93. ACOMPAÑAR A LOS MÁS NECESITADOS – RENUNCIAR A SÍ MISMO
EVANGELIO DEL DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 25-33
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:
“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en diversos momentos te dirigiste a tus discípulos hablándoles de las condiciones requeridas para seguirte. Y no dudaste en exigirles siempre la entrega total, el desprendimiento, ejemplificando con lo que cualquiera debe considerar lo más querido: la propia familia.
Comparas la entrega con quien tiene que calcular si tiene los recursos suficientes para terminar lo que ha comenzado, con quien puede alcanzar la meta.
Con esa comparación nos dices también a nosotros que la vida aquí en la tierra es una lucha constante, que hay que pelear con las armas adecuadas, y que la meta es el Cielo, al que tenemos que llegar, cueste lo que cueste.
Tú nos has dicho que el que no carga con su cruz y va detrás de ti, no puede ser tu discípulo. Nos llamas para seguirte, y nos das a tu Madre, para que, caminando con ella, caminemos contigo.
Señor: nosotros, tus sacerdotes, tenemos claro que debemos luchar especialmente para cumplir con esas exigencias de la entrega, ya que nos has llamado con un amor de predilección.
Eso cuesta, ¿cómo vamos a poder cargar la cruz de cada día, para seguirte?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: la entrega es total, completa, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida. Renuncia plena, llevando tu cruz con alegría, sabiendo que mi presencia está viva. Quiero que tomes conciencia de que yo te acompaño cada momento, cada instante de tu vida; y en esa conciencia, vivir en mí, como yo vivo en ti.
Llévame a la práctica, hazme vida. Que tu vida sea una constante oración, un alma contemplativa en medio del mundo. Eso es lo que te pido yo. Visión sobrenatural, no solamente en el momento en que dejas toda tu actividad para hacer oración y venir a mi encuentro, sino también en esa actividad. Quiero que seas consciente de que permanece perene ese encuentro. Tú y yo somos uno, como el Padre y yo somos uno.
Por tanto, yo tengo tu mismo sentir. Me duele lo que a ti te duele, me alegra lo que te alegra; y no solo compadezco, sino que comparto todo contigo. Yo quiero que tú tengas mis mismos sentimientos, y compadezcas y compartas todo conmigo. No estás solo, no caminas solo, yo estoy contigo. No vayas caminando por ahí con prisa y distraído. Date cuenta de que estoy aquí, amigo mío, y tú eres mi alegría.
Yo soy Cristo, que pasa. Pero no solo paso por tu vida, tú pasas conmigo en medio de esta vida. Si tú no tomas conciencia de esto, entonces me ignoras, y desaprovechas la gracia. Piensa en mí. Piensa en mí. Todo el tiempo piensa en mí.
Ocúpate de mis cosas. Siempre hazlo todo pensando en mí. No solo trabajes para mí, no solo te ocupes de cumplir. Ofréceme todo y piensa en mí, en cada cosa que haces, cada cosa que dices. Yo estoy aquí, te veo, te escucho. Cree, amigo mío, en mi presencia viva. No solamente en la Eucaristía, sino en ti. Tú estás configurado conmigo, y eso te hace a mí todo el tiempo. Y si no fuera así, ¿qué sentido tendría haber dejado todo y hayas renunciado a todo, hasta a ti mismo, por mí? ¿Tendría sentido?
Date cuenta de lo que significa estar configurado conmigo. Entrega total. No has dejado nada para ti. Todo me lo has dado, amigo mío. Yo lo he recibido porque tú me lo has ofrecido.
Quiero que sepas que todo esto a lo que has renunciado, hasta a ti mismo, para entregarte a mí, yo lo he tomado y lo he transformado en mí. Y eso, amigo mío, es lo más grande que un hombre puede recibir.
Es la santidad, es el cielo en la tierra, es vivir ya desde ahora el Paraíso. No permitas que el mundo te separe de mí. Mira que el mundo se ha alejado de mí, y tú, amigo mío, no eres del mundo, eres mío, solamente mío. Con tu miseria, con tu pequeñez, con tu impotencia, con tu debilidad, con tu incapacidad, con tu cansancio, con tu desgana, con tu sueño; pero con tu disposición y tu voluntad. Es así, amigo mío, como yo me veo en ti. Es así como eres fuerte y eres grande en el Reino de los cielos. Permanece en mí, permanece siempre pequeño.
