Lc 14, 1. 7-14
Lc 14, 1. 7-14
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84. JESÚS, PRIMERO Y ÚLTIMO – LECCIONES PARA HACERSE ÚLTIMO

EVANGELIO DEL DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

El que se engrandece a sí mismo, será humillado y el que se humilla, será engrandecido.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 1. 7-14

Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: todo lo que tú predicaste de palabra también lo enseñaste con tu ejemplo. Si dijiste a los convidados que no buscaran el lugar principal, es porque tú te humillaste haciéndote siervo, tomando la condición de hombre: te sentaste en el último asiento.

Yo siempre quiero aprender de ti, así que soy consciente de que debo hacerme último para ser primero, sirviendo a todas las almas con mi ministerio.

A mí me toca dirigir y servir, y enseñar, y conducir, y ayudar, y alimentar. También debo confortar, consolar, fortalecer a los demás, en medio de sus labores, haciéndolos caminar hacia adelante, permaneciendo yo detrás, como un padre que enseña a caminar a su niño pequeño, como una madre que espera y abraza.

Yo quiero sentarme contigo en el banquete celestial. Dime, Señor, ¿cómo puedo asegurarme ese lugar?

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: yo soy el Primero y el Último, el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin.

Yo soy el Sumo y Eterno Sacerdote, y ustedes son como yo soy, y han sido llamados a mi servicio para la construcción del Reino de Dios.

La vestidura sacerdotal es el símbolo del hombre trabajador al servicio de Dios y de los hombres. El que quiera ser el primero que sea el último.

Yo los he llamado para ser constructores, material de construcción, cimientos, maestros, guías, pastores, conductores, pescadores, sacerdotes, siervos. Pero los he llamado amigos, para que sean conmigo los últimos y los primeros.

Yo quiero que se revistan con el celo apostólico. Que sean sus vestiduras símbolo del trabajo al servicio de Dios por medio del servicio a los hombres, para hacerlos a todos sacerdotes en la fe y en la comunión conmigo. Diáconos, presbíteros, obispos, religiosos y laicos, todos un solo sacerdocio real: Cristo.

 Sacerdotes de mi Iglesia, siervos del pueblo de Dios: ustedes son humillados para enaltecer el Reino y dar gloria a Dios.

Ustedes son los últimos, porque conducen a las almas del mundo al cielo.

Ustedes son pastores atrás de mi rebaño, cuidando, protegiendo, alimentando, curando, encaminando.

Ese es su camino, atrás de los que yo he puesto a su cuidado, para que no vengan solos. Es en comunión como se guía, como se construye, como se dirige. Comunión conmigo, con los ángeles, con los santos, con las almas purgantes y las almas peregrinantes.

Camino de perfección, para que sean ustedes perfectos como mi Padre del Cielo es perfecto.

Camino de salvación, para que sean salvados por mi pasión, por mi muerte, por mi resurrección.

Camino de vida eterna. Yo soy el camino y la vida.

Sacerdotes, crean en mí, para que vivan en mí.

Sean ustedes últimos, como yo soy, al servicio de la gente, por amor, para llevar a toda la gente a la gloria de Dios.

Humíllense, como me humillo yo en el mundo, muriendo al mundo, para rescatar a las almas del mundo. Es en la humildad en donde se encuentra la gloria; en la pequeñez la grandeza; en el pecado el perdón; en la necesidad la gracia; en la miseria la misericordia; en las obras de amor la justicia; y en la fe la salvación.

Sacerdotes míos, amigos míos: sean ustedes últimos, sean ustedes servidores, sean ustedes trabajadores, sean ustedes constructores, sean ustedes humildes, para que sean como los santos.

La cruz no es el fin, sino el medio para llegar al fin, que es alcanzar la gloria en mi resurrección. Pero, para alcanzar la gloria, es necesario morir en la cruz conmigo.

