68. INVITADOS AL BANQUETE – SER JUSTOS
EVANGELIO DEL MARTES DE LA SEMANA XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 15-24
En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: “Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.
Entonces Jesús le dijo: “Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.
Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’.
Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete’”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la imagen del banquete es frecuente en la Sagrada Escritura. Y resulta muy fácil pensar que nos estás hablando del banquete celestial, visto de distintas maneras. Así será la vida eterna: un banquete interminable, en donde todo será alegría por la presencia del Esposo, porque es el banquete de las bodas del Cordero.
Hoy haces un reproche al pueblo elegido, que no quiso asistir al banquete, a pesar de que te habías esmerado en prepararlo. Y decides, entonces, invitar a los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos. Me invitas a mí.
Yo quiero participar del banquete de bodas del Cordero en la patria celestial. Me reconozco indigno, pero tú eres misericordioso y quieres llenar tu casa. Y yo, sacerdote, debo cumplir con mi misión, para que la sala del banquete se llene de convidados, y que todos lleven el traje de fiesta.
Enséñame a salir a los caminos y a verte a ti, en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada niño, en cada anciano.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy el Cordero. Yo soy el banquete. Este es mi cuerpo, al que todos pertenecen.
Vengan aquí y participen conmigo en esta unión del misterio sacerdotal.
Alianza del Hijo del hombre con el pueblo de Dios.
Alianza que los une a mi cuerpo para hacerlos miembros, para unir a los otros miembros. Lo que une es el amor.
Yo los llamo para que los que están perdidos encuentren el camino; para que los que se han ido regresen; para que los que permanecen conmigo vayan a buscar, a encontrar, a invitar y a traer; para que los últimos sean los primeros, y ocupen los mejores puestos.
Me duelen mis obispos. ¿Dónde están? Yo los llamo a la unidad y a la humildad. Los llamo a la fidelidad y a la obediencia.
Pastores de mis pastores, mis primeros invitados.
Pastores de mi Iglesia, portadores de paz.
Fuentes de sabiduría, responsables de la armonía.
Veredas que hacen camino, herederos de la verdad.
Llamados a ser banquete conmigo en el lugar de los santos.
Servidores de los últimos, para ser los primeros.
Mis doce apóstoles, mis doce amigos, mis doce enviados.
Pilares de mi Iglesia, bases de construcción, ejemplo de fe, esperanza ciega, caridad extendida.
Ministerio que une al mundo entero en una sola Iglesia, en un solo Reino de los Cielos, en un solo cuerpo, del cual yo soy cabeza.
Sacerdote mío: al menos tú permanece al pie de mi cruz, y nunca me abandones; al menos tú recibe mi amor; al menos tú ámame con el amor que te doy, y con este amor únelos a ellos.
Yo los llamo para que se reúnan en torno a la Madre, en torno al amor; para que permanezcan en mi cruz; para que promuevan la unión; para que cumplan con su misión; para que no se acomoden, no sea que los primeros invitados no vengan, no sea que los encuentre dormidos.
Pastores de mi rebaño: yo los envío a buscar, a encontrar, a invitar, a traer.
Son ustedes, sacerdotes, misioneros de mi amor. La misión es traerlos a todos, para hacerlos a todos miembros de mi cuerpo en mi Espíritu.
Miembros que de mi cuerpo se alimentan, para ser parte, para ser uno.
Ustedes, que han venido desde que aceptaron mi llamado, yo los he unido a mi Corazón y los he hecho parte, y los he hecho míos.
Ustedes también son banquete, cuando convierten el pan en mi Carne y el vino en mi Sangre; cuando se configuran conmigo en el altar, en este sacrificio, en esta misma cruz; cuando en esta unión, por ustedes son atraídas y unidas a mí todas las almas que convocan, que invitan, que convidan.
Misterio que permanece en esta unión indisoluble eternamente entre el sacerdote y Cristo.
Pero todos son miembros del mismo Cristo, responsables de la armonía que genera la unión.
Unidad entre ustedes, que han sido invitados, que han venido, que han sido convidados, y han sido enviados para traer a los demás para llenar la mesa.
Por eso yo les digo que no vengan solos. Traigan a mi rebaño.
Yo los envío. Pero no los envío solos, el Espíritu Santo está con ustedes.
Caminen con paso seguro, por el camino de la verdad y la vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al Padre si no es por mí.
Sacerdotes: vengan conmigo los que estén cansados, que yo les daré alivio.
Vengan conmigo los que estén fatigados, que yo los haré descansar, para enviarlos de nuevo, a buscar, a encontrar, a invitar, a traer, a convidar de este banquete que Dios ha preparado para todos los hombres.
Yo he cumplido con mi Padre, y no he perdido a ninguno, excepto al que tenía que perderse.
Vayan ustedes y hagan lo mismo».
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Madre mía: el banquete de bodas también es figura de la Santa Misa, y la invitación es todos los días. Tengo la oportunidad de celebrar con frecuencia, y quiero pensar que esa invitación me la entregas tú, la Madre del Cordero, quien nunca me deja solo, porque estás siempre presente, vestida de Reina, de pie, a la derecha del altar.