Yo quiero decirte que te amo, y pedirte que nunca te olvides de mí. Piensa en mí, porque, amigo mío, la indiferencia es el dolor más grande que puedes causar en mí. Cada vez que te olvides de que yo estoy contigo, vuelve, vuelve a pensar en mí, y entrégame todo, y yo lo haré por ti.
Contempla mi cruz, ve mi cuerpo clavado ahí. Mira mis heridas, mi sangre derramada, y mi mirada fija en ti. Todo ha sido por ti, para tenerte como te tengo ahora, y nadie te arrebatará de mi mano.
Piensa en mí, piensa en mí, piensa en mí. Y al pensar en mí, piensa en mi Madre, que Ella no permitirá que te olvides ni un momento de mí. Transforma todo, ofreciéndolo todo en la patena, para que todo lo que tú hagas, lo que tú vivas, se transforme en mí.
Actos de amor, amigo mío, para reparar mi Sagrado Corazón. Actos de amor, para reparar el desamor. Quiero que sepas que no todos los que he llamado han sido elegidos, y no todos los que han sido elegidos permanecen configurados conmigo.
Sacerdotes, amigos míos: hubo un tiempo en el que mis amigos me abandonaron, porque el Espíritu Santo no estaba con ellos, y no tenían la fuerza, y no tenían la gracia. Pero el Espíritu Santo está con ustedes y, desde el día de su ordenación, les ha dado los carismas y los dones para poder seguirme.
Y ahora tienen la fuerza y tienen la gracia para caminar conmigo, para cargar su cruz de cada día, para morir a ustedes, para vivir conmigo.
Yo les he dado a mi Madre, para que los acompañe como lo hizo conmigo, para que su presencia sea consuelo, y su compañía los fortalezca.
Caminen conmigo cargando su cruz, porque cada cruz es un pilar de mi Iglesia. Que en cada caída sea su cruz apoyo, para que puedan levantarse. Pero levántense y sigan, nunca renuncien, porque el Espíritu Santo les dará la fuerza.
Ahí es en donde se prueba la fe: en creer, en saber que el Espíritu Santo les ha sido enviado, ha sido infundido y está en ustedes. Pidan la gracia de llamarlo, de aceptarlo, de dejarlo actuar. Que por Él perseveren, que por Él alcancen, que por Él actúen.
Porque por Él serán abiertos sus oídos y su boca, para que escuchen, para que hablen, para que reciban, para que lo dejen hablar.
Es por el Espíritu Santo que se mueven los corazones y se convierten.
Es por el Espíritu Santo que Dios se entrega por medio de los sacramentos, y permanece.
Es por el Espíritu Santo que el hombre es partícipe de Dios, por medio de mi cuerpo, que es la Iglesia.
Obediencia al que es roca, para conseguir la unidad. Porque es en la unidad que se fortalece la Iglesia.
Pilares unidos alzados y firmes.
Pilares que cargan el peso de las cruces de cada alma del mundo.
Pilares que son sus cruces. Cruces que son astillas de mi cruz. Cruz que redime, que sana, que salva en un mismo y único sacrificio.
Ustedes edifican mi Iglesia. Tienen la gracia, tienen el poder, tienen el don. Tengan entonces fe, que por su fe serán salvados.
Pido a mi Madre que auxilie a los corazones más necesitados, a los más perseguidos, a los más despreciados, a los más solos, a los más atacados, a los más incomprendidos, a los más dolorosos, a los más tentados, a los más sensibles: los corazones de ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, para compadecerlos y acompañarlos, para darles aliento en el camino, para que sientan la presencia de una madre que comparte y compadece, que acompaña, que nunca abandona, que entrega su vida con ustedes, caminando hacia la misma cruz, que con su presencia ayuda y aligera la carga, que con su oración encuentra la misericordia del Padre, que con su entrega en sacrificio es testimonio de fe, que con su disposición de corazón de madre es irresistible al favor del Padre».
