19/09/2024

Lc 16, 1-8

71. DIOS QUIERE SACERDOTES SANTOS - BUENOS ADMINISTRADORES

VIERNES DE LA SEMANA XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 16, 1-8

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’. El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.

Palabra del Señor.

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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la Iglesia nos ayuda a reflexionar sobre las verdades eternas. Hoy pienso, de manera especial, en mi Juicio particular, al considerar las palabras del Santo Evangelio: “dame cuenta de tu trabajo”.

Llegará ese día en que yo deba darte cuenta, Jesús, de cómo he administrado todos los bienes que me has dado a mí, sacerdote, y que reconozco que son muchos. Te pido ayuda para que, en el tiempo que todavía me queda, no malgaste ninguno de esos bienes.

Comprendo muy bien que seas muy exigente cuando pides cuentas, sobre todo a nosotros, tus sacerdotes, porque nos has confiado la administración de tus tesoros, de tus sacramentos, de tu gracia. Somos responsables de llevar a las almas al cielo, y eso es una cosa muy seria. Debemos cumplir muy bien con nuestro deber.

Ayúdame, Señor, a ser un administrador muy fiel.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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«Sacerdotes míos: algunos de los que yo he puesto y confiado como administradores de mis gracias han malgastado mis bienes. Ellos mismos se han vendido por unas monedas, como las prostitutas, y han pretendido hacer de mi Santa Iglesia un prostíbulo, entre la apostasía y la iniquidad, como hombres impíos que quieren destruirla.

Yo soy el Primero y el Último; el que vive; porque estuve muerto, pero ahora estoy vivo, por los siglos de los siglos.

Yo tengo un siervo fiel que he puesto como roca, y sobre esa piedra yo edifico mi Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán contra ella. A él le he dado las llaves del Reino de los Cielos. Y es él quien dirige a los que me aman, a los que me siguen, a los que me obedecen.

Pero también busca a los que pecan contra mí y descalifican, persiguen, desvirtúan y destruyen la integridad de la maternidad de mi esposa la Santa Iglesia, que es hija, y es esposa, y es Madre.

Oren por ellos, y pidan por ellos en mi nombre, porque no merecen llamarse hijos. Pero el Padre los quiere a todos, y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, porque yo, que soy el único mediador entre Dios y los hombres, yo también hombre, me entregué como rescate por todos, para que todos sean uno, como el Padre en mí y yo en Él.

Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Él me ha enviado, y que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las gracias de Dios.

Que todos ustedes, mis amigos, sean hijos, y que sean como niños, necesitados de su Padre, para que vengan a mí.

Que no vivan según la carne, sino según el espíritu, porque el Espíritu de Dios habita en ustedes.

Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios, y no han recibido un espíritu de esclavos, sino que han recibido un espíritu de hijos adoptivos, que les hace exclamar: ¡Abba, Padre! Pero son palabras que el hombre necio hace estériles cuando no se abandona a la providencia del Padre, y no confía, porque entonces no la puede ver, y no la valora, y no la cree, y busca refugio en la idolatría y en los falsos profetas, y se aleja de la fe.

Ojalá fueran fríos o calientes, porque yo a los tibios los vomito de mi boca.

Contemplen y reparen con su amor las heridas de mi Corazón causadas por la apostasía de mi Santa Iglesia.

Sacerdotes míos, amigos míos: yo vengo a su encuentro.

Cumplan los mandamientos para que permanezcan en mí y yo en ustedes.

Quiero sacerdotes santos:

  • que renuncien a sí mismos todos los días;
  • que tomen su cruz de cada día y que me sigan, unidos a mi cruz;
  • que se aborrezcan a sí mismos;
  • que se amen menos de lo que me aman a mí;
  • que mortifiquen su cuerpo crucificando sus pasiones, el deseo de la carne, las concupiscencias, los malos pensamientos, la avaricia, el egoísmo, el orgullo, los placeres del mundo, la ansiedad de poder, la ambición, el pecado, para morir al mundo, para vivir en mí.