El banquete es el cuerpo de Cristo que se entrega por nosotros, y su sangre derramada para el perdón de los pecados. El que come su Carne y bebe su Sangre, tiene vida eterna, y Él lo resucitará en el último día, porque su Cuerpo es verdadera comida y su Sangre es verdadera bebida. El que come su Carne y bebe su Sangre permanece en Él. Pero el que come su Cuerpo y bebe su Sangre indignamente, es como quien pretende participar del banquete sin el traje de fiesta y es arrojado fuera; por tanto, come y bebe su propia condena.
Gracias, Madre, por no dejarnos solos, por insistirnos y ayudarnos a acudir a tu llamado vestidos de fiesta.
Algunos de los invitados al banquete están ocupados y distraídos; leen la invitación y escuchan el llamado, pero los demonios les roban la invitación de las manos, la tiran y la pisotean, mientras ellos, sumidos en su distracción, la olvidan.
Se ocupan en atender las cosas del mundo y se olvidan de Dios.
Se ocupan en tareas del mundo y descuidan la oración.
Se ocupan de alimentar y satisfacer sus cuerpos, abandonando sus almas a la inanición.
Ensucian sus vestidos de fiesta.
Los demonios vagan por el mundo, pero a ti no pueden acercarse, caminan entre el lodo y pisotean las invitaciones.
Pero tú, Madre, recoges las invitaciones de entre el lodo y las limpias, para volver a entregarlas. Son invitaciones a un banquete de bodas. Tú limpias una parte en la que se lee: “invitado a la Santa Misa”.
Ayúdame, Madre, a no distraerme con las tareas del mundo, sino a participar dignamente en cada celebración, con el traje de fiesta adecuado, que será la limpieza de mi corazón y la preparación previa a través de la oración.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: contemplen la soledad de mi Hijo. Compartan mis sentimientos. Todo ha sido preparado, muchos han sido llamados, todo está dispuesto para servir a los invitados, la mesa está lista, el banquete está servido. Él es el banquete, y nadie ha venido a cenar.
Yo soy Madre, soy anfitriona, y por eso, servidora de todos.
Yo misma invito, recibo, acojo, sirvo a los invitados, y ceno con ellos.
Yo me encargo de que lleguen las invitaciones a todos los invitados.
Yo me encargo de que la fiesta esté preparada, el banquete listo y los lugares en las mesas llenos.
Yo me encargo de que se honre al festejado.
Yo me encargo de atender y servir a los invitados, para saciar su hambre y saciar su sed.
Yo me encargo de procurar que vengan vestidos de fiesta, para que puedan entrar.
La Palabra de Dios es la invitación, pero el vestido de fiesta depende de cada uno.
Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
El banquete está servido pero los invitados no han venido. Yo los llamo desde el amor de mi Inmaculado Corazón.
Amor de mi Hijo que conquista, que une.
Amor que enciende en celo los corazones más fríos.
Amor que conduce la gracia.
Amor que se recibe en la oración y se entrega en el servicio.
Ser llamado a dejarlo todo para tomar su cruz y seguir a Jesús, eso es estar invitados al banquete.
Permanecer al pie de la cruz, adorar y alabar al Cordero de Dios, eso es acudir al banquete.
Alimentarse del cuerpo y la sangre de Cristo, eso es participar del banquete celestial.
Pero, para ser parte, no basta la invitación, es necesario el vestido de fiesta. Por eso son muchos los llamados, pero pocos los elegidos.
Solo será servido el que sea digno. La dignidad se las ha conseguido el Cordero de Dios, el mismo que se hace banquete, en el único y eterno sacrificio por el que se entrega para hacerlos a todos hijos, y como hijos, a todos dignos. Dignidad que cada uno es responsable de conservar, como el vestido de fiesta, que con el Bautismo les ha sido dado, de una vez y para siempre, pero que, por los sacramentos, puede ser renovado, si su blancura se pierde por las manchas del pecado.
Yo los invito, hijos, y les insisto una y otra vez, porque mi Hijo es banquete para muchos, y merece ser honrado, alabado, adorado, recibido por todos los invitados. El que coma su Carne y beba su Sangre tendrá vida eterna.
Hijos, esta invitación es para todos, pero los mejores lugares están reservados para los amigos del novio, y se tardan en venir, lo han dejado solo.
Mi Hijo les hace un llamado insistente, los busca constantemente el novio, que espera que sus amigos participen con Él.
Jesús envía su invitación a todos los rincones del mundo, para que su llamado llegue a todos sus amigos. A los que están ciegos y no ven, a los que están sordos y no escuchan.
Yo intercedo, con corazón de madre, para que ustedes, mis hijos predilectos sacerdotes, reciban la invitación, para vestirse de fiesta y acudir al llamado.
El llamado es hoy y es todos los días, porque el banquete está servido, todo les ha sido dado. Los invitados han sido llamados, pero no todos han venido, y algunos, que han venido, no han sido escogidos, y los han echado fuera, porque no venían con traje de fiesta.
Muchos han sido llamados, pero les hago un recordatorio a los que han sido llamados primero: para ser escogidos, deben primero ser los últimos.
Escuchen mi llamado».