Lc 13, 22-30
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75. ENTRAR POR LA PUERTA ANGOSTA – LECCIONES PARA HACERSE ÚLTIMO

EVANGELIO DEL DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Vendrán del oriente y del poniente y participarán en el banquete del Reino de Dios.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.

Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la fe nos dice que tú pagaste ya el precio por nuestros pecados en el suplicio de la cruz. Contemplar tu pasión y tu muerte nos sirve a todos para darnos cuenta de la gravedad de nuestros pecados.

Tu sacrificio fue suficiente para llevar a cabo la obra de la Redención, pero, al mismo tiempo, nos hablas de la necesidad de esforzarnos por entrar por la puerta, que es angosta, y nos adviertes que muchos tratarán de entrar y no podrán.

Queda claro que no basta tener fe para entrar al cielo, sino que tiene que ser una fe operativa. Además, es preciso hacer penitencia por nuestros pecados personales, llevar puesto el traje de bodas para entrar al banquete celestial.

De tu costado abierto brotaron los sacramentos, que son las fuentes de la gracia para sanar las heridas causadas por nuestros pecados. Y nosotros, tus sacerdotes, tenemos la responsabilidad de administrarlos, con celo apostólico, para el bien de los fieles.

El demonio nos hace la guerra, para arrebatar esas almas. Ayúdanos, Jesús, para que estemos bien fortalecidos por tu gracia, limpiando bien nuestra alma y poniendo por obra nuestra fe, con obras de amor para la vida eterna.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

 «Sacerdote mío: alégrate en tus flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por mí, pues cuando eres débil entonces eres fuerte.

Mi gracia te basta, porque mi fuerza se realiza en la flaqueza. Cuando sientes angustia es por el santo temor de Dios que el Espíritu Santo infunde en ti y que crece con el conocimiento de la verdad. Temor de ofenderme, temor de lastimarme, temor de caer en tentación y pecar contra mí, temor de faltar en algo al que tanto te ama.

Amigo mío, no temas, yo te ayudo. Procura obedecer en todo, pero ten cuidado y obedece a Dios antes que a los hombres.

Permanece en la disposición de tu corazón para servir a mi Iglesia, a pesar de los vientos fuertes, a pesar de la tribulación, a pesar del cansancio y del desgano. Si tú dispones tu voluntad, yo hago todo lo demás.

Esfuérzate todos los días por entrar por la puerta, que es angosta y tiene forma de cruz. Yo soy la puerta, yo soy el camino, la verdad y la vida. El que entre por la puerta se salvará.

El que quiera entrar por la puerta, que venga con el corazón contrito y humillado, y que extienda los brazos en mi cruz conmigo.

Yo he dado a ustedes, mis amigos, siete llaves para abrir la puerta. Son siete sacramentos. Yo les he dado las llaves y los he hecho puerta conmigo, para continuar mi obra salvadora. Pero, aun así, no todos entrarán, sino solo aquellos que crean.

 Yo a los que amo los reprendo y corrijo, para que se arrepientan y regresen al único camino que conduce a la puerta del Paraíso.

Yo soy el camino y soy la puerta. El que entra por mí estará a salvo.

Sacerdote mío: todo lo he visto, tal cual debía de suceder. Cada azote, cada herida, cada golpe, cada burla, cada clavo, cada gota de sangre derramada. Pero también a cada uno de mis amigos, a los que tanto amo, traicionándome y causando esas heridas, cada día, todos los días hasta el fin del mundo.

Mira mi cuerpo: es perfecto, es puro, es bendito, es sagrado, es incorrupto, es inmaculado, es íntegro, y no tiene un solo rasguño ni defecto. Este es el cuerpo que voy a entregar como ofrenda a mi Padre en sacrificio, asumiendo todo castigo de culpa y pecado, para justificarlos y salvarlos a todos, porque es tan grave la ofensa a Dios por el pecado, que no hay sacrificio ni castigo suficiente para que los hombres por sí mismos merezcan ser perdonados. Y dije sí, porque los amo.