Gloriarse en mi cruz es morir al mundo, compartiendo mis mismos sentimientos, uniéndose a mi único y eterno sacrificio, obedeciendo y buscando en todo agradar a Dios, perseverando en la entrega total de la voluntad, abandonados en la misericordia del Padre, para hacernos una sola carne, crucificando el pecado, muriendo al mundo, destruyendo la muerte, venciendo al mundo, resucitando conmigo en la gloria de mi resurrección.

Es ver a Dios que se abaja al hombre, para elevar al hombre a su divinidad a través de mi cruz y mi resurrección, haciéndose últimos para acompañar a mi Madre que, como anfitriona, se abaja, para traer a los invitados, vestidos de fiesta, al banquete de las bodas del Cordero.

Dichosos los que se humillan hasta hacerse últimos, porque ellos serán los invitados a compartir mi mesa y serán llamados hijos de Dios.

Dichosos los últimos, porque esos son los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

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Madre mía: enséñame a humillarme haciéndome último, para vivir al servicio del Señor.

Enséñame a ver el mundo no desde mis ojos, sintiéndome grande, viendo la creación bajo mis pies, sino desde los ojos de los santos, contemplando las maravillas de la creación, sintiéndome tan pequeño, tan poca cosa; en retrospectiva, del todo a la nada, del creador al creado, de la luz a la oscuridad, del cielo a la tierra, del Padre al hijo pequeño, que descubre el amor, la gracia, el don, la vida.

Enséñame, Madre, a ser como tú, esclavo del Señor, para que se haga en mí según su Palabra.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes:  humillarse es conocer la verdad y guardar silencio, para llevar la verdad a un mundo que tiene tanto ruido, que no está dispuesto a escuchar con palabras, sino con obras.

Su vocación, como la mía, es hacerse últimos para vivir al servicio del Señor, predicando para dar a conocer la verdad a través de obras de misericordia, para que sean los últimos, porque los últimos serán los primeros.

La voz de ustedes es la voz de Cristo. A ustedes los escucharán. Pero Dios los libre de gloriarse, si no es en la cruz de mi Hijo Jesucristo, y de que sea el mundo para ustedes un crucificado y ustedes un crucificado para el mundo.

Ustedes son los servidores de Cristo, y siendo los últimos, deben ser los primeros en servir, en dar, en obrar, en amar, en llevar a todas las almas al cielo.

Hijos míos: es Juan y soy yo, al pie de la cruz de Cristo, un nuevo comienzo para la humanidad redimida. Ustedes deben ver con los ojos de Cristo, encendidos en el deseo de salvación de las almas.

Predicar es lo que se necesita. Su entrega de amor, padeciendo con Cristo, debe ser tal, que no los reconozcan al desfigurar su rostro; porque ya no serán ustedes, sino Cristo quien viva en ustedes.

Que cuando los vean a ustedes, vean a Cristo resucitado y vivo, en la alegría de predicar la Palabra, para que Cristo sea glorificado en ustedes, viviendo en medio del mundo según su vocación al amor a la que fueron llamados, para que sea glorificado en cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, cuando venzan el temor y alcancen la plenitud del amor, convencidos de que la vida es Cristo.

Yo quiero que ustedes aprendan a humillarse, para que alcancen la plenitud del amor, para que, sirviendo a Dios, se hagan últimos, para ser primeros en compartir la mesa del Señor.

Todo lo demás es un medio para que alcancen el rostro resucitado de Cristo, pasando a través de la cruz, en sus deberes ordinarios según su vocación, encontrando el rostro de Cristo resucitado y vivo en la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el santo temor de Dios, con los que se alcanza el conocimiento de la verdad y la plenitud del amor, viviendo una vida sobrenatural en medio del mundo, siendo los últimos para ser conducidos a la verdad, para que, viendo con los ojos de Cristo, se hagan últimos, y lleven la verdad al mundo, y alcancen todos juntos la santidad en Cristo.

Entonces serán ensalzados y sentados a la mesa con el novio, en el banquete celestial».

¡Muéstrate Madre, María!