+++
Madre mía: yo he renunciado a todo, he cargado mi cruz y he ido detrás de tu Hijo, para ser su discípulo. También, como Él, necesito tu compañía, tu cercanía, tu fortaleza y tu amor, para llevar mi cruz con alegría.
Quiero llegar hasta el final. Ayúdame a perseverar en la prueba, a pesar de mi fragilidad, a pesar de mi pequeñez.
Quédate conmigo Madre, y acompáñame, para permanecer fiel a los pies de la cruz, a los pies de Jesús.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío, sacerdote: ya entendiste que la presencia de una madre fortalece, alienta, anima, da seguridad. Que sea mi presencia la certeza de mi compañía y de mi auxilio.
Así como acompañé a mi Hijo, camino del Calvario, en oración y en sacrificio, que sepas que camino junto a ti, fortaleciendo tu fe, alentándote en tu caminar –mientras cargas tu cruz–, para perseverar, para llegar al final, y para ayudarte a subir, para unirte con Cristo y morir al mundo, y vivir en Cristo, en la promesa de la vida eterna.
Es tiempo de limpiar la casa y de preparar la morada, para que, cuando mi Hijo venga, no encuentre solo una casa, sino que encuentre un hogar.
Es tiempo de tirar lo viejo. Es tiempo de renovar.
Una madre limpia, ordena, desecha lo que no sirve y arregla lo que sirve. Yo soy Madre y vengo a traer mi misericordia a cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para renovar la morada de mi Hijo, que es el corazón de cada uno.
Es necesario limpiar y desechar lo que no sirve; que se vacíen de ustedes mismos, de su egoísmo, de su ambición, de su soberbia, de su enfermedad, de sus vicios, de su maldad.
Voy a conseguir, con mi omnipotencia suplicante, la disposición de sus almas, para vaciarse del mundo y llenarse de la gracia de Cristo.
Pero es necesario primero que ustedes escuchen. Es tiempo de escuchar. No hay mandamiento ni ley mayor que el amor».
¡Muéstrate Madre, María!
69. ACOMPAÑAR A LOS MÁS NECESITADOS – RENUNCIAR A SÍ MISMO
EVANGELIO DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.
+ Del santo Evangelio según san Lucas: 14, 25-33
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:
“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: en diversos momentos te dirigiste a tus discípulos hablándoles de las condiciones requeridas para seguirte. Y no dudaste en exigirles siempre la entrega total, el desprendimiento, ejemplificando con lo que cualquiera debe considerar lo más querido: la propia familia.
Comparas la entrega con quien tiene que calcular si tiene los recursos suficientes para terminar lo que ha comenzado, con quien puede alcanzar la meta.
Con esa comparación nos dices también a nosotros que la vida aquí en la tierra es una lucha constante, que hay que pelear con las armas adecuadas, y que la meta es el Cielo, al que tenemos que llegar, cueste lo que cueste.
Tú nos has dicho que el que no carga con su cruz y va detrás de ti, no puede ser tu discípulo. Nos llamas para seguirte, y nos das a tu Madre, para que, caminando con ella, caminemos contigo.
Señor: nosotros, tus sacerdotes, tenemos claro que debemos luchar especialmente para cumplir con las exigencias de la entrega, ya que nos has llamado con un amor de predilección.
¿Qué esperas, Señor, de tus amigos, cuando carguemos esa cruz de cada día, para seguirte con fidelidad?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
+++
«Sacerdote mío: la entrega es total, completa, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida. Renuncia plena, llevando tu cruz con alegría, sabiendo que mi presencia está viva. Quiero que tomes conciencia de que yo te acompaño cada momento, cada instante de tu vida; y en esa conciencia, vivir en mí, como yo vivo en ti.
Llévame a la práctica, hazme vida. Que tu vida sea una constante oración, un alma contemplativa en medio del mundo. Eso es lo que te pido yo. Visión sobrenatural, no solamente en el momento en que dejas toda tu actividad para hacer oración y venir a mi encuentro, sino también en esa actividad. Quiero que seas consciente de que permanece perene ese encuentro. Tú y yo somos uno, como el Padre y yo somos uno.