 Mira mi cuerpo destrozado y manchado del pecado de los hombres, y mira cada herida de mi piel en la que se expresa mi amor por los hombres.

Mira mi preciosa Sangre, ofrecida como bebida de salvación, y mi Carne desgarrada como alimento de vida eterna.

Estos son apenas los primeros pasos de mi pasión, para demostrar que el camino soy yo. Camino que conduce a la puerta de la salvación, que es mi muerte y mi resurrección.

Acompaña a mi Madre, alivia cada una de mis heridas reparando con actos de amor el desamor recibido en cada golpe, en cada azote, en cada herida, por la traición de algunos de mis amigos, su abandono, su infidelidad, su desconfianza, pero sobre todo su indiferencia, que los vuelve almas errantes, y con ellos se pierden muchas almas que encuentran y recorren otros caminos, que los llevan a la puerta del castigo.

Yo a los que amo los reprendo y los corrijo cuando se salen de mi camino, cuando se equivocan y toman otros caminos –porque yo soy el único y verdadero camino que los lleva a la puerta del Paraíso, en donde, a pesar de sus errores, ya no hay castigo–, porque es tan grave herir a Dios, como grave es el castigo. Pero yo ya asumí por sus culpas todo el castigo en mi único y eterno sacrificio, por el cual destruí la muerte para merecerles la vida.

Cualquier otro camino lleva al castigo eterno merecido, y no a la muerte. Por eso, yo a los que amo los reprendo y los corrijo, para que, por mi amor, reciban mi misericordia, y crean en mí, para que regresen a la verdad y entren por la puerta angosta de la vida, para que alcancen la gloria de la vida eterna.

Yo soy el camino, la verdad y la vida. El Purgatorio es el conocimiento pleno de la Verdad, ante la que un alma con mancha no se puede presentar; debe reparar, no con el castigo –que ya he asumido yo en mi pasión y muerte en la cruz–, sino con actos de amor, para reparar el desamor.

La oración de intercesión es el acto de amor en el que se purgan las penas de los males realizados, y se purifica el alma, para ser digna de gozar de la gloria de Dios.

Las obras de misericordia, hechas al prójimo con amor, son actos de amor agradables a Dios, que reparan los daños causados por el desamor a mi Sagrado Corazón; y todo sacrificio, todo dolor, toda pena, toda dificultad, toda corrección, debe ser soportada con paciencia y con amor, ofrecida como reparación, porque el castigo para la justificación de sus errores para la salvación de sus almas, ya lo llevo yo realizado en mi cuerpo.

Yo les hago un llamado a conseguir la indulgencia que yo les concedo en esta vida, para que amando en plenitud en medio del mundo purguen sus penas, reparen mis heridas y alcancen la santidad en esta vida, para que sean ejemplo y guía para mantener en el camino, hasta que pasen la puerta de la salvación, a todas las almas.

Este es un llamado para que algunos de ustedes, mis amigos, a los que les he dado el premio de ser reconocidos y nombrados obispos y cardenales, para dirigir a los pastores de mi Iglesia, y por medio de ellos a todas las almas, rectifiquen y corrijan su propio camino y el de los sacerdotes, con amor y misericordia, como un padre corrige a un hijo, para que los que hacen el mal se arrepientan y se esfuercen para entrar por la puerta, porque muchos tratarán de entrar, pero no podrán, porque la soberbia los ensancha y la puerta es angosta.

Escuchen mi llamado, que es un llamado de amor, para que los que ahora son primeros se hagan últimos, porque los últimos serán primeros, para entrar al banquete del Reino de los cielos, por la puerta que abrió mi misericordia, pero que cerrará mi justicia y apartará de mí a los que hacen el mal».

+++

Madre nuestra: tú eres la Puerta del cielo, y yo quiero salvar mi alma, entrar por la puerta angosta. Sé que no me faltará tu ayuda para alcanzar esa meta. Ayúdame a preparar bien mi alma.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijo mío: Puerta del cielo soy.

