Lc 13, 31-35
Lc 13, 31-35
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61. UNA ENORME RESPONSABILIDAD – LÁGRIMAS DE DIOS

JUEVES DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 13, 31-35

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron: “Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte”.

Él les contestó: “Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra. Sin embargo, hoy, mañana y pasado mañana tengo que seguir mi camino, porque no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!

Así pues, la casa de ustedes quedará abandonada. Yo les digo que no me volverán a ver hasta el día en que digan: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’ “.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: me emocionan tus palabras cuando dices que has querido reunir a los hijos de Jerusalén como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas. Y lo dices después de escuchar una amenaza de muerte. Tú eres el amor, y tu corazón rebosa de amor y misericordia a los hombres, perdonando todo y deseando ardientemente consumar tu obra, para la salvación del mundo entero.

Y me hace pensar todo eso en la responsabilidad que tengo yo, sacerdote, de continuar y hacer presente y eficaz tu obra redentora con mi ministerio. Debo actuar in persona Christi, debo darme entregando mi vida entera, por amor, como tú lo hiciste, Jesús.

Te pido, Señor, el fuego del Espíritu Santo, que es amor, para que encienda mi corazón en la oración.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdote mío: es mi Corazón la fuente de la vida, manantial de amor y mar de misericordia.

Es mi Corazón el fuego que consume y vivifica, fundiéndolos a todos como el hierro, uniéndolos a todos en una herida punzante, que atraviesa mi Corazón, para desbordar la sangre que los lava, que los limpia, que los hace míos, que les da vida conmigo.

Es Dios que ha vaciado el cielo para darse a los hombres, para reunir lo que el pecado disipó. Dios, que es unión Trinitaria, creador de todo, se une a su propia creación para hacerse una sola cosa.

Y planta la semilla sobre la tierra en un vientre puro e inmaculado, haciéndolo fecundo y bendito con el fruto del amor. Fruto bendito que nace en medio de la creación como hombre, pero sigue siendo Dios.

Y lo hace partícipe del mundo, para recuperar a los hombres perdidos en el mundo, unidos al mundo y a la muerte, para darles vida y hacerlos partícipes de Dios.

Y se une como hombre a la creación, creciendo como semilla fecunda, que echa raíces profundas y fuertes en la tierra fértil que el Padre preparó, para crecer como árbol robusto con grandes ramas, en donde anidan y reposan las aves del cielo.

Árbol que es transformado, por el amor y por los hombres, en maderos.

Hombres que funden fierro con fuego con el trabajo y el sudor de su frente, para unir al Hijo del hombre con el pecado del hombre y la creación de Dios.

Árbol, fruto y pecado, Madero, Dios y hombre, unidos por el amor, que destruye el pecado y la muerte, que salva y que da vida, que une al hombre y a Dios.

Amor que no es creado, porque ya fue engendrado desde siempre.

Amor que no destruye, porque el amor transforma.

Amor que no se destruye, porque es omnipotente, eterno, generador, creador.

Amor que todo lo toma, lo une, magnifica, y construye.

Amor que se dona constantemente.

Amigo mío, mártir de mi amor: lo que Dios une, que no lo separe el hombre. Es mi cruz símbolo del amor, de unión y de alianza de Dios con todos los hombres, para hacer nuevas todas las cosas. Es mi resurrección el fruto de mi cruz y la vida eterna.

Sacerdotes de mi pueblo, Pastores de mi rebaño, apóstoles del fuego de mi amor, edificadores de mi Iglesia, constructores del Reino de Dios: ustedes son material de unión, instrumentos de salvación, herramientas de construcción y cimientos de piedra.

Labradores de tierra, surcos conductores, por los que el agua viva llega a la semilla plantada en la tierra, preparada por ustedes conmigo para que sea tierra fértil.

Portadores de esperanza y de luz, para que la semilla germine.

Protectores que cuidan la integridad de los brotes, para que no se los coman los gusanos.

Exterminadores de plagas, que limpian y purifican los tallos y las hojas, para que el fruto nazca.

Proveedores de alimento, para que el fruto crezca y madure y sea bueno.

Promotores de armonía y paz, para que la cosecha sea una y sea abundante.

A ustedes, amigos míos, se les ha dado el poder de unir y de desatar. Todo lo que unan en la tierra quedará unido en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Tienen ustedes una gran responsabilidad. Por eso no confíen en su propia voluntad, porque están hechos de barro, y el barro es lodo, unido al agua del manantial del amor de mi Corazón, acrisolado al fuego, para transformarlos en portadores de los tesoros del Reino de los Cielos. Pero, al fin, de barro, frágiles, tiernos, débiles, corrompibles, expuestos.

Unan su voluntad a la voluntad del Padre y confíen en aquel que los ha creado, que los ha llamado, que les ha enviado a su único Hijo, para hacerlo como ustedes, de barro.