Por tanto, yo tengo tu mismo sentir. Me duele lo que a ti te duele, me alegra lo que te alegra; y no solo compadezco, sino que comparto todo contigo. Yo quiero que tú tengas mis mismos sentimientos, y compadezcas y compartas todo conmigo. No estás solo, no caminas solo, yo estoy contigo. No vayas caminando por ahí con prisa y distraído. Date cuenta de que estoy aquí, amigo mío, y tú eres mi alegría.
Yo soy Cristo, que pasa. Pero no solo paso por tu vida, tú pasas conmigo en medio de esta vida. Si tú no tomas conciencia de esto, entonces me ignoras, y desaprovechas la gracia. Piensa en mí. Piensa en mí. Todo el tiempo piensa en mí.
Ocúpate de mis cosas. Siempre hazlo todo pensando en mí. No solo trabajes para mí, no solo te ocupes de cumplir. Ofréceme todo y piensa en mí, en cada cosa que haces, cada cosa que dices. Yo estoy aquí, te veo, te escucho. Cree, amigo mío, en mi presencia viva. No solamente en la Eucaristía, sino en ti. Tú estás configurado conmigo, y eso te hace a mí todo el tiempo. Y si no fuera así, ¿qué sentido tendría haber dejado todo y hayas renunciado a todo, hasta a ti mismo, por mí? ¿Tendría sentido?
Date cuenta de lo que significa estar configurado conmigo. Entrega total. No has dejado nada para ti. Todo me lo has dado, amigo mío. Yo lo he recibido porque tú me lo has ofrecido.
Quiero que sepas que todo esto a lo que has renunciado, hasta a ti mismo, para entregarte a mí, yo lo he tomado y lo he transformado en mí. Y eso, amigo mío, es lo más grande que un hombre puede recibir.
Es la santidad, es el cielo en la tierra, es vivir ya desde ahora el Paraíso. No permitas que el mundo te separe de mí. Mira que el mundo se ha alejado de mí, y tú, amigo mío, no eres del mundo, eres mío, solamente mío. Con tu miseria, con tu pequeñez, con tu impotencia, con tu debilidad, con tu incapacidad, con tu cansancio, con tu desgana, con tu sueño; pero con tu disposición y tu voluntad. Es así, amigo mío, como yo me veo en ti. Es así como eres fuerte y eres grande en el Reino de los Cielos. Permanece en mí, permanece siempre pequeño.
Yo quiero decirte que te amo, y pedirte que nunca te olvides de mí. Piensa en mí, porque, amigo mío, la indiferencia es el dolor más grande que puedes causar en mí. Cada vez que te olvides de que yo estoy contigo, vuelve, vuelve a pensar en mí, y entrégame todo, y yo lo haré por ti.
Contempla mi cruz, ve mi cuerpo clavado ahí. Mira mis heridas, mi sangre derramada, y mi mirada fija en ti. Todo ha sido por ti, para tenerte como te tengo ahora, y nadie te arrebatará de mi mano.
Piensa en mí, piensa en mí, piensa en mí. Y al pensar en mí, piensa en mi Madre, que Ella no permitirá que te olvides ni un momento de mí. Transforma todo, ofreciéndolo todo en la patena, para que todo lo que tú hagas, lo que tú vivas, se transforme en mí.
Actos de amor, amigo mío, para reparar mi Sagrado Corazón. Actos de amor, para reparar el desamor. Quiero que sepas que no todos los que he llamado han sido elegidos, y no todos los que han sido elegidos permanecen configurados conmigo.
Sacerdotes, amigos míos: hubo un tiempo en el que mis amigos me abandonaron, porque el Espíritu Santo no estaba con ellos, y no tenían la fuerza, y no tenían la gracia. Pero el Espíritu Santo está con ustedes y, desde el día de su ordenación, les ha dado los carismas y los dones para poder seguirme.
Y ahora tienen la fuerza y tienen la gracia para caminar conmigo, para cargar su cruz de cada día, para morir a ustedes, para vivir conmigo.
Yo les he dado a mi Madre, para que los acompañe como lo hizo conmigo, para que su presencia sea consuelo, y su compañía los fortalezca.