Yo he abierto la puerta a la Vida. Les he traído la salvación a través del fruto bendito de mi vientre que de mí nació.

Yo soy la puerta de la Vida. Y esta puerta está abierta, como está abierto mi corazón para acoger a todos los hijos de Dios.

Puerta de libertad, puerta a la verdad, puerta al Paraíso, puerta del Reino celestial. Y el que camina conmigo, el que recibe mi auxilio, el que se acerca a mí, el que toca esta puerta, entra. Porque al que toca se le abre.

Pero esta puerta, hijo mío, es de cruz. La cruz de Jesús. cruz de sacrificio, cruz de amor, cruz de perdón, cruz de misericordia. Él es la Puerta de las ovejas, y tú, hijo mío, y todos los que como tú han recibido el sacerdocio de Cristo, tienen la llave y el poder para cerrar o mantener abierta la puerta. Es una gran responsabilidad, y de eso cada uno de ustedes dará cuentas.

Sufre mi corazón, porque sé que se cumplirá la Palabra de Dios hasta la última letra. Y está escrito que no todos entrarán, y habrá gritos y rechinar de dientes, y ni así les abrirán. Y, a pesar de este sufrimiento, mi corazón se alegrará con todos los llamados y elegidos, para compartir la gloria que al Padre le da el Hijo, en la vida eterna.

Hijo mío: ten la seguridad de que la puerta es angosta, pero la misericordia de Dios es infinita. Y en esa misericordia les ha dado a su Madre, para que Ella los abrace, y escondidos bajo su manto, entren al Paraíso. Abrazo a través del rezo del Santo Rosario, porque, el que reza el Rosario con devoción recibirá antes del día final la gracia de la conversión. Yo misma los conduciré a la fuente de la salvación: el sacramento de la Reconciliación. Pero es necesario, hijo mío, que haya sacerdotes dispuestos, para que la puerta no la encuentren cerrada, sino abierta».

¡Muéstrate Madre, María!

 

60. ENTRAR POR LA PUERTA ANGOSTA – LECCIONES PARA HACERSE ÚLTIMO

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

Vendrán del oriente y del poniente y participarán en el banquete del Reino de Dios.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.

Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la fe nos dice que tú pagaste ya el precio por nuestros pecados en el suplicio de la cruz. Contemplar tu pasión y tu muerte nos sirve a todos para darnos cuenta de la gravedad de nuestros pecados.

Tu sacrificio fue suficiente para llevar a cabo la obra de la Redención, pero, al mismo tiempo, nos hablas de la necesidad de esforzarnos por entrar por la puerta, que es angosta, y nos adviertes que muchos tratarán de entrar y no podrán.

Queda claro que no basta tener fe para entrar al cielo, sino que tiene que ser una fe operativa. Además, es preciso hacer penitencia por nuestros pecados personales, llevar puesto el traje de bodas para entrar al banquete celestial.

De tu costado abierto brotaron los sacramentos, que son las fuentes de la gracia para sanar las heridas causadas por nuestros pecados. Y nosotros, tus sacerdotes, tenemos la responsabilidad de administrarlos, con celo apostólico, para el bien de los fieles.

El demonio nos hace la guerra, para arrebatar esas almas. Ayúdanos, Jesús, para que estemos bien fortalecidos por tu gracia, limpiando bien nuestra alma y poniendo por obra nuestra fe, con obras de amor para la vida eterna.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdote mío: alégrate en tus flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por mí, pues cuando eres débil entonces eres fuerte.

Mi gracia te basta, porque mi fuerza se realiza en la flaqueza. Cuando sientes angustia es por el santo temor de Dios que el Espíritu Santo infunde en ti y que crece con el conocimiento de la verdad. Temor de ofenderme, temor de lastimarme, temor de caer en tentación y pecar contra mí, temor de faltar en algo al que tanto te ama.