Quiero sacerdotes que se comprometan conmigo, para hacerse todos a todos, para traerlos a todos; que sean los últimos, para que sean los primeros.

Ustedes son mi alegría, su santidad me glorifica, y su amistad me hace permanecer en el mundo, construyendo mi Reino.

Quiero sacerdotes santos, que no sean de este mundo, para enviarlos al mundo a rescatar lo que se ha perdido en el mundo.

¡Misericordia, sacerdotes, misericordia!

Quiero sacerdotes misericordiosos que busquen pecadores, que conviertan pecadores, que traigan a mí almas santas.

Misericordia entre sacerdotes, para rescatarlos del mundo, para regresarlos a mi amistad, para recuperar lo que se ha perdido.

Unidad entre pastores, usando el poder que Dios les ha dado, para perdonar, para sanar, para santificar, para reunir a todos los pastores con todos los rebaños, en un solo rebaño, con un solo Pastor. Porque no hay rebaño si no hay pastor.

Regresen al encuentro con su Pastor. Yo soy el Pastor Supremo.

Reúnanse en torno al amor. Yo soy el Amor.

Caminen por el camino correcto para que vivan en la verdad. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

No tengan miedo a los que matan el cuerpo. Tengan miedo a los que ensucian el alma, porque solo las almas puras verán a Dios.

Mantengan sus pies en la tierra, y su mirada y su corazón en el cielo, que es donde está su tesoro.

Sacerdotes: prediquen el Evangelio. No tengan miedo al estar de mi parte, porque yo estaré de su parte ante mi Padre. Pero al que me niegue, yo también lo negaré en el cielo».

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Madre mía: tú eres Abogada nuestra. Intercedes ahora por nosotros, y seguramente estarás presente en nuestro Juicio particular, diciéndole a Jesús cosas buenas de nosotros.

Pero eres también madre, y por eso quieres lo mejor para tus hijos. Y porque nos amas nos corriges, y pones en nuestro corazón santos deseos de cumplir bien con todo lo que nos pide tu Hijo, para poder darle buenas cuentas de nuestra administración.

Te pido, Madre, también tu intercesión, para que me decida a renunciar a mí mismo, tomar mi cruz de cada día, y seguir fielmente a Jesús.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

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«Hijos míos, sacerdotes: algunos de ustedes dicen servir a Dios, pero idolatran al dinero y ambicionan el poder, se aferran a la mentira y no quieren convertirse. Pero mi oración de intercesión, por mi omnipotencia suplicante, les alcanzará la gracia, para que llegue a ustedes la luz que emana del fruto bendito de mi vientre, para que los que se caen se levanten y los que se pierden sepan regresar, para que cese la apostasía, que causan las heridas más profundas al Sagrado Corazón de mi Hijo y es el dolor más grande de mi Inmaculado Corazón.

Vengan y acompáñenme al pie de la cruz, a los pies de Jesús.

Yo sostengo en esa cruz a cada uno de ustedes, mis hijos, mis más amados, mis sacerdotes, llamando a los que no han venido, buscando a los que se han ido.

Miren lo que es común en todos los santos. Todos aman a la Madre de Dios, y ese amor une, y santifica, porque es amor de hijo, es amor de Cristo.

Yo quiero reunirlos a todos ustedes con el amor de mi Hijo, en mi amor, en mi abrazo. Es en la oración de recogimiento, en la soledad del interior el encuentro con el amor.

Permanezcan en oración continua, en comunión, en gracia, y dispónganse a recibir la gracia. Yo soy la Madre de la gracia.

Permanezcan en esa entrega, que es unión que santifica, por Cristo, con Cristo, en Cristo, en un solo cuerpo, que es la Santa Iglesia, del cual Cristo es cabeza y yo soy Madre.

Acompáñenme y hagan lo que Él les diga».

¡Muéstrate Madre, María!