Caminen conmigo cargando su cruz, porque cada cruz es un pilar de mi Iglesia. Que en cada caída sea su cruz apoyo, para que puedan levantarse. Pero levántense y sigan, nunca renuncien, porque el Espíritu Santo les dará la fuerza.
Ahí es en donde se prueba la fe: en creer, en saber que el Espíritu Santo les ha sido enviado, ha sido infundido y está en ustedes. Pidan la gracia de llamarlo, de aceptarlo, de dejarlo actuar. Que por Él perseveren, que por Él alcancen, que por Él actúen.
Porque por Él serán abiertos sus oídos y su boca, para que escuchen, para que hablen, para que reciban, para que lo dejen hablar.
Es por el Espíritu Santo que se mueven los corazones y se convierten.
Es por el Espíritu Santo que Dios se entrega por medio de los sacramentos, y permanece.
Es por el Espíritu Santo que el hombre es partícipe de Dios, por medio de mi cuerpo, que es la Iglesia.
Obediencia al que es roca, para conseguir la unidad. Porque es en la unidad que se fortalece la Iglesia.
Pilares unidos alzados y firmes.
Pilares que cargan el peso de las cruces de cada alma del mundo.
Pilares que son sus cruces. Cruces que son astillas de mi cruz. Cruz que redime, que sana, que salva en un mismo y único sacrificio.
Ustedes edifican mi Iglesia. Tienen la gracia, tienen el poder, tienen el don. Tengan entonces fe, que por su fe serán salvados.
Pido a mi Madre que auxilie a los corazones más necesitados, a los más perseguidos, a los más despreciados, a los más solos, a los más atacados, a los más incomprendidos, a los más dolorosos, a los más tentados, a los más sensibles: los corazones de ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, para compadecerlos y acompañarlos, para darles aliento en el camino, para que sientan la presencia de una madre que comparte y compadece, que acompaña, que nunca abandona, que entrega su vida con ustedes, caminando hacia la misma cruz, que con su presencia ayuda y aligera la carga, que con su oración encuentra la misericordia del Padre, que con su entrega en sacrificio es testimonio de fe, que con su disposición de corazón de madre es irresistible al favor del Padre».
+++
Madre mía: yo he renunciado a todo, he cargado mi cruz y he ido detrás de tu Hijo, para ser su discípulo. También, como Él, necesito tu compañía, tu cercanía, tu fortaleza y tu amor, para llevar mi cruz con alegría.
Quiero llegar hasta el final. Ayúdame a perseverar en la prueba, a pesar de mi fragilidad, a pesar de mi pequeñez.
Quédate conmigo Madre, y acompáñame, para permanecer fiel a los pies de la cruz, a los pies de Jesús.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío, sacerdote: ya entendiste que la presencia de una madre fortalece, alienta, anima, da seguridad. Que sea mi presencia la certeza de mi compañía y de mi auxilio.
Así como acompañé a mi Hijo, camino del Calvario, en oración y en sacrificio, que sepas que camino junto a ti, fortaleciendo tu fe, alentándote en tu caminar –mientras cargas tu cruz–, para perseverar, para llegar al final, y para ayudarte a subir, para unirte con Cristo y morir al mundo, y vivir en Cristo, en la promesa de la vida eterna.
Es tiempo de limpiar la casa y de preparar la morada, para que, cuando mi Hijo venga, no encuentre solo una casa, sino que encuentre un hogar.
Es tiempo de tirar lo viejo. Es tiempo de renovar.
Una madre limpia, ordena, desecha lo que no sirve y arregla lo que sirve. Yo soy Madre y vengo a traer mi misericordia a cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para renovar la morada de mi Hijo, que es el corazón de cada uno.
Es necesario limpiar y desechar lo que no sirve; que se vacíen de ustedes mismos, de su egoísmo, de su ambición, de su soberbia, de su enfermedad, de sus vicios, de su maldad.
Voy a conseguir, con mi omnipotencia suplicante, la disposición de sus almas, para vaciarse del mundo y llenarse de la gracia de Cristo.
Pero es necesario primero que ustedes escuchen. Es tiempo de escuchar. No hay mandamiento ni ley mayor que el amor».
¡Muéstrate Madre, María!