Amigo mío, no temas, yo te ayudo. Procura obedecer en todo, pero ten cuidado y obedece a Dios antes que a los hombres.

Permanece en la disposición de tu corazón para servir a mi Iglesia, a pesar de los vientos fuertes, a pesar de la tribulación, a pesar del cansancio y del desgano. Si tú dispones tu voluntad, yo hago todo lo demás.

Esfuérzate todos los días por entrar por la puerta, que es angosta y tiene forma de cruz. Yo soy la puerta, yo soy el camino, la verdad y la vida. El que entre por la puerta se salvará.

El que quiera entrar por la puerta, que venga con el corazón contrito y humillado, y que extienda los brazos en mi cruz conmigo.

Yo he dado a ustedes, mis amigos, siete llaves para abrir la puerta. Son siete sacramentos. Yo les he dado las llaves y los he hecho puerta conmigo, para continuar mi obra salvadora. Pero, aun así, no todos entrarán, sino solo aquellos que crean.

 Yo a los que amo los reprendo y corrijo, para que se arrepientan y regresen al único camino que conduce a la puerta del Paraíso.

Yo soy el camino y soy la puerta. El que entra por mí estará a salvo.

Sacerdote mío: todo lo he visto, tal cual debía de suceder. Cada azote, cada herida, cada golpe, cada burla, cada clavo, cada gota de sangre derramada. Pero también a cada uno de mis amigos, a los que tanto amo, traicionándome y causando esas heridas, cada día, todos los días hasta el fin del mundo.

Mira mi cuerpo: es perfecto, es puro, es bendito, es sagrado, es incorrupto, es inmaculado, es íntegro, y no tiene un solo rasguño ni defecto. Este es el cuerpo que voy a entregar como ofrenda a mi Padre en sacrificio, asumiendo todo castigo de culpa y pecado, para justificarlos y salvarlos a todos, porque es tan grave la ofensa a Dios por el pecado, que no hay sacrificio ni castigo suficiente para que los hombres por sí mismos merezcan ser perdonados. Y dije sí, porque los amo.

 Mira mi cuerpo destrozado y manchado del pecado de los hombres, y mira cada herida de mi piel en la que se expresa mi amor por los hombres.

Mira mi preciosa Sangre, ofrecida como bebida de salvación, y mi Carne desgarrada como alimento de vida eterna.

Estos son apenas los primeros pasos de mi pasión, para demostrar que el camino soy yo. Camino que conduce a la puerta de la salvación, que es mi muerte y mi resurrección.

Acompaña a mi Madre, alivia cada una de mis heridas reparando con actos de amor el desamor recibido en cada golpe, en cada azote, en cada herida, por la traición de algunos de mis amigos, su abandono, su infidelidad, su desconfianza, pero sobre todo su indiferencia, que los vuelve almas errantes, y con ellos se pierden muchas almas que encuentran y recorren otros caminos, que los llevan a la puerta del castigo.

Yo a los que amo los reprendo y los corrijo cuando se salen de mi camino, cuando se equivocan y toman otros caminos –porque yo soy el único y verdadero camino que los lleva a la puerta del Paraíso, en donde, a pesar de sus errores, ya no hay castigo–, porque es tan grave herir a Dios, como grave es el castigo. Pero yo ya asumí por sus culpas todo el castigo en mi único y eterno sacrificio, por el cual destruí la muerte para merecerles la vida.

Cualquier otro camino lleva al castigo eterno merecido, y no a la muerte. Por eso, yo a los que amo los reprendo y los corrijo, para que, por mi amor, reciban mi misericordia, y crean en mí, para que regresen a la verdad y entren por la puerta angosta de la vida, para que alcancen la gloria de la vida eterna.

Yo soy el camino, la verdad y la vida. El Purgatorio es el conocimiento pleno de la Verdad, ante la que un alma con mancha no se puede presentar; debe reparar, no con el castigo –que ya he asumido yo en mi pasión y muerte en la cruz–, sino con actos de amor, para reparar el desamor.

