ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?”.

Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que él hacía.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la enfermedad de aquella mujer le dificultaba mirar al cielo. Estaba encorvada, solo miraba las cosas de aquí abajo.

Eso mismo pasa con aquellos que pierden el sentido sobrenatural de su vida, y lo ven todo muy humanamente. Y, desgraciadamente, eso sucede también entre personas que te han entregado su vida, que tienen una vocación que les invita a buscar las cosas de arriba.

La doctrina de la Iglesia nos dice que todos sus miembros formamos un solo cuerpo, de modo que, si alguno está enfermo, sufre todo el cuerpo. Si hay miembros encorvados, todo el cuerpo está encorvado.

Es importante que todos, especialmente tus sacerdotes, estemos muy unidos a quien hace cabeza en el cuerpo de la Iglesia, obedeciendo cada uno en su lugar, sin ambiciones humanas.

Es muy pesada la carga que lleva sobre sus hombros el Santo Padre. Te pido, Jesús, tu gracia, para que yo no sea un miembro enfermo, sino sano, que contribuya a la fortaleza que debe tener tu representante en la tierra.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: mi Iglesia está compuesta de miembros sanos y miembros enfermos, que participan en comunión. Es por eso que mi Iglesia, que es santa, está en construcción, para sanar, para santificar, para salvar a todos sus miembros. Yo mismo he instituido la Iglesia como mi cuerpo, del cual soy cabeza. Y los he incluido a todos por mi pasión y muerte redentora.

Miembros que se ayudan entre sí, pero se perjudican entre sí. Uno afecta al otro, porque todos están unidos en un solo cuerpo, por un mismo espíritu.

Amigo mío: solo los miembros sanos serán salvados.

Mi Madre quiere llevar su auxilio, su llamado, para que todo el que quiera estar sano venga a mí, crea en mí y confíe en mí, y yo les daré la fe, y por su fe serán salvados.

Los que están enfermos de poder, enfermos de avaricia, enfermos de vicio, enfermos de placeres, enfermos de egoísmo, enfermos de maldad; los que están atados al mundo, los que contagian a otros miembros, que me entreguen su voluntad, que me traigan sus miserias, que lloren sus pecados y pidan perdón, y pidan piedad, y yo les daré misericordia, porque yo los quiero a todos.

Pero, amigo mío, para representar a alguien, hay que conocerlo, hay que saber cómo es y qué hace. ¿Cómo quieren representar lo que no conocen? ¿Cómo quieren representar el amor si no aman?

Ustedes, los que me representan, deben primero conocerme. Pero a mí se me conoce por experiencia.

Es el Evangelio el anuncio del Reino de Dios, es Palabra de salvación. Soy yo la Palabra, soy yo el Reino, soy yo la Salvación.

Y el encuentro conmigo se experimenta en la oración por la fe, diálogo constante, experiencia que da el conocimiento de Dios, y que lleva a realizar obras de amor. Porque una fe sin obras está muerta.

Pastores de mi pueblo, sacerdotes elegidos: únanse en la salud; y en la salud unan a todos los miembros de mi cuerpo.

Salud que santifica el alma.

Salud que los hace dignos miembros de la Santa Iglesia.

Salud que otorga el Bautismo y recuperan los sacramentos.

Salud que purifica, que salva.

Salud que solo otorga quien tiene el poder.

Mi Padre me ha dado todo el poder sobre cielos y tierra, y es con ese poder que los envío yo.

Poder que les doy a los miembros que me representan.

Poder que doy a los miembros en los que yo confío, como mis amigos.

Doce apóstoles envié. Uno me traicionó. Nada es distinto ahora. Cuando queden once, elegiré a otro, porque yo los quiero a todos.

Mi llamado es a la unidad, para que todos mis miembros sean santos, para que sean uno en mí, que yo soy el Santo de Dios.

El que quiera ser liberado de su enfermedad que venga hoy, es tiempo, porque siempre es tiempo de glorificar a Dios.

Y si tu mano es ocasión de pecado, córtatela; y si tu ojo es ocasión de pecado, sácatelo; más vale que se pierda uno de tus miembros y no sea todo tu cuerpo arrojado al fuego.

Es en mi cruz que encuentras la salud, uniendo tu enfermedad a los clavos, renunciando en cada herida a todos tus pecados, de palabra, obra y omisión, perforando las concupiscencias de tu carne, entregando por tu voluntad la fragilidad de tu cuerpo, muriendo al mundo, rompiendo en esta muerte toda atadura a las cosas del mundo que te alejan de mí, para unirte conmigo en un mismo sacrificio, en una sola cruz. Y yo te resucitaré para glorificar a Dios por mí, conmigo, en mí, por mi pasión, muerte y resurrección, en un solo cuerpo y un mismo Espíritu».

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 Madre mía, Salud de los enfermos: tu Hijo Jesús es dueño del sábado, y Él puede actuar todo el tiempo sobre todas las creaturas, haciendo con lo que es suyo lo que quiera y cuando quiera. Y, sobre todo, puede curar y sanar de todas las enfermedades, del cuerpo y del alma. Tiene el poder y concede su gracia. Nosotros debemos corresponder.

Ayúdanos, Madre nuestra, a reconocer nuestras faltas, a ser conscientes de nuestras enfermedades, y de lo que las causan, para alejarnos de ellas, y para curarnos, acudiendo a las fuentes de la gracia, para convertirnos.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: yo quiero dejar muy claro quién es este Señor del que tanto hablo yo: Jesucristo, el único Rey y Señor, mi Hijo único, hombre y Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad, que es uno con el Padre y con el Espíritu Santo, tres Personas distintas, una sola Deidad, redentor del mundo, misericordia derramada del Padre que a los hombres encadenados por el pecado vino a salvar; con su pasión y su muerte han quedado liberados e incluidos en la vida de su resurrección.

Él tiene todo poder, nadie va al Padre si no es por Él.

Él es dueño de los campos, dueño de la mies.

Es dueño de los frutos de los campos y de los obreros de la mies.

Él es dueño de ustedes y de mí, y de cada uno de los que vino a redimir.

Él es Cristo vivo, y está en todo lugar.

Él ha venido con todo derecho a tomar para sí lo que ha querido.

Hijos míos, ¿alguien se lo puede impedir?

Y si tiene derecho a tomar lo que es suyo, ¿algún permiso tiene que pedir?

¿Hay alguna condición para que Él haga cumplir su Palabra?

¿Hay alguna ley por encima de Él?

Dios no se equivoca con ustedes. Ha venido a tomar lo que es suyo y lo ha tomado sin avisar.

Mi Hijo ha cambiado su corona de oro por la corona de la burla; en cada espina lleva el dolor del pecado de cada miembro real de su Iglesia, y no le será quitada hasta que cada sacerdote se convierta, purificando así todo el cuerpo del que Él es cabeza.

Oremos por la liberación y la salud de cada uno de los miembros enfermos de la Santa Iglesia, para que sean sanados, para que sean curados, para que sean liberados, para que sean unidos a la cruz de Jesús, y permanezcan hasta que sea restablecida la unidad y la paz en todos los miembros que componen la Santa Iglesia, que prevalecerá hasta el final de los tiempos, cuando sea consumada.

Yo soy Madre y los quiero a todos».

¡Muéstrate Madre, María!