Confíen en el que todo lo puede, que reconstruye en tres días lo que el hombre destruye, porque el amor no puede destruirse, el amor se funde y abrasa como el fuego, transforma y crea, y todo lo hace nuevo. Ustedes han sido llamados y enviados para unir a los hombres con su Creador.

Están ustedes formados con un mismo material de unión. Son ustedes, sacerdotes míos, una sola cosa, pero han sido conservados como individuos en libertad, y la libertad es propicia a la unión, pero tentada a la separación por su naturaleza débil.

Es el Espíritu Santo la fuerza que une, que funde, que sella.

Es el Espíritu Santo el amor que todo reconstruye, que todo reordena, que todo lo recrea.

Es la oración invocación al Espíritu de unión.

Que sean ustedes material de construcción, de unión, alianza, cimientos de piedra, instrumentos dóciles del Espíritu del amor, que vivifica, que santifica, que los une a mí, para fundirlos en Dios».

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Madre nuestra: te imagino el día de tu asunción al cielo con tu vestido blanco y un enorme manto azul. Elevada por muchísimos ángeles, que cantan alabanzas llevándote a ti, como un regalo al cielo.

Después, eres coronada en oro y piedras preciosas, y llevas tu manto de Reina. Un manto que permanece abierto por tus brazos levantados, abrazando bajo tus pies al mundo.

Tú proteges a todos tus hijos bajo tu manto, y pienso que nos cuidas más a tus hijos predilectos, tus sacerdotes, porque sabes que somos pastores, y debemos reunir a todo el rebaño.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: ayúdame a cumplir con mi misión. Déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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 «Hijos míos, sacerdotes: la compañía de la Madre fortalece al hijo, lo cuida, lo alimenta, lo protege, lo ayuda a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia de Dios; lo guía, lo enseña a obrar con amor, le da seguridad, le hace llegar la misericordia y lo mantiene en el camino; lo ayuda a perseverar y a ganar todas las batallas.

Yo quiero que se den cuenta de la importancia de la Madre, que se hace presente en su vida para la renovación de su alma sacerdotal. Quiero que den testimonio de la alegría de ser todos míos.

 Yo fui asunta al cielo en cuerpo y alma, para ser coronada como Reina del cielo y de la tierra, para cobijar a todos mis hijos bajo las alas de Dios, que es Dios Padre y es Dios Madre. Es, por Él, mi manto protector de Madre como las plumas de las aves que dan cobijo a sus polluelos.

Hago un llamado a todos mis hijos, para cubrirlos bajo la protección de mi manto. Hijos de Jerusalén, extraviados de su tierra; semillas fecundas de mi Corazón; frutos que no maduran, porque les falta luz y calor; siembra plantada por la mano de Dios en la tierra fértil, que Él mismo labró y preparó, para que sean fruto; hijos enviados a la construcción del Reino, para hacerlos pastores guías del pueblo, para hacerlos sacerdotes, para que sean Cristos unidos en una sola cruz, uniendo a todas las almas del pueblo de Dios, por medio del amor de Jesucristo en su único sacrificio redentor.

Yo quiero reunir a mis hijos bajo la protección de mi manto, unidos en el amor de la oración, base, cimiento y fundamento de toda unión.

Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y les ha mostrado el camino, revelando la verdad en su cruz, y dándoles vida a través de su resurrección. 

Él es el manantial de agua viva, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el alimento de vida, bebida de salvación, la Palabra, Verbo encarnado que disipa las tinieblas iluminando el mundo con su admirable luz. 

Él es la luz del mundo y la sal de la tierra, el principio y el fin, el alfa y la omega. 

Pero si ustedes, sus amigos, no creen, ¿quién creerá?; y si no creen, ¿quién se salvará? 

Mi esperanza está puesta en la resurrección del Hijo de Dios, y alienta mi espíritu la fe de los que no lo han abandonado. 

Yo no me cansaré de pedir, de suplicar y de interceder por cada uno de los hombres, que viendo no ven y oyendo no oyen, y los reuniré bajo mi manto como una gallina reúne bajo sus alas a sus polluelos, para que lo vean y crean, para que lo escuchen y conviertan sus corazones de piedra en corazones de carne, que puedan ser heridos, y a través de ellos penetre la misericordia derramada de la cruz, y les alcance la unidad en Cristo, en un solo cuerpo y un mismo Espíritu. 

Hijos míos: sufre mi Corazón por los que eran hombres viejos y ahora son hombres nuevos, porque eran tan solo hombres, pero ahora son mis hijos. 

Yo voy a transformar sus corazones, encendiéndolos con el fuego nuevo del amor de Dios, a través de la resurrección del Hombre y Dios, una sola persona, dos naturalezas distintas, Hombre y Dios, que son un solo Dios verdadero en la segunda persona de la Santísima Trinidad».

¡Muéstrate Madre, María!