La oración de intercesión es el acto de amor en el que se purgan las penas de los males realizados, y se purifica el alma, para ser digna de gozar de la gloria de Dios.

Las obras de misericordia, hechas al prójimo con amor, son actos de amor agradables a Dios, que reparan los daños causados por el desamor a mi Sagrado Corazón; y todo sacrificio, todo dolor, toda pena, toda dificultad, toda corrección, debe ser soportada con paciencia y con amor, ofrecida como reparación, porque el castigo para la justificación de sus errores para la salvación de sus almas, ya lo llevo yo realizado en mi cuerpo.

Yo les hago un llamado a conseguir la indulgencia que yo les concedo en esta vida, para que amando en plenitud en medio del mundo purguen sus penas, reparen mis heridas y alcancen la santidad en esta vida, para que sean ejemplo y guía para mantener en el camino, hasta que pasen la puerta de la salvación, a todas las almas.

Este es un llamado para que algunos de ustedes, mis amigos, a los que les he dado el premio de ser reconocidos y nombrados obispos y cardenales, para dirigir a los pastores de mi Iglesia, y por medio de ellos a todas las almas, rectifiquen y corrijan su propio camino y el de los sacerdotes, con amor y misericordia, como un padre corrige a un hijo, para que los que hacen el mal se arrepientan y se esfuercen para entrar por la puerta, porque muchos tratarán de entrar, pero no podrán, porque la soberbia los ensancha y la puerta es angosta.

Escuchen mi llamado, que es un llamado de amor, para que los que ahora son primeros se hagan últimos, porque los últimos serán primeros, para entrar al banquete del Reino de los Cielos, por la puerta que abrió mi misericordia, pero que cerrará mi justicia y apartará de mí a los que hacen el mal».

+++

Madre nuestra: tú eres la Puerta del cielo, y yo quiero salvar mi alma, entrar por la puerta angosta. Sé que no me faltará tu ayuda para alcanzar esa meta. Ayúdame a preparar bien mi alma.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijo mío: Puerta del cielo soy.

Yo he abierto la puerta a la Vida. Les he traído la salvación a través del fruto bendito de mi vientre que de mí nació.

Yo soy la puerta de la Vida. Y esta puerta está abierta, como está abierto mi corazón para acoger a todos los hijos de Dios.

Puerta de libertad, puerta a la verdad, puerta al Paraíso, puerta del Reino celestial. Y el que camina conmigo, el que recibe mi auxilio, el que se acerca a mí, el que toca esta puerta, entra. Porque al que toca se le abre.

Pero esta puerta, hijo mío, es de cruz. La cruz de Jesús. cruz de sacrificio, cruz de amor, cruz de perdón, cruz de misericordia. Él es la Puerta de las ovejas, y tú, hijo mío, y todos los que como tú han recibido el sacerdocio de Cristo, tienen la llave y el poder para cerrar o mantener abierta la puerta. Es una gran responsabilidad, y de eso cada uno de ustedes dará cuentas.

Sufre mi corazón, porque sé que se cumplirá la Palabra de Dios hasta la última letra. Y está escrito que no todos entrarán, y habrá gritos y rechinar de dientes, y ni así les abrirán. Y, a pesar de este sufrimiento, mi corazón se alegrará con todos los llamados y elegidos, para compartir la gloria que al Padre le da el Hijo, en la vida eterna.

Hijo mío: ten la seguridad de que la puerta es angosta, pero la misericordia de Dios es infinita. Y en esa misericordia les ha dado a su Madre, para que Ella los abrace, y escondidos bajo su manto, entren al Paraíso. Abrazo a través del rezo del Santo Rosario, porque, el que reza el Rosario con devoción recibirá antes del día final la gracia de la conversión. Yo misma los conduciré a la fuente de la salvación: el sacramento de la Reconciliación. Pero es necesario, hijo mío, que haya sacerdotes dispuestos, para que la puerta no la encuentren cerrada, sino abierta».

¡Muéstrate Madre, María!